Por Elena Valero Narváez.-

Los acontecimientos de anteayer en Buenos Aires, en la calle, y en el Congreso, muestran las dificultades que tenemos en el camino de mejorar la democracia.

En nuestro país no son pocos los que descreen del sistema, aunque por motivos diferentes. Están los que subrayan exageradamente sus defectos y proponen sólo República. Y otros que la usan para cometer desmanes, cortar calles, pasar por encima de las normas, aprovechando que la democracia se basa en la tolerancia.

Esto se debe a que no conocen o no entienden las bondades del sistema. Muchos, por ello, no se dan cuenta de que tanto por desconocimiento, críticas exacerbadas o acciones anti sistema, les hacen el caldo gordo a quienes desean ir hacia la dictadura.

La democracia, un fenómeno espontáneo, en los países donde funciona mejor, al principio fue limitada, lo que dio el tiempo necesario para la estructuración de partidos políticos. De esta manera se pudo integrar a las masas disponibles al espacio político, evitando así, el carácter disruptivo de la participación total. Esto permitió que la democracia se expandiera y perfeccionara. Lo muestran, por ejemplo, Inglaterra y EEUU, donde este proceso se dio mucho mejor que en nuestro país. En esos países en el período de democracia limitada, se estructuraron partidos políticos, ello evitó que las masas quedaran al margen y con el peligro de ser captadas y usadas por líderes antidemocráticos en busca de un poder omnímodo.

En nuestro país quienes son responsables de dirigir los destinos del país, en vez de insultarse entre ellos y usar e incitar a la violencia, debieran entender, si realmente quieren un país mejor, la importancia que tiene el respeto a la Constitución y al sistema democrático. Sin ello, el camino es un régimen corporativo donde cada sector golpea directamente al poder en busca de sus propios intereses provocando desorden y violencia. Es así como, aparece un poder autoritario que reemplaza la democracia, para imponer el necesario orden, sin el cual no puede funcionar la sociedad. Lo experimentamos con el entonces coronel Perón y este, también, fue el origen de los golpes militares: la gente y los líderes de partidos debilitados pidieron, con insistencia, que se impusiera el orden, aunque después lo olvidaron. Los resultados ya los conocemos. Aún nos duele y continuamos sin poder salir una de las más hondas grietas, donde ni siquiera se ha podido conseguir una justicia ecuánime.

Hoy los actores políticos debieran reforzar los mecanismos institucionales y las normas que orientan el tratamiento del conflicto político, poner en vigencia, después de doce años de herir el sistema, el marco normativo democrático al cual deben supeditarse quienes viven en un país, que desde 1983, intenta vivir, aunque precariamente, con tolerancia, orden y justicia.

La democracia pone, también, vallas al Estado, el cual, siempre con apetencia devoradora, intenta fagocitarse a la sociedad civil, con controles, congelamiento de precios o nacionalizaciones, por ejemplo, y a los mecanismos democráticos que ella provee para regular el conflicto.

Recordando los lamentables acontecimientos de ayer, viene bien, terminar la nota con Karl Popper, el Sócrates del siglo XX: “para Voltaire -y con razón- hay una insensatez, la intolerancia, difícil de tolerar. En realidad, es aquí, dónde encuentra su límite la intolerancia. Si concedemos a la intolerancia el derecho a ser tolerada, destruimos la tolerancia y el Estado constitucional. Este fue el destino de la República de Weimar”.

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