Por Hernán Andrés Kruse.-

Hace unos meses el presidente formal de la nación le declaró la guerra a la inflación. Hasta el momento la inflación se impone cómodamente. La última medición del INDEC, correspondiente a agosto, señaló una inflación del 7% y todo parece indicar que cuando finalice este dramático año la inflación será de tres dígitos. La apabullante victoria de la inflación no hace más que demostrar la dramática inoperancia del gobierno, su miopía, su ceguera ideológica. Alberto Fernández sigue culpando del flagelo inflacionario a factores exógenos, como la guerra entre Rusia y Ucrania. Si tal diagnóstico fuera el acertado los países que limitan con Argentina deberían tener una inflación tan alta como la nuestra. Por el contrario, Uruguay, Chile, Brasil y Bolivia, por ejemplo, tiene una inflación que no supera el 10% anual. Ello significa que sus gobiernos han sido más eficaces en el combate contra la inflación.

La apabullante victoria de la inflación no hace más que confirmar el fracaso de las políticas intervencionistas aplicadas por el gobierno, como el control de precios. Sin embargo, es tal el fanatismo del gobierno que jamás reconocerá sus errores, jamás admitirá que la inflación es un problema básicamente monetario, como lo han enseñado ilustres maestros de la economía liberal como Mises, Hayek y Rothbard. A propósito del último de los nombrados: sería aconsejable que por lo menos un funcionario del área económica se tomara el tiempo para leer “Moneda libre y controlada”, donde brinda una clase de inflación sencillamente notable. Es tan didáctico que incluso alguien como yo, carente de formación económica, es capaz de comprender lo que escribe.

En el libro mencionado Rothbard considera que la aparición de la moneda permitió a los gobernantes crear métodos más sutiles para la expropiación de los recursos del pueblo. Si el gobierno es lo suficientemente astuto para crear dinero de la nada, es decir para falsificar la moneda, estará en condiciones de producir su propio dinero, sin necesidad, como lo hacen los particulares, de vender servicios o extraer oro. Tal falsificación es sinónimo de inflación. “Evidentemente”, señala el autor, “falsificación no es otra cosa que un nuevo nombre para la inflación, una y otra crean nuevo “dinero” que no está sujeto al patrón oro o plata, y ambas funcionan de manera similar. Ahora vemos la razón por la cual los gobiernos son inherentemente inflacionarios: se debe a que la inflación es un medio poderoso y sutil de que el gobierno dispone para apropiarse de los recursos del público, procedimiento cuyo efecto no se advierte inmediatamente y, por eso, no determina reacción dolorosa. Es el más peligroso de todos para gravar impositivamente”. La inflación, por ende, es la manera más sutil que han encontrado los gobiernos para estafar a los pueblos.

Los efectos económicos de la inflación son deletéreos, sentencia Rothbard. Para que este problema sea comprendido cabalmente, el autor comienza por analizar qué sucede cuando entran en acción unos falsificadores. Si en una economía que dispone de diez mil onzas de oro, los falsificadores introducen en forma clandestina dos mil onzas más, falsificadas, ¿cuáles son los efectos de esta acción? En primer lugar, los falsificadores obtienen ganancias inmediatas. En efecto, luego de tomar este dinero lo emplean para la adquisición de bienes y servicios. A su vez, el nuevo dinero falsificado se abre camino por el sistema económico, haciendo subir los precios. En otras palabras, el nuevo dinero, el de los falsificadores, sólo puede hacer mermar la eficacia de cada dólar. Pero esa merma no se produce repentinamente. Por el contrario, se trata de un lento proceso y la consecuencia no es igualitaria, ya que algunos ganan y otros pierden, Todo proceso inflacionario implica que, siempre, hay algunos que se benefician a expensas del resto. Lo que Rothbard señala es que la inflación es un método empleado de manera intencional por el gobierno para enriquecerse en perjuicio de las mayorías populares.

Rothbard no duda en considerar la decisión del gobierno de valerse de la falsificación para incrementar sus rentas, o lo que es lo mismo, de la inflación, un delito. Es por ello que el poder político no estaría en condiciones de presentarse abiertamente como un ejército invasor y apoderarse del mercado libre, porque tal actitud sería rechazada por la gente. La intromisión estatal debe, por ende, ser más cautelosa, astuta, gradual. Cuando los bancos eran inexistentes, el poder político no estaba en condiciones de valerse de ellos para recurrir al método inflacionario. ¿Qué hizo entonces el poder para incrementar sus ganancias? lo primero que hizo fue crear un monopolio absoluto del negocio de la creación artificial de la moneda. De esa forma, estuvo en condiciones de suministrar monedas en la denominación elegida por el propio gobierno, ignorando, por ende, los deseos del pueblo. ¿Qué sucedió cuando los gobiernos monopolizaron la emisión monetaria? A partir de entonces “fomentaron el uso del nombre de la unidad monetaria, haciendo todo lo posible por separar ese nombre de su verdadera base, consistente en el peso real de las monedas”. Fue así como el poder político logró adueñarse del principal medio para falsificar las monedas: el envilecimiento.

Las reflexiones de Rothbard explican a la perfección lo que viene aconteciendo en el país en materia inflacionaria desde hace décadas y que puede resumirse de la siguiente manera: hay inflación porque los gobernantes son unos delincuentes.

Cristina y su enemigo predilecto

El diario Clarín siempre estuvo en lo más alto del podio de los enemigos predilectos de la vicepresidenta de la nación. El conflicto por la resolución 125 pulverizó la buena relación que existía hasta entonces entre el kirchnerismo y el poderoso multimedios conducido por Héctor Magnetto. A partir de entonces el kirchnerismo culpó a Clarín de todos los males que aquejan a la Argentina, de todas las penurias que sofocan al pueblo. Si la inflación no puede ser controlada, el responsable es Clarín. Si la grieta es cada día más profunda, el responsable es Clarín. La culpa es siempre del multimedios. Es el malo de la película.

Ahora bien, ello no significa desconocer el poder de fuego del grupo Clarín. Al ser dueño, además del histórico diario, de una serie de medios televisivos y radiales, lo hacen ser un enemigo temible para cualquier gobierno. Alguna vez se dijo que ningún presidente estaba en condiciones de resistir tres o cuatro tapas seguidas de Clarín en su contra. Una vez Magnetto reconoció que, para él, el cargo de presidente era un puesto menor. El grupo Clarín lejos está, por ende, de ser una institución de benevolencia. Es, por el contrario, un fenomenal grupo de presión que atemoriza a cualquiera. Incluso al presidente de la nación.

En las últimas horas Cristina, una vez más, lo eligió como el blanco perfecto de sus mandobles. En su primer posteo en Twitter luego del atentado, cuestionó el título de un artículo publicado por Clarín el pasado lunes. Se trata de la nota firmada por Pablo Vaca titulada “La bala que no salió y el fallo que sí saldrá”. El malhumor de la vicepresidenta se debe al hecho de que, para ella, el grupo Clarín sabe a esta altura que la justicia la condenará en la causa Vialidad. Sabe, por ende, cómo fallarán los jueces.

Para saber si la vicepresidente está en lo cierto no queda otro camino que leer el artículo en cuestión. Escribió Vaca:

“A falta de uno, el sábado el oficialismo hizo dos actos partidarios. Uno sucedió en el templo más popular del país, la Basílica de Luján. El otro en Parque Lezama (…) Pese a las diferencias de estilo, ambos partían desde el mismo punto: el ataque a Cristina Kirchner sería producto de los “discursos del odio” y en consecuencia la democracia argentina está en peligro. “Antes usaban el partido militar, y ahora estamos preocupados porque quieren proscribir a Cristina. Eso es cerrarnos el futuro a todos. Pero nos quedamos cortos con esa preocupación. Porque ahora quieren verla muerta. Y ese es el límite. De ahí no van a pasar”, dijo en Barracas el camporista presidente del PJ porteño, Mariano Recalde (…)”.

“Lo cierto es que la bandera del “discurso del odio” en sí no resiste el menor análisis. Si los editoriales de Lanata, Majul o Viale fueran capaces de estimular homicidas, también lo habrían sido los afiches con las caras de varios periodistas (la intachable Magdalena Ruiz Guiñazú entre ellos) a los que el cristinismo invitaba a escupir en Plaza de Mayo hace una década (…) De todos modos, tanta crispación responde a una lógica. El senador José Mayans, jefe del bloque oficialista, la expresó más clarito que nadie: “¿Queremos paz social? Empecemos a parar el juicio contra CFK”. Es así: se acerca la sentencia en la causa Vialidad. Cristina está acusada como jefa de una organización montada para robarle cientos de millones de pesos al Estado, por lo cual el fiscal Luciani pidió que vaya 12 años a la cárcel (…) Probablemente antes de fin de año los jueces emitan su fallo. Si fuera adverso a Cristina, el relato del discurso del odio habrá cumplido su verdadero cometido: lo harán funcionar de profecía. Diciembre suele ser un mes complicado en este país”.

Vaca refleja a la perfección el relato del monopolio mediático antikirchnerista y la oposición política. Afirma, en primer lugar, que lo que pretende el gobierno es responsabilizar a los periodistas contrarios al oficialismo del intento de magnicidio a la vicepresidente de la nación. Si el diagnóstico fuera el correcto ¿qué habría que hacer entonces? ¿Habría que obligar a los periodistas a no ser tan duros en sus críticas al gobierno nacional? ¿Semejante actitud no sería atentatoria del derecho a la libertad de prensa, columna vertebral de la democracia liberal? En este punto me parece que el gobierno comete un yerro de proporciones: otorgarle demasiada relevancia a los artículos de opinión de los Lanata, los Majul, los Viale, los Morales Solá y compañía. Nadie discute la calidad e importancia de los periodistas recién nombrados pero de ahí a considerarlos, como lo hace el gobierno, fogoneros de salvajadas como la que tuvo lugar en Recoleta media una sideral distancia.

Los medios de comunicación son influyentes pero no tanto como para manipular a su antojo la mente de las personas. Recurramos, una vez más, a la memoria histórica. Durante toda su primera presidencia, Cristina fue sometida a una constante lapidación mediática. Sin embargo, en la elección presidencial de 2011 fue reelecta con el 54% de los votos. El gobierno debiera tomar en consideración esta lección de la historia. ¿Por qué no lo hace? ¿Por qué se empecina en responsabilizar a los periodistas opositores del intento de asesinato de la vicepresidenta? Porque tomó la decisión de profundizar la grieta lo máximo posible para tener alguna chance de continuar en el poder en 2024.

Vaca afirma además que “tanta crispación responde a una lógica. El senador José Mayans, jefe del bloque oficialista, la expresó más clarito que nadie: “¿Queremos paz social? Empecemos a parar el juicio contra CFK”. Vaca da a entender que la crispación reinante es la lógica consecuencia del alegato del fiscal Luciani, como lo afirmó, en una fenomenal demostración de irresponsabilidad, el senador Mayans. Vaca da a entender que la crispación reinante es producida por el gobierno para tratar de obstaculizar un juicio que seguramente condenará a Cristina. Si la vicepresidenta fuera inocente no habría necesidad de embarrar la cancha como lo estaría haciendo el gobierno, no habría tanta intranquilidad social; no hubiera habido ningún intento de magnicidio, en suma.

Cristina está convencida de que la justicia ya la condenó. También lo está de que Clarín tiene en su poder la sentencia o, al menos, ya sabe cómo será el fallo del tribunal. De ahí el malhumor que le provocó el artículo de Vaca.

Sergio Massa, un alumno aplicado del FMI

Sergio Massa, quien hoy detenta una importante cuota de poder dentro del gobierno, anduvo de gira por Estados Unidos. Su objetivo principal fue presentarse ante el establishment político y financiero de la república imperial como un presidenciable, como un referente del oficialismo en quien se puede confiar, como un político que siempre estará dispuesto a hacer los deberes,  a obedecer sin chistar las “sugerencias” de Washington.

Sergio Massa es un político de una ambición ilimitada. Su sueño es ser presidente de la nación y para sentarse en el sillón de Rivadavia está dispuesto a sacrificar todo, incluso su alma. Su credo fundamental bien puede ser resumido en aquella histórica frase del genial Groucho Marx “tengo estos principios pero si le provocan rechazo tengo otros”. Es un preclaro exponente del camaleonismo político. Siempre está sonriente. Siempre es amable y afectuoso. Es experto en el arte de expresar lo que su interlocutor quiere escuchar. Le encanta endulzar el oído de quien está a su lado. Hábil, sinuoso e inescrupuloso, es un cabal exponente del amoralismo político. En su reciente tour por la república imperial dio acabadas muestras de su talento actoral. Sus interlocutores, que serán muchas cosas menos inocentes, le siguieron el juego. Sus encuentros más relevantes fueron con David Lipton y Janet Yellen (su presencia sorprendió a Massa y su comitiva) en el Departamento del Tesoro de EEUU, y más tarde con la titular del FMI, Kristalina Georgieva.

Un portavoz del Departamento del Tesoro afirmó que Yellen, secretaria del Tesoro, “alentó al ministro de Economía Sergio Massa a implementar las reformas necesarias para reconstruir la credibilidad, estabilizar los mercados y sentar las bases para el crecimiento sostenible”. En la delegación argentina se consideró que la presencia de tan importante funcionaria del gobierno de Biden significaba un gran respaldo simbólico al gobierno argentino. En la reunión Massa prometió frenar la inflación y cumplir a pie juntillas las metas con el FMI. Una fuente reconoció que el mensaje de Massa fue música para los oídos de Yellen (fuente: Clarín, 12/9/022).

El otro encuentro relevante fue el celebrado con la titular del FMI, Kristalina Georgieva. Al término de la reunión Georgieva aseguró que el diálogo con Massa fue por demás fructífero. Incluso llegó a felicitarlo “por los fuertes pasos que él y su equipo económico han tomado para estabilizar los mercados y revertir un escenario de alta volatilidad”. La economista búlgara destacó que Massa tiene “un fuerte compromiso e impulso para lograr las metas del programa, que se mantendrán sin ser alterados” (fuente: Perfil, 12//9/022).

La historia, lamentablemente, se repite. Una vez más un ministro de Economía viaja a Washington para postrarse ante el gobierno norteamericano y el FMI. Una vez más un ministro de Economía se humilla ante quienes tienen la sartén por el mango implorando clemencia. Una vez más un ministro de Economía aúlla, como lo hacía el gran actor Gianni Lunadei, “le pertenezco” (Mesa de Noticias). Una vez más un ministro de Economía decide sacrificar a millones de compatriotas para congraciarse con el coloso del norte. Porque eso es lo que acaba de hacer, sin inmutarse, Sergio Massa. Con el apoyo de Cristina y lo que queda de Alberto, el tigrense apostó por un crudo programa ortodoxo para intentar sacar al país del atolladero en que se encuentra. El resultado será el de siempre: más pobreza, más exclusión, más tensión social. Una vez más la Argentina de San Martín, Belgrano, Sarmiento, De la Torre y tantos próceres quedó hecha añicos. Como rezó en más de una oportunidad el gran Vinicius de Moraes “la tristeza no tiene fin”.

La reina Isabel II y el monopolio mediático

Acaba de fallecer la longeva reina Isabel II. Había accedido al trono en el lejano 1952 cuando sólo contaba con 26 años. Es probable que jamás hubiera imaginado, en aquel entonces, que reinaría durante tanto tiempo. Fue un testigo privilegiado de las últimas 7 décadas de historia. Pasaron ante sus ojos hechos relevantes como la guerra fría, la revolución cubana, el asesinato de Kennedy, la guerra de Vietnam, el colapso del comunismo, el atentado a las Torres Gemelas y la guerra entre Rusia y Ucrania. Isabel II fue el emblema de la monarquía hereditaria o, si se prefiere, de la Corona o Jefatura de Estado. Los británicos distinguen entre la Reina (o el Rey) como persona física, y la corona como institución político-jurídica. El acceso al trono es por vía hereditaria según lo estipula el derecho sucesorio común. Ello explica por qué a Isabel II le sucedió su hijo, Carlos III, y no un primo, por ejemplo. Jurídicamente, la Corona es poderosa. Al comienzo concentraba muchos poderes pero con el tiempo gran parte de esos poderes fueron quedando en manos del Parlamento, el Gabinete, los tribunales de justicia y los gobiernos locales. En la actualidad sólo detenta escasos poderes residuales que reciben la denominación de “prerrogativa real”. Es interesante destacar que la reina (o rey) puede ejercer dicha prerrogativa de manera discrecional, lo que significa que ningún tribunal de justicia está facultado para controlarla. La reina (o el rey) puede actuar de esa manera porque según la tradición es imposible que obre de manera artera y arbitraria.

La prerrogativa confirma que la Corona lejos está de ser una institución decorativa. La Reina (o el Rey) está facultada para efectuar un buen número de nombramientos civiles y militares, para distribuir títulos y condecoraciones, para mandar al ejército, para convocar, prorrogar y disolver el Parlamento, para sancionar y promulgar leyes, para legislar sobre ciertas colonias y para dar constituciones a las colonias. En materia diplomática, está facultada para proclamar la guerra y concluir la paz, concluir tratados y reconocer gobiernos. En materia judicial, está facultada para autorizar la apelación ante el Comité Judicial del Consejo Privado. Pero no hay que perder de vista lo siguiente: dicha prerrogativa pertenece a la Corona sólo de manera nominal. En los hechos, está a cargo del Gabinete. La Reina (o el Rey) se limita a firmar unas decisiones que nunca tomó (fuente: Maurice Duverger: “Instituciones Políticas y Derecho Constitucional, ediciones Ariel, Barcelona, 1970).

¿Por qué decidí recordar la cuestión de la prerrogativa real? Porque, si bien en Gran Bretaña la monarquía está vigente, convive con instituciones que hacen a la esencia de la democracia liberal, como los partidos políticos, el Gabinete (constituido por el Primer Ministro y los ministros) el Parlamento (compuesto por la Cámara de los Comunes y la Cámara de los Lores). Pero como bien señala Duverger, quien realmente garantiza el funcionamiento de la monarquía constitucional es la existencia de una justicia independiente. Dice el maestro francés: “En el sistema británico sólo hay una garantía que tenga verdadera importancia: la independencia de los jueces. El juez inglés, rodeado de un respeto unánime, goza de una situación material honorable que le libera de las preocupaciones y de las limitaciones de un ascenso jerárquico complicado, es consciente de su autonomía y se siente orgulloso de ella y ejerce un importante papel en la protección de las libertades británicas contra las interferencias de las autoridades públicas. Gracias al habeas corpus puede impedir toda detención arbitraria, por cualquier causa, y nunca duda en utilizar esta prerrogativa”.

En realidad, en la Gran Bretaña contemporánea el sistema político es esencialmente republicano y liberal. Ahora bien ¿ello significa que la monarquía ha pasado a ser una reliquia? De ninguna manera. El multitudinario despido de la reina Isabel II ha puesto en evidencia que los británicos siguen sintiéndose atraídos por la monarquía, por ese sistema político que siempre se basó en una tajante distinción entre la realeza y la plebe, entre la élite y la masa. Los británicos, o al menos una buena parte del pueblo, siguen sintiéndose súbditos, lo que colisiona de frente con la condición de ciudadano propia de la democracia liberal. Es como si en Gran Bretaña convivieran el espíritu republicano y el espíritu monárquico, la sujeción a las instituciones de la democracia liberal y la sumisión a la Corona.

Quizá tenga razón Jorge L. García Venturini cuando en su libro “Politeia” expresa: “La impotencia total del “monarca” ha quedado expresa, pública y reiteradamente demostrada en las últimas décadas. Tenemos muy presente, por ejemplo, cuando en la crisis de Suez (1958), algunos pensaron que Isabel II había pretendido influir en la elección del sucesor del primer ministro A. Eden; un planteo de la oposición en los comunes obligó a la reina a declarar que no había tenido tal intención. ¡Ni siquiera influir en la designación del primer ministro! ¡Menos derechos que el presidente de Italia o de Alemania, lo cual es mucho decir! ¿Es posible llamar a tal régimen monarquía? No hay, pues, monarquía en Inglaterra. Como consecuencia, no puede haber monarquía constitucional. ¿Cómo podría ser una “monarquía constitucional” un país donde no hay monarquía y, podríamos decir, no hay constitución? Porque el status británico es básicamente consuetudinario, y si bien a esto se le suele llamar “constitución no escrita”, la expresión “monarquía constitucional” sostenida en dicho criterio resulta ambigua y desaconsejable (…) Pero Inglaterra no sólo no es constitucional sino tampoco moderada. Sencillamente no es, a esta altura, una monarquía, por las razones expuestas más arriba. Inglaterra es, en realidad, una república representativa, tanto como Francia, Estados Unidos o Argentina, en muchos aspectos más republicana aún. Es evidente que los otrora súbditos son ya ciudadanos (…) Estamos, pues, ante un caso típico de lo que en el capítulo II hemos denominado seudomonarquía o república encubierta”.

República encubierta o monarquía constitucional, lo real y concreto es que en Gran Bretaña están vigentes las instituciones de la democracia liberal y el amor de los británicos por Isabel II. Pero Gran Bretaña presenta otra cara. Me refiero a su política imperial, a su patológico deseo de conquistar territorios allende sus fronteras. Según García Venturini el imperialismo es “aquella política que procura como escenario el mundo entero (en su momento, el mundo conocido). Presenta matices o gradaciones. Por lo general se sustenta en un nacionalismo agresivo y prepotente, que se traduce en el dominio tiránico de las áreas conquistadas”. Gran Bretaña ha sido un claro exponente, durante siglos y hasta el surgimiento de Estados Unidos como megapotencia luego de la segunda guerra mundial, de lo que podría denominarse “monarquía constitucional” imperial o “república encubierta” imperial. Pues bien, esta gigantesca ave de rapiña se apoderó de las Islas Malvinas en el lejano 1833. A partir de entonces las islas han quedado en manos británicas. El 2 de abril de 1982 un comando militar argentino las reconquistó. El presidente argentino era el general y dictador Leopoldo Fortunato Galtieri. La primera ministra británica era la conservadora Margaret Thatcher y la reina no era otra que Isabel II. En medio de las negociaciones para intentar arribar a una solución pacífica, la premier británica ordenó el hundimiento del Crucero General Belgrano, que en ese momento se encontraba fuera del área de exclusión. Fue un ataque artero que contó con la bendición de Isabel II. El 1 de mayo comenzó la guerra en territorio malvinense. Habían arribado al Atlántico Sur unos cien barcos de guerra británicos. El 14 de junio las tropas argentinas se rindieron de manera incondicional. La recuperación militar de las islas por parte de Gran Bretaña fue un éxito. El enemigo había triunfado y Thatcher, Isabel II y el general Moore habían sido sus emblemas.

Vale decir que hace unos días falleció en Edimburgo (Escocia) uno de los emblemas del imperialismo británico que aniquiló a nuestras tropas asentadas en territorio malvinense. Nadie discute la relevancia política de Isabel II pero resultó francamente repulsivo el homenaje que le tributaron casi todos los canales de televisión. ¿Acaso TN, la Nación+, A24 y Crónica olvidaron que Isabel II estuvo de acuerdo con el ataque a traición del Crucero General Belgrano? ¿Cómo es posible que le hayan dedicado tantas horas a homenajear a una reina que fue enemiga de los argentinos hace 40 años? ¿Cómo es posible que públicamente le hayan faltado el respeto a la memoria de los soldados caídos en combate? Semejante demostración de cipayismo pone dramáticamente en evidencia que son muchos los argentinos que si hoy tuviera lugar un hecho militar al de 1982 no dudarían en apoyar a Gran Bretaña. Para estos argentinos la verdadera enemiga es, qué duda cabe, Cristina Kirchner. Por eso fue que lloraron la muerte de Isabel II y se enojaron porque la bala que tenía como destino el rostro de la vicepresidenta no salió del revólver. La grieta, qué duda cabe, cada día se profundiza.

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