Por Luis Alejandro Rizzi.-

Antes de anoche en un canal de cable vi a Sergio Berni que era preguntado sobre esta nueva usina de espías clandestinos amparados por organismos del estado, de cuya existencia sabíamos, pero se carecían de pruebas, hasta que aparecieron en el curso de una investigación judicial.

Esta cuestión irregular tiene dos aristas, una política, porque fue usada la información obtenida con fines político-partidarios, y la otra judicial, porque se trata de la comisión de uno o más delitos.

Sergio Berni, para eludir una respuesta concreta, derivó la cosa al ámbito judicial e hizo valer su condición de médico (sic) y abogado.

Puede ser la de médico por la posible existencia de pulsiones que merezcan tratamiento médico psiquiátrico por parte de los participantes en ese tráfico de “mierda considerada valiosa”, se pudieron haber intoxicado o perturbado mentalmente, aceptemos por ese lado su condición profesional de médico.

Pero también es abogado, doble mérito por el que merece nuestras felicitaciones, pero en este punto me animo a cuestionar su calidad profesional; soy colega y en esa calidad invocó la doctrina del fruto del “árbol venenoso” como elemento para evitar su opinión política del hecho y el avance del proceso judicial.

La doctrina del “árbol venenoso” no deja de ser un cruel sofisma que lamentablemente el derecho, mejor dicho, algunos jueces y abogados, ha recogido como dogma sagrado, una suerte de precepto al cual debe adaptarse el ejercicio de la profesión.

Esa doctrina les quita valor legal a los medios probatorios obtenidos sin respetar el procedimiento legal para su obtención, con lo cual se desvirtúa el fin del proceso, que es llegar a la verdad. La prueba obtenida “ilegalmente”, si sirve para acreditar o descubrir “la verdad”, es válida y, en todo caso, merecería reproche la persona que recurrió a medios ilegales para su obtención, por ejemplo, la tortura.

La “búsqueda de la verdad” es una obligación de todo ser humano, porque nos ayuda a salir del error y de caer en la “mentira”, y si bien no es una tarea sencilla o fácil, no podemos generarnos obstáculos, sea para esconder la “verdad” o justificar comportamientos humanos crueles o perversos.

Juan Pablo II decía: “En su desobediencia originaria, ellos involucraron a cada hombre y a cada mujer, produciendo en la razón heridas que a partir de entonces obstaculizarían el camino hacia la plena verdad. La capacidad humana de conocer la verdad quedó ofuscada por la aversión hacia Aquel que es fuente y origen de la verdad.” (Fides et Ratio 23)

La pseudo doctrina, en mi opinión, del “fruto del árbol venenoso” no puede usarse para ofuscar la búsqueda de la verdad, porque es un modo de legitimar el fraude, el error y la mentira.

Berni usó otro argumento propio de la sofística, invocando su calidad de abogado, dijo que sin pruebas no se puede emitir opinión, argumento que también usó para cuestionar preguntas de la mesa periodística.

Berni usa bien el “énfasis” y de ese modo se pierde en el amplio campo de la dispersión o imprecisión.

La doctrina del fruto del “árbol venenoso” es una falacia que sirve o se usa para deslegitimar desde la propia función jurisdiccional la tarea judicial y la finalidad de todo proceso, es una forma de corrupción intelectual.

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