Por Bernardino Montejano.-

En otros tiempos, la Iglesia constituyó una muralla contra el totalitarismo, que según el teólogo protestante -tan cercano- Emil Brunner, es el gran entuerto de los tiempos modernos y contemporáneos.

Pongamos un ejemplo: el del nazismo, que auguraba una permanencia de mil años, encarnado en la figura de Hitler y sus seguidores.

La Iglesia católica alemana lo enfrentó con energía y el cardenal Miguel Faulhaber, exclamó que los obispos debían ponerse un casco, en defensa del orden natural y sobrenatural amenazados.

El papa Pío XI, no se hizo el distraído, no pactó con el totalitarismo en su versión nazi, sino recogió el guante y escribió una encíclica “Mit brennender sorge”, en la cual pide una vuelta a la fidelidad de los pactos, no desfigurarlos arbitrariamente, “eludirlos, desvirtuarlos, y finalmente, violarlos más o menos abiertamente” (parágrafos 7 y 6). Es la reivindicación del tradicional “pacta sunt servanda”, o sea “los pactos han de cumplirse”.

Más adelante escribe algo, que considerábamos hasta ahora un hito permanente en la enseñanza política de la Iglesia: “Si la raza o el pueblo, si el Estado o una forma determinada del mismo, si los representantes del poder estatal u otros elementos fundamentales de la sociedad humana tienen en el orden natural un puesto esencial y digno de respeto, quien los arranca de esta escala de valores terrenales elevándolos a suprema norma de todo, aun de los valores religiosos, y divinizándolos con culto idolátrico, pervierte y falsifica el orden creado, está lejos de la verdadera fe y de una concepción de la vida conforme a esta” (12).

Casi al final del documento, Pío XI recuerda la necesidad del reconocimiento del derecho natural, porque “las leyes humanas que están en oposición insoluble con el derecho natural, adolecen de un vicio original que no pueden subsanarse ni con las opresiones ni con el aparato de la fuerza externa” (35).

Queremos aplicar todo este magisterio al caso de China. No es el nazismo, sino otro totalitarismo todavía peor, como lo denuncia Brunner, el comunismo, quien ejerce el poder, pero el Sumo Pontífice no es Pío XI, sino Francisco, y el país que sufre los entuertos totalitarios, no es Alemania sino China.

Lo que no hizo Pío XI con Hitler, lo hace Francisco con el tirano de China, pactar y firmar a través del cardenal Parolin un acuerdo secreto, ya renovado, que entrega a los perseguidos católicos chinos, agrupados en la “iglesia clandestina”, obligándolos si quieren subsistir a ingresar en la “iglesia patriótica”, una sucursal del Partido Comunista gobernante.

Ahora, el 21 de este mes, el papa Francisco ha dirigido un mensaje al Congreso “Concilium Sinense, entre historia y presente”.

Allí, en su recorrido histórico de un siglo, señala grandes verdades como aquella que alaba al Concilio de Shanghai por abrir “nuevas vías para que la Iglesia católica en China, pudiera tener cada vez más un rostro chino. Reconocieron que este era el paso que habían de dar, porque el anuncio de la salvación de Cristo solo puede llegar a cada comunidad humana y a cada persona si habla en su lengua materna”.

Esos padres conciliares “siguieron las huellas de grandes misioneros como el padre Matteo Ricci. Se movieron en el surco abierto por el apóstol Pablo cuando predicaba que había que hacerse “todo a todos” para anunciar y dar testimonio de Cristo Resucitado”.

Aquí cabe una mínima aclaración acerca de los “ritos chinos”, porque la Iglesia se equivocó en este tema al confundir la veneración a los ancestros cultivada por la tradición china con adoración, lo que implicaba idolatría impidiendo la continuidad de la gran obra de Ricci. La controversia que se suscitó se terminó con las resoluciones de Benedicto XIV en 1742. Este error fue corregido en 1939 cuando la Sagrada Congregación de Propaganda Fide daba como lícitas algunas ceremonias en honor de Confucio y de los antepasados, como expresiones de piedad hacia los antepasados y de amor a la patria, sin ningún significado religioso.

El arzobispo Celso Constantini, primer delegado apostólico en China, fue el organizador y presidente del Concilio cuyo centenario se celebra y señaló que la misión de la Iglesia era “evangelizar”, no “colonizar”.

Hoy en China rige el acuerdo firmado con el Vaticano en 2018 y después renovado para solucionar los problemas que aquejan a los católicos divididos en dos grupos: la iglesia patriótica y la iglesia clandestina. La primera es una sucursal del partido comunista y la segunda, fiel a Roma, es perseguida y humillada.

El artífice del acuerdo es el cardenal Parolin y el resultado es que los católicos que no pertenecen a la iglesia oficial están peor que antes. El cardenal Zen, arzobispo emérito de Hong-Kong, denuncia dicha convención y declara “que nunca se puede tener un buen acuerdo con un régimen totalitario”.

Después del acuerdo de 2018 autoridades de distintas regiones de China demolieron edificios de la Iglesia y sacerdotes y laicos, fieles a Roma denunciaron hostigamientos y arrestos; la misma Roma los entregó.

El presidente de China Xi Jinping ha dicho que su objetivo es “sinizar” las religiones El llamado “presidente eterno”. Tres obispos consensuados votaron como diputados votaron por dicho magistrado y uno de ellos, Fang Jiamping declaró que, siendo ciudadanos de un país, “la ciudadanía debiera estar antes de una religión y de un credo”.

El mismo cardenal, gran conocedor de la realidad china, acusa a Parolin de mentiroso, porque “sabe que está mintiendo… además de descarado, es también atrevido”.

En el año 2020 Francisco se negó a recibir al cardenal Zen, de más de 90 años. Recién pudo verlo en el 2023 en Epifanía. Al día siguiente tuvo que tomar el avión de regreso porque el pasaporte tenía vigencia por siete días.

Concluyo invitando a los lectores qué prefieren: ¿la dignidad de Pío XI ante Hitler? o ¿el arrodillarse de Parolin y Francisco ante esta mezcla de Stalin y de Hitler llamado Xi, con pretensiones de “presidente eterno”?

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