Por Luis Alejandro Rizzi.-

He leído las primeras cien páginas de este libro escrito por Carolina Arenes y Astrid Pikielny que compré hace un rato. Creo que entre sábado y domingo lo terminaré, pero estas primeras páginas, casualmente son las primeras cien, me generaron diversas sensaciones de frustración y dolor que resumiría en dos pequeños párrafos que transcribo: “La realidad demuestra que son prácticamente nulos los casos como éstos que se resuelven a través de la Justicia después de tanto tiempo”, reflexión de algún miembro de la familia Dupont y la otra atribuida al Juez Burad por Federico Guevara con relación al juicio en el que fue condenado su padre Aníbal Guevara, a modo de consuelo “Buenos, ustedes saben que esto es político y la solución también va a tener que ser política”.

Podría agregarse una tercero atribuido a “un abogado que trabajaba en el Ministerio de Justicia admitiendo que había “sentencias desprolijas” en los juicios a los juicios a los militares: “No, no los dejaría libres porque hoy me comería un juicio político”.

Estas expresiones muestran la degradación a lo que ha llegado la política y el consecuente descrédito del que gozan nuestras instituciones.

Lo que es cierto es que no se aprecia que se use la misma vara para distinguir entre “hechos propios” de una guerra muy sucia, y crímenes demostrativos de una desaprensión impropia de la clase humana.

Crímenes que por otra parte constituyen una cuestión en cuanto a los niveles de seguridad de nuestra sociedad.

Los “70” por hacer una referencia a una época que nos es común a todos los que superamos los 50 o 60 años, fue un tiempo histórico muy difícil de entender, porqué cuando se hace culto de la violencia no se puede distinguir entre los que incurren en ella y la circunstancia del momento.

Si se justifica o por lo menos se comprende la brutalidad del atentado indiscriminado, entonces no podríamos poner el dedo acusador en los autores materiales sino en los que le dieron soporte ¿cultural? a aquellos Yo mismo puede haber muerto en el atentado ocurrido en la madrugada de un viernes, en el bar Ibérico en la esquina de la calle Uruguay y Av. Córdoba, me salvé por 10 o 15 minutos y pienso que mi familia hubiera reaccionado y pensado como Mariano Tripiana, porqué mis hijos también hubieran sido privados de su padre sin razón alguna; o asimismo podrían haber reaccionado como Federico Guevara por la condena de su padre, por lo injusto que hubiera sido mi muerte. La única diferencia hubiera sido que mi cadáver hubiera estado allí, pero a los muertos se los mantiene vivos en los recuerdos, no con ornamentos florales y el ex coronel Guevara quizás este soportando el peso ingrato de una injusta condena. No lo sé.

Las épocas de crueldad superan a las personas como en los tiempos de la inquisición o como el destino de Hiroshima y Nagasaky que si se quiere fue más atroz que los crímenes imputados a varios militares, cuyos juicios bueno es decirlo algún día serán revisados y probablemente recordemos la frase atribuida al ex Juez Burad o a ese abogado del Ministerio de Justicia.

No me gusta hablar de represión con el alcance espurio que cierto “progresismo” o Izquierdismo hipócrita” le ha dato a esa palabra. La represión al terrorismo de los “70” porque de eso se trató, fue consentida por la sociedad y el “por algo será” sirvió para justificar cualquier cosa. Dejemos la hipocresía de lado.

Lo que debe investigarse son los crímenes ocurridos por parte de los llamados “represores” y “militantes guerrilleros”. El de la hija del Almirante Lambruschini, el del mayor Larrabure, el de Pedro Eugenio Aramburu, crimen cometido como si los asesinos hubieran actuado como funcionarios de un gobierno de facto o de otros tantos desaparecidos o muertos que carecieron de la existencia de un juicio justo que no tuviera que ver con la “política”. La sentencia dictada con fines políticos no es hacer una práctica de justicia.

A veces pienso que el sesgo político bajo el que tramitaron y tramitan los juicios es el elemento que distorsiona precisamente nuestros juicios de valor sobre los hechos que nos tocaron y nos tocan vivir.

Creo en la reconciliación que tiene que ver con “atraer y acordar los ánimos desunidos” y no creo que ya tenga sentido recordar hechos personales, hablar de torturas o fusilamientos. Los que murieron víctimas de crímenes vivirán en los recuerdos de sus seres queridos, los victimarios que oficiaron de verdugos clandestinos probablemente no tengan quienes los puedan recordar y el olvido eterno será su justo castigo.

Los que estamos tenemos que saber que la vida es tarea y parte de esa tarea debe ser la de atraer y acordar los ánimos desunidos, lo que no quiere decir que dejemos de lado sentimientos nobles o dolores, pero lo que debemos evitar es que el dolor se convierta en padecimiento, porque esto ya sería una patología y estaríamos hablando de otra cosa, no de los “70”.

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