Por Luis Alejandro Rizzi.-

Un presupuesto no es más que una estimación de gastos para alcanzar un fin.

Es un medio financiero.

El objetivo de esta nota apunta a lo que se invocó como causa eficiente de la manifestación que ayer reunió alrededor de doscientas cincuenta mil personas que asistieron con diversos fines, como se pudo ver por las diversas notas que nos ofreció la tele.

Unos fueron para pedir que se vaya Milei, otros para que rectifique su política universitaria por lo menos en cuanto a la concesión de fondos, otros en defensa de la educación pública (SIC), otros para lucirse entre la gente y disimular su caudal electoral, otros para defender la “salud pública junto con la educación, unos pocos para mostrar su adhesión a Cristina, otros por los bajos montos de las jubilaciones, y así cada uno fue por sus propios motivos, pero el título general fue en defensa de la Universidad pública y gratuita. Un guiso partidario militante.

Nadie hizo mención a lo que debe ser una Universidad o, más general, el servicio de la educación. Se generalizó el pedido de dinero, pero nadie se preguntó sobre las disponibilidades.

Fue una marcha laica para pedir, sin saber para qué, como lo hacen las masas, no saben lo que quieren, pero lo quieren…

Yo empezaría por una pregunta básica: si la educación funcionó y funcionaba bien hasta el 10 de diciembre pasado, ¿por qué motivo el país está no sólo fundido política económicamente sino, además, lo que es mucho más grave, culturalmente?

Somos extremadamente superficiales y triviales y con el uso del énfasis y el enojo pretendemos convencer a la sociedad estrangulando la racionalidad, reemplazando la idea por el epíteto. Somos incapaces de ir a las cosas, las describimos a la distancia y más de una vez sin siquiera mirarlas.

Decía Ortega en su carta al joven argentino estudiante de filosofía: “El americano, amigo mío, por razones que no es ocasión ahora de enunciar, propende al narcisismo y a lo que ustedes llaman “parada”; carecemos de precisión y sobre todo de criterio.

La marcha de ayer fue sólo una muestra de énfasis y de superstición y nos mostró que en la escala que mide la altura del tiempo estamos en el zócalo y culturalmente sumergidos en una espesa y ácida mediocridad.

En la economía, siempre hay escasez y debemos adecuar nuestras pretensiones a los que se dispone.

Respecto de la universidad, debemos analizar cuántos alumnos ingresan y cuántos egresan y en cuánto tiempo completaron la carrera y cuánto nos cuesta cada título, qué nivel de deserción hay. Creo que es imprescindible establecer examen de ingreso o algún modo de selección.

Sabemos que no todos los seres humanos tenemos los mismos bienes naturales, ni las mismas vocaciones y capacidades. Un buen sistema de selección ayudaría también a que la juventud no pierda su tiempo, ingresando al lugar equivocado.

Se deberían fijar pautas de regularidad y, en caso de ser incumplidas, se debe perder la regularidad o la inscripción. Estudiar una profesión no puede ser una actividad vitalicia; el estudiante crónico, como mínimo, debería pagar un arancel; la gratuidad no debe ser también vitalicia.

Respecto de la cuestión de la gratuidad, la constitución garantiza “los principios de gratuidad y equidad de la educación pública estatal y la autonomía y autarquía de las universidades nacionales”, lo que no quiere decir que ese principio es absoluto, está dirigido a la demanda, no a la oferta del servicio de enseñanza universitaria. En términos económicos, el acceso y permanencia gratis es un subsidio a la sociedad, lo que es un disparate. Es como si el transporte o la energía se nos regalara a todos.

La autarquía no significa que las universidades estén exentas de control jurisdiccional y administrativo del estado. La autonomía se refiere a su competencia para establecer programas de estudio y la libertad de enseñanza. Este principio es muy vidrioso, porque es difícil fijar sus límites.

El gobierno de Milei hace referencia al “adoctrinamiento”, que quiere decir inculcar ideas o creencias, que es un vicio o virus de la educación que ha aparecido más de una vez, en especial en las ciencias sociales y filosóficas, pero para bien o para mal es un riesgo inevitable; siempre es más riesgosa la censura que el daño que puede generar el adoctrinamiento.

Lo que debemos pensar es en definir cuál es la misión de la educación y qué recursos tenemos disponibles para un servicio que es prioritario, pero que se debe integrar con otras prioridades, como la salud, la satisfacción de necesidades mínimas, la provisión de servicios hoy infaltables, como cloacas, agua corriente, energía, medio ambiente saludable y otros bienes públicos hoy de muy limitada oferta y existencia.

La educación es necesaria pero no excluyente.

Como diría Ortega, vayamos a los diferentes niveles de educación, y pensemos que no todos debemos terminar en una Universidad, tiene que haber otras ofertas, para atender las diferentes vocaciones y habilidades.

Lamentablemente la marcha de ayer fue otra pérdida de tiempo; no creo que esa haya sido la intención de los docentes universitarios que la convocaron.

Otra estupidez, no fue una convocatoria a “la lucha”, como lo dijeron varios manifestantes; en todo caso al diálogo, al debate y la vocación de resolver según los medios disponibles, que son muy escasos.

Alberto Fernández dijo que perder un año de educación no es tan grave, hay cosas peores.

Nadie marchó.

Pd. Ya subida la nota me aclaran que debemos calcular en quinientas mil personas la marcha de ayer.

Como suele ocurrir las reacciones de Milei, lo descalifican, una duda es su forma de ser o su neurosis, que lo ubicaría en la tipología de un Nerón de Kunkel.

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