Por Luis Américo Illuminati.-

El domingo 19 de mayo pasado fue la Fiesta de Pentecostés, que para muchos pasó desapercibida. Y es importante destacar que dicha celebración trae un mensaje inestimable. Y aunque hayan ya pasado varios días, viene bien una reflexión ahora que estamos a pocos días del 25 de Mayo, fiesta cívica fundamental de nuestra nacionalidad. Pentecostés es una festividad de carácter religioso que se celebra cincuenta días después de la Pascua. Se celebra tanto en la religión judía como en la religión cristiana. Para los judíos, el Pentecostés celebra la entrega de la Ley a Moisés en el monte Sinaí, cincuenta días después del Éxodo. En la historia de la Torre de Babel, todos los hombres estaban reunidos en un solo lugar y Dios los esparce por toda la faz de la tierra (Génesis, 11:9). Desde este acontecimiento hasta Pentecostés (acaecido 50 días después de la Crucifixión y Resurrección de Jesús), transcurrieron más de 2.000 años y pareciera que todas las naciones que se habían dispersado en Babel, vuelven a juntarse por obra del Espíritu Santo. La lengua hablada por los Apóstoles (arameo), la comprendían perfectamente los que hablaban otras lenguas distintas.

El «don de lenguas» ha sido a menudo interpretado erróneamente, como si los discípulos hubieran recibido la capacidad de hablar idiomas extranjeros, sino en que una sola lengua fuera comprendida por muchos oyentes en su propio idioma. Este don pone de relieve el papel del Espíritu, que hace que la palabra pronunciada en nombre de Dios penetre en la mente y en el corazón de los oyentes (ver «El Misterio de Pentecostés», Jean Galot, La Civiltà Cáttolica).

En la lógica uniformista de Babel, el sueño de unidad ficticia, con exclusión de Dios, resultó un camino al fracaso. Desde el comienzo todos hablaban también una única lengua que generó confusión y división. En cambio, la lengua natal de Jesús -el arameo- en Pentecostés provocó un ansia de unidad y fraternidad universal que se había perdido en Babel.

Estas dos situaciones relatadas en la Biblia -Babel y Pentecostés- en cierta forma nos están señalando cuál es el mejor camino para la buena convivencia entre los hombres de buena voluntad.

Con la construcción de la Torre de Babel, el hombre quería alcanzar el cielo por sí mismo. «Tomar el cielo por asalto» como querían Marx y sus epígonos. Cabe aclarar que esta controvertida frase ha tenido mil usos y se presta a múltiples interpretaciones, siendo que Marx citaba la conocida frase homérica en una carta a su amigo Ludwig Kugelmann refiriéndose a la rebelión de los obreros que tomaron la Comuna de París en 1871. Lamentablemente todo terminó mal para los rebeldes. Pero fue el antecedente de la Revolución Bolchevique de 1917 que tuvo lugar en Rusia, que se convirtió en el peor y más sangriento totalitarismo del siglo XX. En la Torre babélica, la creatura -creada del barro- se ensoberbeció y despreció al Creador, un propósito que devino en una fenomenal e irreversible crisis que podía degenerar en una cruenta guerra. Entonces Dios intervino para evitar que el hombre se atrajera esa terrible consecuencia. Al no entenderse entre ellos, al hablar distintas lenguas, los hombres (descendientes de Sem, Cam y Jafet, hijos de Noé) se tuvieron que separar y tomar caminos diferentes. Y eso fue bueno -de ninguna manera fue un castigo- pues dio origen a la fundación de diferentes comunidades.

El milagro de Pentecostés o Venida del Espíritu Santo cambió el mundo para siempre. Pentecostés constituye una señal divina, un fuego inextinguible que nos enseña que la paz tiene una sola lengua. Un solo y único idioma. El griterío de la multitud aturde, el odio enceguece y la violencia de las Revoluciones tira abajo todo lo construido. La soberbia colectiva o de partido como sucedió en Babelia, conduce solamente al desencuentro y de éste al odio fatalmente cuando la cizaña ha crecido más que el trigo. La única manera de que los hombres se entiendan y no se maten entre ellos es mediante el uso del lenguaje del amor divino que es el mensaje que Jesús -Divino Maestro- trajo al mundo para salvación de todos. Ojalá que este 25 de Mayo sea para todos los argentinos un feliz Pentecostés, un gran acuerdo de voluntades y no un desencuentro como sucedió en la Torre de Babel, lexis reservada para sociedades como la nuestra donde la división, la corrupción y la soberbia no permiten que el país progrese moral y materialmente.

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