Por Hernán Andrés Kruse.-

Hasta hace muy poco tiempo el cristinismo estaba adormecido. Los sucesivos traspiés del gobierno, la dura derrota electoral de medio término, la grieta entre Alberto y Cristina y, fundamentalmente, la intempestiva renuncia de Martín Guzmán, enervaron la capacidad de reacción del oficialismo. La épica entró en un cono de sombras. Los militantes no encontraban motivo alguno para entusiasmarse. Hasta que entró en escena el fiscal Luciani. Durante nueve días, se refirió a la supuesta corrupción en la obra pública de Santa Cruz durante la época kirchnerista. Cuando llegó el momento de la acusación no anduvo con vueltas: consideró que Cristina fue la jefa de una asociación ilícita que se apoderó de los dineros públicos. En consecuencia, pidió para ella una condena de 12 años y la inhabilitación de por vida para ejercer cargos públicos.

Semejante acusación fue considerada por la propia Cristina y sus seguidores como una proscripción, una palabra estrechamente vinculada al peronismo. La vicepresidente denunció que el fiscal pretendía proscribirla con el evidente propósito de encolumnar detrás suyo al peronismo. Ello explica su sentencia “más que un ataque contra mi persona es un ataque contra el peronismo”. Se trata, obviamente, de una mentira pero en política todo vale si ayuda a conservar el poder. La jugada de la vicepresidente resultó ser acertada. Luego de su extensa exposición en el Senado, su domicilio se transformó en una meca del cristinismo. La esquina de Juncal y Uruguay fue literalmente copada por simpatizantes y militantes dispuestos a hacer el aguante por tiempo indefinido.

Mientras tanto, la oposición y los medios anticristinistas no lograban salir de su asombro. Es evidente que nunca imaginaron semejante reacción tanto de Cristina como de sus seguidores. Deben haber creído que con la acusación del doctor Luciani la vicepresidenta sería incapaz de continuar luchando. Cometieron, qué duda cabe, un grosero error de cálculo. Cristina reaccionó como siempre lo hizo: redoblando la apuesta. A raíz de ello, el corazón de Recoleta pasó a ocupar las portadas de todos los diarios nacionales y el tema excluyente de los canales de televisión.

Uno de los grandes perjudicados por la reacción de Cristina fue el jefe de gobierno de la CABA. Juncal y Uruguay es un reducto macrista o, si se prefiere, antikirchnerista. Durante varios días los vecinos soportaron estoicamente el acampe cristinista. Era evidente que Larreta algo tenía que hacer para demostrar a sus votantes que no iba a ceder. Lo que hizo fue de manual: en la mañana del sábado esa zona apareció enrejada y poblada de miembros de la policía porteña para evitar la cercanía de los militantes cristinistas. El lord porteño no hizo más que recalentar el ambiente. La presencia del vallado y de los policías fue considerado una provocación no sólo por los cristinistas sino también por el peronismo.

Durante la tarde de ese caótico sábado miles y miles de militantes y seguidores de Cristina se acercaron a las vallas. La tensión fue aumentando con el correr de los minutos y finalmente la violencia entró en escena. Los militantes que estaban en la primera línea de combate derribaron las vallas y se trenzaron con los uniformados. Se vivieron momentos de extrema tensión. Varios policías resultaron heridos y Máximo Kirchner no logró ingresar al edifico donde vive su madre porque la policía se lo impidió.

Luego de que el presidente de la nación utilizara las redes sociales para culparlo por los graves incidentes, el jefe de gobierno porteño encabezó una breve conferencia de prensa en la que, flanqueado por sus funcionarios, manifestó que siempre estará a favor de la paz social. Además, le solicitó a Cristina que les ordene a sus militantes que se retiren del lugar. Fue en ese momento cuando se mostró a favor de acordar con el gobierno nacional la manera de evitar semejantes desbordes de aquí en adelante. Hubo un encuentro al más alto nivel entre funcionarios nacionales y de la CABA que, como siempre sucede en estos casos, no sirvió absolutamente para nada.

Luego de la conferencia de prensa de Larreta hizo uso de la palabra la vicepresidenta de la nación. Desde una tarima improvisada en la calle de su casa Cristina expresó (fuente: Perfil, 27/8/022): “desde el día martes, cuando el Partido Judicial pidió 12 años de condena por cada año de los mejores 12 años que tuvo el pueblo argentino, desde ese día se produjeron a lo largo y ancho del país manifestaciones espontáneas de compatriotas”. “Sin embargo, en el único lugar donde hubo escenas de violencia fue aquí, en la ciudad de Buenos Aires y en la puerta de mi casa, provocadas por lo que yo llamo el odio a la alegría y amor peronistas”.

“Siempre hemos sido objeto de la violencia”. “Después dicen que los violentos somos nosotros”. “Los hemos visto colgar horcas y colocar guillotinas en las plazas de la República”. “Es increíble el grado de cinismo y perversión de no asumirse y hacerse cargo de lo que quieren: exterminar al peronismo, que fue siempre lo que quisieron”. “Lo han intentado todo: las peores violencias, la desaparición de miles y miles de compatriotas, porque no aceptan que el pueblo puede expresarse y reclamar cosas diferentes a la que ellos quieren darles”. “Tenemos que pedirle a la oposición, sobre todo ahora que se avecina una nueva campaña presidencial, que dejen de competir entre sí para ver quién odia más y quién le pega más a los peronistas”.

Cristina, una vez más, hace una tajante división entre buenos y malos. Los peronistas, obviamente, son los buenos, mientras que los opositores son los malos. El peronismo es sinónimo de amor mientras que la oposición es sinónimo de odio. La realidad es mucho más compleja. La historia lo ha puesto dramáticamente en evidencia todo el tiempo. Nadie duda del amor incondicional de los humildes por Perón y Evita. Pero Perón y Evita fueron implacables con los opositores. Entre 1946 y septiembre de 1955 las cárceles se poblaron de opositores mientras que Uruguay recibía con los brazos abiertos a un gran número de argentinos que habían tomado la decisión de abandonar el país. Más acá en el tiempo los bosques de Ezeiza fueron el escenario de una guerra entre la derecha y la izquierda del peronismo. A partir de entonces la violencia se incrementó de manera geométrica sembrando pánico en la población. ¿De qué amor estamos hablando?

Es bueno tenerlo presente: Cristina se ha lanzado de lleno a la campaña electoral. Y su táctica es la de siempre: instalar el maniqueísmo político. En la vereda de enfrente no hacen más que imitar a la vicepresidente. Minutos después del discurso de Cristina en la vereda de su domicilio, el ex presidente de la nación se valió de Twitter para descerrajar munición gruesa sobre la vicepresidenta. Dijo Macri (fuente: Perfil, 27/8/022): “La responsable de este desborde y alteración de la paz es CFK, que nuevamente atropella las instituciones, creyéndose por encima de la ley. Se victimiza para promover el caos. Envío mi apoyo a las fuerzas de seguridad y al Gobierno de la Ciudad y mi solidaridad con los vecinos”.

El cristinismo y el macrismo han decidido prácticamente al unísono enarbolar la bandera de la intransigencia. Como bien señala Gabriel Matera en Ámbito (28/8/022) Twitter se transformó en un ring donde los principales referentes de ambos bandos se atacaron con munición gruesa. Dijo Jorge Macri, ministro de gobierno de la CABA: “Es gracioso, el kirchnerismo dice odiar a la Ciudad de Buenos Aires pero la elije para vivir. ¿Dónde vive Cristina? En el barrio más cheto de la ciudad, no vive en La Matanza con su gente”. “De dónde es Axel Kicillof? Te habla de la Provincia y de estos porteños que quieren toda la plata para ellos cuando es un producto de la típica clase media urbana porteña”. Expresó Patricia Bullrich: “¡Se terminó! Cristina Fernández de Kirchner: basta de su prepotencia violenta. 12 años de gobierno: 12 años de condena. Esa es su realidad. Víctima es el pueblo que sufrió el robo”.

El FdT no se quedó callado. Dijo Kicillof: “El pueblo fue a manifestar su apoyo de forma totalmente pacífica”. Destacó que “de todas las manifestaciones que hubo la única que terminó con agresiones fue la de la Capital Federal”. Por su parte, Hugo Yasky manifestó: “ayer fue una jornada maravillosa, el pueblo comprendió que tiene que estar cerca de Cristina. Yo creo que Cristina va a ser la candidata del oficialismo”. Quien echó leña al fuego fue Leopoldo Moreau: “Los golpes con insultos incluidos de la policía de Larreta sobre Máximo Kirchner demuestra que son una patota uniformada de fascistas adoctrinados para perseguir al movimiento popular. Exigimos que se identifique al efectivo que incitaba a ejercer la violencia sobre Máximo”.

Ricardo López Murphy fue quien mejor sintetizó la situación política actual: “Son ellos o nosotros”. El economista liberal demostró poseer un magnífico poder de síntesis. Necesitó cuatro palabras para poner sobre la mesa lo que está en juego: una feroz pulseada entre dos concepciones políticas, institucionales, económicas y culturales antagónicas. En esto coinciden todos los principales referentes del FdT y de Juntos. Los más reacios a aceptar semejante grieta no tendrán más remedio que adecuarse. Larreta finalmente lo entendió. Ello explica la dureza discursiva de su ministro de Seguridad y Justicia, Marcelo D’Alessandro, quien aseguró que “no me va a temblar el pulso para usar la fuerza pública cuando tenga que hacerlo para recuperar la paz social, pero nuestra responsabilidad como funcionarios es agotar todas las instancias de diálogo antes de llegar a esa medida” (Clarín, 29/8/022). Teniendo como interlocutores a quienes se referencian con Cristina, las instancias de diálogo están agotadas. De aquí en más sólo cabe esperar más conflicto, más tensión, más encono; más violencia, lamentablemente.

Anexo

El pensamiento de Karl Marx: Los poseedores de mercancías

Luego de analizar a la mercancía, Marx pasa a ocuparse del proceso del cambio. Las mercancías carecen de vida propia; en consecuencia, no pueden por sí mismas actuar en el mercado ni activar el proceso del cambio. No queda otro camino, pues, que centrar la atención sobre los poseedores de mercancías. ¿De qué forma pueden las mercancías relacionarse las unas con las otras? Para que ello suceda es necesario que quienes las posean se relacionen entre sí “como personas cuyas voluntades moran en aquellos objetos”, de manera tal que cada poseedor de mercancías pueda apoderarse de la mercancía de otro, poseedor a través de un deseo mutuo de efectuar el cambio. El lienzo y la levita no pueden por sí mismos activar el proceso del cambio. Para que ello acontezca, el tejedor y el sastre deben acordar efectuar el intercambio, deben reconocerse como “propietarios privados”. Emerge, entonces, una relación de índole jurídica, el contrato, que implica “unas relación de voluntad en que se refleja la relación económica”. Es la propia relación económica la encargada de dotar de contenido a la relación jurídica entablada entre los poseedores de mercancías. El tejedor y el sastre sólo existen en esta relación como representantes del lienzo y la levita, respectivamente, es decir, como poseedores de mercancías.

Lo que diferencia al tejedor del lienzo está en el hecho de que para el lienzo toda otra mercancía-la levita, el té, el café, el oro, etc.-constituye la forma en que se expresa su valor-20 varas de lienzo=1 levita o 10 libras de té o 40 libras de café, etc.-. Para Marx, el tejedor considera que el lienzo carece de un valor de uso inmediato. Tiene únicamente un valor de uso para otros poseedores de mercancías. Ello explica por qué el tejedor se dirige al mercado. Para el tejedor, el lienzo “no tiene más valor directo de uso que el de ser encarnación de valor de cambio y, por tanto, medio de cambio”. En el mercado el tejedor se desprende del lienzo para obtener la levita, cuyo valor de uso lo satisface. “Todas las mercancías son para su poseedor no-valores de uso y valores de uso para los no poseedores”. En consecuencia, antes de poder realizarse como valores de uso, las mercancías tienen primeramente que realizarse como valores.

El tejedor está dispuesto a desprenderse del lienzo si considera que el valor de uso de la levita satisface sus necesidades. Para el tejedor el cambio que efectúa constituye un proceso individual. Mientras tanto, procura que su mercancía (el lienzo) se realice como valor o, lo que es lo mismo, se realice “en cualquier otra mercancía de valor idéntico que apetezca, siéndole indiferente que la suya propia tenga o no un valor de uso para el poseedor de ésta”. En este sentido, el cambio implica para el tejedor un proceso social de índole general.

En este punto de su exposición, Marx profundiza su análisis. El tejedor, como cualquier poseedor de mercancías, considera las mercancías de los demás poseedores (la levita, el té, el café, el oro, etc.) como equivalentes especiales del lienzo. A raíz de ello, el lienzo aparece como el equivalente general de las otras mercancías. Ahora bien, como todos los poseedores de mercancías hacen lo mismo que el tejedor, no existe mercancía alguna que sea el equivalente general de las restantes mercancías, “ni pueden (…) las mercancías poseer una forma relativa general de valor que las equipare como valores y permita compararlas entre sí como magnitudes de valor”. Las mercancías, por ende, sólo se enfrentan como valores de uso.

Las mercancías poseen una naturaleza orientada por leyes, las que se cumplen por intermedio del instinto natural de sus poseedores. Éstos relacionan sus mercancías entre sí con referencia a una mercancía determinada, la que pasa a desempeñar el rol de equivalente general (1 levitas, 10 libras de té, 40 libras de café, 1 quarter de trigo, 2 onzas de oro, ½ tonelada de hierro= 20 varas de lienzo). Sólo el hecho social está en condiciones de transformar una mercancía determinada en equivalente general. La decisión de las mercancías de destacar a una mercancía específica como su equivalente general, es una acción de índole social. a raíz de ello, la forma natural del lienzo se transforma en forma equivalencial vigente para todas las demás mercancías. Emerge un proceso social que asigna a la mercancía destacada por el resto de las mercancías (el lienzo) “la función social específica de equivalente general”. De esta forma el equivalente general se convierte en dinero.

En el proceso de cambio los diversos productos del trabajo se equiparan entre sí, con lo cual se convierten en mercancías. Además, Marx considera que “la cristalización del dinero es un producto necesario” de dicho proceso. El desarrollo del proceso de cambio no hace más que profundizar la antítesis entre los dos aspectos fundamentales de la mercancía: su valor de uso y el valor latente en su naturaleza. Como esta antítesis necesita manifestarse más allá de la mercancía, en el ámbito del comercio, obliga al valor de las mercancías a ser independiente. El valor de las mercancías alcanza su independencia cuando la mercancía finalmente se desdobla en “mercancía” y “dinero”. Marx destaca la existencia de dos procesos paralelos: a) la transformación de los productos del trabajo en mercancías; b) la transformación de las mercancía en dinero.

A continuación Marx analiza la naturaleza del intercambio inmediato de productos. Presenta, de un lado, la forma simple, concreta o fortuita del valor; del otro, aún no la presenta. La forma simple del valor presentaba el siguiente esquema: X mercancía A (20 varas de lienzo) = Z mercancía B (1 levita). ¿Cuál es la expresión del intercambio directo de productos? La siguiente: X objeto útil A (20 varas de lienzo) = Z objeto útil B (1 levita). Ambos objetos, el lienzo y la levita, no poseen el carácter de mercancías en el momento previo al cambio. Únicamente cuando éste se produce, el lienzo y la levita se transforman en mercancías. “La primera modalidad que permite a un objeto útil ser un valor de cambio en potencia es su existencia como no valor de uso, es decir como una cantidad de valor de uso que rebasa las necesidades inmediatas de su poseedor”. El lienzo comienza a ser un valor de cambio cuando su poseedor, el tejedor, prefiere cambiarlo por una levita porque no necesita de él.

Las cosas, afirma Marx, son ajenas al hombre y, por ende, enajenables. Para que la enajenación sea recíproca es esencial que los hombres se consideren propietarios privados de los objetos y se sitúen uno en frente del otro como seres humanos independientes, configurando un vínculo de mutua independencia. Comienza a producirse el intercambio de mercancías cuando deja de existir la comunidad natural y primitiva como grupo autónomo, entrando en relación con otras comunidades de esa índole. Es ahí cuando los objetos pasan a adquirir carácter de mercancías. En ese momento, la cantidad de la mercancía A que se cambia por la mercancía B es algo fortuito. ¿Por qué las mercancías son intercambiadas? Porque sus poseedores tomaron la decisión de enajenarlas mutuamente. Con el correr del tiempo, los hombres adquieren la necesidad de obtener objetos útiles ajenos. En consecuencia, el intercambio de mercancías se transforma en un proceso social que se desenvuelve periódicamente. En un determinado momento los productores se ven en la obligación de emplear parte de lo producido para el intercambio. Es ahí cuando “se consolida la separación entre la utilidad de los objetos para las necesidades directas de quien los produce y su utilidad para ser cambiados por otros”, la separación entre el valor de uso y el valor de cambio. Además, es el propio proceso productivo el que establece la proporción cuantitativa en que se cambian los productos, quedando la costumbre a cargo de su materialización como magnitudes de valor.

(*) Carlos Marx: “El Capital”, Libro Primero, Sección Primera, Capítulo II, FCE, 1973.

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