Por Hernán Andrés Kruse.-

El jueves pasado el país se paralizó. Nadie podía creer lo que habían comenzado a transmitir los canales de televisión por cable. Pasadas las 21 horas, cuando la vicepresidente de la nación estaba por ingresar al edificio de Juncal y Uruguay, un hombre se le acercó y cuando estaba a escasos centímetros le apuntó con un arma y le gatilló. El destino quiso que el revólver no funcionara. De haberlo hecho hoy el país estaría inmerso en un conflicto de impredecibles consecuencias.

Lo primero que hay que remarcar es que se trató de un atentado a la dirigente política más relevante del país de las últimas dos décadas. Es un diagnóstico en el que son coincidentes tanto oficialistas como opositores, como así también los medios de comunicación cercanos al gobierno y los que están en la vereda de enfrente. Es bueno remarcar esta coincidencia porque hay quienes creen que se trató de un montaje, de una puesta en escena para manipular a los argentinos. Hay, qué duda cabe, puntos oscuros, pero lo único certero es que se trató de un atentado.

Creo que recién ahora comenzamos a tomar conciencia de la gravedad del hecho. Es atinado afirmar que se trata de un antes y un después. Nada será igual a partir de lo que sucedió el jueves pasado en la esquina de Juncal y Uruguay. El atentado a Cristina Kirchner puso dramáticamente en evidencia la fragilidad de nuestra democracia. También el fanatismo de quienes la odian. Si bien Twitter no refleja el sentir de la mayoría de la sociedad, le abre las puertas a ese sector social virulentamente antidemocrático, a esos argentinos dominados por un odio patológico. Causa escalofríos leer los mensajes de odio de algunos compatriotas. No ocultan su tristeza por el fracaso de quien intentó asesinar a la vicepresidenta. Son los argentinos que rezan a diario para que Cristina se muera.

Confieso que a esta altura me causa una profunda pena leer estos mensajes de odio. Antes me indignaban. Ahora no. Creo que se trata de gente enferma, desquiciada. Ahora bien ¿por qué están desquiciados? ¿Por qué odian de esa manera a Cristina? ¿Por qué desean su muerte? Me parece que se trata de un odio que viene de lejos. No se trata, por ende, de un odio que surgió abruptamente. Es un odio que surgió durante el apogeo de Perón, allá por la década del cincuenta del siglo pasado. En aquel entonces Perón detentaba el poder absoluto. Había obtenido la reelección con una abrumadora mayoría. Tenía todo bajo control: los sindicatos, las fuerzas armadas, el parlamento, la justicia. Fue entonces cuando se quitó la máscara, cuando demostró su auténtica personalidad. Los peronistas no toleran que alguien afirme que Perón fue un dictador. Lo fue, estimados peronistas. Hizo un culto de la intolerancia y la arbitrariedad. De esa forma no hizo más que sembrar las semillas del jacobinismo antiperonista. Dicho jacobinismo hizo eclosión en junio de 1955 cuando aviones de la marina bombardearon la Plaza de Mayo. Una acción incalificable que le costó la vida a centenares de argentinos inocentes. El 31 de agosto de ese año Perón pronunció el que quizá sea el discurso político más violento de la historia. “Por cada uno de los nuestros caerán cinco de los de ellos”, bramó. En septiembre fue derrocado. A partir de entonces y durante décadas el feroz antagonismo peronismo-antiperonismo impuso sus códigos. Cuando parecía que había comenzado a languidecer, resurgió con fuerza a partir de la presidencia de Néstor Kirchner. Y alcanzó su clímax el jueves pasado.

Ese mismo jueves, cerca de la medianoche, el presidente de la nación tuvo una magnífica oportunidad para hacer un sincero y patriótico llamado a la unidad nacional. Lamentablemente, no lo hizo. Por el contrario, acusó a quienes considera son los propaladores de los mensajes de odio de ser los responsables del intento de magnicido: los dirigentes opositores, los medios opositores y la justicia. El presidente de la nación dividió a la sociedad en dos grupos antagónicos: de este lado están los buenos, los demócratas; del otro lado, están los malos, los violentos, los intolerantes. Alberto demostró ser tan barra brava como los odiadores anticristinistas. El problema es que Alberto no es un ciudadano común sino el presidente de la nación. En estos momentos dramáticos debería haber intentado apaciguar los ánimos. No hizo otra cosa que exacerbarlos.

Para Alberto los responsables del atentado a Cristina son quienes emiten a diario mensajes de odio. Ahora bien, ¿cuándo un mensaje es de odio? Si un periodista critica duramente al gobierno nacional ¿propala mensajes de odio? Si ése es el criterio del gobierno la censura está a la vuelta de la esquina. Porque acusar a algún periodista de emitir mensajes de odio puede ser el pretexto perfecto para acallar voces discordantes. De ahí la peligrosidad del artículo firmado por Victoria Donda (titular del INADI) este domingo en Infobae, en el que afirma “que las armas de los odiadores las cargan los Macri, las Bullrich, los Milei, las Granata y los López Murphy”. El mensaje es sencillamente siniestro: Fernando Sabag Montiel intentó matar a Cristina Kirchner influenciado por los discursos de odio de los señalados por Donda. Para que quede perfectamente en claro: Macri, Bullrich. Milei, Granata y López Murphy son los instigadores del atentado a Cristina Kirchner.

La respuesta de la oposición no se hizo esperar: En un comunicado expresó (Perfil, 4/9/022): “Lamentablemente la interventora del INADI utiliza su cargo al mando de una entidad cuya misión principal es luchar contra la discriminación como una herramienta política partidaria para hacer juicios sesgados y ejercer ella misma una enorme violencia simbólica contra opositores políticos”. “Nada más lejos del rol institucional que debería cumplir mancillando la misión del INADI”. “Ya es claro a todas luces que con el comportamiento que viene teniendo no puede continuar a cargo de dicha entidad”. La opinión de Donda no hace más que reflejar el pensamiento de Cristina Kirchner. Sin el okey de la vicepresidente la funcionaria jamás hubiera tenido semejante demostración de fanatismo. El escrito de Donda no hace más que reflejar la táctica puesta en práctica por Cristina luego del intento de magnicidio: redoblar la apuesta.

Mientras tanto, el senador José Mayans, en diálogo con Radio 10, expresó (fuente: Perfil, 4/9/022): “La violencia se viene generando hace rato con este esquema de estigmatizar a través de los medios de prensa a las personas. Por ejemplo, hay medios que saben antes que el fallo de la Justicia lo que va a pasar en la Justicia. Si no existe justicia es muy difícil que haya paz social”. Luego acusó directamente a la Causa Vialidad de “gestar el germen de la violencia extrema”. “Mañana está nuevamente ese juicio que para mí hay que pararlo porque no respetó el debido proceso, la presunción de inocencia, pruebas en fuera de término, un montón de vicios que por eso debería ser parado de forma inmediata. Porque en ese juicio también se gestó el germen de la violencia extrema y debería ser parado ahora”. Según la prensa el Instituto Patria salió rápidamente a desentenderse de estas polémicas expresiones, pero realmente cuesta creer que el senador Mayans no haya contado con la venia de Cristina para efectuar semejante chantaje. Porque eso fue lo de Mayans: un vulgar apriete. El mensaje fue el siguiente: “muchachos, si quieren vivir en paz déjense de seguir jodiendo con este juicio”.

Quien también intenta sacar todo el rédito político posible de este dramático escenario es el ex presidente Mauricio Macri, quien en las últimas horas escribió lo siguiente (fuente: Perfil, 4/9/022): “A diferencia de la sabiduría de Alfonsín, hoy vemos cómo en sus discursos, declaraciones, tweets y manifestaciones públicas captadas por cronistas de la televisión, dirigentes y militantes del oficialismo señalan con furia la supuesta responsabilidad de la prensa en haber incitado al atacante a intentar matar a la vicepresidenta”. “Pero el hecho violento que puso en riesgo la vida de la vicepresidenta y que mereció el repudio de todas las organizaciones y los dirigentes, está siendo ahora utilizado por el kirchnerismo de forma partidaria para iniciar una cacería de enemigos simbólicos a los que les atribuye, sin ninguna racionalidad, la instigación a ese ataque”. El artículo de Donda no hace más que darle la razón a Macri.

Anexo

Murray N. Rothbard y la moneda controlada (segunda parte)

Al haber inflación, el dinero vale cada vez menos; en consecuencia, la gente compra cada vez menos y se empobrece. Al principio, la gente considera la inflación como algo anormal pero pasajero. Imagina que muy pronto la situación volverá a la normalidad y los precios se estabilizarán. Esa actitud de la gente modera la espiral inflacionaria y logra disimular la existencia de la inflación ya que, en virtud de ello, se incrementa la demanda de dinero. Lamentablemente, el proceso inflacionario no se detiene y cuando la gente se percata de ello, decide comprar todo lo que puede antes de que los precios se descontrolen por completo. A raíz de ello, merma la demanda de dinero y los precios suben proporcionalmente más que el aumento de la provisión de dinero. La escasez de dinero obliga al gobierno a crear artificialmente más moneda. Lo único que consigue es acelerar el proceso inflacionario, echar más leña al fuego. Es en ese momento cuando la gente decide desprenderse del dinero, cuyo valor se licúa diariamente. Las consecuencias son trágicas: “la provisión de dinero se va a las nubes, la demanda del mismo cae como un plomo y los precios suben astronómicamente. Decae violentamente la producción, a medida que la gente ocupa cada vez más su tiempo en descubrir maneras de desembarazarse de su dinero. En verdad, el sistema monetario se ha desmoronado por completo y de tenerlas a su alcance, la economía se vuelve hacia otras monedas, serán otros metales, divisas extranjeras si se trata de inflación en un solo país, o hasta se volverá otra vez a situaciones de trueque. El sistema monetario se ha desmoronado bajo el impacto de la inflación”.

Rothbard no duda en considerar la decisión del gobierno de valerse de la falsificación para incrementar sus rentas, un delito. Es por ello que el poder político no estaría en condiciones de presentarse abiertamente como un ejército invasor y apoderarse del mercado libre, porque tal actitud sería rechazada por la gente. En efecto, si el gobierno decidiera de manera abrupta imprimir sus propios billetes de papel, pocos ciudadanos estarían dispuestos a legitimar tal decisión. Ello explica por qué la intromisión estatal debe ser más cautelosa, astuta, gradual. Cuando los bancos eran inexistentes, el poder político no estaba en condiciones de valerse de ellos para recurrir al método inflacionario. Cuando sólo circulaban el oro y la plata, ¿qué podía hacer el poder político para incrementar sus ganancias? Según Rothbard, lo primero que hizo fue crear un monopolio absoluto del negocio de la creación artificial de la moneda. De esa forma, estuvo en condiciones de suministrar monedas en la denominación elegida por el propio gobierno, ignorando, por ende, los deseos del pueblo.

¿Cuál fue el resultado de esa decisión? Se redujo necesariamente la diversidad de monedas que circulaban en el mercado. A partir de ahora la Casa Emisora estaba en condiciones de cobrar un precio superior al costo, un precio que únicamente cubriera ese costo, o efectuar el suministro de monedas sin cargo alguno. ¿Qué sucedió cuando los gobiernos monopolizaron la emisión monetaria? “Cuando adquirieron el monopolio de la emisión de moneda, los gobiernos fomentaron el uso del nombre de la unidad monetaria, haciendo todo lo posible por separar ese nombre de su verdadera base, consistente en el peso real de las monedas”. De esa forma, los gobiernos dejaron de someterse a las reglas impuestas por el mercado. En lugar de continuar valiéndose del oro y la plata para las designaciones, los gobiernos comenzaron a fomentar el uso de su propio nombre-dólares, marcos, francos, etc.-en beneficio de los “intereses monetarios del pueblo”. Esto hizo posible que el poder político se adueñara del principal medio para falsificar las monedas: el envilecimiento.

En efecto, los gobiernos se valieron del envilecimiento para efectuar la falsificación de las mismas monedas que previamente habían prohibido que acuñaran los entes privados. La obsesión del poder político por el envilecimiento fue de tal magnitud, que en algunas ocasiones los gobernantes no dudaron en recurrir directamente al fraude, al decidir en las sombras la fabricación de piezas de menor calidad. Sin embargo, lo común fue que la propia Casa de Moneda efectuara una nueva fundición y una nueva acuñación de todas las piezas acuñadas existentes en el territorio, para luego devolver a los súbditos libras o marcos con menor peso. Las piezas remanentes eran utilizadas por el rey para solventar sus gastos personales. Vale decir que el poder político se quedaba con parte de las onzas de oro o plata que eran propiedad de los súbditos para usufructuarlas en su propio beneficio.

A continuación, Rothbard pasa a analizar la “Ley de Gresham” y la acuñación. ¿Por qué el gobierno impone controles de precios? Por una razón muy sencilla: porque de esa manera procura “convencer” a la gente de que la inflación es una lógica consecuencia del funcionamiento ilimitado del mercado libre. El control de precios provoca, inexorablemente, el desplazamiento en el mercado de la moneda devaluada artificialmente por la moneda sobrevaluada artificialmente (ley de Gresham). He aquí una consecuencia lógica del control de precios. Cuando el gobierno impone un precio máximo para un tipo de moneda en relación con otra, no hace más que establecer un precio mínimo para ésta. La escasez es el resultado de la aplicación de precios máximos, mientras que el exceso es la resultante de la aplicación de precios mínimos. En consecuencia, el control de la moneda provoca escasez de la moneda sometida al precio máximo, que está sobrevaluado de manera artificial, lo que determina su sustitución en el mercado por el dinero cuyo precio fue elevado.

Lo recién expresado queda perfectamente de manifiesto en el ejemplo de las monedas nuevas que se oponen a las monedas desgastadas. La modificación del significado de la moneda (de referirse al peso pasó a designar una mera ficción verbal) permitió a los gobiernos utilizar el mismo nombre para designar a las monedas desgastadas y a las nuevas, a pesar de tener un peso diferente. Como lógica consecuencia, la gente decidió atesorar o exportar las monedas nuevas, destinando las monedas viejas a la circulación. El poder político acusó a la gente de atentar contra la soberanía del país, cuando lo único cierto fue que la gente reaccionó racionalmente ante una situación originada por la decisión del gobierno de interferir en el libre funcionamiento del mercado.

(*) Murray N. Rothbard: Moneda libre y controlada, Fundación Bolsa de Comercio de Buenos Aires, 1979.

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