Por Italo Pallotti.-

Admitiendo que la vergüenza es el mecanismo que nos indica qué es lo correcto y aceptable, dentro de la sociedad, nos hemos ido acostumbrando a aceptar determinados comportamientos que muchas veces por esa situación o miedo no nos atrevemos a cuestionar. De ahí que terminamos dando por normal lo que sabemos conscientemente que es contrario a la razón. Concluimos por resignarnos a modelar nuestro comportamiento a los vaivenes de opiniones, tantas veces descabelladas, por el simple hecho de no oponernos, de no quedar fuera de una opinión, aunque sin sentido, aprobada por una mayoría silenciosa que acepta lo que la realidad le presenta, aunque deba, al final, optar por el mecanismo de sentir vergüenza ajena, sin siquiera atreverse a manifestar el fastidio que le produce un pésimo comportamiento de otro, por el solo hecho de no quedar expuesto a una crítica. Esto, al final, termina produciendo angustia y un estado de frustración, porque se concluye sintiendo compasión por uno mismo y la reacción que debería ser positiva para ayudar al conjunto, desafiando y enfrentando los actos de quienes nos producen vergüenza, es negativa.

Entre las conductas corruptibles por doquier, impunidades y mal desempeño de funciones han ido formando un coctel explosivo por el que ha transitado la República en los últimos tiempos. Mal haríamos si no tomamos conciencia de que mucho habrá que trabajar desde lo dialéctico a lo concreto para destronar este estado de cosas. Si la resignación y la indiferencia no son sacadas del camino, muy difícil será todo. Hay una obligación moral, que debe ser inclaudicable, para actuar sin miramientos antes de que sea demasiado tarde. Si los males que nos aquejan, inseguridad, pobreza, enfrentamientos estériles, no nos producen finalmente una vergüenza que sea visceral, profunda, que duela; el tiempo pasará y de nuevo otra generación verá frustrado su deseo de salir de un clima de zozobra, tan dañino como lo fueron los que nos antecedieron.

Los últimos días nos sorprendieron declaraciones y discursos. Desde el intrascendente, como deslucido amigo de SS (Grabois) en una catarata insultante que tuvo en la agresión el sustento mayor. “A toda esta banda de HDP que los vamos a hacer correr”, dijo, sin rodeos, referido al gobierno. Borracho, como de costumbre, de malos modales, en discordancia absoluta si se tiene en cuenta su cercanía con, nada menos, el Papa Francisco, que además deja la sensación de tolerarle todo. Por otro lado, en las antípodas de este personaje de ficción irreal, la máxima autoridad nacional (Milei), en Davos, con un discurso que, desde el feminismo hasta la acusación de complicidades múltiples, no se privó de nada. Cada cual con su derecho a decir lo que quiera. Pero tanto, uno como otro quizás deberían cuidar las formas, por aquello de que no nos veamos en la alternativa del principio de sentir “vergüenza ajena”. Además, yendo al título, ¿era necesario?

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