Por Claudio Valdez.-

La alteración del calendario de clases siempre fue consecuencia del chantaje de los sindicatos docentes: sus visibles delegados son “alborotadores profesionales”, dedicados al reclamo de aumentos salariales y promotores de “permanente conflictividad”. Son en su mayoría militantes de una insolente izquierda que sigue practicando la revolucionaria “estrategia sin tiempo”.

Sus reclamos son también respuesta habitual ante cualquier decisión que intente regular o limitar abusos funcionales y desaciertos ideológicos contraculturales consabidamente fracasados en ámbitos locales y mundiales. Razón demás cuando no se les aceptan sus “pretensiones de remuneraciones diferenciales” que exigen como pagos del Estado. No debería olvidarse aquel extorsivo “incentivo docente” logrado como “botín gremial” por la instalación de la histórica “carpa blanca en la plaza del Congreso”. Incrementada erogación fiscal federal por años sin contrapartida beneficiosa para la sociedad: ¡la calidad educativa desmejoró!

La irresponsabilidad de sucesivos gobiernos y la ingenuidad ciudadana hicieron posible mayores exacciones fiscales a la población contribuyente. Sindicatos, funcionarios y mediadores oficiosos en complicidad, con la excusa de satisfacer “demandas de la escuela” facilitaron el aumento del déficit fiscal, la incesante inflación y el incremento de la pobreza.

Cada año, desde el inicio del ciclo educativo, La Argentina vuelve a soportar similar “brote de alteración clasista”: los docentes “luchan” por mejoras salariales negándose a “dar clase”. Sus sindicatos, luego de retornar de las habituales vacaciones y sin siquiera comenzar las tareas curriculares, compiten en medidas de fuerza y movilizaciones. Todo un clásico del sindicalismo de algunos “trabajadores de la educación” que pretenden consideración de “progresistas”, siendo en verdad irresponsables servidores públicos, perjudiciales a los sectores de mayor pobreza y sin otra alternativa que la de “la escuela pública”.

Estos docentes, reclamo tras reclamo y medida de fuerza tras medida de fuerza, alteran la social convivencia y las actividades productivas, siendo los padres y sus niños los directos afectados sin ninguna posibilidad de compensación ni probabilidad de eficiente rehabilitación; porque “el futuro para ellos es ahora”. La falta de apoyo, contención, acompañamiento y la fallida educación de la escuela, junto a la incertidumbre en el desempeño de las “actividades de enseñanza y aprendizaje” vician las aptitudes mentales de los menores y la disposición de los adultos.

Gran parte de la conflictividad social es consecuencia de décadas de mala educación, impartida por “agentes de filiación revolucionaria y contracultural”. Sus enseñanzas y malos ejemplos solo califican como actividades de adoctrinamiento y no de apreciable educación. Disfrazan de “izquierda popular” los modelos del fracaso y desprestigio del “autoritarismo colectivista”, tomando a la escuela pública como rehén.

El “padre del aula” Domingo Faustino Sarmiento enseñó: “Hombre, pueblo, Nación, Estado, todo: todo está en los humildes bancos de la escuela”. ¡Pero escuela para una gran nación y no para una falseada república!

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