Por Hernán Andrés Kruse.-

La semana que está a punto de culminar es un fiel reflejo de la anomia que aqueja al país desde hace muchísimo tiempo. Desde hace varios días varios colegios de CABA han sido tomados por sus estudiantes, quienes han efectuado una serie de demandas, muchas de ellas lógicas y sensatas, como una mejora en la calidad de la vianda. Pero la forma elegida para exteriorizar su descontento no es propia de la democracia liberal, basada en valores prístinos como la tolerancia y el respeto mutuo. Lamentablemente, la reacción del gobierno porteño lejos estuvo de ser la adecuada. Apostó por la profundización del conflicto, al mejor estilo kirchnerista. Por ejemplo, la decisión de la Justicia de enviar policías para que notifiquen a los padres que el accionar de sus hijos violentó el Código Contravencional echó más leña al fuego.

Mientras tanto, la Avenida 9 de Julio fue escenario de un nuevo acampe de las organizaciones piqueteras comandadas por un dirigente de extrema izquierda, Eduardo Belliboni. Una vez más fue coartado el derecho de los ciudadanos de transitar libremente, tal como lo garantiza la constitución nacional. Pero cabe reconocer que los piqueteros no decidieron acampar porque no tienen nada mejor que hacer, sino porque es la única herramienta de que disponen para hacerse escuchar por las autoridades competentes. Una vez más, un derecho constitucional (el de transitar libremente) colisiona con otro derecho constitucional (el de vivir dignamente).

Estos acontecimientos no hacen más que alejarnos de los principios fundamentales consagrados por el texto elucubrado por Juan Bautista Alberdi en el siglo XIX. La constitución ha dejado de tener significado no sólo para la clase política sino también para el pueblo. En 1984 Germán Bidart Campos publicó un libro titulado “Para vivir la constitución”. Es una obra apta para todo público, escrita para que todos la entendamos. Es bueno recordarla en estos momentos cuando el país tomó por costumbre vivir al margen de la ley. Su lectura, qué duda cabe, constituye un bálsamo ya que nos ayuda a sobrellevar de la mejor manera posible estos momentos de zozobra, angustia, incertidumbre y hastío provocados por una clase dirigente venal, amoral y obscena.

Repasemos algunos párrafos del libro:

1-“El preámbulo no es vana literatura, no son unas declaraciones explicativas que el constituyente procuró redactar de la manera más sonora y atrayente posible para decir cosas lindas. NO: el preámbulo es una parte de la constitución, es como la raíz de un árbol, de donde sale la savia que se desparrama por todas las ramas. ¿Y si dijéramos que el preámbulo da testimonio sintético de aquello que habíamos llamado el espíritu de la constitución? Diríamos una gran verdad. ¿Por qué? Porque en el preámbulo se condensan ideas, valores, fines, que arman un proyecto político de vida en común, y que es el modelo de la organización para las instituciones que el resto de las constituciones estructura (…)”.

2-“Detengámonos en tres puntos: afianzar la justicia, promover el bienestar general, asegurar los beneficios de la libertad. La justicia es el valor más alto, el valor supremo del orden jurídico. Hay que afianzarlo. Todos tenemos el llamado de una convocatoria para afianzar la justicia: quienes gobiernan y quienes somos gobernados, porque todos debemos ser justos. Es muy simple, y también bastante difícil. Pero es un deber que la constitución impone. El bienestar general que hay que promover, o sea mover en “pro”, hacia delante, es el bien común público, el bienestar de los hombres y grupos que conviven en nuestro estado. Es la buena convivencia, el “estar-bien” esos hombres y grupos en la convivencia compartida. El “bien” apunta a una noción ética, por donde ya podemos vislumbrar que la constitución, desde el preámbulo, se impregna de moralidad. Es la ética política, la ética aplicada a la política, que propone alcanzar el país. ¿Cuál? El que es común a todos, a la sociedad. Lo que hace mal a la sociedad, lo que la daña, lo que la ofende, lo que por su publicidad (entendida como “por ser público”) estropea o entorpece el bien común, es contrario a la constitución (…) La ética, la moral, cuando hacen a lo público, al todo social, están contempladas en la constitución. Y por fin se habla de asegurar los beneficios de la libertad. Qué interesante entroncar esta idea con la idea anterior. El preámbulo dice “beneficios” de la libertad; hay que asegurarlos. Beneficio es algo que hace bien, que bonifica, que es bueno. La libertad produce beneficios, hace bien, es un bien, es un valor. Es bueno que haya libertad, y eso debe asegurarse. Otra vez una relación con la ética: esta vez entre libertad y ética (…)”.

3-“Decimos que la trilogía de justicia-bienestar general-libertad, que leemos en el preámbulo, apunta a la democracia, ausente de la letra del texto. ¿Por qué? Porque la democracia es la forma que organiza al estado situando dentro de él a la persona humana de una manera que respeta, defiende y promueve su dignidad, su libertad y sus derechos. No hay justicia ni libertad ni bienestar general si los hombres, todos los hombres, no gozan y disfrutan realmente y con eficacia de su libertad. La democracia es convivencia política en libertad, en la justicia, en el bien común. Y eso, aunque alguien quiera evitar la palabra, y aunque falte en el texto constitucional. La constitución de 1853-1860 es democrática, implanta la democracia, porque esos valores que mencionábamos antes son los propios de la democracia”.

4-“Y esos valores son valores de la convivencia política. Dijimos que la justicia era el más excelso. Pero más arriba de la convivencia política, aunque con conexión con ella, hay un valor (ético) que es el valor “personalidad”, y que significa que los valores jurídicos y políticos se enderezan a obtener que el hombre, por ser persona, viva en condiciones tales que le permitan desarrollar y hacer crecer su personalidad, el valor personalidad que le es propio. Este valor y la democracia se unen entrañablemente. Por eso, para nuestra constitución, la persona humana y su valor personalidad son la base de la democracia. Otra cosa que no podemos leer, pero que surge del espíritu de la constitución, y de aquel otro campo que recomendábamos conocer, que era la jurisprudencia de la Corte Suprema”.

Releyendo estas bellas y profundas reflexiones no pude evitar el lagrimeo de mis ojos. Hay más distancia entre la narrativa de Bidart Campos y la realidad que nos agobia, que la existente entre nuestro planeta y el más alejado del sistema solar, Plutón. Ello pone en evidencia, de manera dramática, lo que todos pensamos y no nos atrevemos a manifestar públicamente: la democracia tal como la consagra la constitución no está vigente. No somos personas tal como concibe ese término la constitución de 1853. No lo somos porque la clase política lisa y llanamente desconoce nuestros derechos. No lo somos porque el principio de la soberanía popular únicamente está vigente cuando ingresamos al cuarto oscuro. No lo somos porque no reaccionamos cuando el gobernante de turno nos miente en la cara. No lo somos porque hemos naturalizado todo tipo de atropellos cometidos por los que mandan. No lo somos porque, en definitiva, no somos una ciudadanía sino un rebaño.

Quisiera concluir esta nota destacando algunos párrafos de Bidart Campos sobre la imperiosa necesidad de reconstruir la convivencia, soporte medular de la república democrática.

1-“Al salir de la actual coyuntura, nuestra sociedad convaleciente debe recrear muchos hábitos y practicar muchas virtudes. Primero que nada, tiene que impregnarse de moralidad. Los dirigentes políticos, los dirigentes sindicales, los hombres de partido, todos cuantos tienen una función de orientación o conducción, y en general todas las personas, deben convencerse que sin ética no se puede practicar la democracia (…) Hay que dejar de lado la trampa, el engaño, la mentira, y abrir paso a la verdad, aunque ésta pueda doler. En quienes gobiernan, esto quiere decir que también tienen que decir la verdad. La gente sufre crisis de credibilidad y de confianza cuando duda o se da cuenta que desde el poder no se le dice la verdad, o se la tergiversa, o se la oculta. El gobernante pierde crédito, y la sociedad se vuelve escéptica (…) De ahí que el gobierno tenga la obligación moral de informar verazmente, de dar noticia y publicidad de lo que hace, de rendir explicaciones leales al alcance del hombre común”.

2-“De inmediato, es indispensable deponer las posturas agresivas, petulantes, ásperas. En la democracia puede haber adversarios, pero no enemigos. Nadie puede creer que es el único que tiene toda la razón o toda la verdad. En política, todo es opinable, y el pluralismo precisa, imprescindiblemente, que hombres y grupos sepan convivir pensando y actuando de manera distinta. Esto presupone el respeto y la tolerancia, tanto como dejar de lado la violencia y la fuerza cuando algo no nos gusta. Cordura, conciliación, equilibrio, temperancia, son formas civilizadas y cultas de aceptar la diversidad de ideas, de afrontar la lucha política, de encarar los antagonismos, de admitir el disenso. Y todo ello no puede detenerse en una mera postura exterior; tiene que nacer de la interioridad del hombre, de lo profundo del corazón. Por eso, hace falta la reconciliación espiritual, la buena predisposición interior, íntima y sincera (…)”.

3-“Cuando el preámbulo de nuestra constitución habla de constituir la unión nacional, apunta a eso: a la unidad. La unidad no es uniformidad, no es apelmazamiento social, no es abolición del pluralismo. Es una idea y una realidad según las cuales los sectores o las partes del todo social, sintiéndose diferentes, conviven en unión porque comparten unos principios básicos y comunes, que deben ser aquellos valores y fines de los que ya hemos hecho alusión, en los que se asienta la sociedad y la organización política. Si recordamos a Ortega, podemos ver como él llamaba “invertebración” al fenómeno que se produce cuando las partes de un todo empiezan a vivir como todos aparte. No se trata de suprimir esas partes; se trata que esas partes se sientan y actúen como partes de una unidad que las abarca a todas”.

4-“De una vez por todas hay que aceptar unas reglas de juego para convivir: en el juego, ya saben los participantes que unos ganarán y otros perderán. Pero no hay que hacer trampa, no hay que saltar por encima de las reglas del juego. En la sociedad, el que gana precisa del que pierde. Al perdedor no se lo puede echar al ostracismo, ni hacerlo objeto de persecución, menosprecio, marginamiento. Ahí reside el secreto de la colaboración y de la oposición. El que gana gobierna, pero el que pierde no es un enemigo. Ni él debe sentirse tal, ni el gobernante ganador debe tratarlo como tal. La oposición es un factor de control, y el control lo es de colaboración. En muchas cosas, podrá incluso haber acuerdo entre ganador y perdedor, entre gobierno y oposición. Y cuando el juego es limpio y sus reglas se cumplen, el que ganó y por eso hoy gobierna, sabe que mañana podrá convertirse en perdedor. Allí reside la expectativa fundamental de la república: en la renovación electoral de las autoridades (…)”.

5-“La república no es el feudo ni el botín de quienes gobiernan porque ganaron. República, en el latín antiguo de la época romana, era la “res-pública”, la cosa pública, la cosa de todos, la cosa común, de los ganadores y de los perdedores, porque unos y otros deben, cada cual desde su puesto, hacer algo en común, hacer la política del bien común, para todos, para el público, para la sociedad. Si no es así, seremos cualquier otra cosa, pero no una república, aunque tengamos un presidente, y aunque a ese presidente lo hayamos elegido nosotros”.

¡Cuánta razón tenía don Germán!

Anexo

Robert Dahl y las semejanzas de los sistemas políticos (primera parte)

Robert Dahl (1915-2014) fue uno de los más destacados teóricos de la política del siglo XX. A comienzos de la década del sesenta publicó “Análisis político actual” (Eudeba, 1983), un verdadero clásico de la ciencia política contemporánea.

Uno de los problemas que aborda es el de las semejanzas de los sistemas políticos. Algunos sostienen que los sistemas políticos jamás varían en sus aspectos relevantes. Otros, en cambio, consideran que los sistemas políticos son tan diferentes que resulta prácticamente imposible encontrar semejanzas entre ellos. Los politólogos discrepan respecto a aquello que es permanente en los sistemas políticos y aquello que está sujeto a modificaciones. En el momento presente, enfatiza Dahl, nadie puede afirmar que el problema esté resuelto. Respecto a la postura que sostiene que la política cambia continuamente, cabe expresar que la realidad empírica se ha encargado de demostrar, a través de numerosos ejemplos, que con posterioridad al surgimiento de una sociedad nueva, carente de política, a las pocas horas la antigua política reapareció con mayor intensidad. Para algunos, la nueva política es mejor que la antigua; para otros, es exactamente lo contrario. Sin embargo, en algunos aspectos, la nueva política y la vieja política presentan varias semejanzas.

En esta parte del libro, Dahl centra su atención en las semejanzas. Lo primero que hace es preguntar acerca de la posibilidad de establecer el número exacto de sistemas políticos. ¿Cuántos sistemas políticos hay en el mundo? Dada la amplitud de su concepto, se cuentan por millones los sistemas políticos desparramados por todos lados. En consecuencia, el conocimiento sistemático únicamente puede abarcar una pequeña parte del comportamiento de un número limitado de sistemas políticos. Lo que Dahl se propone es estipular cuáles son “las características de esos sistemas en general o, en todo caso, de los que abarcan a más de un puñado de personas. Recordemos que estas semejanzas no son parte de la definición de un sistema político. Son regularidades -empíricas, podríamos decir- que se espera hallar en cualquier sistema político importante”.

Los sistemas políticos: características

En los sistemas políticos hay un control desigual de los recursos políticos. ¿Por qué sucede esto? Según Dahl, hay varias razones que lo explican. En toda sociedad, y fundamentalmente en las más avanzadas, está vigente el principio de la especialización de funciones. Al existir la división del trabajo, no todos los miembros de la sociedad tienen los mismos accesos a los recursos políticos. El Secretario de Estado de Estados Unidos tiene garantizado un mayor acceso a la información acerca de las relaciones exteriores de Estados Unidos que cualquier habitante común de Nueva York. Lo mismo acontece en cualquier parte del mundo. Hoy, en nuestro país, el Secretario Legal y Técnico de la presidencia sabe muchas más cosas que cualquier habitante de Rosario. No todos, al comenzar su vida, tienen las mismas posibilidades de acceder a los recursos que les permitirán desplegar plenamente todas sus capacidades. Generalmente quienes gozan de una ventaja inicial, con el correr del tiempo la incrementan. No existe, por ende, el tan proclamado principio de la igualdad de oportunidades.

Tanto los individuos como las sociedades son prisioneros de su pasado, sentencia Dahl. Todos los hombres, al comenzar la lucha por la vida, cuentan con una cierta herencia biológica y social. Algunos, en el punto de partida, tienen sobre sus competidores la ventaja de ser más inteligentes, otros, en cambio, tienen la ventaja de ser más ricos, de estar mejor situados en la estratificación social o de tener mejores posibilidades de acceder a una educación óptima. “Cualquiera sea su origen las diferencias de dotes biológicas y sociales en el momento de nacer a menudo se multiplican para ser aún mayores entre los adultos. Por ejemplo, en casi todas partes la oportunidad de educarse se relaciona, por lo menos, en parte, con la riqueza, la categoría social o la posición política de los padres”, remarca Dahl.

En la Argentina, es muy difícil, por no decir imposible, que la persona que nació en una villa de emergencia disponga de los mismos recursos para progresar en la vida que una persona que nació en Barrio Norte. Estas diferencias producen otras en lo que se refiere a las motivaciones y objetivos de los miembros de la sociedad. Ninguna sociedad está en condiciones de garantizar a todos sus miembros la plena realización de todos sus objetivos. Los hombres se diferencian en cuanto a sus metas, su nivel de conocimientos y los recursos disponibles. No todos tienen el mismo interés en participar en política, en convertirse en miembros de la élite política o en adquirir los recursos que les permitan ejercer influencia sobre los que mandan. Por último, en todas las sociedades se intentan estimular algunas diferencias a los efectos de preparar a los hombres para distintas funciones. Si todos quisieran ser abogados, nadie sería policía. Toda vez que se valora positivamente la especialización de funciones, se consideran igualmente beneficiosas para la sociedad algunas diferencias de motivaciones. A raíz de estas razones, resulta prácticamente imposible que en una sociedad se de una perfecta distribución de los recursos políticos. Así se trate de una sociedad altamente desarrollada y democrática, como la estadounidense, o de una sociedad donde impera una monarquía absoluta, los recursos políticos están necesariamente distribuidos de manera desigual.

En todos los sistemas políticos se da el proceso de búsqueda de influencia política. Siempre hay algunos miembros que procuran ejercer influencia sobre las políticas, las normas y las decisiones que pone en marcha el gobierno. Según Dahl, las personas tratan de ejercer influencia política porque al controlar al gobierno están en condiciones de alcanzar varios de sus objetivos. No todos los miembros del sistema político ejercen la misma influencia política sobre los gobernantes. En todos los sistemas políticos se da una desigual distribución de la influencia política, lo que está estrechamente vinculado con los recursos. Quien posee más recursos tiene mayores posibilidades, si así lo desea, de influir sobre el gobierno. Dahl recuerda a aquellos prominentes pensadores que trataron esta cuestión: Aristóteles en su “Política”, Rousseau en su “Discurso sobre los orígenes de la desigualdad” y Marx y Engels en el “Manifiesto Comunista”, la abordaron desde diferentes perspectivas.

En todo sistema político se dan los procesos de prosecución y resolución de objetivos opuestos. Los miembros del sistema político persiguen metas opuestas, lo que obliga al gobierno a resolver los problemas que surgen a raíz de tales conflictos de intereses. Dahl alude al importante tema del conflicto y el consenso, inherentes a todo sistema político. Quienes conviven en una sociedad jamás están de acuerdo en todo y si deciden prolongar su convivencia no pueden pelearse todo el tiempo. En la historia del pensamiento político, Hobbes puso énfasis en el conflicto, mientras Aristóteles y Rousseau lo hicieron sobre el consenso y la cooperación. Al enfatizar el conflicto, Hobbes puso de relieve la necesidad de los hombres de concentrar el poder y la autoridad, mientras que Aristóteles y Rousseau centraron su atención sobre la capacidad del estado de ayudar a los hombres a perseguir objetivos comunes, a organizar una convivencia basada en el respeto y la tolerancia. Emergen, por último, las posturas extremas. El temor al disenso es propio de las corrientes ideológicas autoritarias, mientras que la confianza ilimitada en la capacidad del hombre de generar consensos es propia de las corrientes ideológicas anarquistas.

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