Por Luis Américo Illuminati.-

«Un paraguas es útil bajo una lluvia normal como la que cayó el día de la Revolución de Mayo. Pero ningún paraguas protege de un diluvio como el que ocurrió este año. Tal vez un Arca como la de Noé hubiera hecho falta» (frase escrita en un barquito de papel que flotaba en las calles de Buenos Aires).

La acción deletérea de C5N crea una realidad virtual perversa

Culpar a otro de un hecho propio -de comisión por omisión- es el «summum» de la bajeza y la peor hipocresía de un canal de pacotilla y bulto, propiedad del fatídico régimen kirchnerista. Días atrás este ignominioso medio de «desinformación y distorsión» difundía con el mayor cinismo y descaro, desoladoras imágenes de las inundaciones y destrozos que dejó el temporal en AMBA y en provincia de Buenos Aires, con titulares y placas que decían: «Que Llueva, que Llueva, Milei está en la Cueva», endilgándole la culpa de la falta de obras al nuevo gobierno de Javier Milei que tan sólo lleva 100 días de gobierno contra 20 años de desidia, corrupción e impunidad de los Intendentes kirchneristas. Para C5N parece que Kicillof es el gobernador de algún asteroide cercano a la tierra. Burlarse frente al dolor y desesperación de los damnificados habla bien a las claras de la maldad de estos nefastos personajes.

Casi apocalíptico

El doloroso drama de las inundaciones se pudo ver en todos los canales de televisión del país y del extranjero, y las escenas desgarradoras de los desastres meteorológicos parecían visiones casi apocalípticas, y los rostros crispados de los damnificados -totalmente desamparados- remiten a las pinturas de El Bosco. Totalmente trágico y desolador el paisaje de todo el AMBA (La Matanza, Quilmes, Lanús, Avellaneda, La Plata y demás localidades). Se diría que es un castigo de la Naturaleza a los Intendentes sátrapas. El silencio de éstos es apabullante y contrasta con sus ampulosos discursos de campaña y permanentes autoelogios (ad infinitum) sobre sus «maravillosas» gestiones. No se vio a ninguno de ellos rescatando a las víctimas.

Simulacros y ruido de fondo

«Ruido de fondo” (1985) es una película extravagante, a veces divertida, a veces insoportable, que busca a través del humor negro generar una reflexión alrededor de la acuciante necesidad de aturdimiento y escapismo de la realidad que necesita como una droga el «homo argentus» -peronistas K y sus falsos líderes- quienes eluden quedarse a solas con sus pensamientos y sus conciencias. Se considera ruido ambiental o «ruido de fondo» cualquier sonido indeseado que se produce de forma simultánea a la realización de una medida acústica, y que puede afectar al resultado efectivo de la misma. En los casos domésticos, afecta la buena comunicación y el diálogo fructífero como fuente de comprensión, contención y armonía familiar.

Al igual que los personajes de Don DeLillo, el hombre-masa utiliza normalmente por imitación u ósmosis genética algún ruido de fondo (la música estridente, la televisión, estólida caja de Pandora, y las redes, escuela para bobos, además de tolerar los insoportables ruidos de las motocicletas con escapes que parecen turbinas de avión), ejercicios que realiza el alienado de la megalópolis -Ciudad Gótica, nombre éste que proviene del Estado que sufre de gota- donde pululan los Guasones-; la finalidad perseguida es anestesiar la conciencia y evitar la reflexión consigo mismo, sin que los opulentos sátrapas desde un facistol le llenen la cabeza. Abundan los insensibles sordos de espíritu -boliches que a la salida se convierten en un letal reñidero de gallos de riña exacerbados- que ponen tan alta la música que taladran los oídos de los vecinos de 10 cuadras a la redonda, otros ponen alguna aburrida y decadente serie de televisión mientras tratan de dormirse con pastillas. Ese fatal ruido de fondo, es parte de la manía del puro consumismo, la falsa religión que ayuda a erradicar el silencio y a evitar cualquier pensamiento sobre el trágico destino que les espera: entropía social irrefrenable catalizada por depredadores diurnos y nocturnos, sean públicos o privados. Son zombis que ya no tienen almas como en el filme «El amanecer de los muertos».

Posverdad

La decencia pública es la buena disposición del alma de un país para adoptar la democracia como modo de vida colectiva. La demagogia es a la democracia lo que el vinagre es al vino o, el agua bendita del cielo a los líquidos cloacales. Para adulterar la democracia en un país como la Argentina donde predominan el energúmeno y los esperpentos de una política mal parida -el aparato kirchnerista- que concentra la mayoría de votos, basta con la posverdad, el anzuelo ideal para el rebaño. Tomando estas coordenadas como punto de partida, arribamos sin mucho esfuerzo a la conclusión que la casta enquistada hace 20 años no tiene en mente resolver ningún problema de sus representados cautivos, antes bien los agudiza más, los disfraza, los oculta, los maquilla o directamente los niega. Hasta que el día menos pensado explotan. Mientras tanto los falsos patriarcas y profetas ejecutan «ad nauseam» ejercicios magistrales de hipocresía, abyección, desparpajo, inverecundia, maldad concentrada y abominable porfía. La posverdad es una distorsión deliberada de una determinada realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Su esencia es una falsa teleología de los fines y los medios. Cualquier medio, aunque sea perverso, sirve para alcanzar un fin cualquiera. Se ha dicho que «los demagogos son los mejores maestros de la posverdad.» Y así se logra que «Cuando el infierno esté lleno, los muertos caminarán por las calles». («Submundo», Don DeLillo).

Conclusión

Aconsejaba Hipócrates que antes de curar a alguien, hay que preguntarle si está dispuesto a renunciar a las cosas que lo enfermaron. Si a este aforismo médico lo interpolamos al campo de la antropología social y de la política, el candidato que se proponga llevar el remedio al enfermo, debe persuadirlo primero que la consecuencia vital del populismo es el marasmo y segundo, que hay mejores opciones que el suicidio individual y colectivo que le han vendido en bandeja de plata como si fuera una panacea o la piedra de toque que conduce a la recuperación del paraíso perdido.

En su libro «Finitud y culpabilidad» Paul Ricoeur, aborda la culpa y la experiencia del mal humano, cuyo carácter absurdo y opaco para la descripción esencial obliga a liberar la indagación del paréntesis propio del análisis fenomenológico. Pero, más allá de la simple descripción empírica de la voluntad, dicha indagación progresa hacia lo que Paul Ricoeur llama una «mítica concreta» de la voluntad mala. A través de la lectura del mito de la caída, la investigación conduce al reconocimiento de un lenguaje más fundamental: el lenguaje de la confesión. La confesión no habla de la mancilla, del pecado, de la culpabilidad en términos directos y propios, sino en términos indirectos y figurados. Se trata de un lenguaje simbólico que requiere una nueva hermenéutica, una «simbólica del mal». Pues se trata, para el autor, no de pensar «tras» el símbolo, sino «a partir de él». El examen de esta simbólica del mal apunta a rechazar lo que no constituya una visión ética del mundo, para la que el hombre y su libertad constituyen el espacio donde aparece subrepticiamente la manifestación del mal y otras veces desembozadamente como en el caso del kirchnerismo, un lobo que se encubre bajo piel de oveja cuando le conviene y cuando no, muestra sus largos y filosos colmillos.

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