Por Luis Alejandro Rizzi.-

Una cuestión que en Argentina nadie intenta explicar es qué relación debe haber entre una devaluación de la moneda local, el peso, y el dólar estadounidense como moneda de referencia.

Nosotros simplificamos la cuestión al extremo y si la devaluación es del “x”%, los precios se incrementan en ese mismo “x”%. Esto denota que muchas cosas funcionan mal.

La relación entre tipo de cambio y precios es para nosotros absolutamente lineal. Levy Yeyati explica que el temor a la licuación salarial se basa en que toda depreciación –devaluación– se traslada a precios y no se tiene en cuenta que lo que afecta al salario es la inflación.

Creo que esa creencia –falsa creencia– se origina en el hecho que la inflación padecida en los últimos 40/50 años nos obligó no solo a indexar los precios en función del dólar sino el precio mismo del dólar. Dicho en otras palabras el dólar se usa para medir el poder adquisitivo de nuestra depreciada moneda y en consecuencia esa creencia se convirtió en “valor cultural”.

Pongo un ejemplo. En la economía hay precios no transables, mis honorarios de abogado, el precio de cortarse el pelo, la estadía en un albergue transitorio ¿qué relación tienen con el dólar? Obvio hay una relación relativa, pero no total. La pregunta sería esta: ¿En qué proporción el porcentaje de devaluación se debe trasladar a precios?

Es obvio que solo se debería trasladar totalmente si todos los bienes y servicios que se consumen fueran importados; pero en nuestra economía una parte sustancial de los bienes y servicios que se consumen a diario son producidos o ofrecidos localmente, por lo tanto lo primero que se me ocurre pensar es que solo una parte del porcentaje de devaluación es la que debería impactar en los precios.

Miremos el caso de EE.UU. que triplicó la base monetaria, pero la cantidad de dinero apenas aumentó, porque la gente -las empresas, los bancos – prefirieron quedarse con los billetes en la mano. Es decir, demandaron tanto billete que la cantidad de dinero aumentó muy poco. Recordemos que, grosso modo, la base monetaria es el pasivo del banco central y dinero es el pasivo del sistema bancario consolidado (incluye al banco central). Esto nos demuestra una obviedad que nos dice que cuando el dinero tiene valor no se produce inflación.

Si bien no hay reglas escritas parecería que cuando la moneda se devalúa su impacto en los precios tendría que se mucho menor que el porcentaje respectivo. Claro todo depende de la profesionalidad e idoneidad con la que actúen los Bancos Centrales.

Levy Yeyati explicaba en “conversaciones” una sección del diario La nación electrónica que en Colombia y Brasil esa incidencia es de solo un 5/6% y en Chile, agregamos nosotros, con una devaluación del 35/40% entre 2014 y 2015 la inflación en ese lapso no llegó al 10%. Una devaluación podría actuar como un factor de reactivación y además mitigar los efectos recesivos. Levy Yeyati, decía con relación a Colombia que los sindicatos reclamaban la devaluación como elemento necesario para facilitar la reactivación y generación de empleo y ese 60% no impactó negativamente en los salarios ya que el banco Central garantizó la estabilidad de la moneda local. Es decir lo que afecta el poder adquisitivo del salario no es la devaluación sino la inflación, ocurre que entre nosotros el dólar es “un sustituto de la expectativa de inflación”.

La Argentina tienen una moneda formal, tengamos en cuenta que desde 1968 a la fecha perdió 13 ceros, eso significa que en la realidad no tenemos moneda por ese motivo, tanto en los precios transables como los no transables, los valores los fijamos en dólares, por eso solemos decir que la Argentina tiene también inflación en dólares.

La cuestión que deberá resolver el gobierno y rápidamente, tiene dos llaves, el déficit fiscal intolerable que bien medido muy probablemente supere el 8% del PBI y la emisión para financiar ese déficit.

En cierto modo y a la manera de Aranguren, Prat Gay deberá enunciar con todo realismo la política que se aplicará para reducir el déficit y al mismo tiempo comenzar a restablecer una mínima relación racional entre los precios relativos. No tiene más remedio que fijar el piso del punto de partida del nuevo gobierno.

El sistema que regula los subsidios debe ser modificado de inmediato dirigiéndolos a la demanda y dentro de ese sector a quien lo necesita. Es insultante no ya al sentido común, sino a principios éticos y morales que un café con leche cueste lo mismo que el consumo de luz o gas de un mes.

Es imposible que un viaje en metro solo cueste $ 0,35 de dólar, sin distinción de las posibilidades de la gente, quizás debería ser real para los que pueden pagar y gratis para los que se ubiquen en un determinado nivel de pobreza o indigencia.

La gente acepta pagar un precio alto por una telefonía celular que no funciona o $ 700,00 por llenar el tanque de nafta de un auto común, pero pretende tener gas, electricidad y transporte gratis.

El gobierno deberá no solo sincerar la situación sino también utilizar la publicidad oficial para ilustrar a la gente sobre estas cuestiones que de todos modos creo que todos sabemos, pero nos conviene hacernos los distraídos y echarle la culpa al otro…

Éste es el pecado más grave del populismo.

A modo de conclusión, la Argentina no ha encontrado una forma de distribuir los recursos que sea sustentable en el tiempo, refiriéndonos a un modelo de distribución que nos permita vivir en paz social con crecimiento económico.

Un viejo amigo me solía decir “…tu país padece populismo crónico y cada vez es más difícil salir porque como diría Perón, en el fondo todos son populistas…” o como dijeron Llach y Martin Lagos, tenemos expectativas por encima de la realidad, creemos en la cultura de rentas y caudillos y una latente puja distributiva, este cuadro nos convierte “…en una sociedad demandante de proteccionismo extremo…capaz de darle inercia propia a los fenómenos inflacionarios…” y agregaría que nos lleva a pensar la economía y el comercio en dólares.

Esto explica que tengamos dos inflaciones la de pesos y la de dólares.

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