Por Claudio Valdez.-

Cierto es que ni Perón ni el peronismo existen hoy; no obstante, todas las parcialidades políticas pretendieron ser continuadoras de las conquistas sociales prodigadas por “El Primer Trabajador”. El día de la muerte del popular Presidente en ejercicio de su alternativo tercer mandato electoral (1 de julio de 1974) el llanto del “pueblo humilde de buena voluntad” presagiaba la orfandad política en que se sumergían grandes sectores de nuestra sociedad. “El pueblo no suele equivocarse”, supo decir en su tiempo “el General”, y así fue porque aquel pueblo contaba con “un verdadero representante”.

“Nuestra acción de gobierno no representa un partido político, sino un gran movimiento nacional, con doctrina propia, nueva en el campo político mundial”. “El movimiento nacional argentino que llamamos Justicialismo, tiene una doctrina nacional”. Fue esta la presentación con que el presidente Juan Domingo Perón esbozó su original propuesta de “soberanía, independencia y justicia social” el 9 de abril de 1949 en el Primer Congreso Nacional de Filosofía.

No resultó casual la vigencia de Perón como acertado estadista para La Argentina del siglo XX, además de previsor estratega avalando su “tercera posición” ante la euforia de posguerra: ¡Ni yanquis ni marxistas! Su hábil pragmatismo político estaba destinado a evitar lo que cuestionaba como “un individualismo deshumanizado y un colectivismo asfixiante” que abriría las puertas hacia nuevos conflictos: “guerra fría”, “guerras limitadas”, “guerras civiles”, “guerrillas” y atentados terroristas que hasta hoy continúan confirmando su certero pronóstico del panorama mundial.

Después de su muerte, los dirigentes del “Justicialismo” que se pretendieron continuadores de los “principios nacionales y populares del conductor” quedaron entrampados en “la ineptitud” (viuda de Perón) en el “liberalismo estafador” (Menem) y en el “capitalismo de amigos expropiador” (Kirchner y su viuda). Debieron traicionar los fundamentos republicanos, libertarios, federales y nacionales, para lo cual se encargaron de ocultar, mentir y estafar a la credibilidad ciudadana mediante el bastardeo de costumbres, tradiciones y valores que fueran virtuoso sostén del país de nuestros mayores.

Desde entonces, la “demagogia” (populismo) no alcanzó ni con sus exageradas prebendas, ni con sus abundantes subsidios, ni mucho menos con discursos “patrioteros” y fabulaciones que la realidad se resiste a confirmar. La suerte de la nación quedó embargada y en “bancarrota” por exceso de demagogia, ausencia de república y adolescencia de democracia. Democracia “es hacer lo que el pueblo quiere y defender un solo interés: el del pueblo”. Las “oligarquías” sean liberales o populistas, incluso las de la izquierda socialista conocidas como “nomenklaturas”, nunca lo lograron. Es más, se caracterizaron por expoliar a los pueblos (impuestos, depreciación monetaria, inflación, estanflación, inseguridad, desempleo, barreras comerciales, monetarias y financieras, faltantes de abastecimiento y deuda pública desmedida).

El espacio político que se califica como “Justicialista”, desde hace décadas viene degradando su sustento: “el pueblo”. Asaltado y ocupado por oportunistas, estafadores, ladrones de símbolos, traficantes de influencias y “patoteros” no representa al “pueblo trabajador”, estando integrado mayormente por mentirosos y delincuentes de toda laya. Si bien el peronismo se frustró en los partidos que se dicen sus continuadores, el legado que su fundador dejó se mantiene vigente: “Mi heredero es el pueblo”.

Y “el pueblo” deberá nuevamente elegir superando manipulaciones y fraudes: “votando, votando y volviendo a votar” sin fe, pero con alguna esperanza de cambio.

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