Por Luis Américo Illuminati.-

La Historia desde tiempos inmemoriales ha sido considerada el depósito de la memoria de los pueblos, y desde Heródoto -llamado el Padre de la Historia- y Tucídides en la antigua Grecia y los latinos Tito Livio y Tácito, los hechos históricos eran recordados con honradez, objetividad e imparcialidad. Requisitos ineludibles para establecer una ciencia.

Y si bien dichos historiadores tuvieron un inquebrantable patriotismo, este sentimiento no impidió que registraran los hechos históricos lo más fielmente posibles a cómo realmente sucedieron; y se esforzaron por transmitir a la posteridad la verdad real y no una verdad subjetiva, según les cayeran simpáticos o antipáticos los distintos personajes de la historia.

Los requisitos de corroboración de los hechos del pasado histórico recién comenzaron a tener dificultades en los periodos turbulentos inmediatamente posteriores a la Edad Moderna y que dieron comienzo a la llamada Edad Contemporánea con los sucesos de la Revolución Francesa y los posteriores hasta la ejecución de Luis XVI y María Antonieta en la guillotina. Y tras la caída de Napoleón Bonaparte en Waterloo en 1820 y el regreso de la monarquía con Luis XVIII -La Restauración- se produce una divisoria de aguas entre los historiadores, según sus preferencias de partido o ideología, sobre todo en París con la insurrección popular de 1848 que obligó al rey Luis Felipe a abdicar, lo cual dio paso al establecimiento de la Segunda República.

En este tramo tumultuoso de la historia tuvo un nefasto resultado la mala inteligencia de la obra de Hegel -Fenomenología del espíritu- que dio paso a profundas divergencias entre hegelianos de derecha por un lado y hegelianos de izquierda, por el otro, agudizándose más tarde la cerrada polémica de los filósofos con la aparición de la teoría de Karl Marx que tomó vuelos de verdad absoluta. Entonces cobró vida una polémica igual que en los tiempos de los sofistas griegos, surgió una impugnación irreflexiva de lo dado -la razón constituyente contra la razón constituida- que confundió a los espíritus de los hombres más esclarecidos de la época. De ahí en adelante comenzaron todo tipo de desinteligencias, oposiciones y tergiversaciones del pasado.

La hazaña de Cristóbal Colón del descubrimiento de América tiene dos facetas, pero es falso que tuviera dos caras. Una oficial y otra oculta: la «leyenda negra» sino antes bien tuvo dos facetas o partes. Una el descubrimiento y la otra la conquista. Pero digamos que antes de condenar o justificar este gran acontecimiento, hito de la humanidad como la llegada del hombre a la luna, hay que tener presente varios factores.

Lo primero que hay que descartar es juzgar las consecuencias del Descubrimiento de América con la mentalidad del hombre moderno y de la seudo filosofía posmoderna más encarnizada y tendenciosa, sobre todo contra la tradición histórica. Todos los pueblos de las antiguas civilizaciones, Egipto, Babilonia, Persia, Israel, Grecia y Roma, conquistaron a sangre y fuego a otros pueblos y les impusieron sus reglas de dominación.

Luego de miles de años se produjo la caída de Roma por la invasión de los pueblos bárbaros y sobre sus ruinas se asentaron las naciones europeas, entre ellas España.

En esa época existió un poderoso imperio alemán y otro británico. Todas las monarquías europeas lucharon entre ellas, hubo vencedores y vencidos, existieron abusos y sometimiento de éstos últimos por aquéllos.

De modo que, cuando Colón llegó a América no hizo nada que no fuera considerado normal por las otras naciones con los pueblos conquistados que no hayan hecho también, con la diferencia que respecto de España por haber liderado la Contrarreforma en defensa de la Iglesia de Roma y del catolicismo, sus enemigos le hicieron cargar con la «leyenda negra».

Esta leyenda fue más bien una fábula consistente en endilgarle al reino de España haber explotado y esclavizado a los pueblos precolombinos o aborígenes, exagerando al infinito el número de injusticias y arbitrariedades que si las hubo no fueron tantas como las que cometieron con la raza negra los británicos, los franceses, los holandeses y los portugueses.

El ultraliberalismo, la masonería y la izquierda fueron los que más motorizaron dichas falsedades. Fueron muchísimos más los beneficios que los abusos el balance que arrojó la obra realizada en el Nuevo Mundo por los conquistadores españoles.

Es vasta la literatura y las bibliotecas en pro y en contra sobre la conquista de América por los españoles. Lo mismo ocurre en todos los casos de la Historia Universal, conforme la visión particular de los historiadores de cada época que no siempre coinciden y dan lugar a controversias (ver Jean-Baptista Vico y César Cantú). Tal fenómeno también se repite con la Reforma encabezada por Lutero, la Revolución Francesa y las causas que desencadenaron las dos grandes guerras mundiales del siglo XX. Y así seguirá sucediendo mientras el mundo sea mundo donde viven historiadores que son seres humanos y no ángeles. El problema actual de la historia es que el hombre moderno juzga el pasado como si todo fuera oscuro y perverso sin juzgar que el mundo actual en que vive es mucho más oscuro y tenebroso.

Pues como dijo Walter Benjamin: «No hay documento de cultura que no lo sea al mismo tiempo un documento de barbarie». La supuesta superioridad con que la historia cultural del modernismo suele presentar sus contenidos es una apariencia que deviene de una falsa consciencia. El estructuralismo y el falso indigenismo (un ejemplo es el caso de los falsos mapuches) revisa la historia con prejuicios y preconceptos ideológicos con el más refinado cinismo y pulcra hipocresía. Por eso Jean Paul Sartre que era un intelectual de izquierda mandó al diablo las teorías del estructuralismo por ser una falacia que tergiversa la historia.

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