Por Pedro Álvarez Bustos.-

Durante lo primeros días de febrero próximo pasado, la prensa argentina informó que, conforme datos del Departamento General de Irrigación de Mendoza, el Atuel y el Diamante están por encima de los niveles históricos en cuanto a caudales.

El Diamante trae el 105 por ciento de su caudal habitual o sea 49 metros cúbicos segundo; mientras el Atuel lo hace con un 101% de su caudal tradicional o sea 50 m3/segundo.

He aquí que no se debe pasar por alto la circunstancia de que el Diamante era afluente del Atuel.

Desvío del Diamante

Hasta 1808, es decir, más de doscientos siete años atrás, y antes de variar bruscamente su dirección hacia el sudeste, el Atuel recibía la afluencia del Diamante, que duplicaba el escurrimiento actual.

En ese año, el Diamante fue desviado por obras ordenadas por el comandante del Fuerte de San Rafael, don Miguel Telles Meneses Sodré, y aunque el río volvió naturalmente a su antiguo lecho, por lo menos en dos oportunidades durante el siglo XIX, la persistencia de la acción humana lo encauzó definitivamente como en la actualidad. Empero, en otra ocasión volvió porque el hombre así lo quizo.

Hoy, a más de dos siglos del desvío del Diamante hacia su actual curso, todavía puede advertirse claramente el antiguo cauce que los unía, conocido en nuestros días como arroyo La Aguadita.

Datos que, en forma más extensa obran en el libro, que publicáramos en 1984 (hace 32 años), sobre “Interprovincialidad del Río Atuel”.

En necesario recordar como el caudal del ATUEL no solo fue perjudicado por obras clandestinas, obstrucciones y tapones, sino también por el desvío de su principal afluente, en territorio mendocino.

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