Por Hernán Andrés Kruse.-

Los hutíes no están solos en su cruzada contra Estados Unidos. Comandantes del Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica de Irán y de Hezbollah están en Yemen ayudando a los dueños de casa en la dirección y la supervisión de sus ataques contra la navegación en el Mar Rojo. Luego del ataque de Hamás contra Israel el 7 de octubre Irán decidió incrementar el suministro de armas a los hutíes. En efecto, según varias fuentes regionales, Irán proporcionó a dicha milicia aviones no tripulados, misiles de cruceros antibuque, misiles balísticos de precisión y misiles de medio alcance. Además, comandantes y asesores iraníes están brindando a los hutíes conocimientos, datos y apoyos de inteligencia para determinar cuáles de los buques que navegan por el Mar Rojo se dirigen a Israel, lo que los convierte en objetivos militares.

Sin embargo, Nasser Kanaani, portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de Irán, negó en reiteradas oportunidades la decisión de su país de apoyar a los hutíes. Por su parte, Mohammed Abdulsalan, portavoz de los hutíes, negó cualquier tipo de vínculo con Irán y Hezbollah. Pero una fuente interna iraní confirmó a Reuters la ayuda que vienen prestando los Guardianes de la Revolución a los Hutíes: “Un grupo de combatientes hutíes estuvieron en Irán el mes pasado y fueron entrenados en una base de la IRGC en el centro de Irán para familiarizarse con la nueva tecnología y el uso de misiles”. Según Abdulaziz al Sager, director del centro de estudios “Gulf Research Center”, consideró que “los hutíes, con su personal, experiencia y capacidades no están tan avanzados. Decenas de buques cruzan Bab al-Mandab a diario, los hutíes no tienen los medios, recursos, conocimientos e información por satélite para encontrar el objetivo específico y atacar”. En consecuencia, es imposible que actúen en forma independiente, sentenció (fuente: Infobae, informe de Samia Nakhouly y Parisa Hafezi).

En su edición del 25 de enero Infobae publicó un artículo de The Economist titulado “La guerra de Medio Oriente, en constante expansión”. Escribió la influyente publicación semanal inglesa: “Si se dibujara un diagrama de quién dispara a quién en Medio Oriente, se parecería cada vez más a un bowl de espaguetis. Lo que comenzó en octubre como una guerra entre Israel y Hamás ha arrastrado ahora a militantes de otros cuatro Estados árabes. Irán, Israel y Jordania bombardearon Siria este mes. Irán también bombardeó inesperadamente Paquistán, que debe haberse preguntado cómo se ha visto arrastrado a este lío. A punto de cumplirse el quinto mes, la guerra de Gaza parece lejos de llegar a su fin, a pesar de la creciente sensación en Israel de que los combates se han empantanado. El ejército israelí aún no ha encontrado a los principales dirigentes de Hamás ni a la mayoría de los rehenes israelíes que siguen en su poder (…). Desde el 7 de octubre, las tres potencias más fuertes de Medio Oriente han tenido que reevaluar sus doctrinas de seguridad. La primacía militar de Israel se ha visto sacudida. Los representantes de Irán se han convertido en un lastre para su patrón. Y Estados Unidos se ha visto arrastrado de nuevo a una región que quería abandonar. Nadie está seguro de cómo proceder. Mientras la guerra de Gaza se prolonga, un conflicto regional más turbio sigue expandiéndose”.

Días más tarde Thomas L. Friedman escribió lo siguiente en The New York Times (“Una lucha geopolítica titánica está en marcha”, Infobae, 25/1/024): “Hay muchas maneras de explicar los dos mayores conflictos del mundo en la actualidad, pero la mía es que Ucrania quiere unirse a Occidente e Israel quiere unirse al Oriente árabe, y Rusia, con la ayuda de Irán, está tratando de detener al primero, e Irán y Hamás están tratando de detener al segundo. Aunque los dos frentes de batalla puedan parecer muy diferentes, en realidad tienen mucho en común. Reflejan una lucha geopolítica titánica entre dos redes opuestas de naciones y actores no estatales sobre qué valores e intereses dominarán nuestro mundo posterior a la Guerra Fría, tras la era relativamente estable de la Pax Americana /globalización que se inició con la caída del muro de Berlín en 1989 y el colapso del bloque soviético, principal rival de Estados Unidos en la guerra Fría. Sí, este no es un momento geopolítico cualquiera. Por un lado está la Red de Resistencia, dedicada a preservar sistemas cerrados y autocráticos donde el pasado entierra el futuro. En el otro está la Red de Inclusión, que intenta forjar sistemas más abiertos, conectados y pluralistas en los que el futuro entierre el pasado. Quien gane las luchas entre estas dos redes determinará mucho sobre el carácter dominante de esta época posterior a la Guerra Fría.

Ucrania está intentando separarse de la asfixiante esfera de influencia rusa para formar parte de la Unión Europea. Vladimir Putin está tratando de bloquearlo, porque sabe que si Ucrania eslava-con su vasto talento en ingeniería, su ejército de tierra y su granero agrícola-se une a la red europea, su autocracia eslava ladrona quedará más aislada y deslegitimada que nunca. Sin embargo, Putin no será derrotado fácilmente, sobre todo con la ayuda armamentística de sus aliados en la red, Irán y Corea del Norte, y el apoyo pasivo de China, Bielorrusia y muchos miembros del sur Global hambrientos de su petróleo barato. Israel estaba intentando forjar una relación normalizada con Arabia Saudí, que es la puerta de entrada a los numerosos Estados árabes de Oriente Medio y Estados musulmanes del sur de Asia con los que Israel aún no mantiene relaciones. Pero no sólo los israelíes querían ver aviones de El Al y tecnólogos israelíes aterrizando en Riad. La propia Arabia Saudí, bajo el príncipe heredero Mohammed bin Salman, aspira a convertirse en un gigantesco centro de relaciones económicas que vincule a Asia, África, Europa, el mundo árabe-e Israel-en una red centrada en Arabia Saudí. Su visión es una especie de Unión Europea de Oriente Próximo, con Arabia Saudí haciendo de ancla como Alemania hace con la verdadera UE” (…).

El autor concluye de la siguiente manera: “La Red de resistencia no tendría nada que justificara las guerras derrochadoras que libra y las armas que acumula, supuestamente para derrotar a Israel y a Estados Unidos, pero en realidad para mantener a su propio pueblo sometido y a sí misma en el poder. Mientras tanto, a la Red de Inclusión le resultaría mucho más fácil ampliarse, cohesionarse y ganar. Como he dicho, hoy está en juego mucho más de lo que parece”.

En su edición del 2 de febrero Infobae publicó un artículo de Héctor Schamis titulado “Israel, Hamás y la cuestión del genocidio”. Escribió el autor: “A partir de una denuncia de Sudáfrica invocando la convención de 1948, la Corte Internacional de Justicia abrió un proceso contra Israel por la comisión de actos de genocidio. La demanda incluyó un pedido de medidas provisionales, entre ellas que la Corte ordene a Israel interrumpir sus operaciones en Gaza. Ello a sabiendas que un juicio de esta naturaleza demoraría años. El cargo fue desestimado de manera contundente, la evidencia acerca del mismo es inmaterial, si no inexistente. La Corte tampoco ordenó a Israel detener su ofensiva. Sin embargo, sí le ordenó tomar todas las medidas necesarias para prevenir y castigar la incitación al genocidio y asegurar que la ayuda humanitaria llegue a Gaza. Una sentencia relativamente salomónica, un resultado previsible. Con lo cual, el objetivo primordial de la demanda se cumplió: una victoria en otra Corte, la de la opinión pública. Poniendo los términos “genocidio” y “Estado de Israel” en el mismo expediente judicial, y en la misma cobertura periodística, el daño fue infligido aún si sólo fuera en reputación.

No obstante, es manifiesta la liviandad con la que se usa el término “genocidio”. Se abusa de él en virtud de su transcendencia política, precisamente, y porque su ocurrencia obliga a los Estados a intervenir para detenerlo, a un mínimo para investigar y procesar a sus responsables (…) Pero el genocidio no se mide por la ferocidad de un ataque militar, por injustificado que sea, ni por el número de muertes, por muchas que se cuenten; mucho menos por una incitación. Para que exista genocidio se requiere la deliberada intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso. Incluye matar, lesionar, someter, impedir los nacimientos en el seno de ese grupo (o sea, la esterilización compulsiva), así como también transferir por la fuerza niños de ese grupo a otro (…) Se le puede imputar a Israel por imponer represalias excesivas, aún de cometer actos de venganza cruel pero no por genocidio. Se le puede acusar de ignorar nociones fundantes del derecho internacional, como el principio de distinción entre objetivos civiles y militares, y el de proporcionalidad de la respuesta, ambos para evitar el daño excesivo en la población. Pero no de genocidio (…) En suma, el genocidio supone una industria diseñada para el exterminio, como en el Tercer Reich, o una declaración de principios que lo proponga, como la de Hamás. Pues nada de eso puede ocurrir dentro de la arquitectura constitucional de Israel, que garantiza la separación de poderes, preserva las libertades civiles y protege los derechos de las minorías (…) En un Estado, el genocidio debe ser política de Estado para ser tal”.

A continuación paso a transcribir la parte del ensayo de Luciana Manfredi, Maximiliano Uller y Pamela Bezchinsky “El conflicto árabe-israelí: Historia y perspectivas de resolución” referida al rol del imperialismo en Medio Oriente.

EL IMPERIALISMO COMO FACTOR DETERMINANTE DE LA POLÍTICA EN MEDIO ORIENTE. LA CONSTRUCCIÓN DE LOS PROCESOS DE PAZ.

“Los pueblos y las naciones oprimidos no deben, en modo alguno, confiar su liberación a la «sensatez» del imperialismo y sus lacayos. Sólo podrán lograr la victoria fortaleciendo su unidad y perseverando en su lucha” (Mao Zedong)

INTRODUCCIÓN: ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL IMPERIALISMO Y SU ROL EN MEDIO ORIENTE

“Los países de Medio Oriente son creaciones arbitrarias de las potencias coloniales. El objetivo de éstas fue adecuar la economía colonial a la de la potencia colonialista, mediante la explotación de los recursos de forma exhaustiva, evitando todo tipo de desarrollo y avance cultural y social, obstaculizando cualquier movimiento emancipatorio. El capitalismo es un sistema polarizante por naturaleza. La creación artificial de periferias dominadas (colonias) dependientes del centro dominante (imperio) es un aspecto más de la polarización asimétrica del sistema, que se ha reflejado en el devenir histórico de forma violenta como un espejo de las contradicciones fundamentales del mismo. Como señala Ahmad Khalid Alí, “Lo cierto es que tanto franceses como británicos, entre otros, […], procuraban mantener el dominio colonial de la región, particularmente Gran Bretaña, y la región de Palestina era estratégica por su posición central en Medio Oriente y su nexo entre África y Asia”.

La segunda guerra mundial provocó un cambio en lo que respecta a las formas de dominación, con la sustitución del imperialismo colectivo por el rol hegemónico eventual de Estados Unidos, aunque durante más de cuarenta años dicha hegemonía no fue exclusiva, sino que fue disputada por la Unión Soviética en el contexto de un mundo bipolar. El imperialismo puede ser visto como una fase superior del capitalismo (más evolucionado, penetrante y abarcativo). Su reproducción, propia del proceso de acumulación de capital a escala global, se manifiesta a través de la convicción de que es necesario expandir el modelo de la democracia liberal en todo el mundo, convirtiendo necesariamente al poder de policía imperial en un deber legitimado por valores universales. De esta forma, Estados Unidos se presenta en la actualidad como el «portador universal de la felicidad y la libertad de los pueblos», y se embarca en un intento de hacer de sus intereses domésticos, intereses universales funcionales a su política imperialista. Como plantea Boron: “Mediante la macabra manipulación de palabras y hechos reproducida incesantemente por los medios de comunicación de masas férreamente controlados por el capital, su salvaje terrorismo se convierte en guerra humanitaria, sus masacres a mansalva en ocasiones daños colaterales y sus guerras de rapiña y conquista en cruzadas a favor de la libertad y la democracia”.

Un aspecto novedoso del proyecto imperial de Estados Unidos es que, a diferencia de las grandes potencias colonialistas de los siglos XIX y XX, éstas sabían que no eran únicas y, por lo tanto, ninguna aspiraba a la dominación global. Esto se ha modificado sustancialmente desde el fin de la Guerra Fría. En la actualidad, Estados Unidos opera con estados dependientes y satélites y su arma decisiva es la fuerza militar y tecnológica, indispensable para ejercer un control directo mediante bases militares y presencia física en el territorio. Esta estrategia implica el desarrollo progresivo de una política de intervención armada. El proyecto, cuyo pilar fundamental es la dimensión militar, fue concebido en la Conferencia de Posdam y firmado el 2 de agosto de 1945. Tras esto se puso en marcha una estrategia militar global que priorizaba a Medio Oriente como uno de los ejes de la geopolítica internacional. El grado extraordinario que alcanzó el armamentismo norteamericano en tiempos de paz no tiene precedentes históricos, reforzado considerablemente durante los años de la Guerra Fría y a partir de entonces. La expansión de la venta de armamentos ha colaborado en la superación de la debilidad de la economía norteamericana en momentos de crisis. Como señalara Borón, “(…) lo que caracterizaría al imperio sería la primacía de una lógica global de dominio superadora de los tradicionales intereses nacionales y cuya belicosa reafirmación ocasionara innumerables guerras imperialistas en el pasado. Washington se involucra militarmente a lo largo y a lo ancho del planeta en respuesta a un clamor universal para imponer la justicia y la legalidad internacionales”.

El colapso de la Unión Soviética en 1991 dejó a Estados Unidos como la única superpotencia (aunque no hegemónica) indisputable en la arena internacional, con una considerable ventaja militar. Este proyecto de expansión hegemónica se fundó sobre el monopolio nuclear, no existiendo competencia seria para Estados Unidos en dicho terreno. La estrategia militar global y las intervenciones en países soberanos no han hecho más que demostrar al mundo su poderío internacional y su facilidad para utilizar la fuerza indiscriminadamente, dejando al descubierto la supresión del proyecto europeo en materia de seguridad. Esto representa un peligro a nivel mundial, ya que progresivamente se va configurando una militarización a escala global cuyas consecuencias pueden desestabilizar el mundo. La política exterior norteamericana estaría entonces motivada por la apropiación de las fuentes de obtención de recursos naturales, orientados a la satisfacción de la demanda de sus consumidores. En aras de esta política se viola de modo sistemático la soberanía nacional de varios estados (como en el caso del bloqueo económico a Irak). Sin perjuicio de la realidad imperial, consideramos que los Estados nacionales siguen siendo los actores fundamentales del sistema internacional y que la economía doméstica y los recursos naturales son parte constitutiva de dicha soberanía. Las políticas de expansión y dominación imperial aparecen como si fueran verdaderos sacrificios en «aras del bien de la humanidad», los derechos humanos y la democracia (pero se daña la soberanía nacional y no se respeta el derecho de autodeterminación de los pueblos, profundizando la lógica de la etapa colonial de fines del siglo XIX).

Como hemos venido afirmando, el conflicto árabe-israelí se convirtió en un aspecto esencial de la competencia bipolar en tiempos de la Guerra fría. Una vez derrumbada la Unión Soviética, Estados Unidos se presentó como el único Estado capaz de tomar posición efectiva, hacerse cargo de la región y sus conflictos y erigirse como virtual garante de un proceso de paz. La estrecha relación establecida con el Estado de Israel (que representa a todas luces una aproximación bastante fiel al modelo de democracia representativa occidental) consolidó a este último como aliado fundamental del imperialismo norteamericano; alianza vislumbrada para minar a los regímenes nacionalistas, terminar con el «terrorismo fundamentalista islámico», y convertir a Israel en enclave estratégico para controlar la región, y sus recursos.

Para entender la relevancia que el acceso y control de los recursos ocupa en la estructura imperialista mundial, basta observar el lugar preponderante que ocupa Medio Oriente en el contexto de la geoestrategia norteamericana. Tres son los elementos fundamentales: su riqueza petrolera, su posición geográfica en el corazón del viejo mundo y su carácter de eje del sistema mundial. Referido al primer punto, que es a nuestro juicio el más relevante, lo que está en juego en Medio Oriente es en realidad la dependencia que ostenta Estados Unidos respecto del petróleo. La posibilidad de apropiarse de las fuentes de aprovisionamiento permite controlar la producción, establecer los precios y, en consecuencia, obtener márgenes de ganancia más amplios. Sabiendo que quien controla las ganancias dispone de un poderoso elemento para manejar discrecionalmente los asuntos internacionales. El petróleo es una materia prima altamente estratégica para el desarrollo económico y para el potencial militar de los países. El hecho de que Estados Unidos pueda acceder a manejar directamente sus fuentes de origen, representa una estrategia orientada a contener el poder de la Unión Europea, socavando simultáneamente el poder de la OPEP. “El petróleo constituye, hoy por hoy, el sistema nervioso central del capitalismo internacional, y su importancia es aún mayor que la que tiene el mundo de las finanzas. (…) uno de los posibles escenarios futuros del sistema internacional es el de una acrecentada rivalidad inter-imperialista en donde el saqueo de los recursos estratégicos, como el petróleo y el agua, y la pugna por un nuevo reparto del mundo, bien pudieran tener como consecuencia el estallido de nuevas guerras de rapiña, análogas en su lógica a las que conociéramos a lo largo del siglo XX (…)” (Borón). “En suma, el petróleo, que se convierte en un insumo fundamental para la supremacía aliada en la guerra, pasa a partir de 1918 a ser la razón principal para diseñar la nueva geografía de Medio Oriente […] donde se negocian sin testigos el reparto de la región, a través de la creación de «mandatos»” (Henry Laurens).

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