Por Luis Américo Illuminati.-

«La ciudad antigua» que es un estudio sobre el culto, el derecho y las instituciones de Grecia y Roma, publicado en 1864, es el libro más famoso del historiador francés Fustel de Coulanges. Fue redactado a partir de la cátedra de Historia del autor en la Universidad de Estrasburgo, entre 1862 y 1863. El autor examina en el libro IV («Las revoluciones») las causas de la disolución de la ciudad antigua, reduciéndolas a dos: el debilitamiento de las antiguas creencias religiosas, por causa de una natural evolución espiritual, y la existencia de una clase de hombres que, sintiéndose extraños a la organización de la ciudad, tenían interés en destruirla.

La filosofía griega refirió a la razón el fundamento de la ley; al paso que la plebe irrumpió en la vida de la ciudad con las revueltas como protesta frente a la explotación humana y la acumulación de riquezas en pocas manos, y aprovechando esta fiera y secular pelea, nació también la especulación económica. Este fenómeno se dio más organizadamente al comenzar la Edad Media y su eficaz desenvolvimiento se dio a través de la usura representada por una serie de banqueros que otorgaban grandes préstamos a los reyes.

Pero estos banqueros sin fidelidad a nadie, financiaron revueltas y revoluciones contra los mismos monarcas, llegando a tener muchas veces un poder superior a éstos. Si bien la plebe buscaba la igualdad que es una aspiración natural del hombre, las clases bajas fueron manipuladas sutilmente por los ideólogos que buscaban la destrucción de la sociedad a través del caos y el desorden general en detrimento de la armonía y la paz entre los hombres.

La plebe se transformaría con el paso del tiempo en masas -degeneración de pueblo- que son ciegas multitudes que Ortega y Gasset analizaría con puntual lucidez en su ensayo «La rebelión de las masas» (1929). La primera causa de disolución que en dicho libro examina Fustel de Coulanges está completamente justificada por la evolución espiritual del hombre antiguo merced a la aparición y difusión del cristianismo que se asentó sobre las ruinas del Imperio romano. Pero la segunda causa: los individuos que quieren destruir la unidad de la ciudad porque se sienten extraños -los ideólogos- subsiste hasta la actualidad. La insatisfacción y el malestar que generó los abusos del capitalismo condujo a la aparición de un fenómeno que al principio parecía la panacea o el antídoto contra las injusticias sociales.

Este fenómeno -de índole atrabiliaria- fue la mala y falsa doctrina de Karl Marx (judío alemán) que reunió y resumió en el siglo XIX todos los efectos negativos y perniciosos de la Revolución Francesa que tuvo lugar en el siglo XVIII (1789) y llevando la mala semilla al siglo XX con el «Manifiesto Comunista» (1848) de Lenin y Engels: ¡Proletarios del mundo uníos! La pretendida «panacea» -el marxismo- llevada a la praxis resultó una falacia que plasmó con el estallido de la sangrienta Revolución bolchevique ocurrida en Rusia en octubre de 1917. El paso siguiente reveló la verdadera cara de la nueva filosofía o programa de acción contra el capitalismo. La experiencia del comunismo llevó a la esclavización del pueblo ruso y de otros pueblos sometidos, la U.R.S.S., un totalitarismo que gobernó impiadosamente y con mano de hierro, un infierno que duró hasta la caída del muro de Berlín (1989).

Y así medio siglo después de la Revolución Rusa de octubre de 1917 y a comienzos de la década de los setenta, el marxismo sedujo en la Argentina a un reducido número de jóvenes exaltados que vivían sin sobresaltos económicos, dándose el primer síntoma febril con el estallido del Cordobazo el 29 de mayo de 1969, acontecimiento que un Oficial de la Fuerza Aérea había advertido meses antes que ocurriría y no fue escuchado: mi padre. Cuando estalló el Cordobazo yo tenía 17 años y vivía en pleno barrio Alberdi, epicentro de la revuelta y el edificio que habitaba con mi familia -propiedad de la Fuerza Aérea- no voló por los aires gracias al amigo de un amigo mío que hoy vive en España que me alertó unas horas antes.

Yo sin pérdida de tiempo se lo dije a mi padre y entonces inmediatamente evacuaron el edificio llevando a todos sus ocupantes a la Guarnición Aérea ubicada a 6 km. de la Ciudad de Córdoba. En esa insurrección popular que casi fue la chispa de una guerra civil, estuvieron infiltrados agitadores y agentes castro-comunistas entrenados en La Habana. Tal fue el informe de mi padre a sus superiores. Sé que todos los actores y protagonistas de esa terrible jornada rechazan lo que afirmo, algunos viven y otros ya han fallecido. Los pocos historiadores que se jactan de saberlo todo, nunca aceptarán la acción foránea, ya que dejaría mal parados a un montón de dirigentes gremiales y estudiantiles que consciente o inconscientemente fueron instrumentos de los planes de Fidel Castro.

La premisa principal o mayor de todo aquel que quiere transformar el mundo, un país, un pueblo no es yendo de lo malo a lo peor o, en otros términos: «No se puede evitar el mal con otro mal». La justicia debe ser equitativa, dar a cada uno lo suyo. Como dijo Gandhi: «Ojo por ojo y el mundo se quedará ciego». Poco después del Cordobazo mi padre caía arrestado por orden de los altos mandos por haber manifestado en privado cuestionamientos y críticas en contra del gobierno militar de Juan Carlos Onganía. Fue trasladado a Tandil donde le impusieron 90 días de arresto. Luego fue pasado «a disponibilidad» sin mando ni destino determinado, finalmente se vio obligado por las circunstancias a pedir el retiro.

Yo en ese momento cursaba cuarto año en el colegio cordobés «Déan Funes», el mismo donde había sido alumno el Che Guevara y cuando salió la noticia del arresto de mi padre en los medios, alguien puso en mi pupitre una carta invitándome a sumarme a la lucha armada. En el mismo papel escribí: «El derramamiento de sangre no soluciona nada, puesto que «el que a hierro mata a hierro muere», dijo Jesucristo cuando Pedro al momento del arresto del Mesías sacó su espada y le cortó la oreja a uno de los soldados. Jesús hizo el milagro de volver a su lugar la oreja de Malco, que así se llamaba el soldado que hirió Pedro en defensa de su Maestro».

Mi padre falleció en paz el 18 de julio de 2013 a la edad de 87 años. No tuvo la misma suerte el Mayor Larrabure secuestrado en Villa María en 1974 y asesinado por miembros del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Su hijo Arturo conociendo quienes fueron sus autores que posteriormente fueron puestos en libertad, no tomó venganza, sino que, todo lo contrario, pidió justicia y si bien ésta aún no ha llegado, por su pacifismo y tesón, pero principalmente por su fe cristiana ha logrado que su padre dentro de poco esté en los altares de la Iglesia de Cristo. La violencia y el derramamiento de sangre como divisa de un idealismo adulterado o apócrifo como fue el pensamiento extraviado de las organizaciones terroristas en la década del 70 significó un camino sin retorno, su planteo central se basaba en una rebeldía mal encaminada. La mejor rebeldía es el rechazo a los cantos de sirena. Pues como decía Chesterton, el Infierno es una muy mala consecuencia deducida de excelentes principios.

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