Por Hernán Andrés Kruse.-

En su edición del 30 de mayo, Clarín publicó un artículo de Martín Caparrós que había aparecido hace unos días en The New York Times: “La culpa es de nuestra generación”. Su lectura es muy recomendable especialmente para aquellos que pertenecemos a la generación del autor del artículo.

Dice Caparrós: “Ayer cumplí 60 años” (…) “Cumplí 60 años y me llena de sorpresa, esa perplejidad que te causa saber que ya lo has hecho: que todavía podrías introducir algún detalle pero lo grueso es lo que hiciste. Envejecer es descubrir que ya no serás otro” (…) “No me parece que haya cumplido mucho. Pero no se trata, aquí y ahora, de mí y yo mismo y mi persona; lo que me molesta es que no me parece que nosotros hayamos cumplido casi nada. Digo nosotros porque digo yo; digo yo porque digo nosotros: argentinos, sesentones argentinos, mis coetáneos, mis compañeros de generación, los míos. Quizá ya sea la hora de preguntarnos cómo, cuándo, quizá, incluso qué y por qué: es hora, en síntesis, de ir haciéndonos cargo” (…) “Se instaló un mito: si digo mi generación muchos piensan en militancia y muertos y desapariciones y torturas. Los hubo, pero hubo tantos más que no hicieron nada de eso. Los que gobiernan ahora, sin ir más lejos, son parte de mi generación y no hicieron nada de eso” (…) “Los que sí decidimos hacer esas cosas tuvimos-tenemos-un lugar excesivo cuando se habla de mi generación” (…) “¿Los que definen una generación son los pocos que actúan, no los muchos que no? Es probable, y es fácil para todos los demás. En cualquier caso, el mito sirve para cosas. Por ejemplo, un truco fácil: hablar de lo que algunos hicimos en los años setenta es un modo de no hablar de lo que hicimos todos en los cuarenta años siguientes. Y, sin embargo, empiezo por hablar de aquello: fueron años-como todos-raros. Empezamos nuestras vidas en un mundo convulsionado, esperanzado: todo debía cambiar, todo estaba cambiando. Cualquier muchacho más o menos decente sabía que aquel orden social era injusto y que había otros que debían reemplazarlo: la discusión no era si la sociedad debía cambiar; era cómo, por qué medios, hacia dónde. Se supone que, de formas varias, muchos lo intentamos. Perdimos. Brutalmente perdimos, pero lo intentamos. Aquella Argentina estaba llena de infamias. La manejaban generales que golpeaban en cuanto detectaban cualquier amenaza al poder de una burguesía rica…que controlaba la nación y su estado para su beneficio. Decidimos, con razones, luchar contra eso. Pero en 1970 uno de cada treinta argentinos estaba “bajo la línea de pobreza” y ahora es uno de cada tres: diez veces más” (…) “El mito de la movilidad social seguía imperando. Era un país con una clase media amplia y más o menos educada, que nos desesperaba: un obstáculo para cualquier intento de cambio revolucionario. Una clase media que se forjaba en la escuela pública pensada como una herramienta para homogeneizar, para implantar ciertas bases comunes” (…).

“Algunos quisimos cambiar aquel país, otros no; entre todos lo cambiamos para mal. Somos la generación de la caída. Ahora, ese tercio pobre de la población se ha congelado: vive en algún margen, en viviendas precarias, con empleos ilegales o sin ningún empleo, dependiente del Estado y sus limosnas, completamente afuera y sin expectativas de volver: a la intemperie” (…) “Hace 50 años el producto bruto per cápita era la mitad del de Estados Unidos; ahora es menos de un cuarto. Hace 50 años un 10 por ciento de inflación era un peligro; ahora sería un logro extraordinario” (…) “Hace 50 años la Argentina se autoabastecía en petróleo, gas y electricidad; ahora se endeuda para importarlos” (…) “Hace 50 años los hospitales públicos atendían a la mayoría de la población; ahora solo atienden a los que no tienen más remedio. No son solo los datos; lo brutal es que la vida de cada día se nos ha vuelto cada día más incómoda, más hecha de encontronazos que de encuentros, más disgustos que gustos, más impaciencia e impotencia que alegrías y satisfacciones. Y conseguimos un raro grado de violencia cotidiana. Es obvio que la Argentina no cumplió con su promesa y se arruinó hasta un grado que nadie supo imaginar. Lo sabemos. Lo que no queremos saber es que fuimos nosotros. Cristina Fernández… dijo… que su partido perdió las elecciones porque “la sociedad no está capacitada para leer lo que pasa detrás de las noticias; a los de nuestra generación nos decían algo y sabíamos distinguir lo que había detrás de lo que nos decían y lo que estaba pasando, porque estábamos instruidos intelectualmente”. Nuestra generación-la suya, la mía, la tan instruida-hizo esta Argentina. Y todavía algunos de sus miembros tienen la desvergüenza de suponer culpas ajenas” (…) “Pero si algo puede servir para algo es buscarlas (nuestras culpas): tratar de pensar cómo y por qué la Argentina actual es nuestra culpa. Está, para empezar, la excusa heroica: aquellas muertes. Nos asesinaron a varios miles y nos hemos consolado pensando que el problema es que “mataron a los mejores”. Que quedamos los peores pero la culpa no es nuestra, sino de aquellos asesinos. Ni los mejores ni los peores: murieron…los que estaban en el lugar preciso en el momento justo, los que no estaban en el lugar preciso en el momento justo. Nos mataron a muchos y fue una tragedia. Pero el problema central no fue la falta de los que mataron; fue, más que nada, el efecto que produjeron esas muertes en los vivos. Fueron pedagógicas: nos demostraron que “ser realistas y buscar lo imposible” podía ser tan costoso que después preferimos no arriesgar y aceptar lo posible” (…) “Tratamos de acomodarnos: nos gustó cada imbécil que nos dijo un versito, los fuimos eligiendo. Dos o tres frases apropiadas, una sonrisa turbia, y caíamos en las fauces de bobos que, pocos años después, odiábamos con saña” (…).

“Sin ideas, sin debate, sin futuros, la Argentina, en nuestros años, se volvió un país reaccionario: un país donde cada gobierno hace tantos desastres que el siguiente asume para deshacerlos. El gobierno de Alfonsín llegó para deshacer el entramado asesino de la dictaduras; el gobierno de Menem, para deshacer el caos económico de la hiperinflación alfonsinista; el gobierno de De la Rúa, para deshacer la corruptela menemista; el gobierno de Kirchner, para deshacer el desastre neoliberal antiestatista menemistadelarruísta; el gobierno de Macri, para deshacer el tinglado corrupto-clientelar del kirchnerismo. Y seguirán las firmas: el gobierno actual ya está haciendo sus méritos” (…) “Somos, más allá de las máscaras políticas, venales. Ávidos somos, afanosos. Nos gustan demasiado ciertos placeres chicos, la tele más grande, el coche más brilloso, el viaje de envidiar. Y nos subimos a cualquier carro que nos ofrezca esos caramelitos” (…) “Cada vez más conductas anormales nos parecen normales: nos parece normal que tantos coman poco, que tantos vivan mal, que tantos mueran, que la violencia-verbal o física-sea nuestra manera; nos parece normal que nos engañen. Avanzamos por el camino de la rana: nos metieron en el agua tibia y nos la fueron calentando poco a poco y, con el tiempo, nos acostumbramos a vivir en un país que hierve” (…) “Somos la rana acostumbrada, somos, al fin y al cabo, gente que resopla…Resoplamos y nos armamos un país a imagen del resoplo: un país que se grita cosas para sacarse el malhumor pero que está tan pagado de sí mismo, tan engañado de sí mismo que le pudo creer a aquella presidenta que dijo que tenía menos pobreza que Alemania. Un país que sigue imaginando que tiene un lugar en el mundo. Un país que trata de no ver lo que es. Nos ayuda, si acaso, ese mérito que no nos abandona: seguimos poniendo caras en la camiseta universal” (…) “Aunque ahí hay algo que quizá nos defina: ser grandes de la máscara. O mejor llamarlo por su nombre: la careta. Es difícil, por ejemplo, negar que los más exitosos de nuestra generación son esos dos cincuentones que el 90 por ciento de los argentinos votó, hace año y medio, para que nos mandaran. Es difícil soportar que nuestros jefes sean un señor que no habla cuando habla y otro que miente incluso cuando calla: dos señores de tan pocas luces” (…) “Somos muy mediocres. O, por lo menos: nuestras acciones públicas son tan mediocres, producen resultados tan mediocres. En algunos años, algunos libros contarán… que la nuestra fue la generación más fracasada de la historia del país. Que fuimos nosotros-no harán diferencias, hablarán de todos nosotros-los que lo llevamos a este punto” (…) “Hemos pasado: vivimos cuarenta, cincuenta años argentinos y no dejamos nada que valga la pena recordar (más que un país en ruinas, su eterna calesita, sus reacciones pobres) “(…) “Es cierto que en algunos aspectos la vida es más libre que hace 50 años. Pero muchas de esas libertades que no existían entonces…llegaron de otras culturas y nos limitamos a adoptarlas” (…) “Nosotros, mientras, la cagamos; es tan fácil saber que la cagamos. ¿Y qué se puede hacer cuando queda tan claro? ¿Mirar para otro lado, buscar a quién echarle la culpa, negar todo, disimular o incluso convencernos de que la cosa no es tan grave? Ninguna de esas reacciones sirve para empezar a arreglar nada” (…) “Quizá sea hora de que nos demos por vencidos-por nosotros mismos-y nos retiremos, dejemos el espacio a otros que, probablemente, lo puedan hacer aún peor” (…) “¿Entonces?” (…) “¿Aceptar que ya perdimos nuestra oportunidad, que si acaso, en esa construcción, ya serán otros los que lleven el ritmo, los que manden, pero aun así valdría la pena colaborar en lo posible? ¿Aceptar que deberíamos ayudar en una búsqueda cuyos resultados, si los hay, nunca vamos a ver? Hay un país, lo reventamos. Negarlo es la manera más segura de seguir haciéndolo, Un país, pese a todo. Quizá valga la pena discutirlo, resignarse a pensarlo: reinventarlo”.

En su edición del 31 de mayo, La Nación publicó un artículo de Morales Solá titulado “La orden de Cristina fue no dejar solo a Freiler”. Sus párrafos salientes son los siguientes: “El caso del juez Eduardo Freiler mostró el grado de descaro del kirchnerismo frente a hechos claros de corrupción y, sobre todo, cuando se trata de defender a uno de los suyos. En una reunión con seis dirigentes de La Cámpora, Cristina Kirchner fue elocuente en sus instrucciones: “No dejen solo a Freiler. Nos ayudó mucho. Hay que salvarlo”, les ordenó. La impunidad del juez en funciones con peor imagen hunde a la Justicia en fases más profundas aún de descrédito social” (…) “El recurso al que echó mano el kirchnerismo fue dar vuelta el voto del miembro del Consejo de la Magistratura Jorge Candis, representante de los académicos. A él lo eligieron los rectores de las universidades nacionales cuando ya el cristinismo había copado gran parte de los claustros universitarios, sobre todo en las casas de estudios de reciente creación en la provincia de Buenos Aires. Candis es un hombre voluble y superficial, que pasa de la lealtad sin fisuras al ex Viceministro de Justicia cristinista Julián Álvarez (“a él le debo todo, no le puedo fallar”, repite) a la argumentación legal de su posición (“hay presunción, no hay certeza sobre Freiler”, dijo)” (…) “Sea como fuere, Candis modificó en 48 horas su voto. Les había asegurado al Ministro de Justicia, Germán Garavano, y al representante del gobierno en el Consejo, Juan Bautista Mahiques, que votaría mañana por la suspensión de Freiler como juez. Dos días después, y luego de una fuerte presión del kirchnerismo, Candis anunció que no acompañaría la suspensión del juez” (…) “Su confusión intelectual es evidente” (…) “En el caso de Freiler no sólo existen presunciones, sino también hechos objetivos que prueban un descontrolado enriquecimiento personal que no puede justificar” (…) “Freiler resiste porque ni siquiera cuenta con la posibilidad de la jubilación. Le faltan ocho años. De todos modos, el Gobierno prefiere la renuncia, aunque los jueces acusados de corrupción puedan optar luego por la jubilación, porque no confía en la resolución de los tribunales de enjuiciamiento de magistrados” (…) “La representación institucional es pésima. Un ejemplo lo dice todo: si Freiler fuera sometido ahora a un jury, y hasta el 1 de agosto, el tribunal estaría integrado por Diana Conti. Los jueces que integran los jury son representantes de los tres poderes del Estado. Sin embargo, es preferible en los casos como el de Freiler que el proceso de enjuiciamiento concluya para que los jueces pierdan la suculenta jubilación que les corresponde” (…) “Descartado Candis…el Gobierno aspira a dar vuelta el voto de la consejera Gabriela Vázquez. Vana esperanza. Vázquez es representante de los jueces y una cristinista consecuente” (…) “Al gobierno no le queda otra esperanza que la renovación de la representación peronista en el Consejo, después de las elecciones” (…) “El gobierno y el Congreso deberán debatir en algún momento sobre la integración del Consejo. Su diseño actual es una creación de la entonces senadora Cristina Kirchner, que lo politizó extremadamente para sacarles influencia a las “corporaciones judiciales y de abogados”…El resultado es que ahora la representación del peronismo es de un senador kirchnerista, Ruperto Godoy, que no es abogado y debe decidir sobre cuestiones de jueces y abogados o de la senadora Virginia García, cuñada de Máximo Kirchner” (…) “La crisis del Consejo de la Magistratura quedó expuesta con el caso Freiler de estos días. Exhibió también la absoluta indiferencia de Cristina Kirchner por la representación electoral de sus decisiones políticas. Es innegable ya, por lo demás, que ha perdido la noción de lo que es moralmente inaceptable”.

En la misma edición, La Nación publicó un artículo de Orlando J. Ferreres titulado “Cómo promocionar la recuperación económica hoy”. Sus párrafos salientes son los siguientes: “En la época en que Johan Maynard Keynes estudió las cifras económicas, el sector industrial era muy dinámico” (…) “En ese momento (1927) la industria y la construcción en Gran Bretaña representaban el 46,5 por ciento de la economía. Los gobiernos se habían desesperado frente a la caída de la demanda y no había manera de encontrarles una solución a los problemas recesivos, ni siquiera incluso en Estados Unidos” (…) “Los gobiernos ya habían echado mano de diversos mecanismos que estaban disponibles y ya se había insinuado el gasto público, aun con déficit fiscal, como una solución a los problemas recesivos” (…) “Cuando Keynes escribió su obra principal “Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero” en 1936, la mayoría de los gobiernos ya habían probado el gasto público como receta práctica para la solución de esos problemas, pero no había una teoría general que los justificara. Su trabajo vino a llenar ese vacío y fue una gran revolución en la ciencia económica” (…) “Para una persona que se encaramara en las cuestiones políticas, la justificación de la recuperación de la actividad económica mediante el aumento del gasto público coincidió con la necesidad de gastar para financiar las actividades que tenía dicha persona. Se sumaron la teoría y la práctica más la necesidad financiera en una sola combinación: hay que gastar mucho más para que el país “ande bien”. Recordemos que Keynes nunca dijo esto, pero a los políticos les pareció bien, así que hicieron lo que tenían que hacer cuando hubo pasado la recesión” (…) “De esa manera, sin tener en cuenta los límites de hasta dónde parar, se llegó a la inflación permanente, lo que fue un verdadero desastre. En nuestro país, la política de emisión y su consecuencia, la inflación, no han tenido límites” (…) “¿Cómo puede ser esto? Hay que reactivar la economía decían los encargados de la gestión pública” (…) “Casi nadie decía que después habría que atenerse a las consecuencias y esto último es lo que estamos viviendo hoy y desde hace muchas décadas. No hay manera de financiar el gasto a largo plazo en estos niveles, por lo que habrá que pensar todo desde el principio dentro de un tiempo” (…) “Hoy es mucho más difícil reactivar la economía, pues esas actividades poco competitivas (las industrias manufactureras) han estado todo el tiempo complicando las cosas, incluso con protecciones que habían llegado a guarismos increíbles y desde hace unos años han bajado hasta el 35% el arancel común en el acuerdo del Mercosur” (…) “Ahora tenemos una economía de servicios, con una proporción de éstos que lleva al 55,4% del PIB del país, una cifra que es mucho menor aún que en otros países más desarrollados. ¿Cómo reactivar la economía con esas proporciones de servicios?” (…) “¿Qué hay que hacer? Debemos pensar todo de nuevo para enfocar la vida nacional con un crecimiento alto, en un país como el nuestro en el que los servicios representan una alta proporción de la economía” (…) “debemos estudiar cuánto representan los servicios, ya sean de educación, salud, servicios sociales y demás pues el tamaño de los mismos es demasiado grande para que se reactive la economía con un plan de obras públicas solamente. Estas nuevas realidades son la clave de la economía del futuro que requieren estudiar nuevas relaciones con la política y así, desde allí, vamos a obtener resultados económicos y, por lo tanto, políticos. Es muy importante reciclar y acomodar los nuevos datos a la política y a la economía, pues así se va a lograr el crecimiento económico del país”.

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