Por Hernán Andrés Kruse.-

En su discurso de asunción como presidente de la república el libertario Javier Milei no anduvo con rodeos. Luego de describir sin anestesia la herencia del gobierno de Alberto Fernández, afirmó: “La conclusión es que no hay alternativa al ajuste y al shock, naturalmente eso impactará de modo negativo sobre el nivel de actividad, el empleo, los salarios reales, la cantidad de pobres e indigentes. Habrá estanflación, es cierto, pero no es algo muy distinto a lo que ha pasado en los últimos 12 años. Recordemos que en los últimos 12 años el PBI per cápita ha caído 15% en un contexto donde acumulamos 5.000% de inflación, por lo tanto hace más de una década que vivimos en esta inflación, por lo tanto este es el último mal trago para comenzar la reconstrucción de Argentina” (fuente: Infobae, Mariano Boettner, 10/12/023).

Para el presidente Milei el neoliberalismo, es decir, las políticas de shock, constituyen la única alternativa. Semejante afirmación me hizo acordar a las reflexiones de José Ingenieros sobre el dogma racional (“Hacia una moral sin dogmas”): El dogma racional “parte de una premisa trascendental: la existencia de una razón perfecta o pura anterior a la experiencia individual o social. Esa razón tiene leyes que permiten establecer a priori principios fundamentales de moral, anteriores a la moralidad efectiva de los hombres; éstos deben ser morales, imperativamente y deben serlo ajustándose a los principios eternos e inmutables de la razón”. Pues bien, lo mismo cabe decir del “dogma económico”. El dogma económico parte de una premisa trascendental: el neoliberalismo es el único sistema económico que garantiza el pleno desarrollo de los pueblos. Al ser un dogma, no admite crítica alguna. “Quien dice dogma”, afirma Ingenieros, “pretende invariabilidad, imperfectibilidad, imposibilidad de crítica y de reflexión (…) El dogma no deja al creyente la menor libertad, ninguna iniciativa”.

Para el presidente Milei toda crítica a su modelo económico carece de sentido. Es muy probable que considere inferiores a quienes osan cuestionarlo. Se considera un ser tocado por las fuerzas del cielo, un ser predestinado a conducir a la Argentina por el sendero del desarrollo. Su política de shock es, por ende, una verdad revelada, incuestionable, irrefutable. Lamentablemente, el 19 de noviembre el 56% del electorado (me incluyo) votamos a un mesiánico, un megalómano, un típico exponente de la democracia caudillista. Porque eso es, precisamente, lo que es Milei: un caudillo carismático que basa su poder en el vínculo directo con el pueblo. ¿Estamos en presencia de un Perón en versión libertaria?

A continuación paso a transcribir un ensayo de Hernán Fair (Magister en Ciencia Política y Sociología) titulado “Hacia una epistemología del modelo neoliberal” (FLACSO, Argentina).

LA “CIENTIFICIDAD” DE LAS REFORMAS

“Si partimos de la base de que todo discurso está atravesado por ciertas exigencias de legitimación -una cuestión que ha sido destacada desde la sociología cultural de Bourdieu, hasta los enfoques posmodernos de Lyotard y los post-estructuralistas de Foucault y Ranciere- una de las principales estrategias enunciativas a las que ha apelado históricamente el neoliberalismo para legitimarse consiste en atribuirse una supuesta “cientificidad”. Para ello, debemos tener en cuenta que el término científico, para el utilizador ordinario del lenguaje, está relacionado con un conocimiento neutral que está más allá de cualquier duda y que, por lo tanto, es verdadero. Su legitimación científica se origina en la función de “Sujeto supuesto Saber” (Lacan) o “sujeto al que se supone saber” (Lacan), que encarnan los técnicos en tanto expertos en la ciencia económica. Este “todo saber” (Lacan), objetivado en la forma de títulos académicos, y reforzado mediante la apelación al conocimiento matemático (Bourdieu), les otorga un “principio de autoridad científica” (Gadamer) que tiene su fundamento último en un acto de reconocimiento de que éstos están por encima de uno en juicio y perspectiva y que, en consecuencia, su juicio es preferente o tiene primacía respecto del propio (Lyotard). En este sentido, no se obedece lo que dicen porque tienen más autoridad o poder personal, como se lo haría a un político profesional, sino porque se los considera superiores, porque tienen una visión más amplia y están más consagrados, esto es, porque saben más (Gadamer). Como el reconocimiento de su autoridad está siempre relacionado con la idea de que lo que dicen no es irracional ni arbitrario, sino que debe ser reconocido como cierto, se produce, así, una igualación entre ciencia y verdad objetiva. Esto los sitúa en un ámbito extraideológico, es decir, fuera de los intereses particulares, lo que legitima fuertemente su discurso. Al mismo, tiempo esta “cientificidad” también excluye la posibilidad de que surjan alternativas ya que, “como el neoliberalismo sería la expresión del conocimiento científico, oponerse a su política económica sería ir contra los cánones de la buena ciencia. Como, por otra parte, la racionalidad humana en su caso más representativo, se identifica, según toda la tradición liberal, con la racionalidad científica, oponerse a la política económica neoliberal implicaría también adoptar una postura irracional” (Gómez).

APELACIÓN AL SENTIDO COMÚN

“Como señala Alfred Schutz, el objetivo de la ciencia es elaborar “una teoría que concuerde con la experiencia, explicando los objetos de pensamiento construidos por el sentido común mediante las construcciones sociales u objetos de pensamiento de la ciencia” (Schutz). Partiendo de esta base, podemos decir que un segundo elemento que contribuyó a la validación epistemológica y social del llamado modelo neoliberal, fue la traducción de sus complejas teorías económicas en un conocimiento que expresara el sentido común. Para ello, resultó clave su traductibilidad al lenguaje cotidiano, ya que tuvo la ventaja de hacer más sencilla la comprensión de la misma por parte de la sociedad. La principal apelación al sentido común la constituye la llamada “Teoría del derrame”. Pero para llegar a ella, resulta pertinente realizar previamente una breve descripción de su surgimiento. Como señala Ezcurra, desde la ortodoxia neoliberal originaria tres fueron los presupuestos teóricos básicos del modelo: Promover el máximo de crecimiento económico de libre mercado y del lucro del capital privado, abrir el costo de la fuerza de trabajo y cercenar el gasto público social (Ezcurra).

El primer elemento era el central y los otros dos se subordinaban a éste, constituyendo una especie de ley universal que establecía que si se disminuían los salarios de los obreros y se reducía el gasto público, se generaría el crecimiento de la economía. En 1962, el monetarista Milton Friedman, a partir de su libro Capitalismo y libertad, hizo un importante aporte a la teoría, al agregar un nuevo elemento que ayudaría a lograr el objetivo, nunca discutible, del crecimiento económico: el control del déficit fiscal. En esa obra, además, Friedman llevaría a cabo una exégesis del pensamiento de Adam Smith sobre la “mano invisible” que regula de forma justa e impersonal las actividades del mercado, de manera tal que si cada hombre lucha en forma egoísta por conseguir su bienestar, se logrará, por un “efecto cascada” (tricking down effect), el bienestar de toda la comunidad. La resignificación realizada por Friedman determinaba que primero debía crecer la economía, es decir, el Producto Bruto Interno (PBI) y, cuando esto sucediera, la riqueza se repartiría automáticamente entre toda la sociedad. Para explicar esa teoría, conocida también como la “Teoría del derrame”, la doctrina neoliberal acudió a la metáfora de un vaso que primero debía llenarse, para luego poder derramar el “excedente” al exterior (es decir, hacia los más desfavorecidos). En otros casos, apelaba a la imagen metafórica de una torta, haciendo entender que primero la economía debía crecer, para después repartirse “porciones” mayores hacia los sectores más desfavorecidos. Estas estrategias discursivas resultan interesantes, pues no sólo se basan en un lenguaje simple que permite a cualquier persona entenderlo, sino que apelan al sentido común cotidiano, con la consecuente fuerza que otorga la validación práctica y concreta de los sujetos.

A comienzos de la década del ´80, la crisis de la deuda obligó a los países latinoamericanos a pedir préstamos financieros a los organismos internacionales de crédito. En efecto, la mayoría de estos países se habían endeudado masivamente a partir de la década del ´70, situación producida por el fácil acceso a los créditos blandos que inundaron el mercado interno de la mano de los llamados “petrodólares” (García Delgado). En ese contexto, los técnicos que formaban parte de esos organismos, principalmente el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, comenzaron a exigir lo que Friedman había teorizado en 1962, es decir, que hubiere férreas políticas de estabilización macroeconómicas -en especial, en materia de presiones inflacionarias y de las cuentas fiscales y externas- y agregaron un nuevo elemento: la realización de reformas de mercado. Estos ajustes y reformas estructurales, que también eran alentados por Estados Unidos, principal socio del FMI, apuntaban a una profunda reorganización del Estado y la sociedad orientada por la libre operación de los mercados. Como señala Ezcurra, sus objetivos eran la destrucción drástica del Estado, a través de políticas de privatización de empresas estatales, la desregulación de los mercados internos, la apertura radical de las economías al capital transnacional y la contracción del gasto público social (Ezcurra). Si bien se llevó a cabo una resignificación ideológica de la teoría originaria neoliberal, se mantuvo la llamada “Teoría del derrame”. No obstante, la misma fue ampliada. Ahora se decía que, si se realizaban los ajustes y reformas estructurales, se generaría el crecimiento de la economía, potenciado por el masivo ingreso de capitales extranjeros y, mediante un “efecto de cascada”, este crecimiento de la riqueza se derramaría al resto de la población. De esta manera, al igual que en la “mano invisible” de Adam Smith, sin la intervención del Estado se lograría el bienestar de toda la población”.

NO HAY ALTERNATIVAS

“Para comprender la hegemonía cultural del modelo neoliberal, en particular durante los años ´90, debemos tener en cuenta, además, la relevancia de un factor sociohistórico de primer orden como es la visión acerca de una ausencia de alternativas políticas. Vimos anteriormente que el neoliberalismo pudo implementarse desde mediados de la década del ‘70 debido a que no había otro modelo más adecuado que diera solución a los problemas (especialmente, de carácter inflacionarios) que había generado el Estado de Bienestar en su versión keynesiana. Sin embargo, quedaba todavía vigente la clásica alternativa comunista, que exigía, como todos sabemos, la abolición del Estado y, con él, del sistema capitalista. No obstante, a fines 1989 sería derrumbado el Muro de Berlín y, dos años más tarde, se produciría la disolución definitiva del sistema socialista en la ex Unión Soviética. De este modo, la alternativa que durante tantos años había competido de forma antagónica con el capitalismo mostraba su fracaso. En ese contexto, durante la década del ´90 se decía que este no era sólo el mejor de los mundos posibles sino que era el único que hay. De ahí, la famosa frase de Francis Fukuyama de que habíamos llegado al “Fin de la historia”. Esto significaba que, como se habían agotado las interpretaciones alternativas a la “democracia liberal”, se habría terminado con la lucha política-ideológica (Fair). Quedaba planteada entonces, de manera implícita, una dicotomía. Por un lado, estaba lo “viejo”, relacionado con el modelo benefactor y el comunismo, que habían fracasado. Por el otro, estaba lo “nuevo”, lo “moderno” y que, además, era señalado como la única opción posible: la “democracia liberal” (Yannuzzi). De esta manera, en un contexto más general guiado por la inevitabilidad de ciertos cambios tecnológicos y científicos que caracterizan de forma efectiva a la Modernidad (revolución en las telecomunicaciones, avances científicos en campos como la medicina), se generaba un mecanismo psicológico que imposibilitaba la capacidad de pensar proyectos alternativos, al tiempo que legitimaba fuertemente al modelo (Borón, Bauman)”.

RELACIÓN DEL NEOLIBERALISMO CON LOS VALORES DEMOCRÁTICOS

“En estrecha relación con el punto anterior, debemos destacar la íntima relación que estableció el neoliberalismo con la democracia. Esta relación orgánica no existió sino a partir de la década del ‘80. En el liberalismo clásico, en cambio, este tema siempre había ocupado un lugar expresamente subordinado (Ezcurra). En efecto, según afirmaba Karl Popper en “La Sociedad abierta y sus enemigos”, para Hayek la democracia ilimitada conducía irremediablemente al reino de la democracia totalitaria. En este sentido, consideraba que era preferente un régimen no democrático que garantizara el orden espontáneo del mercado, que una democracia planificadora (Strada Sáenz). No obstante, a comienzos de la década del ‘80 se produjo una “reorganización ideológica” (Ezcurra) en los sectores neoliberales. El punto de partida fueron los gobiernos neoconservadores de Reagan y Thatcher, quienes conciliaron los principios neoliberales con los valores democráticos. Según la nueva concepción, iniciada tras el triunfo antisomocista en Nicaragua, no podría haber democracia sin capitalismo (liberal), ya que los dos eran considerados intrínsecamente inseparables (Fair). En este sentido, mientras que anteriormente a Hayek y Friedman no les interesaba el tipo de régimen político, ahora decían que las políticas de defensa de la justicia social emprendidas por el Estado de Bienestar no significaban otra cosa que “una actitud totalitaria que iba contra los principios mismos de la democracia, ya que atentaban contra las libertades humanas”. Al mismo tiempo, decían que las intervenciones del Estado “habían puesto en riesgo en su cometido a la estabilidad misma de las instituciones democráticas, al incentivar un exceso de demandas por parte de la sociedad que volvía al Estado ingobernable” (Strada Sáenz)”.

RELACIÓN DEL NEOLIBERALISMO CON LA GLOBALIZACIÓN Y LA MODERNIDAD

“Ahora bien, como ha sido destacado por Ana María Ezcurra, la valorización de los principios “democráticos” por parte de los gobiernos neoconservadores de Reagan y Thatcher fue acompañada, al mismo tiempo, por una “firme voluntad internacionalista que impulsó deliberadamente la expansión mundial del proyecto de capitalismo democrático en clave neoliberal” (Ezcurra). A partir de esos años, los teóricos del neoliberalismo comenzaron a referirse simultáneamente a la existencia de un proceso inevitable que sería denominado corrientemente como globalización o mundialización. Este fenómeno, que se vería consolidado a nivel planetario a partir del colapso del comunismo, exigía el cumplimiento de determinadas “reglas” para formar parte del mismo. De esa tarea se ocuparon los técnicos de los organismos multilaterales (principalmente el FMI y el Banco Mundial), y las grandes potencias mundiales (el llamado Grupo de los Ocho), quienes afirmaban que, si los países menos desarrollados aplicaban sus “recetas”, esto es, si privatizaban las empresas estatales, desregulaban totalmente los mercados, reducían el gasto público, equilibraban las cuentas fiscales y flexibilizaban el empleo, lograrían “insertarse en el mundo”, acceder al crecimiento de sus economías y, mediante un efecto “derrame” basado en la “mano invisible” del mercado, generar un “desarrollo sustentable” que se distribuiría a todos los habitantes del planeta (Minsburg). Pero además, la globalización era presentada por los teóricos neoliberales como la vigencia de un orden económico global en donde no existirían “estructuras, clases, intereses económico-corporativos ni asimetrías de poder que cristalicen en relaciones de dependencia entre las naciones” (Borón). Por si esto fuera poco, también afirmaban que la única respuesta posible ante la globalización era la sumisión pasiva como si se estuviera en presencia de un fenómeno inevitable como son las catástrofes naturales (Aronskind).

Se aducía, en ese sentido, que toda acción que se propusiera imponer un orden diferente al existente, sólo entorpecía el accionar, fluido y sabio, de la “mano invisible” y debía ser considerado una tarea peligrosa, condenada a arruinar y desarticular mucho más que a reparar o mejorar. De esta manera, se reforzaba la idea de que nada podía hacerse para cambiar el estado de cosas y que, si se intentase cambiarlas, las consecuencias serían catastróficas (Bauman). En ese contexto, potenciado por la velocidad y magnitud de las transformaciones tecnológicas de las últimas décadas, quedaba planteada de manera implícita una nueva dicotomía maniqueísta. Se trataba de “elegir” entre lo “nuevo” y “moderno”, los beneficios de la inserción a la “aldea global” o “sociedad planetaria”, un mundo “interdependiente” y “pequeño” en el que imperarían la “cooperación” y la “solidaridad universal” entre todos los habitantes del planeta, y en donde se lograría acceder a infinitos beneficios tecnológicos de la “modernidad”, y lo “viejo” y “atrasado”, el mundo “cerrado” de los “antiguos nacionalismos”, donde imperaría el atraso tecnológico y el “aislamiento” internacional (Yannuzzi). La consecuencia de esta visión maniqueísta que promoverán los teóricos del modelo será el reforzamiento del “Pensamiento Único”, transformado en sentido común, y la generación de un mecanismo psicológico, una especie de “Grado 1” no reflexionado que impedirá ver las consecuencias políticas, económicas y sociales que estaba produciendo el nuevo orden e incapacitará pensar en proyectos alternativos, al tiempo que promoverá sintomáticamente la apatía política y el conformismo social generalizado (Roberts, Bauman)”.

APOYO DE LOS SECTORES DE PODER

“La hegemonía ideológica del modelo neoliberal no hubiera sido posible, finalmente, sin la inestimable ayuda ejercida por tres actores que hicieron valer no sólo sus intereses políticos, sino también sus cosmovisiones generales. Estos actores políticos de primer orden están representados por los organismos multilaterales de crédito (principalmente el Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo), el Gobierno de Estados Unidos y los economistas de los think tanks nacionales y extranjeros (Reppeto). En relación al caso argentino, uno de los ejemplos más ortodoxos y profundos de aplicación del modelo neoliberal a escala mundial (Fair), por ejemplo, resultan elocuentes las palabras del economista Juan Carlos de Pablo, quien, en consonancia con el discurso hegemónico, afirmará que: “Carlos Menem, contra lo que se esperaba, colocó su audacia al servicio del rumbo correcto, con buena lectura de la realidad, tanto nacional como internacional. El mérito del presidente Menem y quienes lo acompañan (…) [es] el de haber percibido que no hay alternativa a actuar de modo distinto y el mérito de la población es apoyar electoralmente a quien lee hoy correctamente cuál es la realidad y cuál es, en consecuencia, el rumbo correcto (…). Luego del proceso que terminó en un par de hiperinflaciones, ¿quién responsablemente puede pedir que nos olvidemos de la estabilidad para encarar el crecimiento, quién responsablemente puede sostener que no hay ninguna relación entre el déficit fiscal y la tasa de inflación? Quienes así no lo entiendan, tendrían que emigrar, para aplicar sus conocimientos en la Unión Soviética, donde parece que están en algo parecido a la hiper” (Revista de la Bolsa de Comercio de Rosario, 1991). En ese contexto de “transformación estructural que hoy se está produciendo en Argentina”, agregará que “Los economistas estamos hoy mostrando un explicable consenso: todos estamos por la privatización, por la desregulación, por la apertura de la economía, por la vuelta a las fuentes del crecimiento” (Revista de la Bolsa de Comercio de Rosario, 1991).

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