Por Justo J. Watson.-

Más allá de que Javier Milei ostente serias fallas de carácter, tino y ponderación, y aunque no llegase (en parte por esas deficiencias) a presidirnos, nunca terminaremos de agradecer su aporte a la difusión masiva de nuevas ideas y valiosos conceptos pro mercado (o sea pro todos, no pro algunos), a salvo de cualquier consideración personal.

Y más allá también de que los libertarios aporten a corto y mediano plazo al funcionamiento normal del actual sistema (representativo, republicano y federal con voto directo universal) el diferencial es que ellos hunden el bisturí a mayor profundidad que el resto.

A largo plazo, asumen que estamos embarcados en un modelo inviable. Que estamos remando, finalmente, sobre un fallido totalitario cuya evidencia más burda es la grieta moral que hace estallar cíclicamente al país. Pero que aún mal enterrando esta prueba (tras el supuesto de años de batalla cultural y productiva en pos de acabar con el multitudinario parasitismo esclavo-clientelar de empleo público + planes y su dependencia mafiosa de una legión de corruptos), tampoco se encauzará el sistema ya que son sus cimientos conceptuales los que fallan; los mismos que propiciaron a lo largo de muchas décadas el armado de nuestra particular inviabilidad

Se trata de una certeza por decantación a la que las personas instruidas no pueden escapar, a riesgo de asumirse intelectualmente deshonestas. Una que cuestiona creencias sostenidas durante toda una vida, como las que aquí se entienden por “mejor sistema” o “justicia social”.

Porque lo que en definitiva hace ese ingenio coactivo llamado Estado (todo, aunque en especial lo que refiere al “de bienestar”, “proveedor” o “presente”), es subsidiar la irresponsabilidad general haciendo crecer año tras año la proporción de ciudadanos de intelecto y ética inferior.

Si algún supuesto sostiene al sistema vigente es el de que un número mayoritario de personas ostente el suficiente nivel de inteligencia y ética como para reconocer que la vida en sociedad es, ni más ni menos, cooperación humana inteligente (valores racionales) y ética (valores cívicos).

Eso no se ha verificado y por ello padecemos a un gran Frankenstein; un leviatán invasivo y ultra costoso que no protege la propiedad ni promueve la libre asociatividad en pos de la producción de riqueza sino que nos empobrece a todos. Esto es, para el lucro de 3 oligarquías enriquecidas (sindical, política y empresauria) que nos agrietan para reinar mientras tejen las redes de un ejército de esclavos cuyo nivel cultural y moral descienda con cada generación.

¿A qué la dureza de las palabras “fallido totalitario”? Fallido porque la experiencia empírica, tras un par de siglos lidiando con el sistema “Estado-nación”, nos muestra que casi no hubo constitución republicana por bella e ingeniosa que fuese, que lograra encadenar al gobierno con controles, divisiones y contrapesos impidiendo al funcionariado (ejecutivo, legislativo, judicial o “autárquico”, da igual por depender sus remuneraciones del mismo ente corporativo) crecer, en uso y abuso del “soberano” pagador de a pie.

Como era de prever, la parte vil de la naturaleza humana predominó: fue ingenuo pretender de alguien austera, patriótica vocación de servicio público y autocontrol, comandando una poderosa máquina coercitiva minada de potenciales cómplices en la dispensa de discrecionalidades pseudo legales… con dinero ajeno. Empoderar hombres o mujeres normales (no ángeles sabios) al mando de un ingenio así esperando lo anterior fue y será irracional. En el 85 % de los casos el poder y las tentaciones solo acentuarán sus bajezas; sus contribuciones al fallido.

Y totalitario porque para hacer funcionar un Estado-nación con todos sus monopolios, privilegios y redundancias es necesario implementar un sistema de extracción forzada (jamás voluntaria), decretando la abolición del libre albedrío. Tanto en lo que toca al fruto del trabajo personal como a la decisión individual de no pertenecer (en su tierra, sin tener que emigrar) a un mal sistema decidido por otros (la minoría más pequeña es la de un solo individuo, con igual derecho que una mayoría de millones), ni apoyar por acto, aporte u omisión acciones derivadas de esa pertenencia que repugnen a sus valores morales y/o éticos. Y eso, por más que choque a los demócratas mejor intencionados, es totalitarismo.

La triste verdad es que el Estado no crea el derecho (en todo caso debería limitarse a descubrirlo) ni el orden virtuoso sino que los destruye. Subsidiar pobres con impuestos detraídos de la tasa de capitalización trae más pobreza, así como subsidiar madres solteras vulnerables aumenta su número. Razonamientos que pueden ampliarse a toda la seguridad social estatal, que constituye en sí misma y en última instancia un ataque a la institución de la familia y a la responsabilidad personal; ataque que no ocurriría en un contexto de libertades; de propiedad y libre albedrío respetados, con su consecuente riqueza generalizada.

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