Por Hernán Andrés Kruse.-

El sábado al mediodía el gobierno nacional en pleno colmó la Basílica de Nuestra Señora de Luján para celebrar la “Misa por la paz y la fraternidad de los argentinos”. La misa estuvo a cargo del arzobispo de Mercedes-Luján, Jorge Eduardo Scheinig, quien afirmó que “la fraternidad es un don y una tarea, difícil, compleja, pero necesitamos darnos un clima de fraternidad” (fuente: Perfil, 11/9/022). Cabe destacar la presencia en primera fila del ex presidente de la nación Eduardo Duhalde. El gobierno procuró brindar la imagen de unidad luego del grave hecho que tuvo lugar días pasados en la esquina de Juncal y Uruguay.

Lo que llamó la atención en esta oportunidad fue el lugar escogido por el gobierno para demostrarle al pueblo que está cohesionado a pesar de todos los problemas que lo acechan. El haber elegido nada más y nada menos que la Basílica de Luján no hizo más que poner en evidencia el carácter religioso del movimiento creado por Perón en 1945. En efecto, el peronismo es más, mucho más, que un partido político. Es un movimiento o, si se prefiere, un sistema compuesto por varios elementos, uno de los cuales es el partido peronista. Su columna vertebral es el vínculo estrecho entre el líder y la masa o, si se prefiere, sus seguidores. Para los peronistas su líder fue un ser superior, intocable e inmaculado. Para los peronistas su líder siempre tuvo razón. Su pensamiento no podía ni debía ser cuestionado ya que nadie tenía la estatura moral e intelectual para hacerlo. Perón llegó a ser considerado una especie de semidios y sus sentencias, dogmas revelados. Me refiero fundamentalmente a las 20 verdades del peronismo.

Recordémoslas (Movimiento Peronista-Consejo Superior):

1) “La verdadera democracia es aquella donde el gobierno hace lo que el pueblo quiere y defiende un solo interés: el del pueblo”.

2) “El peronismo es esencialmente popular. Todo círculo político es antipopular y, por lo tanto, no peronista”.

3) “El peronista trabaja para el “movimiento”. El que en su nombre sirve a un círculo, o a un caudillo, lo es sólo de nombre”.

4) “No existe para el peronismo más que una sola clase de hombres: los que trabajan”.

5) “En la “nueva Argentina” el trabajo es un derecho y es un deber, porque es justo que cada uno produzca por lo menos lo que consume”.

6) “Para un peronista no puede haber nada mejor que otro peronista”.

7) “Ningún peronista debe sentirse más de lo que es ni menos de lo que debe ser. Cuando un peronista comienza a sentirse más de lo que es, empieza a convertirse en oligarca”.

8) “En la acción política la escala de valores de todo peronista es la siguiente: primero la Patria, después el Movimiento y luego los hombres”.

9) “La política no es para nosotros un fin, sino solo el medio para el bien de la Patria, que es la felicidad de sus hijos y la grandeza nacional”.

10) “Los dos brazos del peronismo son la justicia social y la ayuda social. Con ellos damos al pueblo un abrazo de justicia y amor”.

11) “El peronismo anhela la unidad nacional y no la lucha. Desea héroes pero no mártires”.

12) “En la “nueva Argentina” los únicos privilegiados son los niños”.

13) “Un gobierno sin doctrina es un cuerpo sin alma. Por eso el peronismo tiene una doctrina política, económica y social: el justicialismo”.

14) “El justicialismo es una nueva filosofía de vida, simple, práctica, popular, profundamente cristiana y profundamente humanista”.

15) “Como doctrina política, el justicialismo realiza el equilibrio del derecho del individuo con el de la comunidad”.

16) “Como doctrina económica, el justicialismo realiza la economía social, poniendo el capital al servicio de la economía y ésta al servicio del bienestar social”.

17) “Como doctrina social el justicialismo realiza la justicia social, que da a cada persona su derecho en función social”.

18) “Queremos una Argentina socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana”.

19) “Constituimos un gobierno centralizado, un estado organizado y un pueblo libre”.

20) “En esta tierra lo mejor que tenemos es el pueblo”.

He aquí la Biblia del peronismo, las 20 verdades reveladas para los millones de peronistas que circulan por nuestro territorio. He aquí el pensamiento medular de Perón, el creador del peronismo y el guía espiritual del pueblo, el Mesías. He aquí los 20 dogmas considerados sagrados por los seguidores del líder. El carácter religioso del peronismo emerge en toda su magnitud. También su visceral intolerancia. En su libro “Hacia una moral sin dogmas”, José Ingenieros afirma que el dogma “es una opinión inmutable e imperfectible impuesta a los hombres por una autoridad anterior a su propia experiencia”. “Se trata de una verdad infalible y un precepto inviolable (…) El dogma debe ser acatado tal como lo ha definido, de conformidad con la inspiración divina, una autoridad cuya competencia es indiscutida; su palabra expresa la verdad absoluta y debe ser objeto de fe inmutable, puesto que la divinidad no se engaña nunca ni puede engañar”. “El dogma no deja al creyente la menor libertad, ninguna iniciativa”.

Las 20 verdades del justicialismo son sentencias inmutables y perfectas, verdades infalibles, preceptos inviolables, que deben ser acatados sin chistar por los peronistas. Las 20 verdades del justicialismo son dogmas porque la palabra de su creador, Juan Domingo Perón, expresaba la verdad absoluta y debía, por ende, ser objeto de fe inmutable. En consecuencia, todo atisbo de rebeldía, de cuestionamiento a los dogmas, era castigado con severidad. Perón siempre tenía razón. Nunca cometía ningún yerro. ¿Cómo un seguidor, simple mortal, podía tener el tupé de cuestionarlo? La obediencia ciega del dogma conduce al fanatismo. De ahí a la persecución de los disidentes hay un paso pequeño. Quienes no acataban la voluntad de Perón y quienes se atrevían a desafiarlo, desde dentro del movimiento o desde afuera, recibían un castigo demoledor.

Las 20 verdades del justicialismo son fácilmente rebatibles. Algunas de ellas no son más que mentiras escandalosas. Por ejemplo, la que sostiene que primero está la Patria, luego el movimiento y por último, los hombres. Si hubo un dirigente político que se mofó de esta verdad fue el mismísimo Juan Domingo Perón. Su carrera política no hizo más que demostrar que dicha verdad, en realidad, sostenía que primero estaba Perón, luego Perón…y finalmente, Perón. Perón fue un megalómano sin igual. Se consideraba superior al común de los mortales. Para Perón los hombres eran objetos descartables. Los usaba cuando le eran útiles y los desechaba cuando dejaban de serlo. Siempre pensó en sí mismo, en sus intereses, en su conveniencia. Lo mismo hicieron conspicuos dirigentes como Carlos Menem, Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner, Cristina Fernández de Kirchner y Alberto Fernández, entre tantos otros. Los dirigentes mencionados no hicieron más que seguir el ejemplo de su mentor. Sin embargo, los crédulos peronistas siguen creyendo en su patriotismo, así como los crédulos católicos siguen creyendo en la infalibilidad del Sumo Pontífice. La religión, qué duda cabe, sigue siendo una eficaz herramienta para narcotizar a las masas. Ello explica la decisión del gobierno nacional de transformar momentáneamente la Basílica de Luján en una unidad básica.

Domingo Faustino Sarmiento: la extraordinaria semblanza de José Ingenieros

Este domingo se cumplió un nuevo aniversario del fallecimiento de Domingo Faustino Sarmiento, una de las figuras políticas más brillantes y polémicas de la historia. Mucho se ha escrito en pro y en contra de don Faustino. En su libro “El hombre mediocre” José Ingenieros hizo la siguiente semblanza de Sarmiento, la más extraordinaria que he leído:

“Sus pensamientos fueron tajos de luz en la penumbra de la barbarie americana, entreabriendo la visión de cosas futuras. Pensaba en tan alto estilo que parecía tener, como Sócrates, algún demonio familiar que alucinara su inspiración. Cíclope en su faena, vivía obsesionado por el afán de educar; esa idea gravitaba en su espíritu como las grandes moles incandescentes en el equilibrio celeste, subordinando a su influencia todas las masas menores de su sistema cósmico. Tenía la clarividencia del ideal y había elegido sus medios: organizar civilizando, elevar educando. Todas las fuentes fueron escasas para saciar su sed de aprender; todas las inquinas fueron exiguas para cohibir su inquietud de enseñar. Erguido y viril siempre, asta-bandera de sus propios ideales, siguió las rutas por donde le guiara el destino, previendo que la gloria se incuba en auroras fecundadas por los sueños de los que miran más lejos (…) Dijo primero. Hizo después. La política puso a prueba su firmeza: su gran hora fue aquella en que su Ideal se convirtió en acción. Presidió la República contra la intención de todos: obra de un hado benéfico. Arriba vivió batallando como abajo, siempre agresor y agredido. Cumplía una función histórica. Por eso, como el héroe del romance, su trabajo fue la lucha, su descanso pelear. Se mantuvo ajeno y superior a todos los partidos, incapaces de contenerlo. Todos lo reclamaban y lo repudiaban alternativamente; ninguno, grande o pequeño, podía ser toda una generación, todo un pueblo, toda una raza, y Sarmiento sintetizaba una era en nuestra latinidad americana”.

“Su acercamiento a las facciones, compuestas por amalgamas de subalternos, tenía reservas y reticencias, simples tanteos hacia un fin claramente previsto, para cuya consecución necesitó ensayar todos los medios. Genio ejecutor, el mundo parecíale pequeño para abarcarlo entre sus brazos; sólo pudo ser el suyo el lema inequívoco: “Las cosas hay que hacerlas; mal, pero hacerlas”. Ninguna empresa le pareció indigna de su esfuerzo; en todas llevó como única antorcha su Ideal. Habría preferido morirse de sed antes de abrevarse en el manantial de la rutina. Miguelangelesco escultor de una nueva civilización, tuvo siempre libres las manos para modelar instituciones e ideas, libres de cenáculos y de partidos, libres para golpear tiranías, para aplaudir virtudes, para sembrar verdades a puñados. Entusiasta por la patria, cuya grandeza supo mirar como la de una propia hija, fue también despiadado con sus vicios, cauterizándolos con la benéfica crueldad de un cirujano (…)”.

“Entre alternativas extremas, Sarmiento conservó la línea de su carácter hasta la muerte. Su madurez siguió la orientación de su juventud; llegó a los ochenta años perfeccionando las originalidades que había adquirido a los treinta. Se equivocó innumerables veces, tantas como sólo puede concebirse en un hombre que vivió pensando siempre. Cambió mil veces de opinión en los detalles, porque nunca dejó de vivir; pero jamás desvió la pupila de lo que era esencial en su función. Su espíritu salvaje y divino parpadeaba como un faro, con alternativas perturbadoras (…) Miró siempre hacia el provenir, como si el pasado hubiera muerto a su espalda; el ayer no existía, para él, frente al mañana. Los hombres y los pueblos en decadencia viven acordándose de dónde vienen; los hombres geniales y los pueblos fuertes sólo necesitan saber dónde van. Vivió inventando doctrinas o forjando instituciones, creando siempre, en continuo derroche de imaginación creadora. Nunca tuvo paciencias resignadas, ni esa imitativa mansedumbre del que se acomoda a las circunstancias para vegetar tranquilamente. La adaptación es mediocrizadora; rebaja al individuo a modos de pensar y sentir que son comunes a la masa, borrando sus rasgos propiamente personales. Pocos hombres, al finalizar su vida, se libran de ella; muchos suelen ceder cuando los resortes del espíritu sienten la herrumbre de la vejez. Sarmiento fue una excepción. Había nacido “así” y quiso vivir como era, sin desteñirse en el semitono de los demás”.

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