Por Italo Pallotti.-

No hay que remontarse mucho tiempo atrás, que sería lo justo, para dejar sentado el verdadero descalabro que la política argentina, de la mano de sus gobernantes, infringió al país. Intentaré, por razones de espacio, circunscribir esta historia en los últimos 40 años de la llamada “nueva Democracia”. Ahí están los protagonistas de esta variopinta secuencia de tiempo qué, por lo trágica y repetida, nos da la sensación nos resignamos a vivir contra natura de lo que realmente debe ser la buena política. Alfonsín, su híper y su fracaso; Menem y su 1 a 1, reivindicatorio supuesto del fracaso anterior; De la Rúa y su abortado y triste final; Kirchner x 2 y su ambición por el dinero, Cristina Fernández x 2 y su historia de corrupción; Macri y su “no supo, no pudo o no quiso ordenar el país” y un Alberto Fernández en las antípodas de todo lo que debe ser la manera correcta de ejercer el poder. Y un pasante de Presidente (Massa). Y ahora Milei, rodeado de una aureola de misterio y esperanza que aparece como “el verdadero salvador de la Patria”, tantas veces soñado y nunca conseguido. Desde hace 4 décadas, de la mano de los susodichos personajes, los argentinos sufrimos un maltrato crónico. En el día a día nos hemos acostumbrado al aguante y la no reacción. Asunto que ya se ha tornado insufrible. Hasta cuando deberemos soportar el maltrato al que hago referencia, es sólo una tarea ficcional.

Entre las conductas de mal desempeño de funciones; una mala praxis ya de carácter severo, acciones corruptibles por doquier, impunidades manifiestas, irrespetuosidad severa a la institucionalidad, entre tantas otras desviaciones del manejo del poder se conforma un cóctel perfecto por el que transitó la República, hasta estos días. Hay un daño que parece irreparable a primera vista. La sociedad ha aceptado como normal situaciones a las que dejó pasar sin miramientos y sin advertir que esa especie de degeneramiento la fue hundiendo en un clima por demás confuso, irreal, si se lo compara con tantos países del mundo que surgen como ejemplo de las buena práctica política y que no supimos, siquiera, copiar aspectos básicos en el ejercicio del poder. Vivimos en un estadío de indefensión por demás preocupante; mientras los gobernantes miraron sistemáticamente para otro lado.

El Estado en tanto se ha ido transformando en un repartidor de apoyo y mantenimiento de sectores muy bien delimitados; como los piqueteros y sus patrones, los políticos, el sindicalismo y un empresariado prebendario que sin disimulo fueron aliándose a las malas praxis del gobernante de turno. Los poderes de ese Estado, frente a lo expuesto, se fueron diluyendo en el ejercicio de sus verdaderos papeles. Un ejecutivo tironeado por migajas de poder; un Legislativo resignando una cantidad de facultades que le son propias y un Judicial con una eternización de sus sentencias, que por momentos lo hacen merecedor de severas críticas. El pueblo, en tanto, frente a esta debilucha tarea de sus “representantes”, ha caído en tal incredulidad e incertidumbre que molesta y preocupa.

A todo lo expuesto se le ha sumado una realidad malsana y cruel como el populismo explícito y la demagogia que han tirado por la borda toda posibilidad de sinceramiento de algunas variables normales para cualquier país del planeta que se juzgue serio y normal. Esa actual experiencia nos está sopapeando de una manera feroz. Todo está en terapia intensiva. La corrupción, el narcotráfico, la inflación, la decadencia educativa, la pobreza e indigencia a límites de pandemia, la delincuencia copando las calles, jubilaciones de miseria, presión impositiva; sin ver resultados favorables de la misma y la salud en estado de abandono, son un combo trágico; de estado terminal.

Acabamos de salir de un infierno, cuyas consecuencia se verán en el corto y mediano plazo (¿y por qué no largo?), amén de lo ya sufrido con sus prácticas abusivas y casi demenciales por momentos. Hemos sido sometidos al quiebre del raciocinio del buen gobernante. Hemos permitido adulterar la práctica democrática y su consecuencia la natural convivencia entre nuestros pares, los ciudadanos de bien. De los últimos 24 años nos dejaron 20 de una mala praxis incalificable, un país desquiciado, una nación casi en ruinas por donde se la mire. El kirchnerismo/cristinismo (sellos copiados del Peronismo) y su socio el albertismo, mas su “otro socio” el massismo nos dejó, como cada uno de los nombrados al principio (en su proporción) la parte más desfachatada y ruin del ejercicio del poder. Se van, dejando una herencia detestable, sobre la que es necesario volver a tratar más in extenso en otro momento. Fueron una máquina de hacer maldades. Los herederos, en cada caso, siempre los mismos, Nosotros, los ciudadanos comunes. Hoy nace una esperanza de la mano del nuevo gobierno. Con mucho de misterio e incertidumbre; pero al menos promete ser distinto. Se verá. El pueblo, gran responsable de lo que nos pasó deberá acompañar ¿una vez más? Sí seguro, aunque duela: con sangre, sudor y lágrimas (no habrá otra). Fracasó la Democracia. Fracasó la Política. Fracasó el Pueblo. Si la resignación y la indiferencia no son sacados del camino de la nación, cuán difícil será todo. Las reservas morales deben ser recuperadas del raquitismo al que lo sometió el gobierno que se fue. Demás está decir que vigilarlos será fundamental, pues el golpismo es su esencia, su matriz genética, su maltrecha manera de complicarnos la vida. Estar atentos, es la premisa.

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