Por Claudio Valdez.-

Desde mediados del siglo XIX hasta el año 1872 el temido cacique araucano Juan Calfucurá o “Piedra Azul” encabezó los malones que devastaban la Provincia de Buenos Aires. Murió en 1873 y en sus funerales se sacrificaron sus mejores caballos, sus esposas indias y cautivas cristianas, según se relata en “Efemérides Culturales Argentinas”.

Corrían épocas de tremendos sufrimientos, limitaciones y sostenidos peligros para los compatriotas de la reorganizada “Argentina Constitucional”, sin embargo los sucesores de aquel cruel depredador estaban destinados a ser vencidos por las armas.

Sucedería igualmente con otros grupos de bandoleros aborígenes en el resto del país. El progreso y la extensión de la soberanía política exigieron el efectivo dominio y pacificación del territorio: las “fronteras interiores” debían superarse.

La mayoría de los vencidos fueron asimilados a los modos de vida de la época y posteriormente el mestizaje los integró a la sociedad. Pervertidos “políticos partidistas” insisten en promocionar a cuestionables minorías étnicas, otorgándoles ventajas inaceptables, solo por considerarlas como “pueblos originarios”. ¡Con seguridad tan originarios como cualquier habitante de más de 3 generaciones en el territorio!

La ingenuidad, desidia y el oportunismo de ciudadanos irresponsables fueron aprovechados por “estafadores de la fe pública” que incorporaron, en la componenda del llamado “Pacto de Olivos”, entre otras “Atribuciones del Congreso” una novedosa cláusula constitucional: “la posesión y propiedad comunitarias de las tierras que tradicionalmente ocupan; y regular la entrega de otras aptas y suficientes para el desarrollo humano; ninguna de ellas será enajenable, transmisible ni susceptible de gravámenes o embargos.” Acaso; ¿aborígenes con “coronita”?

Se desecha de ese modo el acertado espíritu del “acuerdo nacional” destinado a superar los desencuentros sufridos en territorio patrio hasta 1853, imponiéndose mediante “espuria reforma” derechos diferenciales que la “Ley Fundamental” desde sus inicios jamás propuso, y que con precisión rechaza: “La Nación Argentina no admite prerrogativas de sangre, ni de nacimiento: no hay en ella fueros personales ni títulos de nobleza. Todos sus habitantes son iguales ante la ley, y admisibles en los empleos sin otra condición que la idoneidad. La igualdad es la base del impuesto y de las cargas públicas”. (Artículo 16. Constitución de la Nación Argentina).

Superar las fronteras interiores fue tarea de nuestros mayores. Es tarea de las actuales dirigencias políticas y los funcionarios preservar a la sociedad de cualquier desintegración. Lograrlo exige superar las residuales “fronteras mentales” de revoltosos y contraculturales.

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