Por Luis Américo Illuminati.-

José Ingenieros describió genialmente en «El hombre mediocre» la situación que hoy se vive en la Argentina desgraciadamente. «En ciertos períodos oscuros la Nación vegeta; el espíritu se amodorra. Los apetitos acosan a los ideales, tornándose dominadores y agresivos. No hay astros en el horizonte ni oriflamas en los campanarios. Ningún clamor de pueblo se percibe; no resuena el eco de grandes voces animadoras. Todos se apiñan en torno de los manteles oficiales para alcanzar alguna migaja de la merienda. Es el clima de la mediocridad. Los Estados tórnanse mediocracias, que algunos filólogos denominan mesocracias».

¿No es acaso la enfermedad que hoy padece la sociedad argentina, una sociedad agotada, enferma, que gira en el mismo círculo todo el tiempo y no se da cuenta? Probablemente Dilthey, Freud y Jung, dirían que no está en sus cabales.

Para agregar a las páginas de «Las Canciones de Militis», de Leonardo Castellani, S.J.

Embrutecidos en sus pequeñas miserias, sin ver más allá. Sin desear la aurora de las ideas que les liberen… Ajenos a cuanto no sea comer, beber, reñir, dormir y procrear pillos, vagos y delincuentes que son miembros de un clientelismo miserable. Un país así cuyos males se prolongan en el tiempo en base a un sistema perverso, consistente en un círculo cerrado o simbiosis entre un gobierno inmoral y corrupto y sus votantes -zánganos subsidiados- no tiene salvación posible. Los pueblos que no tienen salvación son aquellos en que la corrupción es gobierno continuado y la justicia lo respalda, entonces inexorablemente están destinados a desaparecer lo mismo que una estrella cuando colapsa en el espacio infinito. Si hoy viviera el santo Cura Brochero, diría: Señor este pueblo que se dice cristiano se ha soltado de tu mano, te ha desterrado en sus corazones. Te ha reemplazado por cosas materiales; ha dejado que el impío profane su casa y corrompa a sus hijos. El aborto es ley aprobada, ya no es un crimen. La cultura, la escuela y las costumbres son pura basura. Los mercaderes del templo que Jesús corrió a latigazos son de la misma calaña que los que han demolido los muros de la decencia en la Argentina y han abierto las puertas a todos los vicios. La virtud es mala palabra y motivo de burla. La hipocresía es la reina en todos lados y, la corrupción ha convertido la democracia en una desgracia.

Se diría que en la Argentina hoy día se practica una religión cuasi pagana, herencia de un catolicismo «mistongo» como le llamaba el Padre Leonardo Castellani (1899-1981) a la religión adulterada que él denunció y por lo cual fue denostado y perseguido por la jerarquía eclesiástica de su época. Basta leer las cartas que les remitió- sin haber recibido ninguna respuesta- al Nuncio Apostólico y al Arzobispo de Buenos Aires (cfr. «Las Canciones de Militis», Ediciones Dictio, 1973, págs.334/359). Y las consecuencias espirituales de este fenómeno están resumidas en cierta forma en aquella frase de Nietzsche: «Dios ha muerto» cuyo sentido semántico no fue comprendido cabalmente, ya que esta frase dentro del contexto general tiene interpretaciones variopintas que la toman al pie de la letra, olvidando que Nietzsche si bien fue un filósofo, fundamentalmente fue un poeta, y también un profeta, ya que anticipó mejor que nadie el nihilismo que sobrevendría en el siglo siguiente, una atmósfera que hoy está más vigente que nunca.

La Muerte de Dios

Hay que aclarar que una corriente exegética postula que «Dios ha muerto» es una frase que configura ex profeso una petición de principio, es decir, lo que se ha establecido al principio como proposición que hay que demostrar. Lo que Nietzsche quiso decir realmente es que el hombre había matado a Dios en su corazón. Lo había desterrado, expulsado de su alma. Decir que un ser infinito ha muerto implica reconocer que antes estuvo vivo. Ergo, Dios no muere porque es el Ser Supremo, siempre existió y es quien ha creado el universo entero y las criaturas vivientes que son la obra de sus manos. Y si es el Creador, por tanto, es inmortal, sempiterno, infinitamente justo y bondadoso. De acuerdo con este fundamento cabe inferir que un «argento» («el hombre mediocre» que definió José Ingenieros) puede creer en Dios de la misma manera que cree en los platos voladores y seres extraterrestres y fantasmas, es decir, no está muy convencido de que existan, sospecha algo y entonces se ha vuelto escéptico, ha perdido la fe. Para que de verdad crea, debería ser abducido por los extraterrestres. De modo que al haber matado a Dios en su conciencia ya no tiene ninguna fe, entonces oye y hace caso a los engañosos cantos de sirena del New Age, un mundo que proclama la globalización de la demencia empaquetada en papel de regalo. Los que tiene fe y creen en el Dios Vivo y en Jesucristo, su Unigénito Hijo, que vino al mundo para salvar a los hombres del pecado, dicen ante el desolador espectáculo del mundo: Kyrie Eléison. ¡Señor ten piedad! Esta es la única forma de que tenga algún sentido la existencia que llevamos en esta Argentina en naufragio.

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