Por Hernán Andrés Kruse.-

Que la Argentina padece crónicos y gravísimos problemas educativos lejos está de ser una novedad. Hace décadas que se habla de la educación en crisis, de la “tragedia educativa”, del pésimo nivel educativo de los alumnos en todos los niveles. De ahí la importancia de leer y releer a aquellos intelectuales argentinos que se ocuparon del tema, que estudiaron la educación en profundidad. Uno de ellos es José Ingenieros quien en su libro “Las fuerzas morales” dijo lo siguiente sobre la educación:

“La educación es el arte de capacitar al hombre para la vida social. Sus métodos deben converger al desarrollo de todas las aptitudes individuales, para formar una personalidad armoniosa y fecunda, intensa en el esfuerzo, serena en la satisfacción, digna de vivir en una sociedad que tenga por ideal la justicia. Siendo indispensable al bienestar de todas las cooperaciones de cada uno, el que no sabe prestarla es un parásito; educar al hombre significa ponerlo en condiciones de ser útil a la sociedad, adquiriendo hábitos de trabajo inteligente aplicable a la producción económica, científica, estética o moral. Todas las posibilidades deben presuponerse en cada uno. La educación debe ser integral, desenvolviendo simultáneamente las energías físicas, morales e intelectuales. Capacitar al hombre para la vida civil importa no descuidar ninguna de las tendencias que expresa como gustos y deseos. Todo lo que él pueda aprender se le debe enseñar, sin poner límites a la cantidad ni a la calidad del aprendizaje. Cuanto más aprende el individuo tanto más útil resulta para la sociedad. Hay una base de conocimientos generales que es indispensable a todo hombre, aparte de las capacidades especiales que cultive vocacionalmente. Toda especialización exclusiva, sin preparación general, es nociva para la misma especialidad. Los conocimientos aislados son poco eficaces cuando se ignoran sus relaciones con las técnicas afines. Debe enseñarse desde el comienzo todo lo que pueda tener utilidad, sin perjuicio de que la vocación haga profundizar más tarde un género particular de estudios o de actividades”.

“Conviene a la sociedad el libre desenvolvimiento de las vocaciones. La cooperación de los hombres en el trabajo social exige que cada uno desempeñe con amor sus tareas, simples o complejas; y exige, también, que sea ilimitado el campo de expansión para todas las capacidades. La confianza en la eficacia del propio esfuerzo es indispensable para cumplir mejor la propia tarea y perfeccionarse en ella incesantemente. La educación es eficaz cuando respeta la vocación de los niños, no violentando su temperamento ni sus inclinaciones. Desde la escuela de primeras letras hasta el aula de la universidad, cada hombre debe aplicar su inteligencia a sus aptitudes; nada hay más estéril que el estudio forzado de lo que no se comprende, nada más triste que privarse de aprender lo que se desea. Es necesario tener conciencia del valor de lo que se hace. El mayor estímulo para la actividad humana es ver que ella realiza el fin pensado y querido. El carácter social de los fines debe ser acentuado desde que se inician las más sencillas actividades; de ese modo el niño se solidariza con la sociedad de que forma parte, se siente cooperador del bienestar común y aprende a serlo cada vez más. Es necesario tener conciencia del valor de lo que se hace. El mayor estímulo para la actividad humana es ver que ella realiza el fin pensado y querido. El carácter social de los fines debe ser acentuado desde que se inician las más sencillas actividades; de ese modo el niño se solidariza con la sociedad de que forma parte, se siente cooperador del bienestar común y aprende a serlo cada vez más”.

“En el pasado, educar fue domesticar, sometiendo todas las inclinaciones a una instrucción uniforme, reduciendo todas las vocaciones a un común denominador. En el porvenir será abrir horizontes a cada personalidad, respetando todas las diferencias, aprovechando todas las desigualdades naturales. La sociedad necesita aptitudes heterogéneas, pues son infinitas las funciones a desempeñar. Generalizar la educación, intensificarla, hacerla múltiple y varia hasta la madurez, no implica en manera alguna la pretensión de nivelar los gustos y las tendencias de los hombres. Nuevas costumbres y nuevas leyes podrán establecer derechos comunes a todos los miembros de una sociedad sin que eso importe igualar las vocaciones y las capacidades; la desigualdad mental de los hombres es un postulado de la psicología. Cada individuo es una síntesis sistemática de elementos afectivos, intelectuales y activos, diversos por su origen e intensidad, que se coordinan de manera varia y según relaciones complejas. Estas benéficas diferencias excluyen el peligro de que todos los hombres aspiren a realizar las mismas funciones en la sociedad”.

“La educación social debe estimular las desigualdades. El progreso colectivo comienza en la variación particular, que proviene de diferencias iniciales o adquiridas. La infinita diversidad de inclinaciones naturales debe ser conservada por la educación, dando oportunidades al incremento de las más provechosas en cada ambiente. Suprimiendo las presiones artificiales debidas al privilegio y a la injusticia, las aptitudes efectivas podrán perfeccionarse por la selección natural. La educación puede aumentar la capacidad de todos los hombres para la vida social, pero no puede habilitar a todos hasta un mismo grado, ni para el cumplimiento de la misma función. Desde el idiota y el imbécil hasta el talento y el genio, existe una variadísima escala de aptitudes, originariamente distintas; la educación integral debe desenvolver todas las que existen, renunciando a la pretensión de crear las que faltan. Y en cada grado, las variedades son inmensas” (…) “La intensidad de la educación no pretenderá, en suma, nivelar mentalmente a los hombres, sino aumentar la utilidad social de las diferencias, orientándolas hacia su más provechosa aplicación”.

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