Por Hernán Andrés Kruse.-

El 25 de mayo de 1973, la Plaza de Mayo estaba colmada por miembros de la Juventud Peronista y de la organización montoneros. Ese día asumía como presidente de la nación Héctor J. Cámpora, el hombre elegido por Perón para encabezar la fórmula presidencial del Frente Justicialista de Liberación Nacional. Las elecciones presidenciales habían tenido lugar el 11 de marzo y la fórmula Cámpora-Solano Lima había obtenido casi el 50% de los votos, superando holgadamente a la fórmula radical integrada por Balbín-Gamond. En tercer lugar, quedó la fórmula integrada por Francisco Manrique-Rafael Martínez Raymonda. Pese a que la fórmula del Frejuli no alcanzó a ganar en primera vuelta, Ricardo Balbín, sensatamente, reconoció la victoria de Cámpora considerando que no había necesidad de ir al ballotage. Ese 25 de mayo, la izquierda peronista estaba eufórica, porque consideraba que el poder estaba en sus manos y que Perón les había dado el visto bueno para poner en marcha el proceso de liberación nacional. No fue casualidad que en el recinto de la cámara de Diputados de la Nación estuvieran presentes Osvaldo Dorticós, enviado de Fidel Castro, y Salvador Allende, presidente de Chile. Atrás habían quedado 18 años de exilio peronista y había llegado la hora de ejecutar el programa revolucionario que según la JP y montoneros había bendecido Perón.

El cambio de época era notable. La izquierda peronista creyó que había tocado el cielo con las manos. Por su parte, el flamante presidente Cámpora pronunció un discurso que hoy constituye una preciada pieza histórica que ayuda a comprender los dramáticos momentos que se vivían en aquel entonces en la Argentina. Dijo Cámpora: “(…) El pueblo ha de tener conciencia de lo que sucedió en estos años porque sus consecuencias pesan sobre el país en ruinas que recibimos como herencia (en obvia referencia al período 1955-1973). La Argentina se ha convertido en un campo de saqueo de los intereses extranjeros. Al tiempo que los empresarios nacionales se hallan postrados, jaqueados por la quiebra y por la desigual competencia de los monopolios, el Estado asiste impávido al triunfo de lo extranjero sobre lo nacional. El ahorro de los argentinos dejó de estar al servicio del crecimiento propio, del sostenimiento de la empresa nacional y de la multiplicación de las fuentes ocupacionales. La captación del ahorro nacional por sucursales de los bancos extranjeros aumentó notablemente, y bancos de capital argentino pasaron a ser controlados por compañías externas. Tenemos así al desnudo una de las facetas de la dependencia. El control del sistema financiero por el interés externo determina que los planes de expansión de la economía argentina y los planes sociales de asistencia popular, queden rezagados a favor de la penetración del capital extranjero” (…) “En la cúspide del sistema, los argentinos estamos financiando a las grandes corporaciones multinacionales, el poder de las cuales es, a veces, superior al del propio Estado. Todo ello se agrava con el elevado monto de la deuda externa y la sangría en divisas que significa, año por año, solventar el servicio de la misma. Esa deuda ha alcanzado ya los siete mil millones de dólares. Para decirlo en otros términos, debemos al extranjero una cifra superior a nuestras exportaciones de los tres últimos años. Otra consecuencia de esa política ha sido la caída vertical de nuestra divisa. El peso argentino se envileció en su confrontación con otras monedas y también en su poder adquisitivo interno. Esta parte del drama argentino la conocen, mejor que nadie, las familias trabajadoras. El hombre argentino sabe, en carne propia, de la explotación a que es sometido por el régimen. Mientras avanzaban la concentración de la riqueza, la desnacionalización de nuestra economía y el endeudamiento, la participación de los asalariados en el ingreso nacional disminuía drásticamente. Los monopolios y las oligarquías fueron los beneficiarios directos de esta explotación del trabajo humano. De esta manera los beneficios de la mayor productividad del trabajo no fueron a manos de los trabajadores. Por duro contraste, la productividad del trabajo aumentó y los salarios reales descendieron. Lo que sí creció fue la desocupación” (…) “La historia de la resistencia peronista no ha sido escrita porque no hubo dónde o porque no hubo quién. Su crónica tiene pocos nombres y pocas fechas. Pero explotados y explotadores la conocen. Está hecha de paros y huelgas, de sabotajes y atentados, de coraje y sacrificio” (…) “La resistencia peronista contra la dictadura es una etapa maravillosa de la lucha de un pueblo contra el colonialismo y la opresión, contra la entrega y la brutalidad, en defensa de la libertad y la justicia, de la Nación y de su grandeza. Es la continuidad histórica de las gestas de la Independencia, la afirmación de los valores más puros de esta tierra” (…) “Con los tanques en las calles o con elecciones tramposas, el régimen jugó todas sus cartas. Cuando pudo proscribir, proscribió. Cuando pudo anular elecciones, las anuló. Cuando pudo impedirlas, las impidió” (…) “La resistencia popular, más dura y heroica a medida que más injusto y represivo se hacía el sistema, frustró todas las maniobras del continuismo. Porque todas se intentaron. Y todas fracasaron. Esta es la verdadera y única razón de la violencia de los argentinos. Una violencia que creció a medida que crecía la resistencia popular. Una violencia ciega e inútil. A este pueblo, por la fuerza, nadie podrá imponerle nada, porque sabe lo que quiere y cómo conseguirlo, se oponga quien se opusiere, cuente con los medios que contare. Así, este país conoció por primera vez sublevaciones populares de un vigor que estremece” (…) “La patria entera se pone de pie y pelea sin temor. El régimen agoniza. Sus cimientos tiemblan. Sus paredes se resquebrajan” (…) “Este país debe retornar al camino de su grandeza. Ello no puede ser la obra de sólo una fuerza política aunque sea mayoritaria. Puede y debe ser tarea de todos, pues no cabe disenso en la opción entre construir la patria grande o admitir la patria sojuzgada. Tal es el sentido de la tregua política y de la tregua social que, como presidente, he propuesto a la nación toda. Ello no significa olvidar las diferencias que nos separaron en el pasado. Implica superarlas en una acción generosa, concertada, solidaria, que dé a nuestros hijos instituciones, formas de vida y posibilidades de realización de las que nosotros no pudimos gozar” (…) “Prometemos al país un camino en el cual la voluntad de todos los argentinos, vengan de donde vinieren, piensen lo que pensaren, tengan el pasado que tuvieren, se temple en la batalla por un futuro de independencia económica y de justicia social” (fuente: Google).

Cámpora estaba convencido de que él, la JP y los montoneros estaban protagonizando una etapa fundacional en la República Argentina. Creía que ese 25 de mayo significaba un punto de inflexión histórica, la entrada definitiva del país en una época signada por la plena vigencia del socialismo nacional, único garante de los derechos sociales de los trabajadores. En una demostración de “generosidad” el flamante presidente invitó a todos los argentinos de buena voluntad a plegarse al proyecto del socialismo nacional; eso sí, los cipayos quedarán automáticamente excluidos. En su extenso discurso “El Tío” habla dando por sentado el visto bueno de Perón. Habla como si lo hiciera en nombre de Perón, como si el proyecto del socialismo nacional hubiera sido bendecido por el General. Además, da a entender que con el advenimiento del socialismo nacional terminarán los actos de violencia que se produjeron en el país durante los años de proscripción del peronismo. Lo que pasó en el país a partir del 25 de mayo de 1973 puso dramáticamente en evidencia cuán equivocado estaba “El Tío”.

La izquierda peronista fue gobierno entre el 25 de mayo de 1973 y la “renuncia” de Cámpora en julio de ese año. Creyó que se quedaba para siempre y tres meses más tarde Perón la eyectó del poder. Porque eso fue lo que hizo. La utopía del socialismo nacional se había desmoronado como un castillo de naipes. El sueño de una Argentina unida, también. Lamentablemente, la violencia, lejos de desaparecer, se incrementó como una bola de nieve. Lejos de aquietar los ánimos, el retorno a la democracia no hizo más que profundizar las contradicciones dentro del peronismo, contradicciones que quedaron dramáticamente en evidencia el 20 de junio, una de las jornadas más trágicas de la historia argentina contemporánea. Días más tarde el anciano líder puso las cosas en claro: sería presidente con el apoyo del peronismo ortodoxo, histórico, tradicional. Cámpora, la JP y los montoneros habían perdido la pulseada. En ese momento comprendieron que su acceso al gobierno no había sido más que una efímera transición hacia el retorno definitivo de Perón como presidente de la nación. La izquierda peronista había sido funcional a Perón durante sus años de exilio. Dejó de serla cuando el creador del movimiento fue elegido por el 62% del electorado. El incremento exponencial de la violencia fue la consecuencia inevitable de ello.

La “renuncia” de Cámpora no fue tolerada ni perdonada por la JP y los montoneros. La decisión de Perón de ponerle fin al proyecto del socialismo nacional fue considerada un acto de guerra. El 25 de septiembre, dos días después de la elección presidencial, los montoneros acribillaron a José Ignacio Rucci, mano derecha del General. Fue la respuesta de los montoneros a la decisión de Perón de sepultar el proyecto del socialismo nacional consagrado en el discurso de Cámpora el 25 de mayo de 1973. Fue, además, un desafío a la autoridad de Perón como único líder del peronismo. Los montoneros creyeron que con ese acto atroz lograrían doblegar a Perón, “convencerlo” de que sólo con ellos lograría sacar al país adelante. Es probable que la soberbia les haya jugado una mala pasada a Firmenich y compañía. Porque lo único que consiguieron fue hacer encabritar a Perón. El anciano líder se sintió ofendido y decidió redoblar la apuesta. A partir de entonces sólo imperó en la Argentina un lenguaje: el de las balas.

La izquierda peronista creyó tocar el cielo con las manos aquel lejano 25 de mayo. Las columnas de la JP y de los montoneros creyeron que el país era de ellos y que Perón aceptaría cogobernar con ellos porque “el viejo”, suponían, se había volcado a la izquierda. El problema fue que Perón siempre estuvo volcado a la derecha. Si bendijo el accionar de los montoneros fue por pura conveniencia política. Perón necesitaba imperiosamente desestabilizar a los gobiernos que se sucedían en la Casa Rosada para regresar como el gran salvador de la Patria. En este proyecto la JP y los montoneros eran apenas aves de paso. Perón, un frío maquiavélico, usó a la “juventud maravillosa” para hacer el trabajo sucio. Una vez en el poder, la tiró al tacho de basura. La estrategia de Perón condujo al país al más profundo de los abismos. Por más que hubiera ganado abrumadoramente en septiembre de 1973, la democracia como filosofía de vida se había tornado imposible. Consciente o inconscientemente, Perón había comenzado a crear las condiciones para lo que sucedería con posterioridad al 24 de marzo de 1976. Si realmente lo que sucedió en el país a partir de la “renuncia” del “Tío” hasta el golpe cívico-militar que derrocó a “Isabel” fue concebido por Perón, no cabe duda alguna de que se trató de la más perfecta y siniestra venganza concebida por dirigente alguno contra su país.

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