Por Hernán Andrés Kruse.-

En diciembre de 2001 el país estalló por los aires. El 20 De la Rúa renunció porque no podía seguir ejerciendo el poder. El 1 de enero de 2002 asumía Eduardo Duhalde gracias al acuerdo legislativo con Raúl Alfonsín. La crisis era pavorosa. El sistema de partidos se había evaporado. Muchos políticos no podían transitar por las calles. No había moneda y la fragmentación social era pavorosa. Domingo Cavallo había destruido al país, como antes lo habían hecho Celestino Rodrigo y Martínez de Hoz.

Al asumir como presidente el 25 de mayo de 2003 Néstor Kirchner prometió enterrar para siempre el paradigma neoliberal. Sin embargo, lejos estuvo en su histórico discurso de prometer un populismo desenfrenado. Por el contrario, hizo hincapié en la imperiosa necesidad de no excederse en los gastos, de cuidar la moneda, de controlar el déficit fiscal. Habló de la relevancia de la cultura del trabajo y fustigó el clientelismo político. Con la inestimable ayuda de Roberto Lavagna, logró un histórico desendeudamiento. Pese a su particular estilo de ejercer el poder, a veces rayano con el autoritarismo, Néstor Kirchner logró enderezar el barco. El holgado triunfo obtenido en 2005 fue el respaldo que necesitaba para profundizar el cambio de paradigma prometido en 2003.

Todo cambió a partir de 2008. El conflicto provocado por la resolución 125 le provocó un daño irreparable al gobierno de Cristina Fernández. Entre marzo y julio el país estuvo al borde del abismo. Algunos apostaron de manera irresponsable por el golpe institucional y un importante sector de la sociedad se prestó a ello. A partir de entonces la grieta impuso sus condiciones. El país quedó preso de la intolerancia y el fanatismo. En 2009 Cristina recibió un duro castigo en las urnas y la grieta se profundizó. La oposición y los grandes medios creyeron que había llegado la hora. A comienzos de 2010 estalló el escándalo protagonizado por Martín Redrado quien, como presidente del Banco Central, se negó, como le había ordenado la presidente, a utilizar reservas para el pago de intereses de la deuda. Sin embargo, durante los festejos del bicentenario quedó en evidencia que Cristina no estaba sola.

En octubre de 2011 Cristina consiguió la reelección. Néstor Kirchner había fallecido un año antes y a partir de ese trágico hecho había surgido el cristinismo. Pese a haber sido votada por el 54% del electorado los ataques contra su persona y su gobierno se sucedieron sin solución de continuidad. En 2013 el cristinismo sufrió un golpe del que jamás logró reponerse. La victoria de Massa en provincia de Buenos Aires sepultó el plan reeleccionista. A partir de ese momento Cristina se limitó a durar hasta diciembre de 2015.

2014 y 2015 fueron muy duros para el país. La economía empeoró ostensiblemente. La inflación provocada por la devaluación de comienzos de 2014 comenzó a hacer estragos en el bolsillo de los trabajadores y la pobreza aumentó. Las chances electorales de la oposición comenzaron a crecer de manera ostensible. Y lo que era una quimera en 2011 se hizo realidad en 2015. Mauricio Macri, jefe de gobierno porteño, le ganó a Daniel Scioli en el histórico balotaje de noviembre. Por primera vez en la historia un candidato conservador no peronista, defensor de la economía de mercado, accedía a la presidencia por el voto popular.

Macri aplicó de entrada la clásica receta ortodoxa. Al principio tuvo éxito porque contó con los dólares provenientes de Wall Street. Pero cuando el grifo se cerró a comienzos de 2018 su gobierno comenzó a tambalear. Macri jamás logró recuperar la iniciativa a partir de entonces. Acorralado y desesperado no tuvo más remedio que pedir ayuda al FMI, el prestamista de última instancia. De no ser por Lagarde y Trump, el gobierno hubiera caído en cuestión de días. Macri entregará el poder el 10 de diciembre pero pagando un costo monstruoso. La crisis económica es pavorosa. El pueblo está sumido en la resignación y la desesperanza, como sucedió a fines de 2001. Evidentemente no aprendimos de esa trágica experiencia. Volvimos a tropezar con la misma piedra. Nuestra inmadurez política e institucional es sencillamente patética. Nosotros, como pueblo, no tenemos memoria. Nos empecinamos en darle la razón a Einstein quien afirmó que sólo un loco cree que aplicando todo el tiempo los mismos métodos se pueden obtener resultados diferentes. ¿Estaremos locos los argentinos?

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