Por Claudio Chaves.-

La divulgación de la carta de la maestra de Oberá acerca de la desilusión que le ha generado la señora Hebe de Bonafini y los organismos de derechos humanos revela en el mejor de los casos la inocencia que habita en nuestras aulas y en el peor la ignorancia o complicidad por no descubrir a tiempo la doblez de estos organismos, para colmo de males ocurrido en el centro mismo de la formación intelectual y moral de nuestros niños. En la misiva viralizada al infinito en radios, redes, periódicos y comentarios de pasillo puede apreciarse el valor dado por el periodismo a esta ruptura con el relato que gran parte de los medios venían avalando vaya a saber porque, si por temor o aceptación del mensaje que desde hace cuarenta años han bajado los organismos de derechos humanos, la izquierda, la progresía y los intelectuales bien pensantes. En síntesis en el escrito se observa una gran desilusión con Hebe de Bonafini y las organizaciones de derechos humanos por sus últimos dichos en el acto del 24 de marzo del corriente en Plaza de Mayo al defender explícitamente a las organizaciones guerrilleras y al asociarse políticamente con el kirchnerismo.

¡Tanto creía en ella la docente misionera que tuvo que mentirles a sus alumnos sobre la conducta indigna de esta señora para no llevar la desilusión a las bautismales almas de sus niños!

¡Se tardó mucho! Casi cuarenta años en entender que todo esto era una mascarada de los sobrevivientes de una guerra que ellos iniciaron bajo la inspiración de la teoría del foco y de la violencia elitista! ¿Acaso no sabían quién era Horacio Verbitsky, Montonero responsable de cientos de muertes que aun hoy pontifica sobre el bien y el mal desconociendo que siempre transitó el camino del mal? Aunque visto el asunto con cierto optimismo contribuye a desandar el camino de la muerte.

Pero lo más sorprendente, lo que más llama la atención es que el ministro de Cultura, Pablo Avelluto, sufre el mismo cuadro anímico de la maestra de Oberá. En una nota en La Nación afirma “Que la militancia de los miles de desaparecidos fue un tema que estuvo fuera de la discusión pública en la búsqueda de justicia por los crímenes del terrorismo de Estado. Era el reclamo legítimo de madres buscando a sus hijos”. Esto es absolutamente cierto, al comienzo, pero ya en la década del ‘80, hace treinta cinco años, devinieron en organizaciones que simulaban apoyar a mujeres desesperadas que con justicia pugnaban por hallar una respuesta a sus ausencias. Respuesta que merecían, único bálsamo para lograr cierta paz en sus vidas desgarradas. Ahora, creo yo, una cosa es lo dicho y otra reivindicar la acción criminal de los ausentes, aunque es bien sabido que no todos fueron responsables de crímenes y bombas.

Sea como fuere toda sociedad dispuesta al reencuentro debe aceptar hasta allí, esto es, que en el estricto ámbito de lo privado, en la sagrada relación madre-hijo, la reivindicación de lo actuado por sus vástagos sea admitida, al fin y al cabo es lo único y lo último que les queda. En ese intangible espacio de amor incondicional la sociedad debe extender su respecto y comprensión. La misericordia y la piedad es un mandato divino. Lo que no puede consentirse es que esa idea se generalice al conjunto de la sociedad. La reivindicación de la violencia de élite para apoderarse del poder por la fuerza debe ser fuertemente condenada y esto aún actuado bajo regímenes dictatoriales como ocurrió en la Argentina. Puesto que aquí no se necesitó de ellos para sacarnos de encima a dictadores que proscribieron la vida política del país. Bastó con el coraje y el empuje del pueblo argentino representado por organizaciones legales socialmente aceptadas, como sindicatos, la CGT, y organizaciones estudiantiles de masa. Quien derrotó al general Juan Carlos Onganía fueron las puebladas del interior que hicieron temblar a aquel régimen pero no los crímenes de Augusto Timoteo Vandor, José Alonso o el general Pedro Eugenio Aramburu, por poner algunos ejemplos, llevado adelante por sicópatas al decir de Jorge Abelardo Ramos, historiador y político de izquierda cercano a Carlos Menem y valorado por el oportunismo inmoral del kirchnerismo. Y no menciono al crimen de José Ignacio Rucci pues fue llevado adelante por el odio antiperonista y antiobrero de Montoneros y en el marco del restablecimiento de la democracia plena en la Argentina, luego del triunfo del general Juan D. Perón. Para estos “idealistas” daba lo mismo.

De modo que una cosa es el llanto y la tristeza de mujeres que quedaron vacías de amor y otra la reivindicación de la violencia elitista impulsada por los organismos de derechos humanos, la izquierda y el kirchnerismo, quedando atrapada en esa ciénaga una intelectualidad que como patrulla perdida no percibió que al mezclarlo todo les hizo el juego a los jóvenes idealistas. La batalla cultural debe darse sin medias sombras ni agachadas. Las organizaciones guerrilleras se equivocaron desde el comienzo.

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