Por Hernán Andrés Kruse.-

Eduardo Eurnekian, presidente de Corporación América, es uno de los empresarios más poderosos del país. Es por ello que cada vez que opina sobre política conviene escucharlo con atención. El martes 4 se encargó de cerrar la cuarta edición del Encuentro Anual para el Desarrollo del Comercio y los Servicios, organizada por CAC (Cámara Argentina de Comercio y Servicios). Llamó la atención la dureza de su discurso. Su destinatario fue la clase política. “La dirigencia política ha tomado durante muchos años las decisiones equivocadas que nos han llevado a las circunstancias en las que hoy nos encontramos. Nuestros políticos han demostrado que su objetivo es la permanencia crónica en los cargos, no el de encontrar soluciones a los problemas a los que nos han conducido, y a generar oportunidades para hacer crecer nuestro potencial”. (fuente: Infobae, 5/7/’23).

Eurnekian expresó en público lo que todos pensamos: que los políticos sólo piensan en su carrera, lo que en la práctica implica poder y dinero. Los votantes somos tan sólo instrumentos para el logro de esos fines. Conscientes de nuestra pasividad, de nuestra capacidad para soportar cualquier cosa, los políticos sólo se interesan en vivir de la política. Cuando pensaba en ello me acordé de una famosa conferencia del eminente pensador alemán Max Weber titulada “La política como vocación”. La pronunció en el invierno de 1919 invitado por la Asociación Libre de estudiantes de Munich. Se trata de una pieza oratoria invalorable ya que condensa su pensamiento político.

De manera pues que Eurnekian, con su ácida crítica a la clase política, nos condujo a Max Weber. El pensador comienza su disertación preguntándose cuál es el significado de la política. “Por política entenderemos solamente la dirección o la influencia sobre la trayectoria de una entidad política, aplicable en nuestro tiempo al Estado. ¿Pero, qué es, desde el punto de vista sociológico, una entidad política? Tampoco es éste un concepto que pueda ser sociológicamente definido partiendo del contenido de su actividad. Apenas existe una tarea que aquí o allí no haya sido acometida por una entidad política y, por otra parte, tampoco hay ninguna tarea de la que pueda decirse que haya sido siempre competencia exclusiva de esas entidades o asociaciones políticas que hoy llamamos Estados, o de las que históricamente fueron precursoras del Estado moderno. Dicho Estado sólo se puede definir sociológicamente por referencia a un medio específico que él, como toda asociación política, posee: la violencia física. Todo Estado está fundado en la violencia, dijo Trotsky en Brest-Litowsk”.

El estado es la única institución política que detenta el monopolio legítimo de la fuerza. Es el único legitimado para reprimir, para garantizar el orden público. “Estado es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio (el territorio es un elemento distintivo), reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima. Lo distintivo de nuestro tiempo es que a todas las demás asociaciones e individuos sólo se les concede el derecho a la violencia física en la medida en que el Estado lo permite. El Estado es la única fuente del derecho a la violencia. Entonces política significaría pues, para nosotros, la aspiración a participar en el poder o a influir en la distribución del poder entre los distintos Estados o, dentro de un mismo Estado, entre los distintos grupos de hombres que lo componen”.

“Quien hace política aspira al poder; al poder como medio para la consecución de otros fines (idealistas o egoístas) o al poder por el poder, para gozar del sentimiento de prestigio que él confiere. El Estado, como todas las asociaciones o entidades políticas que históricamente lo han precedido, es una relación de dominación de hombres sobre hombres, que se sostiene por medio de la violencia legítima (es decir, de la que es considerada como tal). Para subsistir necesita, por tanto, que los dominados acaten la autoridad que pretenden tener quienes en ese momento dominan. ¿Cuándo y por qué hacen esto? ¿Sobre qué motivos internos de justificación y sobre qué nexos externos se apoya esta dominación? En principio (para comenzar) existen tres tipos de justificaciones internas, para fundamentar la legitimidad de una dominación. En primer lugar, la legitimidad del eterno ayer, de la costumbre consagrada por su inmemorial validez y por la consuetudinaria orientación de los hombres hacia su respeto. Es la legitimidad tradicional, como la que ejercían los patriarcas y los príncipes patrimoniales antiguos. En segundo término, la autoridad de la gracia (carisma) personal y extraordinaria, la entrega puramente personal y la confianza, igualmente personal, en la capacidad para las revelaciones, el heroísmo u otras cualidades de caudillo que un individuo posee. Es esta autoridad carismática la que detentaron los Profetas o, en el terreno político, los jefes guerreros elegidos, los gobernantes plebiscitarios, los grandes demagogos o los jefes de los partidos políticos. Tenemos, por último, una legitimidad basada en la legalidad, en la creencia en la validez de preceptos legales y en la competencia objetiva fundada sobre normas racionalmente creadas, es decir, en la orientación hacia la obediencia a las obligaciones legalmente establecidas; una dominación como la que ejercen el moderno servidor público y todos aquellos titulares del poder que se asemejan a él”.

Quien se mete de lleno en la política aspira al poder. Quien se mete de lleno en la política es lo que Weber denomina “el político profesional”. Ahora bien, según Weber hay dos formas de hacer política. “O se vive para la política o se vive de la política”. El político concibe la política como una actividad dirigida al bien común o, por el contrario, como una actividad dirigida a su propio bienestar. Sin embargo, dicha oposición lejos está de ser excluyente. “Quien vive para la política hace de ello su vida en un sentido íntimo; o goza simplemente con el ejercicio del poder que posee, o alimenta su equilibrio y su tranquilidad con la conciencia de haberle dado un sentido a su vida, poniéndola al servicio de algo. En este sentido profundo todo hombre serio que vive para algo vive también de ese algo. La diferencia entre el vivir para y el vivir de se sitúa entonces en un nivel mucho más grosero, en el nivel económico. Vive de la política como profesión quien trata de hacer de ella una fuente duradera de ingresos; vive para la política quien no se halla en este caso. Para que alguien pueda vivir para la política en este sentido económico, y siempre que se trate de un régimen basado en la propiedad privada, tienen que darse ciertos supuestos, muy triviales, si ustedes quieren: en condiciones normales, quien así viva ha de ser económicamente independiente de los ingresos que la política pueda proporcionarle. Dicho de la manera más simple: tiene que tener un patrimonio o una situación privada que le proporcione entradas suficientes”.

“Quien vive para la política tiene que ser además económicamente libre, es decir, que sus ingresos no han de depender del hecho de que él consagre a obtenerlos todo o una parte importante de su trabajo personal y de sus pensamientos. Plenamente libre en este sentido es solamente el rentista, o sea, quien percibe una renta sin trabajar, ya que esa renta tenga su origen en la tierra, como es el caso de los señores del pasado o los terratenientes y los nobles en la actualidad (en la antigüedad y en la edad media había también rentas procedentes de los esclavos y los siervos), o porque proceda de valores bursátiles u otras fuentes modernas. Ni el obrero ni el empresario (y esto hay que tenerlo muy en cuenta), especialmente el gran empresario moderno, son libres en este sentido. Pues también el empresario, y precisamente él, está ligado a su negocio y no es libre, y mucho menos el empresario industrial que el agrícola, dado el carácter estacional de la agricultura. Para él es muy difícil en la mayor parte de los casos hacerse representar por otro, aunque sea transitoriamente. Tampoco es libre, por ejemplo, el médico, y tanto menos cuanto más notable sea y más ocupado esté. Por motivos puramente técnicos se libera, en cambio, con mucha mayor facilidad el abogado, que por eso ha jugado como político profesional un papel mucho más importante que el médico y, con frecuencia, un papel resueltamente dominante”.

La historia política argentina ha puesto dramáticamente en evidencia que la inmensa mayoría de los políticos no han hecho otra cosa que vivir de la política. Entre nosotros, la expresión “vivir de la política” alude necesariamente a la corrupción. Muchos de nuestros políticos comenzaron sus carreras en la arena política con escasos recursos. Lejos estaban de ser, como expresa Weber, económicamente libres. En pocos años su situación patrimonial mejoró exponencialmente. Un emblema es, qué duda cabe, Lázaro Báez. Weber considera que sólo quien es económicamente libre puede vivir para la política. Arturo Illia carecía de un patrimonio abultado. Sin embargo, llegó a la presidencia y desde ese sitial de privilegio gobernó en aras del bien común. Quizá se trate, cabe reconocer, de una excepción que confirma la regla. Weber afirma que el empresario poderoso, al no ser económicamente libre, tiene grandes dificultades para vivir para la política. En Argentina, los empresarios poderosos son económicamente libres porque no se ven obligados a competir. Están, por ende, en prefectas condiciones para vivir para la política. El caso de Macri es elocuente. Llegó a la presidencia siendo libre económicamente. Sin embargo, ejerció el poder en beneficio propio.

Por último, destaco el siguiente párrafo de Weber. “El político profesional que vive de la política puede ser un puro prebendado o un funcionario a sueldo. O recibir ingresos provenientes de tasas y derechos por servicios determinados (las propinas y cohechos no son más que una variante irregular y formalmente ilegal de este tipo de ingresos), o percibir un emolumento fijo en especie o en dinero, o en ambas cosas a la vez. Puede asumir el carácter de un empresario, como sucedía con el condottiero o el arrendatario o comprador de un cargo en el pasado y sucede hoy con el boss americano, que considera sus gastos como una inversión de capital a la que hará producir beneficios utilizando sus influencias. O puede también recibir un sueldo fijo, como es el caso del redactor de un periódico político, o de un secretario de partido o de un ministro o funcionario político moderno. En el pasado, las remuneraciones típicas con que los príncipes, conquistadores o jefes de partidos triunfantes premiaron a sus seguidores fueron los feudos, las donaciones de tierras, las prebendas de todo género y, más tarde, con el desarrollo de la economía monetaria, las gratificaciones especiales”.

En Argentina los políticos reciben un sueldo fijo. Pero lejos está de ser el único ingreso que perciben…

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