Por Germán Gorraiz López.-

Edward L. Bernays, sobrino de Sigmund Freud y uno de pioneros en el estudio de la psicología de masas, en su libro «Cristalizando la opinión pública», desentraña los mecanismos cerebrales del grupo y la influencia de la propaganda como método para unificar su pensamiento. Así, según sus palabras «la mente del grupo no piensa, en el sentido estricto de la palabra. En lugar de pensamientos tiene impulsos, hábitos y emociones. A la hora de decidir su primer impulso es normalmente seguir el ejemplo de un líder en quien confía (Xi Jinping). Este es uno de los principios más firmemente establecidos por la psicología de masas». En consecuencia, la propaganda del Politburó chino está dirigida no al sujeto individual sino al Grupo en el que la personalidad del individuo unidimensional se diluye y queda envuelta en retazos de falsas expectativas creadas y anhelos comunes que lo sustentan.

Por su parte, el estadounidense Harold Lasswell (uno de los pioneros de la «mass comunicación research»), estudió después de la Primera Guerra Mundial las técnicas de propaganda e identificó una forma de manipular a las masas ( teoría de «la aguja hipodérmica o bala mágica»), teoría plasmada en su libro «Técnicas de propaganda en la guerra mundial (1.927). Dicha Teoría se basada en «inyectar en la población una idea concreta con ayuda de los medios de comunicación de masas para dirigir la opinión pública en beneficio propio y que permite conseguir la adhesión de los individuos a su ideario político sin tener que recurrir a la violencia».

Dichas técnicas de manipulación de masas habría conseguido el encefalograma plano de la conciencia crítica de la sociedad china actual, conciencia acrítica favorecida por la asfixiante censura ejercida por el Gobierno chino en Internet y aunado con el finiquito del código deontológico periodístico habrían convertido a la mass media china en mera correa de transmisión de los postulados del Partido Comunista chino.

¿El coronavirus hará tambalear la autocracia china?

El actual sistema dominante chino utilizaría asimismo la dictadura invisible del consumismo compulsivo de bienes materiales para anular los ideales del individuo primigenio y transformarlo en un ser acrítico, miedoso y conformista que pasará a engrosar ineludiblemente las filas de una sociedad homogénea, uniforme y fácilmente manipulable mediante las técnicas de manipulación de masas. Así, el sociólogo y filósofo alemán Herbert Marcuse, en su libro «El hombre Unidimensional» (1.964), explica que «la función básica de los medios es desarrollar pseudonecesidades de bienes y servicios fabricados por las corporaciones gigantes, atando a los individuos al carro del consumo y la pasividad política», sistemas políticos que serán caldo de cultivo del virus patógeno conocido como «autos-kratos» o autocracia.

La autocracia sería una forma de Gobierno ejercida por una sola persona con un poder absoluto e ilimitado, especie de parásito endógeno de otros sistemas de gobierno (incluida la llamada democracia formal), que partiendo de la crisálida de una propuesta partidista llegado al poder se metamorfosea en líder Presidencialista (Xi Jinping), con claros tintes totalitarios (inflexible, centralista y autoritario), lo que confirma el aforismo de Lord Acton «El Poder tiende a corromper y el Poder absoluto, corrompe absolutamente».

Sin embargo, la falta de previsión y adopción de medidas profilácticas por las autoridades chinas en los casos de contaminación del aire, la falta de previsión en la crisis de la peste porcina que habría aumentado los precios de la carne de cerdo hasta límites estratosféricos y la irrupción de la pandemia del coronavirus (con sus consiguientes efectos colaterales en forma de oscurantismo informativo, cuarentenas de ciudades, paralización de la actividad productiva y episodios de desabastecimiento de alimentos), podría provocar el final del endémico aislamiento y pasividad del individuo sumiso y acrítico que conforma la actual China.

Así, estaría ya surgiendo un nuevo individuo reafirmado en una sólida conciencia crítica, sustentado en valores caídos en desuso pero presentes en el código atávico chino como el respeto al medio ambiente, la solidaridad y la indignación colectiva ante la corrupción e injusticia imperantes y dispuesto a quebrantar las normas y las leyes impuestas por el Partido Comunista.

Ello terminará por diluir el opiáceo inhibidor de la conciencia crítica (consumismo compulsivo), no siendo descartable la aparición de manifestaciones de protesta espontáneas integrados por ciudadano hastiados de la incompetencia de los cuadros dirigente del Partido Comunista y de la falta de las mínimas libertades democráticas.

Si a dicho cóctel le añadimos el incremento de la tasas de paro debido a la salida de empresas extranjeras de China y a la contracción del comercio mundial que se avecina debido a la entrada en recesión de las economías tractoras occidentales como EEUU, Gran Bretaña y la UE, podrían provocar el finiquito de la política del COVID 0 y una mayor participación de los movimientos ciudadanos en la toma de decisiones del Politburo chino.

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