Por Álvaro Vargas Llosa.-

Si usted es, como este servidor, un enamorado del fútbol (qué cierta la frase de Albert Camus diciendo que las mejores lecciones de moral las aprendió en los estadios), a estas horas imagino que está arañando las paredes de la indignación. Si no lo es, supongo que está por lo menos mortalmente ofendido. Si usted es un latinoamericano o un caribeño, o vive en esa zona del mundo, está debatiéndose entre la vergüenza y la desmoralización cultural. Y si usted es un viejo detractor de la Fifa, debe estar sintiendo esa contradictoria sensación que produce una reivindicación a destiempo, con sabor a victoria pírrica.

Los 47 cargos presentados por una fiscalía neoyorquina contra un total de 14 ejecutivos de la Fifa y de empresas de mercadeo deportivo, así como el arresto, en el Baur au Lac de Zurich, de siete funcionarios de esa organización, son sólo el comienzo, como lo dijo la fiscal general norteamericana, de un proceso contra la corrupción sistémica del mundo del fútbol.

No sabemos exactamente cuántos millones de dólares se han pagado a lo largo de los años en sobornos a los funcionarios de la Fifa que deciden quién preside la organización y quiénes ocupan los máximos cargos, quién televisa algunos de los principales torneos, quién patrocina ciertos eventos y a equipos relacionados con ellos y qué países son sedes de las competiciones que mueven el interés de varios cientos -quizá algunos miles- de millones de personas. Se ha hablado, en esta primera entrega del folletín anunciado, de unos 150 millones de dólares en sobornos relacionados con la elección de Sudáfrica como sede del Mundial celebrado en 2010, la elección de las autoridades de la Fifa en 2011, la organización de cuatro ediciones de la Copa América y otros acontecimientos. Pero ya se investigan, en Nueva York y en la propia Suiza, los indicios de irregularidades en la elección de las sedes de Rusia (2018) y Qatar (2022) para los próximos mundiales, entre otras cosas. En otras palabras: probablemente, los pagos sucios superen largamente la cifra inicial. Puede decirse que no hay decisión importante tomada a lo largo de varios años que no esté bajo una nube negrísima de sospecha.

La nube no sólo ennegrece a la Fifa, cuya sede está en Suiza, sino a las confederaciones de fútbol que, bajo el paraguas de esa organización planetaria, controlan el deporte en los distintos continentes, y las federaciones y asociaciones que a su vez mandan en cada uno de los países. Nadie debería preguntarse ya quién está corrompido: la pregunta hoy es quién no lo está. Muchos cometieron delitos; otros no necesariamente lo hicieron en el sentido estricto de la ley, pero sí cometieron la inmoralidad de fomentar, permitir o convivir con un sistema en el que, a decir de la fiscal general de Estados Unidos, “se trató a las decisiones de negocios como boletas a ser convertidas en riqueza personal”.

Un perfecto ejemplo de esto es lo sucedido con el trinitense Jack Warner, uno de los imputados. Fue durante mucho tiempo presidente tanto de la federación de su país como de la Concacaf, confederación que agrupa a Norteamérica, Centroamérica y el Caribe, así como vicepresidente de la Fifa. Las denuncias e indicios de sobornos recibidos por él y otras personas para votar por Sudáfrica como sede del Mundial de 2010 tuvieron que intensificarse mucho para que, en su momento, la Fifa se dignase ordenar una investigación interna. Cuando lo hizo, concluyó que en efecto Warner estaba en falta, lo que lo llevó a renunciar. Pero nunca se publicaron los detalles ni hizo la Fifa el menor esfuerzo para que las autoridades jurisdiccionales suizas o de país alguno tomaran cartas en el asunto. Preservaron el secreto y le organizaron a Warner en 2011 una renuncia “digna”. Todo siguió igual. Hoy sabemos por la fiscalía neoyorquina que Warner y otros dos ejecutivos recibieron unos 10 millones de dólares por la venta de su voto.

Algo parecido ocurrió con las denuncias reiteradas sobre el pago de sobornos por la elección de Qatar como sede del Mundial que tendrá lugar en 2022. La presión mediática y política llevó a la Fifa a hacer una investigación interna. La organización contrató al ex fiscal estadounidense Michael J. García para elaborar el informe. Cuando lo hizo, el Comité de Etica decidió no publicarlo. En lugar de ello, dio a la publicidad un resumen que el propio García desautorizó porque deformaba u ocultaba partes fundamentales. La Fifa se limitó a decir que la conclusión avalaba la transparencia de la elección de Qatar como sede. Abrió, eso sí, un proceso investigativo contra tres ejecutivos, de los cuales uno fue exonerado. Los otros dos casos todavía no se han cerrado. La Fifa tampoco acudió a las autoridades jurisdiccionales por este asunto.

Esa fortaleza impenetrable bajo el mando de Joseph Blatter, el hombre que preside la Fifa desde hace 17 años y que ha diseñado, con ayuda de sus adláteres, la dictadura más perfecta del mundo, tiene un área especialmente tenebrosa: América Latina y el Caribe. Debe llenarnos de vergüenza que la inmensa mayoría de los imputados y detenidos -o con pedido de extradición- por la fiscalía estadounidense sean latinoamericanos y caribeños. Esa lista incluye a dos vicepresidentes (Eugenio Figeredo, de Uruguay, y el caimanés Jeffrey Webb), así como un actual presidente de federación (el venezolano Rafael Esquivel), un ex presidente de la federación más poderosa de la zona (el brasileño José Maria Marin) y un ex presidente nada menos que de la Conmebol, la confederación de toda Sudamérica. Para no hablar de los ejecutivos argentinos de las firmas Torneos y Competencias y Full Play, o del brasileño del grupo Traffic, la firma de la misma nacionalidad.

Que haya alguno que otro estadounidense involucrado o que puedan ser imputados más adelante conglomerados económicos internacionales o ejecutivos europeos no desmerece un ápice el lugar de privilegio que ocupan América Latina y el Caribe en esta vasta red de corrupción. Es más: se calcula que los sobornos acordados en relación con las cuatro ediciones próximas de la Copa América superan los 100 millones de dólares, por tanto, el grueso de lo que al día de hoy se calcula que asciende el monto total de los pagos ilegales vinculados a la Fifa. Las denuncias que figuran en los documentos hechos públicos por la fiscalía neoyorquina sugieren que las máximas autoridades de al menos nueve de las 10 federaciones sudamericanas fueron beneficiarias de este aquelarre de pillos.

¿Por que habría de sorprendernos? Latinoamericanos y caribeños representan hoy una de las regiones más corruptas del mundo, a juzgar por las relaciones pornográficas que salen a la luz todos los días entre sus Estados y sus empresas, por la venalidad que pulula en sus sistemas jurisdiccionales y por el divorcio entre gran parte de la población y las siempre cambiantes y confusas -y a menudo irreales- leyes que en teoría rigen. El fútbol, que expresa una parte de lo que son los países, está tan podrido, ahora lo sabemos, como muchos políticos, empresarios, activistas de ONG y miembros de instituciones de la vida civil en general. Cuando figuramos en los puestos en que figuramos en el ranking de transparencia es porque lo merecemos.

¿Por qué ha sido posible que el fútbol mundial se corrompa de esta forma? Es cierto que el deporte rey mueve multitudes y que por ello mismo genera mucho dinero. La Fifa ha ingresado unos 10 mil millones de dólares en los últimos siete años y dispone en este momento, según los últimos estados de cuentas, de unos 1.500 millones de tesorería y activos líquidos. Pero muchas organizaciones o empresas multinacionales mueven miles de millones de dólares sin que impere en ellos tamaña corrupción.

La verdadera explicación reside en que la Fifa es una dictadura populista. Como tal, protege a los que están en el poder, a los que resulta imposible remover por la vía normal, e impide la existencia de contrapesos y límites. Gracias a un sistema de reparto de dinero, tiene una clientela, o sea un voto cautivo, que reelige perennemente a sus autoridades. Blatter, el suizo que preside la Fifa, debía conseguir su quinto mandato consecutivo en las elecciones convocadas para este fin de semana (gobierna desde 1998). A menos que a último minuto la presión política o el temor a que se le volteen muchos votos haya obligado a Blatter a postergar las elecciones o renunciar (hasta el primer ministro británico David Cameron y el presidente de la Uefa, o sea el fútbol europeo, han pedido que se vaya), este inamovible caballero goza ahora de un nuevo mandato de cuatro años. El único contendor que quedaba el viernes aparte de Blatter, el príncipe Ali bin al Hussein de Jordania, intentaba que el escándalo volcara hacia él las decenas de votos que el actual mandatario tenía comprometidos. Pero al cierre de esta edición, las posibilidades no eran grandes. Otros dos pretendientes, el portugués Luis Figo y el holandés Michael van Praag, se habían retirado días antes denunciando que todo estaba amarrado para reelegir a Blatter.

El sistema mediante el cual Blatter y compañía han logrado convertir la Fifa en una dictadura viene de muy atrás (cuando el propio Blatter era funcionario pero aún no presidente). Ha consistido en expandir el número de países miembros de la organización, mediante la creación de federaciones y asociaciones (hoy suman 209 en total) a las que se otorga un voto en el congreso de la Fifa. Todas tienen el mismo peso, de manera que, como afirmaba el Wall Street Journal hace unos días, el territorio británico de Anguila, que ni siquiera es un país y cuyo equipo sólo ha ganado cuatro partidos en su historia oficial, tiene el mismo peso que Alemania, cuatro veces campeón del mundo.

Pero esto no basta para asegurar la lealtad de las federaciones. Hace falta la repartija de dinero a través de diversos programas, entre ellos uno llamado “Gol”, para obras de infraestructura y para apoyar el desarrollo institucional del deporte en cada país. La entrega anual de un total de decenas de millones de dólares a distintas federaciones tiene una cobertura legal y ética impecable, como la tiene el hecho de incorporar a nuevas federaciones y darles derecho de voto: ¿Quién puede oponerse a que los pobres reciban el grueso del dinero para ponerse al día con los ricos? Pero esta dispensa oculta un mecanismo clientelista que ha permitido a Blatter y compañía el poder absoluto y la reelección por dos décadas.

Como en todas las dictaduras, en esta organización sin contrapesos ni límites, de reglas opacas y sistemas de impunidad, era imposible que no cundiera una vasta corrupción.

¿Está todo perdido? No, no lo está. Por una razón y sólo una: porque allí están esos sanos e idealistas muchachos que se preparan para jugar la final de la Champions en Berlín, la Copa América en Chile y otras muchas citas con el gol, una de las bellas artes.

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