Por Hernán Andrés Kruse.-

El 1 de septiembre un milagro impidió un hecho que pudo provocar consecuencias apocalípticas. Fernando Sabag Montiel logró sortear las murallas defensivas de la policía federal y de la Cámpora, se situó cara a cara con la vicepresidenta, le apuntó con un revólver y gatilló dos veces. Por razones aún no esclarecidas, el revolver no funcionó. ¿Fue por impericia del asesino o por defectos del revolver? A partir de entonces se expandieron como reguero de pólvora dos versiones de lo que había sucedido en el domicilio porteño de CFK. Por un lado, se sostuvo que no fue más que una puesta en escena, un simulacro de atentado para victimizar a Cristina, para de esa manera intentar levantar su alicaída imagen ante la opinión pública. Por el otro, se sostuvo que efectivamente se trató de un intento de magnicidio protagonizado por un puñado de loquitos que actuaron por su cuenta.

Con el correr de las semanas quedó demostrado que no se trató ni de una puesta en escena ni del accionar de unos delirantes. Ahora nadie duda que la banda de los copitos no actuó por su cuenta, sino que contó con apoyatura económica de envergadura y que detrás de los copitos hubo alguien que dio la orden. Para reforzar esta conjetura acaba de tomar estado público una carta escrita de puño y letra por el propio Sabag Montiel desde su lugar de detención, cuyo contenido no hace más que corroborar la hipótesis de un complot (con complicidad de la política) tendiente a asesinar a CFK.

En este sentido conviene leer el artículo de Raúl Kollmann publicado en Página/12 el 20/10 titulado “Un ultraderechista vinculado a Espert, Milei y Bullrich quedó ligado al atentado contra CFK: Sabag Montiel lo apretó para que lo defienda”. Escribió el autor:

“El autor de la tentativa de asesinato de Cristina Kirchner destituyó hace casi 20 días a sus defensores oficiales y se autodesignó abogado. La jueza María Eugenia Capuchetti obviamente le rechazó la petición y entonces Fernando Sabag Montiel le envió una carta en la que afirma lo siguiente: “En breve, el nuevo abogado en cuestión, hasta terminar la tramitación de la causa, dejo la causa en poder a elección del Sr. Hernán Carrol, quien dispone los medios necesarios para la implementación del cargo al nuevo abogado”. O sea, de prepo, le impuso a Carrol que le designe y le pague un defensor, algo que podría traducirse tácitamente como el siguiente mensaje: “Pagame un abogado o hablo” o “me metieron en esto, sáquenme ahora de acá”.

¿Quién es Carrol? Responde Kollmann: “Carrol está asociado a la ultraderecha. No sólo fue candidato a concejal en La Matanza en las listas de José Luis Espert, también aparece en numerosas fotos al lado de Javier Milei y participó en actos con los que él mismo llama los halcones del PRO, Patricia Bullrich, Waldo Wolf, Fernando Iglesias y Gerardo Milman. En varios de esos actos, Carrol se hizo cargo del aparato de seguridad, al frente de un grupo de musculosos, con remeras negras, bien al estilo fascista. En una imagen figura exactamente en el centro de Milei y Bullrich (…)”.

“Hernán Carrol se presenta como fundador de NCD y ex candidato a primer concejal en las listas de Espert-Milei. Esa sería una versión pasteurizada de su currículum. El nacimiento de NCD se produjo en 2020 contra “el gobierno neomarxista de Alberto Fernández y Cristina Kirchner”. Por entonces se sumaron a los republicanos en las campañas contra el aislamiento obligatorio y, esencialmente, exigieron la reapertura de los gimnasios (…) Ya en 2021 se hicieron cargo de la seguridad de varios actos de Milei, identificándose con remeras negras (…) El espectro de fotos va de Milei a Espert, Carolina Losada, Yamil Santoro, Ricardo López Murphy, Waldo Wolf, Cinthia Hotton, Marcelo Peretta, Ivo Cutzarida, Javier Iguacel y una y mil veces Patricia Bullrich (…)”.

“El apriete de Sabag a Carrol muestra un hilo conductor que la Justicia-lenta como una carreta-debería haber esclarecido a un ritmo totalmente distinto. Sucede que ya hace doce días que Sabag mencionó a Carrol y todo transcurre como si se tratara de un hecho insignificante, no la tentativa de matar a una vicepresidenta. Parece evidente que faltan celulares y chats que o bien están perdidos o se borraron. Hay un vínculo entre el dinero, los protagonistas políticos y los ejecutantes: Sabag, Uliarte, el resto del grupo que vendía copos de azúcar, Nueva Centro Derecha, los libertarios, los halcones del PRO. A todos se les dieron demasiadas ventajas, demasiado tiempo sin detenerlos pese a su relación con el ataque (…) El ritmo ni siquiera cambió cuando desde hace 12 días el principal imputado, el hombre que gatilló el arma, puso a la extrema derecha en el centro de la escena y amenaza con hablar “si me siguen dejando solo”.

Emerge en toda su magnitud la gravedad del problema. Por un lado, la lentitud de la Justicia o, lo que es lo mismo, la inacción de la jueza Capuchetti. Por el otro, el vínculo entre el sicario, su pareja Uliarte, el resto de la banda de los copitos, Nueva Centro Derecha, los libertarios y los halcones del PRO, cuyo emblema es Patricia Bullrich. A nadie se le ocurre pensar que Bullrich, Espert o Milei, por ejemplo, estuvieron detrás del intento de magnicidio. Lo que sí es dable sostener es que el odio de los copitos a CFK se ha venido nutriendo de los violentos discursos de los recién nombrados. También no admite duda alguna la cercanía de Hernán Carrol con los referentes de ese sector político. Ahí están las fotos como prueba irrefutable. Además, Carrol encabezó la lista a concejales por La Matanza de la fuerza política liderada por Espert. Resulta poco creíble que Espert hay dado el visto bueno a que un desconocido ocupe un lugar tan relevante.

A esta altura se ha desvanecido por completo la hipótesis del accionar de un grupo de loquitos. Todo hace suponer que se está en presencia de un complot en el que participaron muchas personas, además de los copitos. El atentado contó, qué duda cabe, con apoyo económico y quizá, político. Y contó con un autor intelectual cuya identidad es por ahora desconocida, al menos para la opinión pública.

Que se trató de un complot lo corrobora la decisión de la Justicia de detener a cuatro miembros de Revolución Federal por incitación a la violencia e instigación a cometer delitos. Ellos son Jonathan Morel, Leonardo Sosa, Gastón Guerra y Sabrina Basile. Sobre este tema escribieron Irina Hauser y Raúl Kollmann en Página/12 (“Revolución Federal: Los que allanaron el camino hacia el atentado a CFK”, 21/10/022).

“El grupo Revolución Federal, organizado por Jonathan Morel y Leonardo Sosa, del que luego tomaron parte también Gastón Guerra y Sabrina Basile, al planificar, coordinar y difundir distintos tipos de mensajes de odio, escraches, actos intimidatorios y manifestaciones, llegando a utilizar incluso antorchas en la vía pública arrojadas junto con bombas de estruendo contra la Casa de Gobierno, se terminó constituyendo, en el actual contexto de crisis económica y financiera, en uno de los actores que sembraron en la sociedad la escalada de violencia y odio, cuyo acto más trascendente resultó ser el intento de homicidio de la vicepresidenta de la nación, Cristina Kirchner”. En esos y otros términos, el fiscal Gerardo Pollicita pidió la detención de la organización de ultraderecha, que el juez Marcelo Martínez de Giorgi avaló y encomendó a la Policía de Seguridad Aeroportuaria (…)”.

“Las detenciones se produjeron después de que la vicepresidenta se presentara como querellante en la causa sobre Revolución Federal y advirtiera la probable participación directa de sus miembros en el atentado contra su persona. También fueron posteriores a que saliera a la luz que Morel, una socia y una ex pareja habían recibido por lo menos 8,7 millones d pesos de dos fideicomisos de la empresa Caputo Hermanos, por supuestos trabajos de la carpintería que pusieron en Boulogne el año pasado, sin antecedentes en un oficio que Morel dijo que aprendió por youtube (…)”.

Anexo I

El Informador Público en el recuerdo

¿Vivimos en una sociedad democrática?

02/03/2016

El pueblo argentino recuperó la democracia el 30 de octubre de 1983, cuando eligió a Raúl Alfonsín como nuevo presidente constitucional de la Nación. En realidad, el pueblo argentino lejos estuvo de recuperar la democracia, ya que lo que sucedió en realidad fue que la dictadura militar, en estado de coma tras el desastre militar en Malvinas, no tuvo más remedio que negociar con la multipartidaria el retorno a la democracia. A partir del 10 de diciembre de 1983, jornada histórica por donde se la mire, hemos tenido una sucesión de elecciones presidenciales inédita en nuestra historia: 1989, 1995, 1999, 2003, 2007, 2011 y 2015. Si se compara este período con el anterior-1976-1983-surge claramente que éste último fue una dictadura y el posterior una democracia. Hay varias razones que explican porqué el período 1983-2015 cabe ser tildado de democrático. Veamos. Los sucesivos presidentes que tuvimos fueron elegidos en elecciones limpias y transparentes. Ningún presidente fue impuesto por la fuerza militar. Además, funcionaron a pleno las otras dos instituciones fundamentales de la democracia: el Congreso y la Justicia. Es cierto que los tres poderes del Estado han sido merecedores de innumerables críticas a lo largo de estos 32 años de democracia, pero también lo es que funcionaron. El sistema de partidos, por lo menos hasta la hecatombe de 2001, funcionó relativamente bien. Tanto el peronismo como el radicalismo compitieron por el poder haciendo honor a sus respectivas tradiciones y si bien en 1995 participó el Frepaso, el radicalismo compitió. La caída de De la Rúa pudo haber significado el quiebre de la continuidad democrática. Ello, afortunadamente, no aconteció. Pese a lo dramático de la situación la clase política fue capaz de salir del atolladero dentro de la Constitución y no fuera de ella. En décadas anteriores una crisis semejante hubiera desembocado en un golpe de Estado. En aquella oportunidad se procedió según lo estipulado por nuestra Carta Magna. En estos treinta dos años de democracia, entonces, elegimos cada dos años tal como lo manda el texto constitucional. Jamás había sucedido con anterioridad a 1983. Vale decir que la democracia como mecanismo de elección de candidatos funcionó plenamente. Pese a todas las críticas que se le pueden hacer a los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, lo cierto es que funcionaron, no como a nosotros nos gustaría que funcionen, pero funcionaron.

Los argentinos, a partir de 1983, vivimos en una sociedad democrática. ¿Por qué, entonces, el título del artículo está entre signos de interrogación? ¿Acaso pueden surgir dudas al respecto? Si la democracia implica el funcionamiento pleno de los tres poderes del Estado, ¿entonces cómo puede dudarse de la naturaleza democrática de nuestra sociedad? ¿O la democracia es más que el funcionamiento pleno de los tres poderes del Estado? Quienes conciben a la democracia sólo como un mecanismo seguramente sostendrán con fervor que la democracia funciona plenamente en nuestro país. Pero sucede que hay otros que consideran que la democracia es una filosofía de vida, lo que implica que su significado excede con creces a su carácter mecánico. Los partidos políticos constituyen una institución fundamental de la democracia. Sin embargo, en la Argentina (en todas partes, en realidad) son estructuras oligárquicas y verticalistas, en las que impera la más absoluta obediencia debida. En este sentido, el partido político es una institución profundamente antidemocrática. Lo es porque los afiliados no tiene voz aunque votan esporádicamente y porque en la elaboración de las famosas listas electorales, el único sistema de legitimación es la “dedocracia”. En este sentido, el peronismo es la expresión más cabal. En el movimiento creado por Perón el jefe del partido, normalmente el presidente de la nación, dispone a discreción de la lapicera para decidir quién va a ser candidato a diputado o a senador y quién no. El que se rebela, fue. En el radicalismo puede haber un poco más de debate interno pero a la larga el verticalismo se impone. Un partido supuestamente democrático es el Partido Socialista Popular de Santa Fe. En realidad, impera el más crudo verticalismo. Lo que deciden Hermes Binner y unos cuatro o cinco dirigentes más es “ley”. Las listas confeccionadas de esa forma pasan a ser luego las boletas que nosotros encontramos en el cuarto oscuro. Seguramente en más de una oportunidad debemos haber votado a algún delincuente que formó parte de alguna lista. La única participación activa de la sociedad se reduce, por ende, al acto eleccionario. En relación con los diputados nacionales y senadores nacionales el único contacto entre los elegidos y los electores se da en el cuarto oscuro. Después, cuando quienes resultaron electos en Diputados o en Senadores se sientan en sus respectivas bancas, pierden casi todo contacto con la sociedad. Creen que elaborando leyes y más leyes mejoran la calidad de vida de las personas cuando en realidad lo único que hacen es complicárselas. Lo del Poder Judicial es aún más oligárquico. Los camaristas y jueces se consideran “señores feudales” y configuran una poderosísima red de complicidades capaz de entorpecer la marcha del gobierno nacional. La Corte Suprema es la quintaesencia del régimen oligárquico. Su actual presidente, cada vez que hace uso de la palabra, habla, mira y gesticula como si fuera un príncipe.

La sociedad argentina no es, pues, tan democrática como parece. Ello queda más en evidencia se si examina la relación que se viene dando a partir de 1983 entre el poder político y el poder económico. A partir de 1985, cuando Alfonsín nombró en Economía al tecnócrata Juan Vital Sourrouille, la política se limitó a obedecer las órdenes de la economía. En buen romance: la política económica pasó a ser propiedad del sector concentrado de la economía. ¿Hay algo de democracia en ello? Absolutamente nada. De 1985 en adelante el presidente de turno se limitó a obedecer los designios del poder económico concentrado nacional y transnacional, designios que siempre colisionaban con lo que había votado el pueblo. La dependencia de la política en relación con la economía adquirió ribetes grotescos durante los diez años y medio de Carlos Saúl Menem. El riojano reconoció años después que había mentido descaradamente durante la campaña electoral de 1989 porque si decía lo que pensaba hacer en el gobierno nadie lo hubiera votado. Durante aquel período la supremacía de la economía sobre la política fue absoluta. Menem no fue más que un empleado a sueldo del poder corporativo. ¿Estaba vigente, realmente, la democracia? Ni qué hablar de Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde, los dos efímeros presidentes que pasarán a la historia sin pena ni gloria. Néstor Kirchner y Cristina Fernández intentaron independizarse del poder económico. No se trató en lo más mínimo de un intento revolucionario sino apenas una leve demostración de autonomía. Kirchner impuso un canje de deuda realmente histórico que, lamentablemente, no logró convencer a todos los acreedores. Mientras que Cristina trató de segmentar las retenciones al trigo, al maíz y al girasol, lo que fue interpretado por la oligarquía agropecuaria como una declaración de guerra. Para colmo, el Banco Central pasó a depender del Poder Ejecutivo y el Congreso sancionó una ley de medios que perseguía la democratización de la palabra. Pues bien, esos “amagues revolucionarios” no fueron perdonados por el poder económico concentrado. Todo volvió a la “normalidad” cuando Mauricio Macri se hizo cargo del Poder Ejecutivo. Con la eliminación de las retenciones, la megadevaluación, la derogación de la ley de medios y el flamante acuerdo con esos verdaderos delincuentes internacionales que son los “holdouts”, la economía volvió a situarse por encima de la política. ¿Alguien con un mínimo de honestidad intelectual puede afirmar sin sonrojarse que la democracia como filosofía de vida está vigente en el país? Mientras el capitalismo financiero salvaje siga actuando con total impudicia e impunidad, la democracia-esa democracia que es más que un mecanismo electoral-seguirá siendo para los argentinos un sueño inalcanzable.

Anexo II

Cristina y el adiós a los dogmas (*)

11/9/012

Luego de la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética, las usinas ideológicas y comunicacionales de la república imperial expandieron por doquier el dogma del fin de la historia. El mundo, por fin, se había desprendido de las garras del comunismo estalinista y le había dado la bienvenida al capitalismo, última y definitiva etapa del progreso de la humanidad. El neoliberalismo le había ganado la guerra al marxismo-leninismo, emergiendo la república imperial como la única mega potencia mundial. Estados Unidos pasó a ser el gendarme del mundo y el resto de los países debió adecuarse al nuevo orden mundial. El planeta se había dogmatizado. Las reglas del capitalismo pasaron a la categoría de dogmas sagrados, verdades reveladas, inmutables e incuestionables. La humanidad le dijo adiós al espíritu crítico, a la polémica, al debate. Ya no había nada que discutir. Los postulados del capitalismo pasaron a ser considerados “hechos de la naturaleza” y, por ende, inevitables. Una creación intelectual como la ley de la oferta y la demanda se equiparó con una ley natural como la de la gravedad.

Carlos Menem asumió como presidente de todos los argentinos en julio de 1989, justo cuando comenzaba la nueva era que impuso el dogma del neoliberalismo. Raúl Alfonsín había sido barrido por un golpe de mercado y la hiperinflación estaba causando estragos. Mientras tanto, el consenso de Washington le “aconsejaba” a los países cómo debían actuar en materia económica. La única alternativa era el neoliberalismo. Astuto y pragmático, Menem enterró las históricas banderas del peronismo y se hizo neoliberal. Convencido de que sólo adecuándose al nuevo orden mundial lograría sacar al país de la ciénaga en que se encontraba atrapado, el metafísico de Anillaco tejió alianzas con la familia Alsogaray, el poder económico concentrado y el presidente norteamericano George Bush. Apenas se sentó en el Sillón de Rivadavia puso en práctica su estrategia de presentar “la economía popular de mercado” como la única solución posible. Ante el descalabro económico reinante ¿quién iba a osar criticarla? El desmantelamiento de las empresas estatales, el feroz proceso de privatizaciones que se puso en marcha y la convertibilidad, se transformaron en verdades absolutas. Desde la televisión Bernardo Neustadt se encargó de machacar con la inevitabilidad del neoliberalismo. “Tiempo Nuevo” pasó a ser un santuario donde comenzaron a desfilar los apóstoles del nuevo credo. A partir de entonces comenzaron a convivir en Argentina dos dogmas: el catolicismo y el neoliberalismo. La Argentina se convirtió en una sociedad dogmática, cerrada y fanática. Quien osaba cuestionar al dogma neoliberal era cruelmente ridiculizado. Los caracteres medulares de toda genuina democracia-el pluralismo, la tolerancia y el debate-fueron barridos por la ola neoliberal.

El dogma neoliberal siguió vigente a pesar del ocaso político de Carlos Menem. El fracaso de su intento re-reeleccionista no supuso el fin del neoliberalismo en el país. En 1999 se produjo tan solo un cambio de figuritas: De la Rúa por Menem. El niño mimado del electorado porteño no hizo más que imitar al metafísico de Anillaco. Al igual que su “ilustre” antecesor, De la Rúa se arrodilló frente al establishment político y económico internacional, implorando por los dólares que supuestamente le permitirían sobrevivir. La crisis de 2001 puso en evidencia la falacia de la inmutabilidad de las ideologías. Ese trágico diciembre puso dramáticamente en evidencia que las ideologías son creaciones del hombre y que, como tales, están siempre sujetas a recusación, son falibles, relativas; están lejos de ser dogmas, en suma.

En mayo de 2003 asumió como presidente de la nación Néstor Kirchner. ¿Cuál fue su primer mensaje? Que no existe tal cosa como “invariabilidad e inmutabilidad de las ideologías”. El santacruceño puso en evidencia desde el principio su firme propósito de “desdogmatizar” a la sociedad argentina, de poner fin a esa verdad revelada conocida como “el fin de la historia”. ¿Por qué había que aceptar con mansedumbre el dogma del neoliberalismo? ¿Por qué había que decir “amén” a las “leyes naturales” del mercado? ¿Cómo era posible arrodillarse frente a un sistema de dominación basado en la explotación del hombre por el hombre? Néstor Kirchner tuvo el coraje de convencer al pueblo de que en materia política, económica, social y cultural, nada es eterno, inmutable, pétreo e inconmovible. La creencia religiosa en la sabiduría de los mercados fue el blanco preferido del ataque dialéctico de Kirchner. Los “mercados”, esa figura fantasmagórica que sólo sirve para encubrir los intereses mezquinos de la oligarquía, lejos estaban de ser una autoridad infalible e inmaculada. Kirchner los desenmascaró, lo que constituye, a mi entender, uno de sus legados más preciados.

Pero fue a partir de la asunción de Cristina en diciembre de 2007 cuando quedó plenamente en evidencia la “desdogmatización” de la sociedad iniciado cuatro años antes por Néstor Kirchner. Cristina completó la tarea iniciada por su esposo de poner todo patas para arriba. Si algo tuvo de positivo el conflicto por la 125 fue poner en evidencia que el “dogma neoliberal” lejos estaba de ser aceptado sumisamente por todos. Había un importante sector de la sociedad que no estaba dispuesto a seguir aceptando sin chistar la autoridad omnipresente de los “mercados”. El conflicto con “el campo” tuvo como efecto positivo el retorno de una práctica cultural que parecía haberse perdido para siempre: la discusión política, la polémica ácida, el debate ideológico. A partir de entonces, la Argentina comenzó a habituarse a una presidenta que puso en duda todas y cada una de las “verdades reveladas” a una oligarquía que le respondía con una virulencia inusitada. La tan denostada “crispación” no es más que la exteriorización de ese saludable cambio de escenario. Primero Néstor y después Cristina hicieron posible el retorno de la política, entendida ésta como un debate permanente.

La desdogmatización de la sociedad ha sacado de quicio a la derecha. Estaba mucho más cómoda con Carlos Menem, el apóstol del reinado de la economía. Ahora, ese reinado ha sido puesto seriamente en duda. Y el orden conservador no oculta su cólera. Sus acusaciones a la presidenta son el fiel reflejo de su estado de ánimo. Cristina ha obligado a la derecha a ponerse en evidencia. La ha obligado a dejar al descubierto su verdadero rostro. Por eso es que su contribución a la democracia argentina es formidable. ¡Qué importa que se extralimite con la cadena nacional! Lo verdaderamente relevante es que ha sido capaz de reinstalar en la sociedad la creencia en el debate de ideas, aunque a veces esté dominado por la vehemencia desenfrenada. Cristina hizo posible que los argentinos volviéramos a creer en la democracia como régimen dinámico, tempestuoso y conflictivo. La presidenta nos permitió dejar de tenerle miedo al carácter “crispado” de la política.

¡Qué hubiera sido de la humanidad si la política no hubiera sido conflictiva! Si la política se hubiera reducido al consenso, como proclama el orden conservador, no se hubieran producido en el país hechos tan significativos como la Revolución de Mayo, por ejemplo. Personajes sublimes como Mariano Moreno, Manuel Belgrano y Bernardo de Monteagudo, hubieran quedado en el anonimato. El carácter conflictivo de la política nos permitió independizarnos de España y dotar de organización política, social y económica a ese vasto territorio despoblado denominado primero “Provincias Unidas del Río de la Plata” y más tarde “Argentina”. ¿Si el conflicto no hubiera estado presente en la política, hubiera sido posible la Revolución Francesa, Lenin hubiera sido capaz de encabezar el movimiento revolucionario más impresionante del siglo XX y Occidente se hubiera liberado de Hitler? Cristina nos hizo recordar que la política es esencialmente conflicto, disenso, cuestionamiento permanente de las “mentiras vitales” (Ingenieros), “desdogmatización” de las mentes; que es esencialmente filosofía democrática, en suma. En buena hora.

(*) Artículo publicado en Redacción Popular el 11/9/012

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