Por María Delicia Rearte de Giachino.-

El tan debatido «DEBATE», por fin fue…

Lo más conspicuo de la política argentina del siglo XXI, presente, con una ausencia que casi fue oportuna, porque me hizo acordar a aquel inocente juego de «la silla vacía» que ocupaba el que más corría y se llevaba un premio…

Y el premio es grande: «LA PRESIDENCIA DE LA NACIÓN».

Me tomo la libertad de, como ciudadana argentina, dar mi opinión sobre lo que se anunció como el primer debate político previo a una elección presidencial a llevarse a cabo en nuestro país.

Debate hubo poco; más vale fue un resumen de la pesada variedad de propaganda televisiva, radial y escrita que nos abruma en estos días próximos a la definición electoral.

Los argumentos esgrimidos un poco repetitivos sobre los remanidos temas de pobreza, narcotráfico, jubilación, corrupción, dieron vueltas y vueltas con pocos argumentos nuevos y audaces.

Margarita vive en la misma casa, ¿y qué? Sergio mata en segundos silenciosos a Daniel borrado; a Mauricio lo espera su mujer y está apurado. Nicolás despotrica contra todos y contra todo y Adolfo pone su mesura puntana y se lava las manos, y el ausente se tiene que tragar el sapo del papelón más grande de su carrera política…

En resumen, más de lo mismo, agravado por la expectativa lógica de un pueblo que quiere saber de qué se trata y espera que alguien, como en 1810, le prenda en el pecho una cinta celeste y blanca que le recuerde que existe una Patria. (Asumo la responsabilidad escolar de la arrogancia de French y Berutti que coloreaba la historia de mi infancia).

Personalmente hubiera deseado algo más emocionante, menos pulcro y edulcorado, más franco, más sincero, más peleado, porque después de escuchar a los candidatos sólo me quedaron ganas de ponerlos en fila y elegir mi voto, a dedo…

Hay temas que hacen a nuestra identidad nacional, que ni se mencionaron: China, Rusia, Cuba… El «relato» alimentándose de eufemismos y la Argentina bajando en el ranking internacional a niveles de donde no se la va a poder sacar sin un auto-respeto arrogante y firme que se imponga por su dignidad…

En la reciente Asamblea de la ONU, la presidenta argentina «se olvidó» de Malvinas. Seguramente para ella, un tema circunstancial que esgrime cuando le conviene, sin conocimiento ni convicción y que al mundo «civilizado» de los sofisticados foros internacionales, ni le va ni le viene…

En el debate del domingo, se jugaban no sólo los tremendos errores, omisiones, mentiras, y toda clase de atropellos morales, intelectuales, sociales, políticos, patrióticos y de toda índole de la «década ganada», sino nada más y nada menos que la esencia del «ser nacional», cual es el reconocimiento de su SOBERANÍA, que lleva al hombre y la mujer, al joven y al viejo, al rico y al pobre, al del norte y al del sur, del este y el oeste, de la llanura y la montaña, de la ciudad y la villa, a saber que para que estos señores divaguen ante una cámara de televisión, otros argentinos murieron, sufrieron, lloraron, vibraron, en una guerra que les abrió las puertas de una democracia que no respetan ni comprenden desde hace 32 años…

Ni una sola mención a la disputa de Soberanía, ni a la necesidad de un diálogo que el mismo enemigo espera, ni una referencia a la grandeza de una causa que languidece, ni el más mínimo sentido de honor, ni de sacrificio, ni de Justicia, ni de Libertad… ni de PATRIA.

Sólo promesas buscando votos y recursos económicos, tapando posibles «gaffes» de los contertulios, expresando utópicos proyectos y exponiendo ante el mundo un pueblo argentino desnudo, preso de intereses, buitres, préstamos y représtamos, despojado de su Identidad Nacional. No tiene nada porque luchar; sólo echar a los corruptos y esperar contra toda esperanza.

«Argentinos a las cosas», la famosa frase de Ortega, es hoy más rotunda que nunca, pero saber cuáles son esas «cosas» no se logra con un atildado «debate»…

«POR LOS FRUTOS LOS CONOCERÉIS».

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