Por Claudio Chaves.-

Si hubo alguien que enfrentó a don Juan Manuel de Rosas con ideas sólidas y argumentos de profundidad que aún hoy asombran, ese hombre fue Juan Bautista Alberdi. A mi entender el más grande pensador del siglo XIX argentino. No procura esta nota desplegar sus ideas en orden a lo dicho, alcanza con apuntar que emigró de Buenos Aires en la década del 1830 por el clima de intolerancia imperante en la provincia gobernada por don Juan Manuel. Desde el exilio escribió contundentes artículos periodísticos que desnudaban el carácter dictatorial del señor de las Pampas y la responsabilidad de los porteños en el injusto sometimiento del interior provinciano. Caído Rosas se sumó al movimiento político y cultural abierto tras el triunfo de don Justo José de Urquiza en Caseros, el 3 de febrero de 1852. Sobre sus ideas se redactó la Constitución Nacional. Entusiasmado con la política de “ni vencedores ni vencidos” se incorporó al urquicismo como representante de la Confederación ante Inglaterra, Francia y España. Una rica y extensa comunicación con Urquiza existente en el Archivo General de la Nación revelan lo exquisito de su pensamiento y la profundidad de su mirada política, sobre la que me extenderé más adelante.

Mientras tanto Buenos Aires se separó del país. Rechazó de plano la política constitucionalista y nacional del caudillo entrerriano. No concurrió al Congreso del 53, rechazó la Constitución y para colmo de males se aisló guardando para sí lo que era de todos: la renta aduanera. En línea con esta política, los nuevos gobernantes porteños, viejos unitarios vueltos del exilio, que habían padecido la persecución rosista, pusieron en marcha un proceso político y judicial contra Juan Manuel, ahora en el exilio de Southampton, Inglaterra.

Que el gobierno de Rosas fue una brutal dictadura no se discute, a lo mucho puede explicarse por la natural violencia de la época. Aunque esto es opinable. Lo cierto fue que inmediatamente del triunfo de Caseros el nuevo gobernador porteño firmó un decreto por el cual confiscó los bienes de Rosas. Decreto anulado por voluntad de Urquiza en agosto del mismo año.

Separada Buenos Aires del conjunto nacional en septiembre de1852 y ya libre de la tutela provinciana, las autoridades porteñas volvieron a la carga sobre los bienes y la vida de Rosas incoándose un proceso, en agosto de 1856, en las Cámaras legislativas de la provincia que culminó con la decisión política de declarar reo de lesa patria a don Juan Manuel por la tiranía sangrienta que ejerció sobre el pueblo, declarándose de propiedad pública todos sus bienes. (Es pertinente observar que su fortuna fue construida antes de llegar al poder). Ordenó, así mismo, a los Tribunales ordinarios que iniciaran acciones judiciales e investigaran los abusos cometidos por el tirano. Una especie de Conadep jurídica.

Los debates en las Cámaras fueron fuertes y controvertidos. Por ejemplo se llegó a plantear que las víctimas tenían derecho a ser resarcidos con parte de la fortuna de Rosas. Desechándose por temor a que la riqueza confiscada no alcanzase. Bartolomé Mitre fue el más enérgico al afirmar “que Rosas debía sentir en carne propia todos los males ocasionados al enlutar esta tierra, saquear el tesoro público y expoliar a los ciudadanos”. El Estado, en consecuencia, debía confiscarle todos sus bienes. Carlos Tejedor se opuso a esta ley “porque a su juicio la sociedad era solidaria de los crímenes de Rosas y todos los ciudadanos sus cómplices.” Finalmente Juan Manuel perdió todo. Terminado este proceso comenzó otro en los Tribunales ordinarios para investigar acerca de sus crímenes y arbitrariedades. Finalmente en abril de 1861 luego de una extensa investigación la justicia se expidió decretando la pena de muerte en ausencia, del tirano Rosas.

Es en esas circunstancias que Juan Bautista Alberdi, desde Londres, le envía una carta a Urquiza cargada de verdades de apuño, de un extraordinario valor político que evidenciaba además la entereza moral y ética del tucumano. Carta que tiene una actualidad que sorprende y que pone contra las cuerdas a la élite política y cultural contemporánea que pareciera continuar la línea vengativa del porteñísmo mitrista.

En ella le decía al Presidente Urquiza: “En cuanto al general Rosas, me ha parecido que he debido tratarlo hoy con doble miramiento por lo mismo que ha sido objeto de una condenación local, que no hace honor a la Nación Argentina. Él fue ya juzgado y castigado el 3 de febrero de 1852. Cuando dos partidos salen al campo con espada en mano, se entiende que se someten al juicio de Dios de los pueblos, que son las batallas. El que cae vencido es el condenado. Su derrota es su sentencia. Pero que el pueblo mismo, que lo ha sostenido veinte años y defendido seis horas en campo de batalla, sea el que lo condene a muerte; y elija para condenarlo el tiempo en que su conducta de vencido leal y sumiso, es irreprochable me ha parecido cosa tan ridícula que la Nación no debía aceptar bajo su responsabilidad.”

Ante semejante señorío y hombría de bien debo decir que la escuela alberdiana se ha perdido en los vericuetos de la historia.

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