Por Elena Valero Narváez.-

“Vivir es caminar hacia una meta” (Ortega y Gasset).

El liberalismo es una doctrina que se basa en la fe en la libertad. Defiende la libertad del individuo y una intervención mínima del Estado en la vida social y económica de la sociedad. Es la culminación de toda la tradición política occidental.

El Estado es considerado un mal necesario que debe cumplir solo con sus funciones de implementar leyes, dar servicio de justicia y orden público, pero, potencialmente, es reconocido como enemigo de la libertad, por ello, pretende limitarlo. Tiene en cuenta el principio sociológico “todo poder tiende a extenderse si no hay otros poderes que lo contengan”, es así, que los gobiernos liberales se caracterizan por fortalecer a la sociedad civil, donde se encuentran los poderes no ligados al Estado, que lo vigilan y controlan. El marxismo, el nacional socialismo, el fascismo y los regímenes nacional-populares son enemigos del liberalismo, aparecen con nuevos principios filosóficos, luego de abandonar las prácticas de la política liberal. Todos pasaron por encima de las libertades civiles y destruyeron, en la práctica, las libertades políticas que habían sentado las bases de las instituciones democráticas.

El panorama actual de La Argentina es el de un descenso acelerado, sin control, sobre todo desde el punto de vista económico y con la posibilidad de estrellarse ante una realidad social que seguramente empeorará día a día. Esta situación se ha hecho clara en parte de la sociedad que se había mantenido alejada de toda actuación política y hoy se ha visto en la necesidad de participar antes de que sea demasiado tarde. La política económico-social del Gobierno se ha venido abajo. Si continúa regimentando la economía, estará obligado a aumentar aún más los impuestos hasta implantar una dictadura económica que como sabemos es precursora de la dictadura política. El futuro depende de que esté dispuesto a cambiar el rumbo, a deponer la arrogancia con que ha procedido, llevando al país al desprestigio internacional, escasez de divisas, alza de precios, producto de las practicas intervencionistas, estatistas y dirigistas.

El sistema capitalista se deprime o deja de existir, donde el Estado controla los precios, fija opciones productivas sobre la base de un plan, dirige el monto y la naturaleza de las inversiones y desaparece la espontaneidad de los mercados.

La esperanza es el liberalismo. ¿Cómo será en nuestro país su rol, en la década del 2020, de acuerdo a la situación actual?

Hay un avance de los liberales y sus ideas, todavía, no representadas por un partido que atraiga a todos. Se debe, en parte, a la incomprensión, los egoísmos, y las luchas internas, pero, es posible, que la necesidad de unión prime cuando las papas quemen. Tendrán que terminar con el error que constituye la proliferación de partidos liberales, debido al “purismo ideológico” o a intereses particulares, uniendo opiniones, ideas, esfuerzo y voluntades, en un solo partido. La meta suprema de un partido es alcanzar el poder, ocupar el Gobierno, es decir la dirección del Estado. Es por eso que los esfuerzos deben concentrarse en uno, que acepte al sistema de partidos, esté comprometido con los usos y costumbres democráticos y, desde allí, se muestre una visión arquitectónica de los problemas, tanto, como sus probables soluciones. De este modo podrán diferenciarse de las corporaciones o grupos de interés, dejando de ser facciones inestables, cuyos miembros se unen, en general, transitoriamente, en procura de un interés político particular.

Desde hace tiempo, la incomprensión, las luchas internas, y los egoísmos, junto con la aplicación de sistemas económicos fracasados, han anulado las brillantes posibilidades de un país rico y privilegiado como el nuestro. Las iniciativas legislativas, que en las buenas épocas se transformaban en leyes, previas discusiones, que jerarquizaban la función, han ido desapareciendo.

Se necesitan voces que promuevan las ideas y proyectos de reformas liberales en todos los ámbitos, pero especialmente donde se orienta y dirige la política del país. Hoy el Parlamento está integrado, salvo honrosas excepciones, por hombres digitados por las autoridades superiores de la organización partidaria, pero sin las condiciones. o antecedentes, que debiera constituir el patrimonio de los elegidos, para desempeñar esa función.

Se han presentado, a la opinión pública, varios posibles candidatos liberales para las elecciones legislativas del 2021. Algunos, con experiencia política, y otros sin, pero con antecedentes técnicos y profesionales. Conscientes de su responsabilidad ciudadana sienten el deseo de participar y comprometerse en el Congreso como primer paso para cambiar la estructura política partidaria tradicional. Se pretende actuar con sistemas, procedimientos y sobre todo principios, que aseguren el cumplimiento de la Constitución alberdiana. El arribo de liberales al ruedo político tiene como meta renovar el sistema, las ideas y las características de los hombres que integran puestos claves de decisión política y económica. Su futuro será promisorio si, además, se aprovechan a hombres con conocimiento y experiencia, en virtud de su actuación pública o privada, quienes se han alejado de la función pública pero, pueden volver a participar asesorando a quienes asuman los cargos. A los liberales que están fuera de la política les seguirá ocupando la tarea de convencer sobre las bondades de la sociedad abierta, en diferentes ámbitos.

El futuro, por lo menos, de la primera mitad de la década, creo que estará en el Congreso y en la Legislatura de la Ciudad y de la Provincia de Buenos Aires. De allí surgirá el despegue hacia cargos más elevados. Las elecciones legislativas tendrán gran importancia porque se verá en las urnas si está surgiendo el liberalismo como fuerza política, aunque sea en embrión.

Es esperanzador que haya un avance lento, pero persistente, de políticos profesionales. Estos deben desplazar a los líderes sindicales que intentan ocupar su lugar. La libertad protege la diversidad. No está bien que se vayan todos, sino que haya recambio y mejoren las ideas, verdadero centro de la causalidad histórica.

Las políticas públicas deben tender a fortalecer a la sociedad civil, el libre mercado, la propiedad privada, y el estado de derecho. Es el camino que promoverán los liberales como medio para morigerar la corrupción y también como fuente de progreso material y espiritual. El sistema democrático que permite la lucha pacífica por el poder, representa una más equitativa distribución del poder, habrá que mejorarla.

El futuro va a depender de que no se concentre el poder en pocas personas, amenaza a sus libertades. Es tarea liberal, en el futuro, concientizar a la gente que hay que cambiar el actual sistema por una economía de mercado que de fuerza a la iniciativa individual, dignidad y responsabilidad, quebrantada por distintos gobiernos, con variados matices.

Las instituciones liberales han preparado un plan global, para salir a la palestra, en caso de que las circunstancias se agraven: programa ligado a la libertad política y económica, Cambiar, por un sistema basado en la libre elección de las personas es el adecuado porque da impulso para evolucionar. Es necesario inspirar la confianza suficiente para que los inversores y la gente sepan cómo van a manejarse en la próxima década sin que vivan con la incertidumbre de que cada nuevo gobierno le cambie las reglas de juego.

Ya sea desde un cargo, o formando parte de la oposición, el papel de los liberales será importante. El grupo de gente que sabe cómo funciona el sistema capitalista, basado en el mercado y en el respeto por la propiedad e iniciativa privada, seguirá luchando por las ideas, espero que desde un partido, y trabajando, para hacer conocer sus meritos a todos los argentinos. Desde el Congreso- es de esperar que llegue gente capaz- deberán controlar a quienes gobiernan dando la voz de alerta cuando la política se aleja de la realidad.

Las relaciones exteriores tendrán suma importancia. El internacionalismo que caracterizaba en su origen a socialistas y comunistas -ya no cantan “La Internacional”- fue desplazado por el nacionalismo. Comparten el antiimperialismo y la ampliación del Estado. Su avance sobre la sociedad civil siempre es un castigo para el sistema capitalista como se demuestra en tantas experiencias históricas. En una sociedad planetaria que se caracteriza por una política con preocupaciones internacionalistas, estas ideas vetustas tienen, aún, arraigo en nuestro país.

Existe ya un mercado mundial del que los países no podrán prescindir. Seguirá luego de la pandemia la interdependencia entre las naciones a pesar de diferencias y conflictos. Este mercado mundial solo puede ser sostenido por el capitalismo, sistema capaz de reproducir riqueza. No son los gobiernos los que la generan, es el producto de decisiones voluntarias, espontaneas, realizadas con la información que solo puede ofrecer el mercado. El capitalismo que sostiene las economías desarrolladas del mundo necesita de un marco institucional en el que los precios, las inversiones, las empresas, el manejo de la propiedad privada, además de las libertades civiles e individuales, no sean trabados por las acciones arbitrarias de los gobiernos. De ahí que es bienvenida la actitud de parte de la sociedad que reclama una justicia independiente, primordial para el progreso social y económico.

Sin tener la bola de cristal para vaticinar qué pasará en el futuro, creo que los argentinos, cuando vean peligrar su calidad de vida, elegirán gozar de los bienes y servicios que permite la producción capitalista, aunque a veces sin notarlo, sigan combatiendo la globalización y la sociedad de alta complejidad en la que, por suerte, vivimos. Será entonces el turno de gobiernos que defiendan los principios lockeanos: vida, libertad y propiedad.

Solo en un ambiente de paz, estabilidad política y económica y sobre todo de instituciones que garanticen la propiedad privada y la libertad de los ciudadanos para forjar su propio destino, puede tener Argentina un futuro próspero.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Share