Por Hernán Andrés Kruse.-

El pasado 4 de noviembre se cumplieron 55 años del día en que el mítico equipo de José tocó el cielo con las manos. El 4 de noviembre de 1967 fue sábado. El legendario Centenario de Montevideo era el escenario del tercer y decisivo partido entre Racing y Celtic, el duro equipo escocés dirigido por Jock Stein. Estaba en juego, nada más y nada menos, que la Copa Intercontinental. Ese día se presentó con un sol radiante. En la cancha no cabía un alfiler. La inmensa mayoría del público estaba a favor del equipo escocés. El equipo de José debió jugar, por ende, en un escenario sumamente hostil.

Racing ingresó al campo de juego con Cejas, Martín, Perfumo, Basile, Chabay, Cardozo, Rulli, Maschio, J.J. Rodríguez, Cárdenas y Raffo. Por su parte Celtic alistó a Fallon, Craig, Gemmell, Murdoch, McNeill, Clark, Jhonstone, Lennox, Wallace, Auld y Hughes.

El equipo escocés era técnicamente superior a Racing. Sin embargo, no logró plasmar esa superioridad en el campo de juego durante todo el partido. Quizás envalentonados por el apoyo de los hinchas de Nacional, los escoceses consideraron que la mejor manera de ganar la final era con pierna fuerte. Cometieron un tremendo error. Porque enfrente había un equipo sumamente duro, muy valiente, integrado por guapos de verdad. Era imposible ganarles de prepo a Martín, Perfumo, Basile, Rulli y compañía. De haber respetado su técnica, otro pudo haber sido el resultado de la final.

El partido no tuvo nada de fútbol. Abundaron las infracciones, las peleas, las discusiones. En el primer tiempo prácticamente no hubo situaciones de gol. En un momento el hábil delantero Johnstone quiso salir jugando cerca de su área y fue duramente detenido por Rulli. Se armó una gran batahola que duró varios minutos y que obligó a la policía uruguaya a ingresar al campo de juego para garantizar el orden. El árbitro finalmente expulsó a Lennox y al Coco Basile.

Al comenzar el segundo tiempo Johnston agredió a Martín y fue expulsado. La salida del mejor jugador escocés benefició muchísimo a Racing. Al minuto 11 se produjo el momento culminante. Rulli le cedió la pelota a Cárdenas en la mitad de la cancha. El Chango avanzó de derecha a izquierda y al ver que ningún escocés lo marcaba lanzó un misil con su pierna izquierda desde unos 30 metros. Cuando la pelota ingresó en el ángulo superior derecho de Fallon el goleador salió disparado rumbo al banco de suplentes y se abrazó con todos los que estaban allí. La gloria estaba al alcance de la mano.

El partido se hizo cada vez más violento. En un tumulto un escocés le dio una patada en la boca del estómago a un jugador de Racing. Luego fue expulsado Hughes por agredir a Cejas y faltando pocos minutos fue expulsado Rulli. El Celtic tuvo una clara situación de gol pero, afortunadamente para Racing, el escocés remató sobre el travesaño cuando estaba cara a cara con Cejas. Con el pitazo final del árbitro paraguayo Pérez Osorio se desató el festejo alocado, tanto dentro de la cancha como en el sector del estadio donde estaban los hinchas académicos.

Era la primera vez que un equipo argentino se coronaba campeón intercontinental. Lo notable fue que no sólo los hinchas académicos festejaron. También lo hicieron hinchas de otros equipos porque se consideraba que el éxito de Racing era, en realidad, un éxito del fútbol argentino. Eran, qué duda cabe, otros tiempos.

Anexo I

Racing y el famoso equipo de José

Alejandro Fabbri – Nota: 442 Perfil.com

Cuando se repase el recorrido que hicieron los equipos argentinos para llegar a la Copa Libertadores se hablará de esfuerzos gigantescos, de situaciones favorables que terminaron inclinando la cancha o también de un plantel y un entrenador que supieron unirse, sacarle provecho a la situación y fortalecerse para un objetivo máximo que se consiguió finalmente. Racing lo hizo, hace medio siglo. Suena fuerte: hace 50 años.

Aquel Racing de José, aquel equipo que fue armando pieza por pieza el maestro Juan José Pizzuti en 1965 y que explotó al año siguiente, con los 39 partidos invicto y un título que obtuvo de punta a punta, pese a la tenaz persecución de River. Justamente, River había quedado segundo pero estuvo muy cerca de quedarse con la Copa Libertadores de 1966, cuando había llegado a la final con Peñarol de Montevideo y en el tercer partido una ventaja de 2-0 se le transformó en un 2-4 y una derrota que lo dejó increíblemente sin festejo.

Racing y River llegaron juntos a la Libertadores y se agruparon junto a los equipos de Colombia y Bolivia en la zona 1. La Academia ganó ocho de sus diez partidos, empató en el Monumental sin goles y cayó en la altura de La Paz por 3-0 ante el desconocido 31 de Octubre, que jugaría por única vez el torneo sudamericano.

River soportó la caída en Avellaneda con el equipo albiceleste y no le pudo ganar en su cancha, por lo que el primer puesto se resolvió entre los cuadros argentinos, porque River no pudo ganar ante Bolívar e Independiente Santa Fe como visitante, apenas empató. Ahí estuvo la distancia entre los 17 puntos de Racing y los 15 de River.

En esa primera fase, Racing y River hicieron la misma cantidad de goles, 29. Lo llamativo es que la Academia tuvo doce jugadores que convirtieron, encabezando la lista Juan Carlos Cárdenas con 6, seguido de Norberto Raffo y Humberto Maschio con 4. Una variedad en la oferta ofensiva que complicó al enemigo. Hasta Perfumo, Basile y el Panadero Díaz se anotaron en la red rival.

Racing afrontó la Copa Libertadores jugando el primer torneo Metropolitano y liderando la zona A junto con Estudiantes de La Plata. Así llegaron hasta la última fecha, que se definió a favor del equipo de José por diferencia de goles. O sea que lideró los dos campeonatos al mismo tiempo.

Las zonas de semifinales agruparon a Racing con River, Universitario de Lima y Colo Colo de Santiago. Los peruanos fueron la gran sorpresa de esa sección, porque derrotaron a River en el Monumental y también a Racing en Avellaneda. Claro que antes, la Academia había vencido en Lima por 2-1 (dos goles de Raffo) en tanto que River quedó marginado porque cayó ante Colo Colo y no lo pudo superar de local. El partido que permitió a Racing seguir en la pelea fue el punto que se trajo River desde Lima, sin valor especial, pero habiéndole quitado esa unidad a la U peruana que lo hubiese clasificado. Fue empate en dos goles (Daniel Onega y Cubilla hicieron los goles millonarios) y Hugo Gatti aseguró el 2-2 atajándole un penal a Héctor Chumpitaz.

Finalmente, Racing y Universitario empataron el primer lugar y debieron definir a un solo juego en cancha neutral: en Santiago de Chile, la Academia venció 2-1, con otro doblete del Toro Raffo, mientras Lobatón hizo el gol peruano. Aquel 18 de julio, Racing se inscribió entre los clubes argentinos finalistas de la Copa Libertadores. Ya Independiente se había quedado con dos títulos, mientras Boca y River fueron subcampeones cayendo ante Santos y Peñarol, respectivamente.

En el otro grupo semifinal, Nacional de Montevideo superó con lo justo a Cruzeiro de Belo Horizonte y su archienemigo Peñarol. Los criollos definieron la clasificación en un durísimo partido con Peñarol que tuvo cuatro goles (empate en dos) y varios expulsados.

Llegó el tiempo de las finales. Racing había sido subcampeón del Metropolitano, después de eliminar a Independiente en la semifinal y caer ante Estudiantes de La Plata en la instancia decisiva, el 6 de agosto. Aquella tarde en el Gasómetro, el CocoBasile dejó la cancha lesionado cuando la Academia caía 1-0 (y no había cambios) porque se temía lo peor. Sin embargo, Basile se recuperó y llegó a jugar las tres finales de Libertadores.

El partido de ida y la revancha tuvieron el mismo resultado: empate sin goles. Durísimo, con dos defensas rocosas, defensores y mediocampistas que hicieron un culto de proteger su arco y sobre todo, evitar que pasaran el rival o la pelota, nunca los dos juntos. El desempate se jugó el 29 de agosto en el estadio Nacional de Santiago, que a Racing le había dado suerte contra los peruanos de la U días atrás.

Menos violento fue el tercer partido, controlado severamente por el paraguayo Pérez Osorio. A los 13 minutos, el brasileño Joao Cardoso cabeceó un tiro libre desde la izquierda que lanzó Cárdenas y derrotó a Rogelio Domínguez, el veterano arquero argentino de Nacional, que había sido titular en Racing durante los años cincuenta. Un grueso error defensivo uruguayo permitió que el Toro Raffo recuperara la pelota en plena área rival y venciera al arquero con un toque corto, cuando faltaban dos minutos para terminar la primera parte.

El segundo tiempo fue dominio uruguayo, esfuerzos de Espárrago, Milton Viera, el brasileño Celio y compañía por descontar, pero recién Viera pudo superar a Cejas con un derechazo entrando por la izquierda, pero a once minutos del final. El tiempo pasó y Racing ganó su Copa Libertadores. El segundo club argentino, el segundo de Avellaneda. Pasaron 50 años y la historia está allí, fresquita todavía.

Después vendrían los capítulos con el Celtic escocés. Otra emoción, otro susto, otra alegría única e irrepetible. Pasarían casi tres meses hasta el recuerdo más lindo del hincha racinguista.

Anexo II

¡Agustín! ¡Agustín! ¡Agustín!

Por José Pablo Feinmann – Página/12, 16/8/015

Vamos a decirlo ya: entre muchos otros, que sería largo enumerar, hubo tres grandes arqueros en el fútbol argentino. Carrizo, Cejas, Fillol. Fueron tan grandes que ninguno tuvo la suerte que merecía. Carrizo, en un Mundial, el único que jugó, la fue a buscar adentro seis veces. En Chile, contra Peñarol, River se fue a los vestuarios ganando 1-0. En el segundo tiempo, Amadeo para con el pecho una pelota larga y la devuelve al mediocampo. Para qué. Los de Peñarol se enfurecen y River pierde 2-4 una Copa que tenía ganada. Fillol, que sucedió a Cejas en el arco de Racing cuando éste fue a jugar al Santos de Pelé, gana un Mundial, saca una pelota imposible y otra pega en el palo, como si no se atreviera a entrar, a faltarles el respeto a los tres palos del genio que los custodiaba. Fillol gana su Mundial, pero fue el del ’78, el de la Junta Militar, el de Videla. Y Cejas no pudo jugar el que seguramente iba a ser su Mundial. El de 1970, en México. Largamente se venía discutiendo sobre quién sería “el arquero del ’70”. La competencia era feroz: el Gato Andrada, José Miguel Marín, Hugo Orlando Gatti, Polleti, Buttice, etc. El puesto de titular de la Selección Argentina fue para Cejas, que lo cubrió admirablemente. Sin embargo, él, que merecía como nadie ser el arquero del ’70, no pudo serlo porque ese Mundial no existió para Argentina. En una jornada triste de agosto de 1969, en la Bombonera boquense, elegida porque ahí el rugido de las tribunas se amplificaba atemorizando a los rivales y exaltando a los propios (un recurso que ya explicitaba el miedo a perder y el excesivo respeto a un rival que lo merecía, pero al que no había por qué rendirse antes), Argentina empató 2-2 con Perú y se quedó fuera del Mundial. Agustín atajó como un león. Sacó pelotas durante los 90 minutos. Pero Cachito Romero lo derrotó dos veces. En buena ley. En el primer gol logró eludir la tapada, siempre infalible, de Agustín y en el segundo lo quemó, solo, de a pocos metros. Agustín voló hacia su derecha, con toda su alma voló, con todos sus reflejos, tocó la pelota, la detuvo pero no del todo, ella siguió su carrera lenta pero fatal y, cuando parecía que no entraba, entró apenas junto al poste derecho. No hubo un solo jugador argentino para darle una caricia, sólo eso, y mandarla al corner. Ahí, Cejas perdió la oportunidad de su vida: ser el arquero de la Selección Argentina en el Mundial de Pelé, el del ’70. Perfumo, en El Gráfico, declaró: “En este Mundial vamos a ver muchas cosas. Muchos de esos delanteros que tanto necesitamos. Pero no vamos a ver a un arquero como Cejas”. El padre de Agustín le dijo: “No te preocupés, pibe. Vos sos muy joven y muy bueno. Te vas a cansar de jugar Mundiales”. Cejas tenía veinticuatro años, apenas. Pero nunca pudo jugar un Mundial. Si hubiera jugado el del ’70 habría pasado a la historia grande del fútbol mundial. Ni siquiera el inglés Banks, que en ese Mundial le sacó a Pelé un increíble frentazo esquinado, abajo, le podría haber arrebatado la gloria de ser el mejor. Sin embargo, tuvo un verdadero consuelo, tan grande como grande era el que se lo ofreció, Pelé. En un amistoso jugado el 8/3/70, Pelé maniobra entre varios defensores argentinos. El material que entrega YouTube es brasileño, de modo que busca exhibir la grandeza de ese gol. Así, aclara: “Cejas era o maior goleiro da época”. Como, en efecto, lo era, lo vemos adelantado, como si diera por indubitable que Pelé dribbleará a todos y él tendrá que anticiparlo antes de que pueda rearmarse y se le venga encima con pelota dominada. (“Dribblear” es una mezcla de inglés y castellano. Significa “eludir” a uno o varios contrarios. Pelé, Maradona y Messi han sido y son artistas de esta difícil jugada. Consultar: Pier Paolo Pasolini, Il calcio “è” un linguaggio con i suoi poeti e prosatori, 1971. Pasolini, otro escritor loco por el fútbol. Como tantos.) Pero no sucede así. Pelé, en un exquisito momento en que está algo tapado para Cejas, saca no un zapatazo, sino un deleitable disparo alto, al ángulo derecho, ese ángulo al que Borocotó (padre desde luego, el de las inolvidables Apiladas) llamara “el rincón de las almas”, que deja parado a Cejas. Después, el héroe del Santos declara: “Sí, claro que lo vi adelantado. ¿Cómo no lo iba a estar? Es un gran arquero. Siempre está en el achique. Ojalá lo tuviera en mi equipo”. Lo tuvo.

¿Qué hacía de Cejas el gran arquero que era? No fue el arquero atajador. No fue el arquero jugador. Fue las dos cosas. Atajaba y salía. Nadie, en la historia de su puesto, salió a tapar al delantero que viene con pelota detenida como Cejas. “Las tapadas de Cejas” eran su especialidad de la casa. Usaba los puños como si rechazaran tres defensores juntos. Contra Nacional, en Montevideo, en 1967, dio una clase deslumbrante del uso de los puños (siempre los dos) para despejar pelotas complicadas. (Actualmente, el Chiquito Romero lo hace muy bien.) Volvemos a las tapadas. ¿Cómo tapaba Agustín? Hoy, y desde hace tiempo, se tapa mal. Se tapa con los pies. O no se tapa. Se ve a cientos de arqueros internacionales que “esperan” al delantero, lo dejan patear y se tiran. Nunca llegan. Siempre es tarde. Si el delantero patea, el arquero no llega ni llegará. No hay que dejar patear al delantero. Y si patea hay que estarle “ya” encima. Se tapa adelantando las dos manos y protegiéndolas con el cuerpo. El cuerpo siempre detrás de las manos, entre erguido y arqueado. Se trata de que la pelota no pase por arriba ni por abajo. Cejas comentaba: “No tengo que permitir que me la pasen por arriba”. La corpulencia del arquero es esencial en este tipo de jugadas. Y Agustín era muy corpulento. Andaba cerca del metro noventa, por ahí, sin llegar. Era muy veloz. Siempre –o casi siempre– tomaba una decisión y una sola. Después de la noche negra contra Estudiantes en La Plata y luego en River, dijo: “Cuando anduve mal siempre se me ocurrían dos cosas para hacer en cada jugada”. El arquero debe jugarse siempre a una. Si se le ocurren dos, dudará. Si duda, cuando resuelva esa duda, tendrá que ir a buscar la pelota adentro. Agustín podía y sabía volar. Pero no era un arquero volador. Hay grandes atajadas, sí. Pero quedan para el espectáculo fácil. Para las repeticiones por TV. El gran arquero no vuela mucho. Sabe dónde irá la pelota. Ahí, la estará esperando. Estar colocado en el punto justo es la gran sabiduría del arquero. Agustín “mataba” los tiros violentos, a media altura, sin molestarse mucho. A esa temible pelota con hambre de red, con la mano derecha le daba una especia de cachetada, noqueándola, con la izquierda la recibía, con las dos la aprisionaba, y era suya. Era bueno de arriba. Sabía que el área chica es y debe ser siempre del arquero. Tenía dos defectos que nunca solucionó. No es que fuera malo entregando desde el arco, pero tuvo que aprender y duramente. Al principio, llegaron a dominarlo los nervios. Fue cuando era arquero de la selección juvenil. En un partido con Colo-Colo. Y en las desairadas jornadas contra Estudiantes. Era muy joven y las inteligentes crueldades de Zubeldía y Bilardo lo descolocaron. Como a Perfumo, que lo reventó a Bilardo de una patada y se hizo echar. A Cejas se le había muerto la madre hacía menos de un mes. Le arrojaron algunos comentarios sobre ciertas profesiones de su vieja que él ignoraba. Cejas, que la quería mucho, se transformó en un cable pelado y no vio una. Un año después jugó contra Estudiantes en cancha del inteligente equipo de Zubeldía, que podía jugar con el Edipo latiente y dolido de un arquero joven. Resolvió todas las picardías que los pincharratas le habían hecho comer un año atrás. Jugó brillantemente. Zubeldía declaró: “No me sorprende. Es un gran arquero”.

En 1970 se lo llevó Pelé. Su último partido fue contra San Lorenzo. Lo fui a ver. Llevé conmigo a mi querido sobrino David Feinmann, que todavía era un pibe. A Cejas le toca el arco que tiene detrás a la hinchada de San Lorenzo. Mientras se va acercando, la hinchada azulgrana empieza a cantar: “¡A-gus-tín! ¡A-gus-tín! ¡A-gus-tín!”, tal como le cantaba la hinchada racinguista, y que era un reconocimiento doble, ya que relacionaba el “¡A-gus-tín!” con el “¡A-ma-deo!” que los de River le dedicaban a su gran arquero-ídolo. “Escuchá –le digo a mi sobrino–. Son los de San Lorenzo los que lo reciben como si fuera uno de ellos.” Al lado mío, un señor azulgrana me dice: “¿Sabe qué? No solamente es un gran jugador, es una gran persona”.

Podría escribir más sobre este hombre que encarnó con tanta dignidad, elegancia y sabiduría el puesto que es, no tengo dudas, el más complejo, difícil, solitario, glorioso y trágico del fútbol, que se debate hoy entre el arte y el negocio. Y, a veces, por medio de la violencia que ha ido creciendo, entre la vida y la muerte. Pero quiero señalar algo: las redes sociales han reaccionado poderosamente ante la muerte de Agustín Mario Cejas. Se ve, en él, al grande, al ídolo, de una época que murió. Lo saludan hinchas de todos los equipos. De San Lorenzo, de Boca, de River, de Estudiantes. Hoy, que entre las hinchadas hay violencia, hay muerte, y no reconocimiento, todos reconocen a un grande. Un tipo que no despertó odios. Que limpiamente jugó al fútbol, defendió su valla, y lo hizo con brillantez y con humildad. Acaso el gran nombre de Agustín Mario Cejas pueda ser el punto de convergencia en que se encuentren las pasiones sin agredirse, sin violencia, apenas, nada menos, para defender al bello deporte del fútbol de los turbios negocios, de los ejércitos de matones, para defenderlo como él, Agustín Mario, tantas veces y tan hermosamente bien, defendió su valla.

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