Por Oscar Edgardo García.-

La realidad nos muestra a dos grupos claramente diferenciados: los que celebran, por un lado, y los que sufren, por el otro.

En el primero de ellos se encuentran las empresas de medicina prepaga, las productoras de alimentos y medicamentos y los supermercados mayoristas y minoristas que, de la noche a la mañana, sin chistar ni pedir permiso porque no vaya a ser cosa que a alguno se le ocurra dar marcha atrás, aumentaron los precios de sus productos y servicios.

Entre otros, en el grupo de los que sufren, se encuentra la clase pasiva que, contrariamente a lo que les ocurre a los que celebran, observa la forma en que sus ingresos se ven recortados ininterrumpidamente, en un estado de absoluta indefensión.

En el año 2023, los jubilados y pensionados que perciben los haberes mínimos soportaron una pérdida del 14,2% y los que cobran sumas superiores, del 32,3%.

A la vez, si la inflación del mes de enero fuera similar a la de diciembre, los haberes previsionales experimentarán en dos meses una pérdida del orden del 23%.

Remontándonos a lo acontecido en el pasado, nos encontramos con que, en el período comprendido entre el mes de septiembre del año 2017 y el de diciembre de 2023, los beneficiarios previsionales que percibieron los haberes mínimos sufrieron una caída del 30% y los que cobraron sumas mayores, del 55%.

Frente a estos contundentes y catastróficos resultados, el Gobierno Nacional y los legisladores nacionales deberían actuar con sensatez, raciocinio y justicia y concluir con que no hay nada más por analizar y mucho menos por discutir o deliberar y asumir la responsabilidad de tomar inmediatamente las decisiones adecuadas para resolver favorablemente la triste y dramática situación que padece la muy sufrida clase pasiva.

¡Viva la libertad, carajo! siempre y cuando se concrete la merecida justicia con los jubilados y pensionados.

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