Por Roberto Fernández Blanco.-

La talentosa capacidad generadora de riqueza de los ciudadanos productivos despierta -en mentes sanas- admiración y alienta a la emulación.

Quien más riqueza produce, más riqueza provee e intercambia, mayor nivel de vida logra y más útil es a la comunidad.

El talento es una cualidad individual que no distingue nivel o sector social sino potencialidad personal. Tampoco hace a niveles de menor o mayor enriquecimiento. Hace a la obtención del objetivo buscado con iniciativa, esfuerzo y perseverancia, cualquiera sea la meta anhelada.

Y la superior satisfacción de estos triunfadores (la mayoría de la población en países de economías libres y gobiernos eficientes) radica en el intenso sentimiento de legítimo orgullo por el éxito logrado, esa silenciosa, modesta, enorme y meritoria retribución interior al haber alcanzado honestamente su objetivo.

Como contrapeso social están los parásitos, los inútiles e impotentes productivos, que viven en base al despojo de los que producen, depredando hipócritamente al ciudadano productivo mediante exacción, expoliación, malversación y variadas formas de subrepticia succión de los forzados aportes (impuestos) que los compelidos ciudadanos deben entregar al erario del cual estos afanípteros parásitos medran corruptamente.

Constituyen una casta política degradada que se encarama y perpetúa en las ramas de las instituciones subsidiarias del Estado, esto es, en el Gobierno, principalmente en sus ramas ejecutiva y legislativa. Cabe recordar que el Estado somos nosotros, el Soberano consorcio de ciudadanos, la Autoridad Suprema, los forjadores de la riqueza, en tanto el Gobierno es la administración del consorcio, una institución subsidiaria con empleados públicos a sueldo con carácter de transitorios mandatarios.

Esta degradada marabunta de políticos suele estar comandada por personajes emocionalmente quebrados por su impotencia y su incapacidad productiva.

La naturaleza frustrada de estas personas con sus resentimientos de origen les forja una personalidad psicótica agobiada de intenso rencor, hipócritamente disimulado, que las impulsa por el corrupto camino alternativo del parasitismo, alimentándose mediante la depredación, el despojo y la rapiña con la que inútilmente intentan sepultar las pulsiones destructivas de su fracturado narcisismo, neurosis que encubren refugiándose en una frágil estructura de vanidad contaminada con una profunda, insanable e incontinente envidia que les domina.

Esta patología les cercena el camino de un comportamiento inteligente convirtiéndolos en seres inferiores, prepotentes, astutos y ladinos ejecutores de odio valiéndose de cualquier repudiable medio para obtener corruptamente lo que son incapaces de producir, a la vez que su enfermiza dialéctica nunca dejará de apuntar obsesivamente contra sus eternos envidiados, los meritorios triunfadores que les danzan molestos en sus torturadas mentes señalándoles su deshonestidad, su enorme fracaso moral y su impotencia productiva.

A estos personajes la historia los disolverá en las bateas de un deshonroso olvido.

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