Por Luis Tonelli.-

Esta Argentina es hija del 2001. Lo decimos naturalmente. Y es así; porque todavía miramos a la sociedad, a la política y a la economía con ojos del 2001. O sea, los ojos del espanto de la crisis. Del grado cero de nuestro país. Del que se vayan todos.

Ojos que buscan la crisis. Con la vista clavada en el pasado, como el pájaro del cuadro de Klee del que da cuenta Walter Benjamin, quien aterrorizado, vuela hacia adelante, con los ojos desmesuradamente abiertos mirando hacia atrás.

Y los gobiernos, consecuentemente, no van más allá de lo que porfía su ciudadanía y gobiernan con la Crisis. Nos pasamos doce años de kirchnerismo con el temor constante del regreso de los que, según el relato, había generado el 2001. Y ¡oh, paradoja!, cuando el kirchnerismo se transformó en el problema, y ya no en la solución conduciendo al país hacia una venezualización segura, una nueva fuerza, con más credenciales de lo nuevo que el kirchnerismo, es la que usufructúa ahora el miedo a que el pasado vuelva.

Los primeros días tanto de Néstor Kirchner como de Mauricio Macri en el poder sufrieron de las mismas predicciones agoreras. “Este no dura 2 meses” se regodeaban unos y otros, alternándose de la oposición al poder y viceversa. Ya para las elecciones de renovación congresional las visiones catastróficas habían sido reemplazadas por una en las antípodas. Kirchner había pasado de ser del Chirolita de Duhalde a ser un duro patagónico autoritario gobernando discrecionalmente el país. Macri de ser asociado al “helicóptero de de la Rua en cada marcha de protesta que tuvo que soportar en sus primeros meses en la Rosada, resulta que ahora es el líder de una Nueva Hegemonía de la derecha. Todo sin solución de continuidad, como si un sistema político pudiera asumir configuraciones polares en cuestión de días.

Conceptualmente no puede haber hegemonía y crisis al mismo tiempo. Un gobierno de emergencia puede tener poderes arbitrarios, y hasta dictatoriales (los que autoriza el mismo “estado de excepción) pero la hegemonía no es cualquier situación de poder: la hegemonía viene dada por una construcción de instituciones, prácticas y cultura que no se hace de un día para el otro, y que para ser tal, tiene que convocar a los poderes fácticos de una sociedad, aunándolos en esa dirección del Estado y la Sociedad. Antonio Gramsci captaba el punto cuando consideraba a que el fascismo no había sido hegemónico y que cuando hay hegemonía puede generarse una contrahegemonía. Por ejemplo, un movimiento contracultural siempre demanda de una cultura establecida -sino, contra que se va a posicionar-.

Éste es un punto importante para dilucidar tanto al kirchnerismo como al macrismo: ambos son fenómenos contraculturales que en todo caso buscan fundar una cultura. Pero el kirchnerismo se agotó en su emergencia y se verá que sucede con el macrismo. Por ahora, ambos fenómenos tuvieron su poder en la crisis del anterior esquema de poder.

El kirchnerismo, heredó un país más barato internamente, gracias a las decisiones críticas que tomó Eduardo Duhalde, de hacer del “corralito” un “corralón” y aplicar una tremenda devaluación y pesificación asimétrica a la economía dolarizada de la convertibilidad. Todo posible no por la política, sino por el estallido del modo en que las cosas se venían dando. El kirchnerismo se colocó económicamente y socialmente en alteridad al menemismo, y políticamente, en alteridad a la ALIANZA. Llenó un vacío de poder, y disfrutó de una bonanza económica internacional única. Pero eso fue todo. Como dice desde su título el analista Daniel Kerner en su reciente libro sobre el kirchnerismo “Del Modelo al Relato”. O sea, la constatación de un fracaso.

El macrismo no emerge en el medio de una crisis económica. Pero todos esos problemas evidentes, y que se inician en el hecho duro que en los últimos años del kirchnerismo ingresaron al país un tercio menos de los dólares por la crisis de las commodities, son comprendidos no como estallido social, sino como estallido moral.

El macrismo usufructúa el vacío que deja el kirchnerismo y sus dos herencias fundamentales: la primera, haber dejado intacta la capacidad de endeudamiento por no haber podido acceder a él por ser el peor alumno de la región. La segunda herencia es el hartazgo de la G.E.N.T.E. con el Relato K, y fundamentalmente la estética K.

Todo lo cual posibilita en la diferenciación, y en la negatividad de la negatividad, la positividad del apoyo popular que concita y su consecuente éxito en las elecciones. Plataforma de poder que no implica “hegemonía” ni nada que se le parezca, pero que coloca a Mauricio Macri en la posibilidad de optar. Optar por administrar la “bonanza” -muy relativa, comparada con la que disfrutó Kirchner, quien se limitó a querer dar siempre buenas noticias (otra forma de dar cuenta de lo que es el populismo). U optar por transformar realmente a la Argentina. Y ahí sí, poder hablarse de hegemonía. (7 Miradas, editada por Luis Pico Estrada)

Share