Por Hernán Andrés Kruse.-

En su edición del 29 de agosto, Claudio Jacquelin publicó un artículo en La Nación titulado “Volvió la grieta y golpea a la oposición”. En el primer párrafo efectúa un acertado diagnóstico de lo que pasando en nuestro maltrecho país. “Cristina Kirchner lo hizo de nuevo. Cuando cada vez menos argentinos querían verse enrolados en alguna orilla de la grieta, la vicepresidenta consiguió reponer la antinomia kirchnerismo-antikirchnerismo que divide a la Argentina y ordena la política nacional desde hace casi 20 años. La vicepresidenta encontró la oportunidad de volver a jugar el juego que mejor juega y que más le gusta. Y lo explota al máximo, mientras puede sostenerlo y sus fieles le responden”.

Tal cual. Expresado en lenguaje coloquial, Cristina está en su salsa. A partir de ahora y hasta las elecciones presidenciales del año que viene la política vernácula se regirá por las reglas de juego que acaba de imponer la vicepresidenta. Reglas de juego que son archiconocidas. No habrá nada que se le parezca a tolerancia, respeto, convivencia civilizada. Los valores de la democracia liberal brillarán por su ausencia. Cristina acaba de demostrar una vez más que es la dirigente más poderosa de la Argentina. Acaba de poner en evidencia que nadie es capaz de hacerle sombra. Tanto los oficialistas como los opositores acaban de entrar en su juego. No estoy formulando juicios de valor. Sólo me estoy limitando a describir los hechos. Cristina recuperó el centro del ring y comenzó a disparar golpes de puño a diestra y siniestra. Y está dispuesta a hacerlo por un largo tiempo, como aseguró hace unos días Andrés “Cuervo” Larroque.

Cristina acaba de desnudar nuevamente a la dirigencia política. La vicepresidente acaba de poner otra vez en evidencia la mediocridad de quienes dicen ser nuestros representantes. La imagen que brindan Horacio Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich, Mario Negri, Alberto Fernández, Aníbal Fernández, Santiago Cafiero, etc., es sencillamente patética. Todos están bailando al compás del ritmo impuesto por Cristina. Todos han aceptado con mansedumbre el nuevo escenario montado por ella. En la intimidad seguramente debe sentir una profunda aversión por todos ellos.

Cristina acaba de reinstalar el más profundo y nocivo maniqueísmo político. Es la plena materialización del pensamiento de Carl Schmitt. Es la política entendida como un combate contra el enemigo. Si Sarmiento estuviera entre nosotros hubiera exclamado que se trata del imperio de la barbarie. Si Ingenieros estuviera entre nosotros hubiera exclamado que se trata del imperio de la mediocracia. Si Jorge L. García Venturini estuviera entre nosotros hubiera exclamado que se trata del imperio de la kakistocracia. Reitero: Cristina ha desnudado otra vez a la política autóctona. Que ello suceda quizá refleje lo que somos los argentinos como sociedad. Una sociedad sumisa, cobarde, egoísta, que tolera cualquier cosa menos que le toquen el bolsillo.

Cristina y un encuentro a puertas cerradas

La vicepresidenta mantuvo en la tarde del martes un encuentro a puertas cerradas en el Senado con senadores y diputados del FdT (Fuente: Perfil, 30/8/022). Comparó los sucesos de Recoleta con la tragedia de diciembre de 2001. “Cuando uno ve a los protagonistas de lo que pasó el pasado sábado, ve que se encuentra con los mismos o casi los mismos protagonistas de lo que pasó en el 2001”. Aludió al ejercicio de una “falsa autoridad, como le digo yo. Fue la misma que lo llevó a un presidente en el 2001 a firmar un decreto de estado de sitio”. Cristina apuntó sus dardos contra la presidenta del PRO, Patricia Bullrich. “Lo impulsó a firmar ese decreto de necesidad y urgencia a De la Rúa para que diera muestras de autoridad y no quedara como un pusilánime”. Es lamentable “escuchar a alguien que tuvo responsabilidades institucionales y que las tiene desde la política, decir “no importan los costos que pueda tener el ejercicio de las seguridad”. Que es precisamente la misma persona que integraba el grupo que le hizo firmar al presidente De la Rúa el decreto de estado de sitio que terminó con 40 muertos y un gobierno inconcluso”.

Me parece que, al menos por hora, estamos bastante lejos del hervidero que era el 2001. Sin embargo, conviene no subestimar la gravedad de lo que estamos viviendo. El alegato del doctor Luciani fue un punto de quiebre, implicó un antes y un después para el gobierno del FdT. Consciente o inconscientemente, el fiscal le entregó a Cristina la centralidad política. Ahora el poder está en manos de la vicepresidente. Quien decide es ella. Quien impone las reglas de juego es ella. Ello explica su feroz ataque a la oposición: “No tenemos gente racional frente a nosotros. Uno puede estar en las antípodas de pensamiento, de la concepción de gobierno, de la ideología, de todo. Lo que no puede, por lo menos a mí me cuesta mucho, es admitir tal grado de irracionalidad y de irresponsabilidad en el ejercicio del gobierno y fundamentalmente de la militancia política”.

Que Cristina está al mando lo acaba de poner en evidencia el Consejo Nacional del Partido Justicialista reunido hace unas horas en la CABA y que fue presidido por el presidente formal Alberto Fernández. Dijo el ex jefe de Gabinete de Néstor Kirchner (fuente: Perfil, 30/8/022): “Me da asco lo que hacen ciertos jueces en Argentina. Lo dije el día que la procesaron que era una ignominia. Voy a estar del lado de Cristina defendiendo sus derechos de todo lo que sea necesario”. “Nadie tiene que sentirse ofendido por lo que digo. Si me van a echar por defender el estado de derecho estaré orgulloso de ser echado. Pero no va a pasar. A nosotros nos preocupa el estado de derecho, ninguno de nosotros participó de un golpe de estado, siempre fuimos víctimas. Llegamos al poder por el voto popular siempre”.

Ay Alberto, su memoria histórica es harto endeble. Es cierto que el peronismo fue víctima de golpes de estado. Uno tuvo lugar el 16 de septiembre de 1955 y el otro el 24 de marzo de 1976. Pero no es cierto que el peronismo jamás haya participado de un golpe de estado. La génesis del peronismo estuvo ligada a un golpe de estado. Fue el que tuvo lugar el 4 de junio de 1943 protagonizado por el Grupo de Oficiales Unidos, de clara orientación fascista. En ese grupo sobresalía una figura que poco tiempo después se transformaría en el líder más relevante del siglo veinte: Juan Perón. Más acá en el tiempo, en junio de 1966 se produjo el derrocamiento de Arturo Illia, festejado por el sindicalismo vandorista y por el propio Perón en Madrid. En 1989 Raúl Alfonsín no tuvo más remedio que entregar anticipadamente el poder por su incapacidad para hacer frente a la hiperinflación. Pero el peronismo fue directo responsable de los múltiples saqueos a supermercados que echaron mucha nafta al fuego. También ayudó al derrocamiento de Fernando de la Rúa al dar el visto bueno a los saqueos que tuvieron lugar en aquel entonces fundamentalmente en la provincia de Buenos Aires. Ni qué hablar del derrocamiento que tuvo lugar días más tarde del efímero presidente Adolfo Rodríguez Saá, quien huyó de Chapadmalal ante la falte de apoyo de los gobernadores del PJ.

Luego de las palabras de Alberto, El PJ emitió un comunicado solidarizándose con la vicepresidente por “el hostigamiento y la persecución política, judicial y mediática contra su persona y su familia”, en medio de un proceso poco claro, “con ausencia de pruebas, parcialidad por parte del tribunal y vulneración del principio de inocencia”. “Repudiamos las provocaciones ejercidas por el Jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, y la Policía de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires mediante la colocación de vallas, la represión con gases y camiones hidrantes y la violencia física para con ciudadanos y ciudadanas que libremente desean manifestarse en el espacio público”.

Habló el doctor Daniel Erbetta

Daniel Erbetta es un antiguo docente de derecho de la facultad de Derecho de la UNR. Desde hace varios años es miembro de la Corte Suprema de Santa Fe. En las últimas horas lapidó el accionar del fiscal Luciani. Es la primera vez que un miembro de un alto tribunal hace público su pensamiento sobre esta cuestión tan delicada.

Dijo Erbetta (fuente: Perfil, 2978/022): “El fiscal ha incurrido en anomalías básicas de manual, errores como la admisibilidad de la prueba que se ofrece y discutida en cuanto a su pertinencia y validez y esto es necesario para evaluar esa prueba”. Según su opinión el doctor Luciani cometió cinco graves errores: El principio de inocencia. “Estamos escuchando que el imputado debe probar su inocencia. Si alguien dijera esto en una facultad de derecho obviamente no pasaría la materia”. La admisibilidad de la prueba. “En un juicio oral debe incorporarse la prueba oportunamente y ante un tribunal imparcial. Valorar no sólo la validez sino la pertinencia de esa prueba. Yo no puedo traer prueba por la ventana en un alegato, es una cuestión de examen, yo como docente lo desapruebo”. La imparcialidad de quien juzga. “Acá hay jurisprudencia internacional, hay jurisprudencia de la Corte Suprema Nacional, hay principios constitucionales. Todo ciudadano tiene derecho a ser juzgado por un juez independiente e imparcial. Y la doctrina ha desarrollado la teoría de la sospecha del temor de parcialidad. No sólo debo hacerlo, sino que debo aparentarlo”. La oralidad. “Los juicios son orales, no son juicios leídos. Hemos asistido a un proceso de juicio leído, no de juicio oral. Vaya a la provincia de Santa Fe a ver si algún fiscal o algún defensor está leyendo un guión”. Los derechos de la persona imputada. “¡Negarle al imputado la posibilidad de declarar! Si yo someto a alguien a estas cinco preguntas sobre Derecho Procesal Penal y no responde de manera adecuada, le aseguro que ese alumno va a tener que estudiar mucho para volver a rendir la materia”.

Anexo

El pensamiento de Karl Marx: La forma dinero como reflejo de las relaciones entre mercancías

Cuando el tejedor decide cambiar 20 varas de lienzo por 1 levita, esas 20 varas de lienzo son un medio de cambio para el tejedor y un equivalente para el sastre, siempre que las 20 varas de lienzo sean para el sastre un valor de uso. Las 20 varas de lienzo aún no cobran una forma de valor independiente de su propio valor de uso, de su capacidad para satisfacer las necesidades de quien las quiere adquirir. La necesidad de la forma de valor emerge sólo cuando se multiplican la cantidad y variedad de las mercancías que se lanzan al mercado, ámbito donde se produce el proceso de cambio. Para Marx será difícil localizar un mercado en cuyo ámbito los poseedores intercambien sus mercancías con otras mercancías, sin que aquéllos cambien y comparen las mercancías como valores con una tercera clase de mercancías (que es siempre la misma). La tercera mercancía asume, pues, la forma de equivalente general o social. La existencia de la forma de equivalente general depende del contacto social que la engendró, contacto que siempre es momentáneo. La forma de equivalente general se encarna en cualquier mercancía, siempre de modo fugaz y pasajero. Pero con el desarrollo del proceso de cambio de mercancías, la forma de equivalente general termina por cristalizarse en la forma dinero.

“A qué clase de mercancías permanezca adherida es algo fortuito. Hay, sin embargo, dos hechos que desempeñan, a grandes rasgos, un papel decisivo. La forma dinero se adhiere, bien a los artículos más importantes de cambio procedentes de fuera, que son, en realidad, otras tantas formas o manifestaciones naturales del valor de cambio de los productos de dentro, bien a aquel objeto útil que constituye el elemento fundamental de la riqueza enajenable en el interior de la comunidad, como por ejemplo, el ganado”. Impulsada por el proceso que hizo posible que el valor de las mercancías termine por convertirse en materialización del trabajo humano abstracto, la forma dinero terminará por encarnarse en mercancías dotadas naturalmente de cualidades especiales para desempeñarse como equivalentes generales: los metales preciosos (el oro y la plata).

Hasta ahora, Marx ha destacado en su análisis una sola función del dinero, la de permitir a la mercancía manifestar o expresar su valor, la de servir “de material en que se expresan socialmente las magnitudes de valor de las mercancías”. Únicamente aquella materia que posea ejemplares de una calidad uniforme puede constituir una manifestación adecuada de valor, una materialización de trabajo humano igual, abstracto. Además, dado el carácter cuantitativo de la diferencia que media entre las diversas magnitudes de valor, el dinero como mercancía debe poder ser dividido en partes puramente cuantitativas y divisibles a voluntad, pudiendo recuperar su unidad en todo momento simplemente sumando sus partes. Los tradicionales metales preciosos, el oro y la plata, poseen naturalmente esta propiedad.

Marx detecta una duplicación del valor de uso de la mercancía dinero. El oro tiene el valor propio de uso como mercancía (para fabricar una joya, por ejemplo) y “reviste el valor de uso formal que le dan sus funciones sociales específicas”. Como el dinero es el equivalente general del resto de las mercancías y éstas son equivalentes especiales de aquél, el resto de las mercancías actúa en relación con el dinero como mercancías especiales en relación con la mercancía general. La forma dinero no hace más que reflejar el cúmulo de relaciones existentes entre todas las mercancías. El proceso de cambio da a la mercancía elegida como dinero su forma específica de valor y no su valor. Según Marx, la confusión de ambos conceptos -el valor y la forma específica del valor de la mercancía elegida como dinero- condujo a la consideración del valor de los metales preciosos -el oro y la plata- como algo que no tiene existencia propia, imaginario.

Además, como en determinadas funciones el dinero puede ser reemplazado por “un simple signo de sí mismo”, algunos creyeron que la mercancía dinero era sólo un signo. Esta creencia llevaba consigo la intuición de que la forma dinero del objeto era algo independiente al objeto mismo y, en consecuencia, una manifestación de relaciones entre hombre situadas ocultamente detrás suyo. En consecuencias, toda mercancía sería un signo porque, si se la considera como valor, la mercancía se presenta como “una envoltura material del trabajo humano empleado en ella”. Al concebir a los caracteres sociales de las cosas como meros signos, no se hace otra cosa que concebirlos también como “un producto reflejo y arbitrario de los hombres”. La forma equivalencial de una mercancía no lleva en su seno la determinación cuantitativa de su magnitud de valor. Que el oro es dinero y que puede, en virtud de ello, ser cambiado por cualquier otra mercancía, no significa que ese dato nos permita saber el valor de X libras de oro. Sólo a través de otras mercancías puede el dinero expresar su magnitud de valor de manera relativa. Como sucede con las otras mercancías, el valor del dinero depende del tiempo de trabajo que fue necesario para producirlo. En el momento en que el oro comienza a circular como dinero, lleva consigo su valor.

En la forma simple, concreta o fortuita del valor -“20 varas de lienzo=1 levita- “el objeto en que toma cuerpo la magnitud de valor de otro objeto parece poseer ya su forma de equivalente como una propiedad natural suya, independientemente de su relación con el otro”. En esta relación simple de valor, la magnitud de valor del lienzo toma cuerpo en la levita, la que parecer poseer su forma de equivalente como propiedad natural suya, al margen de su vínculo con el lienzo. Se trata de un espejismo, remarca Marx. Este espejismo se consolidó cuando la forma de equivalente general se confundió con la forma natural de una específica mercancía o cristalizó en la forma dinero. Sin tener una participación activa y directa, “las mercancías se encuentran delante con su propia forma de valor, plasmada y completa, como si fuese una mercancía corpórea existente al margen de ellas y a su lado”. El oro y la plata constituyen la materialización directa del trabajo humano. Ello explica el carácter mágico del dinero. La manera atomística como actúan los hombres en su propio proceso de producción y, por ende, el carácter material de las relaciones de producción que enhebran y que escapan a su control (y, vale recalcar, a sus comportamientos individuales conscientes), “se revelan ante todo en el hecho de que los productos de su trabajo revisten, con carácter general, forma de mercancías”. Hablar, pues, del fetiche dinero es hablar del fetiche mercancía.

(*) Carlos Marx: “El Capital”, Libro Primero, Sección Primera, Capítulo II, FCE, 1973.

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