Por Rodolfo Patricio Florido.-

Hace semanas que pienso y siento sobre esto. El periodismo de la grieta puede hablar de todos pero pocos pueden hablar de ellos… excepto ellos mismos. Sé que las generalizaciones son malas pero debo hacerlas. Hay periodistas extraordinarios, brillantes, intelectualmente honestos y valientes. Pero no son estos los que queman nafta para avivar un fuego o lo crean cuando el fuego no se enciende o cavan en el interior de la grieta mientras hablan de taparla.

Estos últimos son los peores, se quedan en el lugar “políticamente correcto”, hablan de unir a los argentinos y mirar el futuro, mientras en paralelo alimentan a los cavadores de grietas bajo el pretexto del pluralismo. ¿Qué hay en el detrás de escena? Nada nuevo, el dinero de ambos extremos de la grieta, el rating que alimenta a unos y a otros y, por último, el asegurarse tener acceso al poder que existe y al que pueda venir. Surfean la grieta por si la ola cambia de dirección. No les importan los muertos del precipicio porque ellos te acompañan en el sentimiento mientras te venden el cajón.

Ese periodismo se ha ido degradando en una suerte de festival de vanidades, narcisistas, hedonistas y cultores de sus verdades relativas como si estas fuesen sentencias definitivas. Censores de todo el universo social se auto indican como los receptores del supuesto imaginario colectivo, asignando mayorías populares solo cuando estas se ajustan a sus juicios y prejuicios. Hablan como si sus verdades relativas fueran las únicas verdades, mientras que, en paralelo, presumen de una diversidad que solo practican cuando sus prejuicios son convalidados. Se expresan como si la honestidad fuera un absoluto que solo ellos poseen. En otras palabras, hablan de los caníbales pero se los comen cuando su propia hambre se los reclama.

Se expresan como si representaran a las grandes mayorías populares -una entelequia por cierto (situación perfecta e ideal que solo existe en la imaginación)- como si ellos fueran depositarios del sentimiento colectivo. O sea, reafirman sus prejuicios indicando que ese es el sentimiento popular, para así, calificar de mayoritario su propio pensamiento y de esa manera condicionar cualquier situación o cualquier invitado, de manera tal que si se expresa en sentido contrario a su prejuicio, esta o este quede como un enemigo de las “grandes mayorías populares” y, obviamente, se exponga al ridículo por parte de quien domina el micrófono y los tiempos de disposición de este. Incendian la tele y luego miran a cámara pidiendo a los bomberos.

Muchas veces el periodismo actúa como los economistas y las oposiciones. Todos tienen las soluciones perfectas cuando no tienen las responsabilidades de ser oficialistas.

La situación es casi absurda. Es como si debiera ganar un partido político X y darle luego la responsabilidad ejecutiva al que perdió por que es ese el que tiene la solución. Las discusiones son patéticas. El mismo periodista, economista y/o dirigente político que un día decía que el dólar estaba retrasado, sale disparado y angustiado cuando el dólar sube. Antes hablaba de que no se podía competir con el mundo ni exportar con un dólar tan bajo y ahora dice que el aumento del dólar recalienta la inflación y le quita poder adquisitivo a los ciudadanos. Así, no hay posibilidad de madurar en las medidas. Nunca se puede ganar porque destruyen lo que está y luego destruyen lo que viene. Parecen como esos futbolistas que explican su bajo nivel porque no juegan seguido y luego explican su bajo nivel porque juegan muy seguido.

No son la reserva moral de la Nación. Son más bien un espejo de nuestras propias miserias. Suben o bajan el audio de los micrófonos de los invitados o de sus propios colegas a voluntad. Dan o quitan la palabra al calor de sus prejuicios o del rating, mientras que pontifican sobre verdades relativas transformándolas en sentencias cuando estas se ajustan a sí mismos o al rating. A pocos o a nadie le importa si ese rating está construido sobre la base del circo romano. Ese circo que cambió la excitación de las masas por el asesinato del gladiador caído por el mayor encendido que presume una situación de agresividad desbordada que despierta.

Han hecho de la grieta un negocio que profundizan porque les permite la adrenalina televisiva que supone la morbosidad de hablar en contra de la prostitución mientras muestran prostitutas y así logran juntar público tanto del rechazo a la prostitución como a los consumidores de esta. Es lo mismo.

La “grieta” se ha transformado en una suerte de reality miserable que refleja nuestros propios prejuicios y, lejos de superarlos, los alimenta, porque siempre tiene más rating la bomba que la reconstrucción de lo destruido. ¿Puentes sobre la grieta? A nadie o a pocos les importan los puentes. Es más fácil y rinde más alimentar el conflicto entre el gorilismo y el populismo, que la aburrida construcción de puentes sobre los que transite la sociedad.

Es tan obvio todo esto que hasta se está construyendo una justificación histórica sobre “la grieta”. Estos constructores del salto al vacío, afirman que la grieta siempre existió y que Corea del Centro no existe. Bárbaros. Ni siquiera tienen la dignidad de reconocer que hablan de iluminar la estación de servicio con un fosforo en la mano, pero ahora han avanzado en la descalificación de los que intentan encontrar en el equilibrio de la mesura y el reconocimiento al pensamiento diverso. En otras palabras, dinamitan los puentes sobre la grieta justificándose en la presunta existencia histórica desde siempre, como si el error y la muerte fueran un valor que debemos asimilar porque siempre existió. Mientras en una mano exhiben la paloma de la paz, en la otra ocultan el halcón.

Es triste que aún naveguemos estas aguas, conducidos por timoneles que ofrecen excursiones de pesca en el triángulo de las Bermudas. Deberíamos pensar en el sentido de lo que decía Baudelaire cuando afirmó que… “El Odio es un borracho al fondo de una taberna, que constantemente renueva su sed con la bebida”.

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