Por Carlos Belgrano.-

Muy desafortunadamente nuestra Tierra fue colonizada, definitivamente, con la segunda fundación de Buenos Aires para 1580, en tiempos de un esquizo -Felipe II-, quien además se consideraba un iluminado, por haberse creído un exégeta en los designios del Altísimo.

Quien, en sus desvaríos, incurrió en el filicidio de su vástago -Don Carlos- al que personalmente estranguló y que arteramente fue silenciado tanto por Roma como por el Santo Oficio.

Pero que, por sobre sus desvaríos místicos propios del orate que era, fue un soberano totalmente discapacitado que tornó las ingentes riquezas y predominio heredadas de su padre en un reino empobrecido hasta el paroxismo, como directa secuela de una insensata prodigalidad.

He destacado este antecedente, en aras que el lector se haga a la idea de la ideología predominante en esa contemporánea España cuando, merced a esos conocidos como Adelantados, fundaron las colonias rioplatenses y el decadente político clima que guiaba a esos delegados reales.

Que, como es de suponer, atrapó la mentalidad de funcionarios, quienes, lejos de establecer un giro economicista a tierras inmensamente ricas, se limitaron a la expoliación y el estancamiento.

Fundamentalmente por no haber siquiera considerado ni remotamente el desarrollo de la agricultura que en Sumeria había comenzado cincuenta siglos atrás.

A tal punto que la primera exportación argentina de trigo aconteció para 1880, esto es, trescientos años después del segundo desembarco y refundación de Santa María de los Buenos Aires.

Lo que nos otorga una lectura de la molicie que arribó a la Argentina desde sus inicios.

Y, enmarcado ese facilismo despectivo con su antimodelo aquí en la Norteamérica, donde los tripulantes del Mayflower, descendieron -a diferencia de cuanto experimentó la segunda expedición en la Patria-, encontrándose no sólo con indígenas sumamente hostiles, sino con un territorio gélido, yermo y carente de recursos naturales de valía.

Pero que, por provenir del campesinado británico y, una disciplina espartana, por sus jerarquías de disidentes cuáqueros, de inmediato se las ingeniaron para interactuar entre los indómitos nativos de ese virgen Massachusetts, para secularmente, familiarizarse con los sembradíos del maíz.

Estableciendo con esa formidable expertise, tanto las propiedades alimentarias de esa desconocida oleaginosa para su molienda e ingesta como uno de los elementos insustituibles para la elaboración de un licor que les fue de imprescindible utilidad para mitigar los implacables inviernos.

En una -me animo a describir como una obscena contraposición a la realidad que gobernaba en esa incipiente Argentina que, para cuando los españoles se arraigaron en el estuario del Río de la Plata, se toparon con algo que carecía de precedentes en los anales de la Historia Universal.

Dado ello en la circunstancia que, cuando en 1536, Pedro de Mendoza -Primer fundador de Buenos Aires-, se reembarcó con toda premura a España, dejó en abandono cinco yeguas, un padrillo, diez vacas y dos toros.

Y, cuando su sucesor -Juan de Garay- se asentó definitivamente, lo que se conoce como la Pampa Húmeda, en esos cuarenta y cinco años entre ambas expediciones, se encontraba desborda y superpoblada de cientos de miles de cabezas de ganado bovino y equino en estado salvaje.

Y sus indigenistas habitantes pertenecían a una tribu, la que posteriormente sería clasificada como pueblo de querandíes, entre quienes, en virtud a una cuasi grosera abundancia cárnica, eran característicos por sus hábitos de mansedumbre.

Tan coadyuvante ello en la facilidad de su inmediata manumisión a los primarios colonos hispánicos, como la estratégica confortabilidad de la innecesidad de destinar recursos militares para cristianizarlos.

En otras palabras, el establecimiento de un paralelismo contemporáneo entre dos reinos que secuencialmente ocuparon los dos extremos continentales, nos arroja un primer resultado entre la holgazanería española en el sur y la pujanza anglosajona en el norte.

Y alternativamente, en las vicisitudes de aquellos protestantes en estos lares, que dignificaban el sacrificio y el esfuerzo en pos de fortalecer el capitalismo a pesar de un cúmulo de adversidades climáticas, geográficas y humanas.

Versus sus némesis católicos de allá, que maldecían la acumulación de la riqueza si era a costa del estoicismo que, tanto Pizarro en el universo incaico, como Cortés en el azteca, se solazaron en expoliar todo el oro y la plata, sólo para remesarla a las arcas de un monarca idiotizado por un tóxico clericalismo.

Y que, subsidiariamente con una legislación rayana en lo cuneiforme, regaron con sus dogmas bizarros, un modo de ser que insuflaron a los pueblos originarios potenciando sus analfabetismos, consociado a la radicación de hijosdalgos castellanos, flojos, vagos y carentes de toda forma de talento.

Las consecuencias directas de esas formas de un colonialismo idiota y estúpido, es posible de visualizar actualmente, viendo en un poder concentrado a sujetos caricaturescos, tanto actuales como de nuestro pasado temprano.

Como los Maduro, Kirchner, Ortega, Boric, López Obrador y los Castro, quienes precedidos por otros de iguales condiciones -Juan Perón en lo particular-, sumergieron en la mierda más amarga a dos subcontinentes y la tercera parte del restante en la última centuria.

Que, sumando a unos y otros, más allá de la idiotez colectiva de esta Latinoamérica pletórica de la vagancia y resguardada sobre conflictos bélicos de relevancia, se familiarizaron con la idea fuerza que, lo más óptimo fue, es y será, dejarse gobernar por una suerte de venales papás, travestidos de caudillos, con una marcada inmanencia en las masas de bobos que siempre los vitorearon.

La referenciada es una descripción a trazo grueso sobre los orígenes de una raza demasiado mestizada en extremo de esclavos voluntaristas.

Y esa especie de mezcla genética con predominancia de la nativa por sobre la europea constituye la ecuación de un espíritu sumiso que justifica el desfile de una aquilatada galería de truhanes/presidentes.

Quienes, al fin de cuentas, no han sido más que gerenciadores naturales devotos y cómplices de las políticas del Departamento de Estado, demasiado cercano a mi domicilio.

Incluyendo a los mismísimos Perón & Fidel, porque ambos pregonaron hasta el hartazgo, frondosos repudios al Tío Sam, sin perjuicio que los dos fueron disciplinadamente serviles a la Casa Blanca.

El primero, porque fue ungido por estos gringos de acá, para 1943, cuando el derrocamiento de un Presidente de luxe -Ramón Castillo-, por su decisiva inclinación al Tercer Reich.

Y el barbudo, por cuanto su folclórica aparición fue financiada copiosamente por la CIA, para tronchar la indiscriminada exportación de dólares a la Isla, particularmente a sus casinos, debilitando peligrosamente a los domésticos y exánimes de Atlantic City y Las Vegas.

Sin embargo, mi Patria Argentina tuvo todas las posibilidades en escindirse de la desastrada suerte del resto de los pueblos hispanoparlantes vecinos.

Puesto que el enorme y millonario caudal inmigratorio indoeuropeo que recibimos en las últimas dos décadas del Siglo 19 y las primeras tres del pasado, invirtieron la pirámide de la abrumadora mayoría aborigen previa.

Y, esa neo predominancia blanca, nos otorgó un background distintivo que nos apartó de poblaciones de millones de indios evangelizados que, pese a su conversión religiosa, se vieron impedidos de asimilarse a la mentalidad del Viejo Mundo.

Pseudo virtudes éstas que se malograron imperdonablemente en Argentina, cuando Julio Roca invadió la Patagonia, La Pampa, y tres cuartas partes de la geografía bonaerense.

Contando a partir de esa rauda y fugaz campaña militar, para repoblar más de la mitad del territorio argentino con colonos extranjeros, pero provenientes de sectores agropecuarios.

Como los hambreados labriegos irlandeses, holandeses, belgas, alemanes del Volga y vascos, pese a los que, pertenecientes a esas valiosas etnias, fueron imperdonablemente convocados a cuentagotas.

Y, reemplazados por sicilianos, napolitanos, calabreses, gallegos y catalanes, quienes conjuntamente despreciaban todo lo relacionado con actividades agropecuarias.

Que mayoritariamente se instalaron para ejercer de bolicheros y abarroteros, sin aportar a ese pujante y virginal horizonte agrícola de la mano de obra calificada que clamaba por su labranza.

Siendo destinada esa inmensidad e inagotable tierra prometida a una veintena de familias patricias porteñas, tan apolilladas como rancias.

En absolutamente nada, aportantes, para el manejo de esos inmensos latifundios, sino a través de mayordomos, desbaratándose así para siempre, la irreeditable chance de, merced al nacimiento espontáneo de decenas de millares de minifundios, la gestación de una vasta e inmensa burguesía ruralista.

Que, con su sola existencia, hubiesen tornado en abstracto el amanecer de esos populismos que prendieron como yesca en las grandes ciudades, abigarradas de artesanos y desclasados.

Por ello y mucho más que, a estas alturas, entiendo, no resulta menester su reproducción de más ponderaciones, vaya la sola data que, para 1928, Argentina, por sobre España, Alemania e Italia, fue la séptima potencia mundial por el monto y suma de su PBI.

Y que, en medio de su franca decadencia en ascenso, en 1950 tenía un producto bruto interno superior al de toda América Latina, incluyendo al Brasil y México, creo, me eximen de un mayor abundamiento para intentar una explicación del por qué…

EL POPULISMO RADICAL Y PERONISTA NO FUERON CASUALES SINO CONSECUENCIAS INDISPENSABLES DE LA TRAGEDIA ARGENTINA.

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