Por Hernán Andrés Kruse.-

En su edición del 4 de noviembre, Infobae publicó un artículo de Mónica Gutiérrez titulado “Entre el salto al vacío y el borde del precipicio”. Escribió lo siguiente: “La crónica de la semana política bordea lo patético. Dilemas, dudas y disyuntivas dan cuenta de la sensación de fracaso y desasosiego con la que, para la inmensa mayoría, está culminando la carrera electoral. Un final amargo y desesperado. Nadie parece estar yendo a votar con esperanza, ni un hilito de ilusión. Se vota optando por el mal menor. Se vota en contra y con reservas. “Es lo que hay”, es la resignada expresión del momento. Se vota con culpa, con vergüenza, con el peso de la indignidad machacando la conciencia (…) Esta semana se cumplieron 40 años de la llegada de la democracia. La figura de Alfonsín sobrevuela todos los escenarios. Están los que lo aman y están los que lo usan. Milei simplemente lo denigra. Con una inflación galopante y la pobreza del 40%, la Corte Suprema acorralada en un insólito juicio político por el ejecutivo y el kirchnerismo intentando marcar territorio no hay clima para festejos y celebraciones. Sí un espacio para la reflexión. ¿Cómo llegamos hasta aquí? ¿Qué falló tan gravemente? ¿Cómo emerger de esta oscuridad?”

¿Cómo llegamos hasta aquí? Para responder a esta pregunta no queda más remedio que recurrir a nuestra memoria histórica.

El 30 de octubre de 1983 Raúl Alfonsín venció a Italo Luder por 12 puntos de diferencia. Estalló un júbilo popular indescriptible que tuvo su punto culminante el 10 de diciembre cuando don Raúl asumió como presidente de la república. La ilusión que tenía el pueblo era inconmensurable. Estábamos convencidos de que con la democracia se comía, se educaba y se curaba. Lamentablemente, cinco años y medio después Alfonsín se vio obligado a entregar el poder de manera anticipada a su sucesor, Carlos Menem. Aquella ilusión se había desmoronado como un castillo de naipes. ¿Por qué Alfonsín no tuvo más remedio que tomar semejante decisión? Su primer ministro de economía fue su amigo y correligionario Bernardo Grinspun, un economista keynesiano. Aplicó un plan económico acorde con su pensamiento económico que no dio los resultados esperados. La inflación comenzó a carcomer el bolsillo de los argentinos mientras el sindicalismo peronista, envalentonado por la derrota del gobierno al intentar forzar la aprobación de la ley de democratización sindical, le había declarado la guerra. A comienzos de 1985 Alfonsín demostró que era más pragmático de lo que se suponía. Consciente de la gravedad de la situación económica no titubeó a la hora de reemplazar a Grinspun por un tecnócrata llamado Juan Vital Sourrouille mientras anunciaba una economía de guerra, es decir, la necesidad imperiosa de aplicar un ajuste ortodoxo. Dicho ajuste, denominado “Plan Austral”, logró domesticar la inflación durante un tiempo lo que le permitió al gobierno obtener una clara victoria en los comicios de medio término de 1985.

Lamentablemente, el plan de ajuste de Sourrouille comenzó a languidecer a pesar de sus desesperados intentos por evitar el colapso. La inflación se hizo nuevamente presente mientras el sindicalismo peronista esmerilaba a Alfonsín con una serie de paros generales. El resultado adverso obtenido en los comicios de 1987 significó el fin de la presidencia de Alfonsín. Con una autoridad debilitada y un peronismo que comenzó a oler sangre, Alfonsín nada pudo hacer para evitar la hiperinflación que se desató a comienzos de 1989, el último año de su mandato. Sourrouille se vio obligado a abandonar el ministerio siendo reemplazado por el veterano dirigente radical Juan Carlos Pugliese, quien dejó para la posteridad la frase “les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo”, en alusión a los grandes empresarios vernáculos. Cuando comenzó la campaña electoral todos sabíamos quién sería el triunfador. En las elecciones presidenciales de mayo de 1989 Carlos Menem se impuso con claridad sobre el candidato radical, el gobernador de Córdoba Eduardo Angeloz. Al asumir Menem en julio de 1989 la inflación mensual era del 200%.

Carlos Menem dejó el manejo de la economía en manos de un ejecutivo de Bunge y Born, Miguel Angel Roig. Poco pudo hacer al frente de la cartera económica ya que pocas horas después de hacerse cargo del ministerio falleció. Rápido de reflejos Menem designó a otro ejecutivo de la empresa transnacional, Néstor Rapanelli. El fracaso de su gestión lo obligó a reemplazarlo, a fines de 1989, por su amigo Erman González. Su gestión también fracasó. Acorralado por la hiperinflación Menem designó en Economía a Domingo Cavallo, quien en marzo de 1991 impuso la convertibilidad, un cuento de ciencia ficción que nos hizo creer que nuestra moneda tenía el mismo valor que el dólar. Sin embargo, durante varios años le permitió a Menem controlar la inflación, lo que le garantizó su permanencia en la Casa Rosada una década y media. Durante su segunda presidencia el pueblo comenzó a poner en evidencia claros síntomas de cansancio por tanta corrupción enquistada en las altas esferas del gobierno. Para colmo, los feroces ataques del terrorismo internacional contra la embajada de Israel y la AMIA, la explosión de Fabricaciones Militares en Río Tercero, la muerte de Carlos Menem junior y el asesinato de Cabezas, no hicieron más que esmerilar la autoridad presidencial.

Semejante estado de ánimo le permitió a Fernando de la Rúa acceder a la primera magistratura en diciembre de 1999. Apenas asumió, su ministro de economía, José Luis Machinea, no tuvo mejor idea que imponer un duro impuestazo. Meses más tarde su gobierno tambaleó debido al escándalo de la Banelco, que finalizó con la intempestiva renuncia del vicepresidente Carlos Álvarez en octubre de 2000. En marzo de 2001 el Frepaso abandonó el gobierno a raíz de la decisión de De la Rúa de designar como ministro de Economía a Domingo Cavallo. Acorralado por la gravedad de la situación económica y la derrota en las elecciones de medio término de octubre de ese año, De la Rúa y Cavallo no tuvieron mejor idea que imponer el corralito, lo que provocó la ira e indignación de quienes tenían depositado su dinero en los bancos. La crisis hizo eclosión el 20 de diciembre. Incapaz de garantizar la paz social De la Rúa renunció al atardecer y abandonó la Casa Rosada en helicóptero.

Entre el 20 de diciembre y el 1 de enero de 2002 hubo dos Asambleas Legislativas y un golpe de estado (el propinado contra Rodríguez Saá). Finalmente, el primer día de 2002 asumió como presidente Eduardo Duhalde, gracias al apoyo del alfonsinismo. A esa altura la convertibilidad era un recuerdo. Nadie creía en los dirigentes políticos. Tampoco en el Congreso y en la Justicia. En junio de 2002 se produjo la tragedia de la estación de Avellaneda. Acorralado por la gravedad de la situación Duhalde no tuvo más remedio que adelantar la fecha de las elecciones presidenciales. El 27 de abril de 2003 los argentinos se encontraron, al ingresar al cuarto oscuro, con una serie de boletas que ponían en evidencia la fragmentación política de aquel entonces. Carlos Menem resultó el ganador con el 24% de los votos, seguido por Néstor Kirchner con el 22%. Esos porcentajes obligaron a ambos candidatos a competir en el ballottage. Consciente de su altísima imagen negativa, Menem decidió no competir.

Néstor Kirchner asumió el 25 de mayo de 2003. El panorama económico, político, social e institucional era dramático. Con una audacia sin límites y una ambición de poder sin frenos, Kirchner logró restaurar la autoridad presidencial. Con la ayuda de Roberto Lavagna logró encauzar la economía, lo que le permitió obtener un claro triunfo en las elecciones de medio término de 2005. Había nacido el kirchnerismo. Con el peronismo rendido a sus pies y una oposición desarticulada, Kirchner impuso la candidatura de su esposa, Cristina Fernández de Kirchner, para las elecciones presidenciales de 2007. Sin embargo, un riesgo amenazaba la continuidad del kirchnerismo en el poder: la candidatura de Elisa Carrió. Kirchner la neutralizó gracias a los servicios prestados por la fórmula Lavagna-Morales, que le permitió a Cristina ganar en primera vuelta con el 45% de los votos. Todo marchaba sobre rieles hasta que el ministro de Economía, Martín Lousteau, decidió, apoyado por Cristina, aumentar las retenciones al campo. A partir de entonces-marzo de 2008-el antagonismo kirchnerismo-antikirchnerismo se adueñó del escenario político de la Argentina. El conflicto con el campo marcó a fuego al kirchnerismo. También a la sociedad. Ese conflicto selló la suerte electoral del kirchnerismo en las elecciones de medio término de 2009.

Todo parecía indicar que se estaba en presencia del fin del kirchnerismo. Cristina estaba acorralada y la oposición estaba exultante. Pero un hubo un hecho que cambió el escenario político de manera dramática. El 27 de octubre de 2010 falleció el ex presidente Néstor Kirchner a los 60 años. Ese día nació el cristinismo. Cristina se vio obligada a tomar las riendas del poder sin la ayuda de su esposo. Ello explica su decisión de refugiarse en La Cámpora, conducida por su hizo Máximo. Fue entonces cuando la oposición cometió un pecado mortal: subestimar la capacidad de conducción de Cristina. Carrió, Binner y compañía dieron por descontada la derrota de Cristina en las elecciones presidenciales de 2011. La sorpresa que se llevaron el día de los comicios fue monumental. Cristina fue votada por el 54% de los electores, relegando a un lejanísimo segundo lugar a Hermes Binner. La reelección de Cristina no hizo más que acicatear el espíritu combativo no sólo de la oposición sino también del poder mediático concentrado, duramente enfrentado con el gobierno. Las elecciones de medio término de 2013 significaron el fin del intento de Cristina por otra reelección. Para colmo la situación económica comenzó a flaquear. La devaluación de 2014 terminó por sentenciar la suerte electoral del gobierno para los comicios de 2015.

El 10 de diciembre de 2015 asumió como presidente Mauricio Macri. El antikirchnerismo se sentía exultante. El período de gracia de Macri se extendió hasta las elecciones de medio término de 2017. Pero en 2018 no tuvo mejor idea que negociar con el FMI una ayuda financiera astronómica que endeudó al país por generaciones. A partir de entonces perdió el control de su gobierno. Ello explica el retorno del peronismo en diciembre de 2019 de la mano de Cristina, su títere Alberto y el maquiavélico Sergio Massa. El gobierno de Alberto Fernández fue marcado a fuego por la pandemia. Para hacer frente al covid-19 impuso una cuarentena eterna que hizo añicos el sistema nervioso de los argentinos. Fue un verdadero suplicio que mereció el condigno castigo en las urnas en las elecciones de medio término de 2021. Mientras tanto, el ministro de Economía Martín Guzmán fracasaba sin remedio. En el invierno de 2022 fue reempalzado por Silvina Bataquis, quien duró en el cargo lo que un suspiro. En agosto asumió en Economía Sergio Massa, quien a partir de entonces actúa como un presidente de facto. Su gestión al frente del ministerio de economía ha sido calamitoso, a tal punto que se lo “extraña” a Martín Guzmán.

Cuando comenzó la campaña electoral de 2023 la dirigencia de Juntos por el Cambio daba por descontado su arribo a la Casa Rosada en diciembre. Daba por descontado el arribo de Patricia Bullrich o de Horacio Rodríguez Larreta. Sergio Massa, candidato del oficialismo, era ignorado, al igual que Javier Milei, el candidato de La Libertad Avanza. Pero en las PASO se produjo un hecho que sorprendió a todos: el libertario salió primero. El discurso anti casta había dado resultado. Pero en la primera vuelta hubo otra sorpresa: el ganador fue Sergio Massa. El ministro que llevó al dólar blue a 1000$ había obtenido una resonante e increíble victoria. Segundo fue Javier Milei y tercera Patricia Bullrich. Al no obtener Massa la diferencia necesaria para ganar en primera vuelta, se ve obligado a competir con Milei el próximo 19 de noviembre.

Este breve recordatorio de lo que nos pasó en los últimos cuarenta años intenta explicar el estado de ánimo que hoy predomina en la Argentina. Cunden el desánimo, la desilusión, el descreimiento, la resignación. Después de tantas ilusiones fallidas es lógico que el pueblo no crea en nadie ni en nada. Fallamos gravemente como sociedad. Alguna vez deberemos asumirlo. Los gobernantes que elegimos a partir de 1983 no son más que el reflejo de lo que somos como sociedad. Nos hemos acostumbrado a vivir, en materia política, de fracaso en fracaso. Fracasaron todos: Alfonsín, Menem, De la Rúa, Duhalde, los Kirchner, Macri y Alberto. Somos una sociedad que ha naturalizado la corrupción, la inflación y la inseguridad. Naturalizamos que desde el poder se burlen de nuestra inteligencia. Nos toman el pelo y no reaccionamos. La mansedumbre hace a nuestra esencia como pueblo. Mónica Gutiérrez se pregunta cómo se emerge de esta oscuridad. Es imposible brindar hoy una respuesta a semejante interrogante.

Share