Por Carlos Tórtora.-

La gira presidencial por Europa impuso un obligado impasse en la confrontación interna del oficialismo. Alberto Fernández, de la mano de Martin Guzmán, intenta crear condiciones para un acuerdo con el FMI sobre el cual Cristina Kirchner rechaza el plazo de diez años que impone el organismo. Pero en la agenda presidencial está no menos presente la conveniencia de evitar una caída en default con el Club de París el próximo 31. El presidente se exhibe así ante el mundo como un gobernante responsable asediado por las presiones de un kirchnerismo duro volcado a posiciones extremas, aunque en realidad él coincidiría con su vicepresidenta en que no habrá acuerdo con el FMI antes de las elecciones. La batalla por los aumentos de tarifas entre Guzmán y el Subsecretario de Energía Federico Basualdo puso al primero al borde de la renuncia y generó en la dirigencia política la convicción de que se aproximan instancias decisivas, aunque el oficialismo se caracteriza por caminar por la cornisa. Lo que produce cierto asombro en el peronismo es que el conflicto interno haya llegado hasta este punto cuando está por iniciarse el calendario electoral. Con Guzmán derrotado con las tarifas al menos por ahora, el presidente se sentiría obligado a respaldarlo, porque, si lo abandonara, estaría debilitándose a sí mismo. Como buen político tiempista, Alberto está resistiendo con la expectativa de que la necesidad obligue a Cristina a pactar ante la inminencia del ciclo electoral que ambos tendrán que sobrellevar con pandemia, crisis económica y la misma crisis interna del oficialismo. Para conseguir remontar la cuesta, el presidente busca compartir los costos con la oposición. Por ejemplo, envió al Congreso el proyecto de ley delegando facultades para combatir la pandemia en el Ejecutivo, que insólitamente en sus 34 artículos vuelca el contenido del Decreto 287, actualmente vigente, con asombrosas disposiciones para una ley como ordenar que se deberá estornudar cubriéndose con el codo.

La realidad es que la vicepresidenta necesita no sólo que el presidente subsista en el cargo sino que pueda seguir gobernando con un mínimo nivel de eficacia. Lo contrario sería adentrarse en un tembladeral institucional que podría marcar el ocaso del kirchnerismo. El caso es que la tensión generada entre los dos bandos gobernantes paralizó a la oposición, porque el peronismo, una vez más en la historia, se muestra a la vez como oficialismo y oposición. Juntos por el Cambio parece subyugado por el espectáculo que da el oficialismo e intenta reponer en la agenda pública el tema de la corrupción, a través de la denuncia de la diputada nacional de la Coalición Cívica-ARI, Mariana Zuvic, que acusó al Frente de Todos de estar vinculado a la empresa de hisopados LabPax, protagonista del escándalo de los hisopados en Ezeiza.

En este contexto del peronismo oficiando a la vez de peronismo y oposición, lo curioso es que el poder político se asienta fuera del poder formal, que se desenvuelve a la defensiva.

La temperatura social

Los desmanes de los últimos días en Colombia encendieron las alertas en la Casa Rosada, que está consumiendo múltiples sondeos sobre el clima social y sus tendencias. Intentan dilucidar las mediciones hasta cuándo tiene espacio el gobierno para mantener las actuales restricciones por la pandemia y qué efecto electoral tendría llegar a un porcentaje de vacunados cercano al 50% para el comienzo del segundo semestre. La especulación oficial es que -aunque tardío- el eventual éxito de la campaña de vacunación podría consolidar la base electoral del gobierno. Siempre en el terreno social, se hacen notar estos días las declaraciones de Emilio Pérsico descalificando la tarjeta Alimentar y de Juan Grabois definiendo a Alberto como un presidente de transición.

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