Por Hernán Andrés Kruse.-

El presidente Milei tiene en la mira a la universidad pública. A través de sus redes sociales viene denunciando adoctrinamiento en la UBA, especialmente en la Facultad de Ciencias Económicas. En 2019, rememora, el centro de estudiantes de dicha no permitió que diera una conferencia a los estudiantes. Lo “raro”, exclamó, es que Martín Lousteau, actual presidente del radicalismo, se la pasa todo el tiempo dando charlas partidarias. “A ver la cartita de los salamines hipócritas y mentirosos que niegan adoctrinamiento y persecución pero que casualmente son enemigos de las ideas de la libertad”, sentenció. Y agregó: “Hay diversidad sí, salvo que tengas la pésima idea de querer ser liberal”. Anteriormente, durante su presentación en el foro Económico de las Américas, manifestó irónicamente: “Yo siempre hago el chiste de que si ustedes van a la Universidad de Buenos aires, a la Facultad de Ciencias Económicas, y preguntan quién es Ludwig von Mises, le van a decir que es el 9 de Holanda y para otros es el mejor economista de todos los tiempos junto a Murray Newton Rothbard. Eso sí, al barbudo alemán, ese empobrecedor de Marx, sí lo conocen”.

Lo primero que se debe hacer es responder esta pregunta: ¿qué se entiende por adoctrinamiento? Un docente adoctrina a sus alumnos cuando, por ejemplo, les inculca su personal postura sobre la trágica década de los setenta, los convence de que los soldados de Perón fueron jóvenes idealistas que dieron su vida por un mundo más igualitario, digno, dichoso. A renglón seguido les indica qué libros deben leer. Ese docente les inculca su personal punto de vista y les niega la posibilidad de interiorizarse sobre otros puntos de vista, de leer otros libros que contradicen los libros que enaltecen a los soldados de Perón. Pues bien, ese docente es un claro ejemplo de adoctrinamiento. Lo es porque impide que sus alumnos alimenten lo más preciado del ser humano: el pensamiento crítico. Un verdadero docente les informa a sus alumnos cuál es su postura de la trágica década del setenta pero no los obliga a leer los libros que hacen apología de los “jóvenes idealistas”. Lo que hace es aconsejarles la lectura, no sólo de esos libros, sino también de los libros críticos de los soldados de Perón. De esa forma estarán en condiciones, luego de comparar ambas bibliografías, de extraer sus propias conclusiones.

El pensamiento crítico hace a la esencia de la educación. El adoctrinamiento implica su fornicación. Buceando en Google me encontré con un ensayo de Hilda María Patiño Domínguez (coordinadora del Programa de Reflexión Universitaria) titulado “El pensamiento crítico como tarea central de la educación humanista” (Universidad Iberoamericana-Ciudad de México-2014). Escribió la autora:

INTRODUCCIÓN

“Una vida sin examen no es digna de ser vivida”. Sócrates, en la “Apología” de Platón.

“¿Qué significa pensar críticamente? ¿Por qué es importante promover el pensamiento crítico en la universidad? ¿Qué ventajas aporta para la formación de los futuros profesionistas? ¿Por qué deben los docentes universitarios desarrollarlo en sus estudiantes? Éstas y muchas otras preguntas surgen cuando nos detenemos a reflexionar sobre el significado de pensar críticamente. Después de todo, nuestro sistema educativo se ha orientado a entrenarnos para repetir la información que se considera relevante para comprender el mundo, más que a cuestionarla. Nadie hoy, en su sano juicio, pondría en duda, por ejemplo, las leyes físicas y químicas aceptadas unánimemente por la comunidad científica. La educación formal toma lo mejor del pasado: los descubrimientos, las leyes, las teorías y las afirmaciones que los científicos y los grandes pensadores han desarrollado y demostrado, de modo que estas verdades puedan ser transmitidas a las nuevas generaciones, ahorrándoles el arduo camino que ellos tuvieron que abrir.

Gracias a la transmisión de la información valiosa salvaguardamos el legado de la tradición y avanzamos hacia el futuro con pasos más firmes, “caminando sobre hombros de gigantes”, como se dice popularmente. Toda educación tiene una indispensable función conservadora, quizá la de mayor peso, gracias a la cual logra consolidarse nuestra civilización. Cuando miramos las cosas de este modo parecería que el pensamiento crítico es un arma peligrosa que amenaza con regresarnos escalones atrás en el camino del conocimiento humano. Muchas veces, dudar, cuestionar, poner en tela de juicio, mostrarse escéptico ante ciertas afirmaciones, no es signo de inteligencia, sino de profunda ignorancia sobre algún asunto. ¿Cómo y cuándo es válido cuestionar? ¿De qué manera debe insertarse el pensamiento crítico en la educación de la juventud? Estas preguntas nos remiten a una más básica: ¿Qué entendemos por pensamiento crítico? En las siguientes secciones trataremos de dar respuesta a algunas de estas interrogantes”.

¿SOMOS SERES RACIONALES?

“Dan Aliery, un psicólogo contemporáneo del Massachusets Institute of Technology (mit) que se especializa en la “economía de la conducta”, afirma que los seres humanos somos predeciblemente irracionales, es decir, somos constantes en nuestra irracionalidad. Ya desde los “maestros de la sospecha”, Nietzche y Freud, se ha cuestionado la capacidad racional que para Sócrates, Aristóteles y toda la tradición de la filosofía clásica define nuestra humanidad, aquello que nos distingue de los animales. Freud enfatizó el papel que el inconsciente irracional tiene en nuestras decisiones, aparentemente racionales. A través de experimentos de corte más bien conductista, Aliery (2013) llega a conclusiones muy parecidas cuando analiza nuestros patrones de consumo. El consumismo significa estar a merced de los deseos irracionales que justifican compras innecesarias: a menudo caemos en falacias que revelan que detrás de nuestras decisiones hay una justificación que esconde deseos, miedos, enojos, venganzas y necesidades afectivas de todo tipo muy alejadas de lo que consideraríamos pensamiento racional. Parecería que lo que llamamos racionalidad no es más que una delgada capa que cubre y maquilla la realidad más honda y vasta de nuestra vida emocional. Pero, concediendo que Aliery tuviera razón, y que la racionalidad fuera una delgada capa, la adquisición más reciente del cerebro de los homínidos en la evolución, eso no significa que no exista y que no tenga una importancia crucial para considerar la realidad humana. Tal como la delgada capa atmosférica de nuestro planeta hace posible la vida, la racionalidad hace posible la vida humana. Veamos por qué”.

LA RACIONALIDAD: FACTOR CLAVE EN LA VIDA HUMANA

“En su obra “La fragilidad del bien”, Martha Nussbaum (2004) hace un cuidadoso análisis de la postura de Aristóteles respecto al papel del deseo en la vida humana. A partir de esto, resulta evidente que el motor de nuestras acciones son los deseos, pero no solamente, sino que se requiere de la percepción y el pensamiento. Para Aristóteles, las conexiones entre deseo, cognición y movimiento son lógicas y conceptuales: Supongamos que Aristóteles mantiene (lo que parece verdadero) que nuestras concepciones generales del desear, el percibir y el movernos hacia un objeto están interrelacionadas lógicamente, es decir, que toda descripción de una de ellas se referirá de algún modo a las demás (…) nada de esto impide que la órexis posea el tipo de independencia lógica del fin necesaria para poder servir de causa del movimiento” (Nussbaum). Esto significa que aunque el deseo, la cognición y la acción están relacionados, guardan independencia entre sí. Nussbaum sostiene que para Aristóteles el deseo “debe combinarse perfectamente con la percepción para que se siga el movimiento” y que las facultades cognoscitivas “deben brindar una vía posible y disponible hacia el fin o el movimiento no se producirá”. Al sujeto no lo mueve un deseo cualquiera, sino aquel que considera lógicamente posible de alcanzar.

Lo que rescatamos de esta reflexión es la idea de que aun concediendo que nuestros deseos irracionales dirigen nuestras decisiones, la función racional está siempre presente en el cálculo de las posibilidades de acción que nos orienta sobre qué deseos preferir y cuáles postergar a la hora de actuar. Este sentido de agencia está definido por el papel de la racionalidad humana en las decisiones: en última instancia, el ser humano es dueño de sus propios actos porque decide a cuáles motivaciones y deseos hacer caso y a cuáles no. Ciertamente, esto puede suceder de una manera muy veloz, casi imperceptible cuando tomamos una decisión pero si no actuamos como autómatas o en estado de trance hipnótico siempre hay un momento de lucidez racional durante el cual decidimos darle más peso a unos motivos que a otros al tomar un curso de acción. De hecho, el mismo Aliery, que subraya tanto el papel de la irracionalidad, hace un esfuerzo constante por ayudar a las personas que leen sus textos a autoexaminarse para que esa lucidez racional se haga más amplia y duradera y repercuta en sus decisiones. Después de todo, esto nos vuelve más dueños de nuestros actos, nos convierte en agentes y promueve nuestra propia humanización”.

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