Por Luis Américo Illuminati.-

La siguiente frase de Dostoievski encierra una cierta verdad que parecería que le viene como anillo al dedo a aquellos que hicieron pactos con el Diablo, como una manera de obtener un poder tan efímero como pestilente y que le vuelve como una maldición a quien de esa manera lo consigue. Lo que explica que no fue precisamente por sus méritos que llegaron tan alto. Al fiel y honrado ciudadano jamás lo visita el Diablo sino que éste siempre merodea los lugares que frecuenta el homo argentus, individuo que como hemos dicho en otras notas, está construido sobre la base del hombre mediocre que definió José Ingenieros y el hombre-masa de Ortega y Gasset, un sujeto sin dignidad ni ideales, con miras de corto alcance y su triste destino de «hombre de un rebaño sin pastor» hacen de él un hombre irrelevante, candidato perfecto que no sirve a ninguna otra causa que no sea el camino de lo inverosímil y lo absurdo, que es un estar ya en el Infierno. Un caso típico es el trío formado hasta el pasado 10 de diciembre pasado por Cristina Kirchner, Alberto Fernández y Sergio Massa. Hicieron lo de Fausto. Vivir de confusión en confusión, de yerro en yerro, de salto en salto, como el trapecista que dio el mal paso y cayó como un bulto al vacío.

«Le diré en serio y sin empacho que creo en el demonio, que creo en él canónicamente, en un demonio personal, no alegórico. Toda situación extremadamente vergonzosa, completamente degradante, detestable y, sobre todo, ridícula, en que me he hallado en mi vida ha despertado siempre en mí, junto con una cólera desmedida, un deleite indescriptible. Todos están cayendo desde hace tiempo y todos saben desde hace tiempo que no tienen dónde agarrarse…»
(Fiódor Dostoyevski).

Si interpolamos este párrafo con otros similares del genio alemán que es el autor de la novela que refiere la historia de aquel hombre que le vendió su alma al Diablo, hallaremos en esta confluencia, una coincidencia -un fenómeno recurrente- que se da particularmente en la Argentina, esto es, reiterar una y mil veces los mismos errores. Esto es el síndrome de Fausto, un mítico personaje que pensaba que podría acordar con Mefistófeles y volverle la espalda a Dios. ¿No es así el caso de muchos políticos argentinos? Dueños de la vieja calesita. Siempre el mismo giro, la calesita peronista, que nunca cambia. La misma marcha de la letra pegadiza, los mismos vicios y las mañas de siempre. No hay progreso de ninguna clase, índole o categoría, hay sólo involución. Su búsqueda del tesoro -optimizar la democracia, sacarla del pantano- se limita a buscar en los lugares equivocados. Nunca averigua ningún prosélito ni le surge sospecha si de tanto equivocar la ruta, puede alguien haber saboteado la aguja de la brújula que apunta a cualquier lado, menos hacia el Norte. «Es una ley del diablo y los fantasmas. Allá por donde logramos entrar hemos de marcharnos. Para lo primero tenemos libertad, de lo segundo somos esclavos. […] Cuánto tarda en disiparse la esperanza en la cabeza de quien se aferra a bagatelas y, escarbando curiosamente en busca de tesoros, se siente feliz si encuentra lombrices.» (Goethe, Fausto). He aquí la exacta definición del hombre irrelevante.

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