Por Alberto Buela.-

En el último de los diálogos platónicos, Epínomis o Apéndice a las leyes, Platón ya viejo y abufachado de dar consejos durante medio siglo sobre política sin que nadie agarre trote, redacta este brevísimo diálogo para afirmar en forma breve, clara y precisa cuales son las diferencias entre los bárbaros y los griegos: Los griegos tenemos leyes y los bárbaros, déspotas. Nosotros tenemos polis y ellos tienen tribus.

Y es cierto, los griegos nacieron como tribus y se transformaron en polis. El caso moderno inverso es el de Argentina que nació como polis y hoy terminó en tribus.

Cuando nací en Buenos Aires, y me refiero tanto a la gran ciudad como al campo bonaerense, Perón llevaba un año de gobierno. Mi primer recuerdo político es la muerte de Evita en el invierno del 52 cuando en mi casa de la ciudad se cerraron las persianas del balcón de la sala que daba a la calle Maza.

En el 53 fui a primero inferior, el primer grado de la escuela primaria, donde el libro de primeras letras aparecía la foto de Perón y Evita, él de militar y ella de novia bajo el lema “Perón cumple, Evita dignifica”.

En el 55, subidos con mis hermanos y primos a la gran higuera que había en casa observé los aviones que estaban bombardeando la Plaza de Mayo.

Cayó Perón en septiembre y las persianas de casa se volvieron a cerrar por unos días.

La vida continuó entre el campo en Magdalena, el club Huracán de Parque Patricios, la Biblioteca Almafuerte del Parque, la pileta pública de la calle Pepirí, la parroquia San Bartolomé de Chiclana y Boedo y los campamentos a Córdoba, Bariloche y Salta.

A los 15 años, Juan Romano, el gran amigo del teólogo Lucio Gera, quien estaba de cura teniente en San Bartolomé, me da a leer El Criterio de Jaime Balmes, lo que despierta mi vocación por la filosofía.

A los 17 años conozco a José Luis Torres, quien vivía en un departamento de la Av. Las Heras y estaba en cama próximo a su muerte (enero 1965). Me llevó Pepe Taladriz, hermano de Domingo, quien fuera el imprentero de todo el nacionalismo peronista. Por esa época entro en contacto con Rodolfo Brieba del Movimiento Nueva Argentina, que me incorpora al mismo. Allí conozco a Américo Rial, el Negro Uriondo, a Pfafferndorf, a Castillo, el Gordo Granero, a Bruno, etc. Comandaban el MNA Dardo Cabo y Alejandro Giovenco.

Mi hermano Carlos, seis años mayor, me lleva a conocer a los curas Meinvielle y Castellani. Y Pepe Taladriz a los curas Virgilio Filippo, en la Redonda de Belgrano, estudioso de la masonería, y a Amancio González Paz de la calle Núñez, el gran amigo del Fiscal de la Década Infame, José Luis Torrres.

Hago la colimba (el servicio militar obligatorio) en el 66 con Onganía como dictador de turno, la mayor parte lo paso en la prisión militar de aeronáutica en la isla de Mazaruca (Entre Ríos). Estuve preso por gritarle a Onganía masón porque el orate de Emilio Abras, nos llenó la cabeza de que el dictador formaba parte de la masonería blanca, pues tenía de asesor al cura Castex.

El asesinato de Agusto Vandor en 1969 me encuentra ya vinculado al movimiento obrero a través de Enrique Ferradás Campos del sindicato de televisión y de Osvaldo Borda del sindicato obreros del caucho. Campo de mi militancia política hasta el presente.

Hasta comienzos de los 70, Argentina era, en cierta medida, una comunidad organizada, pues existía un control social y un complemento entre las distintas organizaciones libres del pueblo (parroquia, club, biblioteca, barrio, vecinos, corsos y la familia como principio de la comunidad).

Quiero decir que nací y me crié en una comunidad. En una comunidad que me formó y protegió a través de todas sus pequeñas instituciones.

Llega el segundo peronismo en el 73, pero el General viene a morir. En un esfuerzo extraordinario afirma. “está quebrado el hombre argentino y yo vengo a recuperalo”. Pero no pudo. El marxismo en sus distintas variantes, sobretodo Erp y Montoneros, no lo dejaron. Gana las elecciones por el 62% de los votos y a los pocos días asesinan a José Ricci su espada más querida. “Me cortaron los brazos” exclamó.

El poco tiempo que gobernaron Perón y luego Isabel, trabajé en la órbita de la secretaría de prensa de la presidencia, donde estaba Emilio Abras y luego José María Villone, bajo las órdenes de un militante excepcional como lo fue Emilio Berra, quien a través de sus charlas en esos largos viajes en auto por casi toda la Argentina, me abrió el mundo de, lo que hoy puedo denominar con propiedad, la metapolítica europea y argentina, y sus condicionamientos.

Con la caída de Isabel Perón el 24 de marzo de 1976 aparece la loza de plomo de la Dictadura Militar sobre toda la vida argentina, sea intelectual, política, cultural, económica, social, religiosa, etc.

Se profundiza la disolución de la Argentina como comunidad política y comienza la exaltación, con variantes, del individualismo liberal (Martínez de Hoz, Alfonsín, Menem, de la Rúa, Duhalde) hasta el 2003.

Kirchner (2003-2007) intentó una recuperación social de la comunidad pero lo opacó su avaricia personal por el dinero y la corrupción de su gobierno. Vino luego el gobierno de ocho años de su mujer, quien profundizó la corrupción. La siguió Macri y su gobierno liberal, quien hundió definitivamente la idea de comunidad y hoy estamos con el gobierno Fernández, que es expresión de todo lo malo que nos sucedió en estos últimos 44 años.

Hoy, en el atardecer de mi vida, veo que la sociedad argentina ha perdido su proyecto de nación, transformándose un conjunto de grupos de poder (tribus) donde desapareció la idea de soberanía y cada tribu lucha por sus solos intereses. Y, seguramente, moriré en una tribu. Solo me queda la esperanza de Fierro que: “tiene el gaucho que aguantar hasta que lo trague el hoyo, o hasta que venga un criollo en esta tierra a mandar”. Y que un patriota, más temprano que tarde, nos llegue a gobernar.

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