Por Elena Valero Narváez.-

Es innegable que el país parece transitar hacia una profunda crisis. Ya hay suficientes signos reveladores que la anuncian. Reconocerlos, no implica una actitud derrotista, sino una consideración razonada destinada a promover las reacciones necesarias, si es que el Gobierno escucha, para evitarla. Debería empezar por admitirlos, pensando en los inconvenientes que habrán de presentarse, los cuales, aumentarán la decepción y el escepticismo en la gente, rechazando, de plano, las aventuras y las fantasías que están poniendo en peligro la estabilidad económica y política del país.

Se ha metido, el Presidente Fernández, inducido o no, en un callejón sin salida, como tantos gobiernos anteriores, con controles a la economía y sus secuelas: inflación reprimida, escasez, mercados negros, descenso del nivel de vida y corrupción. No es novedad que se necesitan recursos financieros para promover la producción y también mucho más ahorro. Es indispensable tener las reservas destinadas a pagar en el futuro cercano los compromisos contraídos en el exterior para que el gobierno pueda permitirse manejar, con cierto desahogo, las financiaciones y refinanciaciones oficiales y, por sobre todas las cosas, volver a instaurar confianza que permitiría al sector privado expandirse a través de inversiones crecientes destinadas a sostener la producción y las ventas.

El gobierno y los partidos de oposición desean promover el desarrollo. Todo el país aplaude esa meta ya que como quienes dirigen el Estado, los argentinos tienen la buena intención de desear que Argentina se convierta, como en el pasado, en una potencia mundial. Nadie quiere arruinar la economía.

El problema está en la orientación y en los medios a través de los cuales habrá de conseguirse dicho desarrollo. Una cosa es el crecimiento libre y espontáneo que se realiza conforme a las reales posibilidades del país y a la capacidad de trabajo, dentro de un marco normativo común y estímulos oficiales generales. Otra, muy distinta, es planear un desarrollo artificioso concentrado en ciertos sectores que determinan los funcionarios y que es forzado después mediante gestiones, directivas, empresas estatales y obras públicas, concedidas “teóricamente” como a Lázaro Báez, con el fin del desarrollo.

Existe una gran discrepancia entre las dos políticas. Los resultados que se han alcanzado en estos años de gobierno están a la vista: una crisis de confianza apabullante que se deteriora día tras día, al galope. Basta con mirar las encuestas para saber cuánto se ha reducido la buena imagen del Presidente. Las empresas se están yendo del país, se retrajo peligrosamente el ahorro genuino de los inversionistas nacionales y del exterior. Los pocos que invierten, solo lo hacen en sectores que cuentan con privilegios y garantías del Gobierno; aumentaron los costos de producción y se acentúa la inestabilidad y la inseguridad económica lo que sigue creando expectativas inflacionarias. Es muy difícil, en estas condiciones, trazar planes a largo plazo, como se debería. Y son cada vez más aquí, y en el exterior, los inversores que eligen otros países adoptado, hacia La Argentina, la actitud de esperar y ver qué pasa.

La crisis de confianza es a la vez, causa y consecuencia, de la situación imperante en estos momentos y determina la imposibilidad de financiar cualquier tipo de desarrollo que funcionarios del Gobierno creyeron podía darse. Por querer forzar el desarrollo se crearon condiciones que lo impiden. Además esas mismas condiciones, dificultan extraordinariamente la expansión sana y auténtica a la que se debería aspirar.

Si no se actúa con gran prudencia, de ahora en más, corremos el riesgo de provocar un grave problema al país. Siempre se puede estar peor si se continúa la marcha sin brújula. La mayor preocupación de los empresarios, también de la gente, está dominada por el terror de que la actual política del gobierno aumente los factores negativos, llevando la situación hasta límites que no puedan ser controlados. Hay por ello una sensación general de desaliento frente a la necesidad de tener que redoblar el esfuerzo por salir adelante, en vano.

La posibilidad de un desarrollo auténtico podría darse todavía, costará más o menos esfuerzo según sea el grado de confianza y el optimismo creador que logre despertar este u otro gobierno. Es la tarea más urgente y más importante que el país enfrenta en estos tiempos. A cualquier gobierno que lo logre la gente lo apoyará, esperando los resultados positivos. Éstos se alcanzan si se consigue y mantiene la estabilidad monetaria, en cuyo caso, se saneará a la larga esta economía en retroceso, con continuos y forzados fracasos y quiebras de empresas, disminución del empleo e índices elevados de inflación, producidos por una desacertada política que considera que un plan de desarrollo reemplaza a una política económica.

Así es como el país está marchando a la deriva y los argentinos esperando el plan, con escasez de todo, la producción y la demanda estancadas porque no se realizan inversiones, y el costo de vida subiendo a diario.

El único camino para la intimidante situación que vivimos, es ver la realidad y actuar de acuerdo a ella. Las leyes de la ciencia económica, poseen, como en las demás ciencias, validez universal, la tienen en cualquier época. Sus leyes, como la de la oferta y la demanda, son ajenas a cualquier voluntad o deseo. Aquí, eso no se comprende. Los gobiernos las violan a menudo, sin pensar que cuando se las tiene en cuenta el hombre progresa, mientras que se empantana cuando se las ignora o niega.

Si se recrea la confianza, retornará el ahorro interno y externo genuino, en cuyo caso, se podrá volver a una tasa de crecimiento razonable dentro de una economía sana y bien equilibrada. Necesitamos de la auténtica inversión, del ahorro de otros países destinado a tomar participación en el torrente dinámico del país y a correr los mismos riesgos que corren los capitales nacionales, para, de este modo, acrecentar la producción y la riqueza. Adoptar políticas claras, tendientes a una razonable limitación gradual del déficit del presupuesto, nos permitiría, entre otras cosas, iniciar sobre bases responsables negociaciones de urgencia con el Fondo Monetario Internacional, del cual, lamentablemente, tenemos que obtener cooperación para cubrir en el Banco Central la falta de divisas motivada por la actual política cambiaria que lleva al país a la cesación de pagos. Simultáneamente, deberá conseguirse, a toda costa, y con los sacrificios necesarios, una moneda estable.

Sin confianza, no hay misión comercial que prospere, no vendrán capitales. Es la gran tragedia de nuestro país: ni argentinos ni extranjeros invierten por falta de confianza. Es inútil prometer mejoras salariales auténticas, perdurables, porque todo falla por la base: No hay con que pagarlas.

Todo dependerá de la unidad y seriedad con que el Gobierno kirchnerista maneje, en el futuro, el problema económico social. En las actuales condiciones, Martín Guzmán, no tendrá éxito en ninguna misión comercial que realice, nadie querrá invertir en el país. Esta errónea conducción económica muy pronto y muy a pesar de quienes ejercen la conducción política va a tener repercusión en lo político-social.

Pronto la sociedad tendrá que enfrentar otro problema de orden político: ¿permitirá, o no, que el kirchnerismo se afiance en el Congreso y luego en las elecciones presidenciales? No habrá soluciones intermedias se deberá optar entre la posibilidad de que sigan en el poder o en su fracaso. Será una drástica definición, puede ser muy difícil salir de esta encrucijada porque los partidos políticos tradicionales siguen aferrados a una ideología similar a la peronista. No supieron adecuarse a las necesidades de una sociedad planetaria, y por ello se encuentran, en general, totalmente desubicados. Es por eso que se los vota por razones sentimentales sin considerar doctrinas. No se han preocupado por agiornarlas ni a confrontarlas con los procesos económicos en marcha, tampoco de adaptarlas y difundirlas en forma seria y responsable con finalidad didáctica, tal como lo requieren los más altos intereses de una cultura política de tipo racional. Siguen con una tímida versión del fascismo. Buena parte de los políticos, no se han convencido aún, que la búsqueda de la verdad es productiva, porque muestra el camino a seguir y mueve a cambiar de rumbo cuando estamos equivocados. Lo hicieron Frondizi y el presidente Menem, por eso se los puede catalogar como estadistas. Hoy priman la demagogia y el electoralismo y la falta de coraje para barajar, dar de nuevo, y rectificar la política económico-social.

Ante tanta incertidumbre aparece una lucecita: la nueva fuerza liberal que a los tropezones augura un posible futuro mejor, si es que se esfuerzan por convencer a la gente y se unen, definitivamente, dejando de lado los egos, al menos, hasta que el kirchnerismo sea derrotado. Tienen un ejemplo a imitar: el Ing. Álvaro C. Alsogaray, quien no solo fue el creador de partidos liberales, sino que recurrió a un método nuevo en la Argentina: utilizar argumentos demoledores, explicar la realidad tal cual es, sin mentirosos relatos, y diseminar la doctrina liberal en todos los ámbitos posibles, sin ataques a la persona, sino a sus ideas. Éstas, se encarnan en las personas, pero no se avizora, todavía, un liderazgo atractivo que aglutine y que represente a todos, con un discurso que llegue a buena parte de la sociedad. Se lo está esperando como al Mesías.

Por otro lado, la democracia auténtica, solo puede funcionar, adecuadamente, rodeada de instrumentos legales suficientes para que el poder político se encuentre en condiciones de operar sin interferencias ni presiones que lo traben. Siendo la libertad indivisible, también la economía debe mantenerse dentro de este ámbito, librada al impulso de la actividad privada y al juego de la competencia, sin intervenciones extrañas, salvo aquellas, pocas, destinadas a centrar las posibles distorsiones del sistema de libertad económica y política, el único que da a todos posibilidades, reduce la corrupción y respeta la dignidad humana. Debería ser argumento suficiente para adoptarlo. Ha permitido salir como lo he comentado en notas anteriores, de peores crisis, del caos, a países destruidos por la Guerra, entre otros, Alemania, Italia y Francia.

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